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La Red de Operaciones Especiales

La Red de Operaciones Especiales fue creada para resolver los asuntos policiales considerados demasiado extraños o que requerían demasiada especialización para que se ocuparan de ellos las fuerzas regulares. Estaba formada en total por treinta y dos departamentos, empezando por la mundana Agencia de Horticultura (OE-32) y pasando por Detectives Literarios (OE-27) y Autoridad del Transporte (OE-21). Por debajo de OE-20 la información era restringida, aunque todo el mundo sabía que la CronoGuardia era OE-12 y que OE-1 era la policía de la propia OpEspec. Nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedican el resto de los departamentos. Lo que se sabe es que los agentes son en su mayoría ex militares o ex policías. Los agentes rara vez dejan el servicio después del período de prueba. Como reza el dicho, «un trabajo en OpEspec no es de prueba… es para toda la vida».

MILLON DE FLOSS

Una breve historia de la Red de Operaciones Especiales (revisada)

Era la mañana de la emisión de El programa de Adrian Lush. Lo había mirado cinco minutos, y había huido muerta de vergüenza escaleras arriba para poner orden en el cajón de los calcetines. Conseguí ordenarlos por color, forma y en función de cuánto me gustaban antes de que Landen me dijese que el programa había acabado y que podía volver a bajar. Era la última entrevista que había aceptado dar, pero Cordelia no parecía recordar esa parte de nuestra conversación. Había seguido bombardeándome con peticiones para hablar en festivales literarios, aparecer como invitada en El 65 de Walrus Street e incluso para asistir a una de las veladas informales de canciones y ukelele del presidente Formby. Todos los días me llegaban ofertas de trabajo. Muchas bibliotecas y empresas de seguridad privada requerían mis servicios, ya fuese como «socia de pleno derecho» o como «asesora de seguridad». En la carta más dulce que recibí, de la biblioteca local, se me pedía que fuera a leerles a los ancianos: algo que hice encantada. Pero OpEspec, el cuerpo al que había dedicado gran parte de mi vida adulta, de mis energías y mis recursos, ni siquiera había mencionado la posibilidad de un ascenso. Por lo que a ellos concernía, yo era OE-27 y seguiría siéndolo hasta que se les antojase.

—¡Tienes correo! —anunció Landen, dejando un buen montón de cartas sobre la mesa de la cocina. Gran parte de mi correspondencia consistía en cartas de los fans… y muy extrañas también. Abrí una al azar.

»¿Tengo motivos para estar celoso? —preguntó Landen.

—Yo mantendría al abogado divorcista en espera unos minutos más… es otra solicitud de ropa interior.

Landen sonrió.

—Le mandaré unos calzoncillos.

—¿Qué hay en ese paquete?

—Es un regalo de bodas que llega con retraso. Es una… —Miró desconcertado la extraña pieza tricotada—. Es una… cosa.

—Genial —respondí—. Siempre había querido tener una.

Landen era escritor. Nos habíamos conocido cuando él, mi hermano Anton y yo luchábamos en Crimea. Landen había vuelto a casa con una sola pierna, pero al menos vivo… Mi hermano seguía recorriendo su camino por la eternidad desde la comodidad de un cementerio militar en Sebastopol.

Mientras Landen se entretenía intentada enseñar a Pickwick a sostenerse sobre una sola pata, yo abrí otra carta y la leí en voz alta:

Estimada señorita Next:

Soy uno de sus más fervientes admiradores; Creo que debería saber que David Copperfield, lejos de ser el inocente de grandes ojos que se describe en el libro, en realidad asesinó a su primera esposa Dora Spenlow para poder casarse con Agnes Wickfield. Propongo que se exhumen los restos de la señorita Spenlow y se le hagan análisis para detectar la presencia de botulismo y/o arsénico. A propósito, ¿se ha preguntado alguna vez por qué Homero cambió de opinión sobre los perros en algún momento entre la Ilíada y la Odisea? ¿Le regalaron, quizás, un perro en el ínterin? Otra cosa: ¿Ulises, de Joyce, le resulta tan ininteligible y aburrido como a mí? ¿Y por qué en las obras de Hemingway no hay olores?

—Parece que todo el mundo quiere que investigues sus libros favoritos —comentó Landen—. Ya puesta, ¿podrías intentar que absuelvan a Tess y condenen a Max DeWinter?

—¿Tú también?

—Arriba, Pickwick, vamos, arriba, arriba, ¡sobre una pata!

Pickwick miró a Landen inexpresivo, con los ojos fijos en la nube de azúcar y sin ningún interés por aprender el truco.

—Te va a hacer falta un camión lleno, Land.

Metí la carta otra vez en el sobre, me terminé el café y me puse la chaqueta.

—Que te vaya bien hoy —dijo Landen, acompañándome hasta la puerta—. Sé buena con los otros niños. Nada de arañar ni de morder.

—Me portaré bien. Lo prometo. —Le pasé los brazos por el cuello y le besé—. Oh, ¿Landen?

—¿Sí?

—No olvides que esta noche tenemos la fiesta de jubilación de Mycroft.

—No lo olvidaré.

Estábamos a finales de otoño o principios del invierno, no lo tenía claro. El clima había sido más bien benigno, sin viento; las hojas marrones seguían en los árboles y algunos días apenas hacía frío. Tenía que hacer un frío tremendo para que yo subiese la capota del Speedster, así que conduje hasta el cuartel general de OpEspec con el viento en el pelo y WESSEX-FM en la radio a todo volumen. Las elecciones, que estaban al caer, centraban las emisiones; el controvertido impuesto sobre el queso se había convertido súbitamente en un asunto importante, como suele pasar antes de unas elecciones. En un momento dado los de Goliath se declararon «conglomerado favorito del mundo» por décimo año consecutivo a pesar de que en las conversaciones de paz sobre Crimea, Rusia había exigido Kent como compensación. En el apartado de deportes, Aubrey Jambe había llevado a los Mazos de Swindon, el equipo de criquet, hasta la SuperHoop 85 tras derrotar a los Machacadores de Reading.

Conduje entre el tráfico matutino de Swindon y aparqué el Speedster en la parte posterior de la sede de OpEspec. El edificio, de un diseño germánico brusco y directo, había sido levantado a toda prisa durante la ocupación; en la fachada todavía se veían las cicatrices de la batalla de la liberación de Swindon, acaecida en 1949. Daba cobijo a la mayoría de las divisiones de OpEspec, pero no a todas. Nuestra Unidad de Eliminación de Vampiros y Licántropos también cubría las zonas de Reading y Salisbury y, a cambio, la División de Robos de Arte de Salisbury se ocupaba de la nuestra. Un arreglo muy conveniente.

—Hola —le dije a un joven que sacaba una caja de cartón del maletero de su coche—. ¿Eres nuevo?

—Pues, sí —respondió el joven, dejando la caja en el suelo un momento para ofrecerme la mano.

—John Smith, Malas Hierbas y Semillas.

—Un nombre poco común —dije, estrechándole la mano—. Soy Thursday Next.

—¡Oh! —dijo, mirándome con interés.

—Sí —respondí—, esa Thursday Next precisamente. ¿Malas Hierbas y Semillas?

—Agencia de Horticultura Doméstica —explicó John—. OE-32. Voy a abrir la oficina local. Recientemente ha habido un incremento del número de hackers. Las actividades de la Patrulla de la Pampa son cada vez más desvergonzadas; puede que la pradera de la Pampa sea una monstruosidad, pero no tiene nada de ilegal.

Le mostramos las identificaciones al sargento de recepción y subimos las escaleras hasta el segundo piso.

—He oído algo al respecto —murmuré—. ¿Existe alguna conexión con la Asociación Antileylandii?

—No es seguro —respondió Smith—, pero tengo pistas.

—¿Cuántos agentes hay en tu división?

—Incluyéndome a mí: uno. —Smith sonrió—. ¿Pensabas que el tuyo era el departamento peor financiado de OpEspec? Pues no. Tengo seis meses para desenmascarar a los hackers, controlar la Fallopia japonica y encontrar un femenino aceptable para melón.

Llegamos al pasillo de arriba.

—Te deseo suerte.

Me dio las gracias y le dejé instalándose en su pequeño despacho, que había sido la sede de OE-31, la Autoridad para el Cultivo del Buen Gusto. Habían desmantelado la división un mes antes, cuando el proyecto de ley para prohibir los revestimientos de piedra, las pinturas de payasos tristes y las alfombras con motivos florales no consiguió la aprobación parlamentaria.

Pasaba justo por delante del despacho de OE-14 cuando oí una voz chillona.

—¡Thursday! ¡Thursday, yuju! ¡Aquí!

Suspiré. Era Cordelia Flakk. Rápidamente me alcanzó y me ofreció un abrazo afectuoso.

—¡El programa de Lush fue un desastre! —le dije—. ¡Dijiste que no habría censura! ¡Acabé hablando sobre dodos, de mi coche y de todo menos de Jane Eyre!

—¡Estuviste maravillosa! —dijo entusiasmada—. Te tengo preparada otra serie de entrevistas para pasado mañana.

—Ya basta, Cordelia.

Me miró abatida.

—No te comprendo.

—¿Qué parte de ya basta no comprendes?

—No seas así, Thursday —respondió, sonriendo en un intento de que cambiase de opinión—. Eres una buena publicidad y, créeme, en una institución que suele dejar al público confundido, prematuramente envejecido o, con suerte, muerto, necesitamos toda la buena prensa que podamos conseguir.

—¿Causamos tanto daño al público? —pregunté. Flakk sonrió modestamente.

—Puede que como relaciones públicas no sea tan desastrosa —concedió, para añadir con rapidez—: pero toda persona normal que acaba en medio de un tiroteo es una víctima innecesaria.

—Quizá sea así —respondí—, pero el hecho es que he dejado las relaciones públicas de OpEspec.

Flakk pareció nerviosa, dio unos saltitos, adoptó una expresión suplicante, retorció las manos, hinchó los carrillos y miró al techo.

¿Qué? —pregunté.

—Bueno, hemos organizado un concurso.

—¿Qué tipo de concurso? —pregunté suspicaz.

—Nos pareció buena idea que te encontrases cara a cara con algunos miembros del público.

—Vaya. Escúchame bien, Cordelia…

—Dilly, Thursday, ya que somos amigas.

Captó mi reticencia y añadió:

—Pues Cords. O Delia. ¿Qué tal Flakky? En el colegio me llamaban Flik-Flak. ¿Te puedo llamar Thurs?

—¡Cordelia! —dije con más dureza antes de que se hiciese amiga mía del alma—. ¡No voy a hacerlo! Dijiste que la entrevista con Lush sería la última, y punto.

Me fui alejando pero, cuando Dios repartía insistencia, Cordelia Flakk estaba la primera de la fila.

—Thursday, me duele mucho que te pongas así. Me hiere justo… justo, eh, aquí.

Hizo un rápido cálculo sobre la posición de su corazón y me miró con la expresión dolida que probablemente había aprendido de un spaniel.

—Los tengo esperando aquí mismo, ahora, en la cafetería. Será un momento, diez minutos como mucho. Porfaporfaporfaporfaporfa. Sólo he llamado a dos docenas de periodistas y equipos de televisión… La sala estará prácticamente vacía.

Miré la hora.

—Diez minutos,[2] vaya… ¿quién…?

—¿Quién… qué?

—Alguien ha dicho mi nombre. ¿Lo has oído?

—No —respondió Cordelia, mirándome con curiosidad.

Me toqué las orejas. Lo había oído con tanta claridad que estaba desconcertada.[3]

—¡Otra vez!

—¿Otra vez qué?

—¡Una voz de hombre! —dije tontamente—. ¡Habla dentro de mi cabeza! —Me señalé la sien para indicárselo, pero Cordelia dio un paso atrás con cara de consternación.

—¿Estás bien, Thursday? ¿Llamo a alguien?

—Oh. No, no, estoy bien. Simplemente acabo de darme cuenta… ah… me he dejado un receptor en la oreja. Debe de ser mi compañero; hay un 12-14 o un 10-30 o… algo numérico en curso. Di a los ganadores de tu concurso que en otra ocasión será. ¡Adiós!

Salí corriendo. Evidentemente, no llevaba receptor, pero no iba a dejar que Flakk dijese a los loqueros que oía voces. Caminé con paso rápido hacia la oficina de detectives literarios.[4] Me detuve y miré a mi alrededor. El pasillo estaba desierto.

—Le oigo —dije—, pero ¿dónde está?[5]

»Se llama Flakk. Relaciones públicas de OpEspec.[6]

»¿Qué es esto? ¿Cita a ciegas en OpEspec? ¿Qué demonios está pasando?[7]

»¿Caso? ¿Qué caso? ¡Yo no he hecho nada! —Mi orgullo herido me hizo levantar la voz. Consideraba una grave injusticia que me acusasen de algo… especialmente de algo sobre lo que no sabía nada, a mí, que me había pasado la vida haciendo cumplir la ley y el orden—.[8] Por amor de Dios, Snell, ¿de qué demonios se me acusa?

—¿Está usted bien, Next?

Era Braxton Hicks. Acababa de doblar la esquina y me miraba como si fuese un bicho raro.

—Estupendamente, señor —dije, pensando con rapidez—. El tensionólogo de OpEspec me dijo que verbalizara el estrés postraumático. Escuche: «¡ALÉJATE DE MÍ, HADES, VETE!» ¿Ve? Ya me siento mejor.

—¡Oh! —dijo Hicks dubitativo—. Bien, supongo que los loqueros saben lo que hacen. ¿Firmó la fotografía para mi ahijado Max?

—Está sobre su mesa, señor.

—La señorita Flakk organizó un concurso o algo parecido. ¿Hablará con ella del asunto?

—Será mi principal prioridad, señor.

—Bien. Vale, entonces siga con la verbalización.

—Gracias, señor.

Pero no se fue. Se quedó allí plantado, mirándome.

—¿Señor?

—Haga como si yo no estuviera —respondió Hicks—, sólo quiero ver cómo va eso de la verbalización del estrés. Mi tensionólogo me dijo que cultivase la afición de ordenar piedrecitas… o la de contar coches azules.

Así que verbalicé mi estrés en el pasillo durante cinco minutos mientras mi jefe me observaba.

—Muy bien —dijo al fin, y se fue.

Después de asegurarme de que volvía a estar sola, dije en voz alta:

—¡Snell!

Silencio.

—Señor Snell, ¿puede oírme?

Más silencio.

Me senté y puse la cabeza entre las rodillas. Me sentía mareada y acalorada; tanto el tensionólogo residente de OpEspec como el estrés-experto habían dicho que podría sufrir los efectos traumáticos de haberme enfrentado a Acheron Hades, pero no había esperado que se manifestasen de una forma tan intensa, como voces en mi cabeza. Esperé hasta que me sentí mejor y luego me puse a caminar, no hacia Flakk y los ganadores de su concurso, sino hacia Bowden y la oficina de detectives literarios.[9]

Me detuve.

—¿Prepararme para qué? ¡No he hecho nada![10]

»¡No, no! —exclamé—. En serio que no sé qué puedo haber hecho. ¡Maldita sea! ¿Dónde está?[11]

»¡Espere! ¿No debería verle antes de la vista?

No hubo respuesta. Estaba a punto de gritar otra vez, pero en ese momento varias personas salieron del ascensor, por lo que me mantuve en silencio. Esperé un momento, pero el señor Snell no parecía tener nada más que añadir, así que llegué hasta la oficina de alto techo de detectives literarios, que no parecía otra cosa que una biblioteca. No había muchos libros que nosotros no tuviésemos después de tantas confiscaciones de obras literarias de contrabando a lo largo de años. Bowden Cable, mi compañero, ya estaba sentado a su mesa, tan pulcramente ordenada como siempre. Bowden era estudioso y se tomaba el trabajo con tranquilidad, mientras que yo era mucho más directa. Nuestra asociación funcionaba bien.

—Buenos días, Bowden.

—Buenos días, Thursday. Anoche te vi en la tele.

—¿Qué aspecto tenía?

—Bueno. No te dejaron hablar mucho sobre Jane Eyre, ¿verdad?

Le lancé una mirada asesina y me comprendió de inmediato.

—Tranquila… algún día se conocerá toda la historia. ¿Estás bien? Pareces un poco alterada.

—Estoy bien —le dije, y añadí en un susurro—. En realidad, no lo estoy. He estado oyendo voces.

—Eso se debe al estrés, Thursday. No tiene nada de rato. ¿La de alguien en concreto?

—La de un abogado llamado Snell. Akrid Snell. Decía que me defendía.

—¿De qué acusación?

—No lo ha dicho.

—Suena a conflicto interior debido a la culpa, Thursday. El trabajo de policía a veces… nos exige negar nuestras emociones. ¿Podrías haber matado a Hades de haber estado pensando con claridad?

—Creo que no hubiese podido matarle de no haber estado pensando con claridad. No he perdido el sueño ni una sola noche por Hades, pero la pobre Bertha Rochester me altera un poco.

—Quizá sea eso —respondió Bowden—. Quizás inconscientemente quieres que te consideren responsable de su muerte. Tras el asesinato de Crometty estuve oyéndole semanas; creía que tendría que haber estado allí para apoyarle pero no estuve.

Aquello me hizo sentir mucho mejor y así se lo dije.

—Vale. ¿Quieres que te tranquilice acerca de alguna otra cosa, ya puestos?

—¿Acerca de la Corporación Goliath?

Bowden mudó de expresión.

—En ocasiones pides demasiado.

—¡Ah, ahí estáis! —dijo una voz estentórea.

Era Victor Analogy, director de los detectives literarios de Swindon, un setentón con una mente tan afilada como una cuchilla de afeitar. Era un buen enlace entre OE-27 y Braxton Hicks, el estricto hombre de empresa. Analogy protegía con celo nuestra independencia, como a nosotros nos gustaba.

Le dimos los buenos días y Victor se sentó sobre mi mesa.

—¿Cómo van las relaciones públicas, Thursday?

—Más tediosas que Spenser, señor.

—Muy cierto. Te vi anoche en la tele. Todo pactado, ¿no?

—Más o menos.

—Lamento ser un pesado, pero esto es importante. Echa un vistazo a este fax.

Me pasó una hoja de papel que Bowden leyó por encima de mi hombro.

—Es absurdo —dije, devolviéndole el fax—. ¿Qué beneficio podría obtener la Toast Marketing Board de convertirse en nuestra patrocinadora?

Victor se encogió de hombros.

—Ni idea. Pero si les sobra el dinero bien podemos aprovecharlo.

—¿Qué vas a hacer?

—Braxton va a hablar con ellos esta tarde. Le encanta la idea.

—Ya lo supongo.

La vida de Braxton Hicks giraba alrededor de su queridísimo presupuesto de OpEspec. Si a alguno de nosotros se le hubiese ocurrido siquiera la idea de hacer horas extra, Braxton habría tenido algo que decir y ese algo habría sido «no». Corría el rumor de qué había hablado con los de la cafetería para que nos sirviesen raciones más pequeñas en el almuerzo. Desde entonces todos en la oficina lo llamaban Ración Escasa… aunque no a la cara.

—¿Descubristeis quién había falsificado e intentaba vender el final del Don Juan de Byron? —preguntó Victor.

Bowden le enseñó una foto en blanco y negro de un tipo elegante subiéndose a un coche aparcado.

—Nuestro principal sospechoso es un tipo llamado Byron2.

Victor estudió cuidadosamente la fotografía.

—¿Es el Byron número dos? Tuvo que darse una prisa del demonio cuando la ley de cambio de nombre entró en vigor. ¿Cuántos Byron hay ahora?

—Byron2620 se registró la semana pasada —le dije—. Llevamos un mes siguiendo a Byron2 pero es listo. No se le puede relacionar con ninguno de los fragmentos falsificados de Cielo y tierra.

—¿Escuchas?

—Lo intentamos. Pero el juez dictaminó que aunque la operación quirúrgica de Byron2 para tener deforme el pie en un intento de emular a su héroe era sin duda extravagante, y que dejar embarazada a su hermanastra era claramente repugnante, esos actos sólo demostraban una mente byrónica febril y no necesariamente la intención de falsificar. Tendremos que atraparle con las manos en la tinta, pero ahora mismo está de viaje por el Mediterráneo. Mientras, intentaremos conseguir una orden de registro.

—Entonces, ¿no estáis demasiado ocupados?

—¿Qué tienes en mente?

—Bien —arrancó Victor—, parece que ha habido algunos intentos más de falsificar Cardenio. ¿Os importaría echar un vistazo?

—No tardaremos mucho —dije—. ¿Tienes las direcciones?

Nos entregó una hoja de papel y nos deseó suerte. Nos pusimos en pie para irnos; Bowden repasó con atención la lista.

—Iremos primero a la calle Roseberry —dijo—, cae más cerca.