El programa de Adrian Lush
Muestras de índices de audiencia de las redes de televisión más importantes de Inglaterra, septiembre de 1983.
Network Toad |
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El programa de Adrian Lush (miércoles) (entrevistas) |
16.428.316 |
El programa de Adrian Lush (lunes) (entrevistas) |
16.034.921 |
Bonzo el perro maravilla (suspense canino) |
15.975.462 |
Mole TV |
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¡Di qué fruta es! (premios en metálico a cambio de respuestas) |
15.320.340 |
El 65 de Walrus Street (culebrón, episodio 3.352) |
14.315.902 |
Gente peligrosamente disfuncional discute en directo en la tele (entrevistas) |
11.065.611 |
Owl Vision |
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¿Will Marlowe o Kit Shakespeare? (concurso literario) |
13.591.203 |
¡Otra oportunidad de verlos! (programa sobre extinción inversa) |
2.321.820 |
Canal por cable Goliath (1 a 32) |
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¿Quién está mintiendo? (programa concurso cómico corporativo) |
428 |
Desde cunas hasta ataúdes: la Goliath. Todo lo que puedas necesitar (docuganda) |
9 (en disputa) |
Red Neandertal |
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El club de las herramientas potentes (especial fresadoras y lijadoras) |
9.032 |
El cuenta cuentos (especial Jane Eyre) |
7.219 |
WARWICK FRIDGE
La guerra de audiencias
No pedí convertirme en famosa. Nunca quise salir en El programa de Adrian Lush. Y que quede claro ahora mismo: el mundo tendría que estar dirigiéndose hacia su inminente destrucción para que yo aceptase colaborar en algo tan estúpido como Los vídeos de ejercicio de Tkursday Next.
Al principio la publicidad tras el reenlibramiento con éxito de Jane Eyre fue divertida, pero acabó cansándome. Estuve encantada de posar para sesiones de fotos, acepté entrevistas en los periódicos, aparecí, reacia, en Olores de isla desierta y, por suerte, no tuve que pasar por la vergüenza de ¡Nombra esa fruta, celebridad! El público, como siempre fascinado por los famosos, había querido saberlo todo sobre mí tras mi excursión a las páginas de Jane Eyre, y dado que la Red de Operaciones Especiales tenía una fama similar a la de Vladimir el Empalador, los jefes de arriba pensaron que sería buena idea servirse de mí para fomentar un poco la popularidad más bien escasa de la organización. Como se esperaba que hiciese, me recorrí el mundo firmando, inaugurando bibliotecas, dando charlas y ofreciendo entrevistas. Siempre las mismas preguntas, siempre las mismas respuestas decididas por Operaciones Especiales. Inauguraciones de supermercados, cenas literarias, ofertas para publicar libros. Incluso conocí a la actriz Lola Vavoom, que me dijo que estaría absolutamente encantada de interpretarme si se llegaba a rodar la película. Me cansaba, pero peor aún… era aburrido. Por primera vez en mi carrera como detective literaria echaba de menos autentificar un Milton.
Me había tomado una semana de permiso al final de la gira para que Landen y yo pudiésemos dedicar un poco de tiempo a nuestra vida de casados. Me llevé todas mis cosas a su casa, redistribuí todos sus muebles, mezclé mis libros con los suyos y presenté su nuevo hogar a mi dodo, Pickwick. Ceremoniosamente, Landen y yo nos repartimos los armarios del dormitorio, decidimos compartir el cajón de los calcetines y luego discutimos a propósito… de quién dormiría en el lado de la cama que daba a la pared. Mantuvimos conversaciones largas y maravillosamente sin sentido sobre nada en particular, nos quedamos en casa para cenar, nos miramos un montón el uno al otro y todas las mañanas dormimos hasta tarde. Fue genial.
Al cuarto día de estar de permiso, entre el almuerzo con la madre de Landen y la notable primera pelea entre Pickwick y el gato del vecino, recibí una llamada de Cordelia Flakk. Era la agente de relaciones públicas de OpEspec de mayor rango en Swindon y me dijo que Adrian Lush quería que apareciese en su programa. La verdad es que la idea no me enloquecía… ni tampoco el programa. Pero tenía su lado positivo. El programa de Adrian Lush se emitía en directo y Flakk me garantizó que se trataría de una entrevista «sin cortapisas», posibilidad que me resultaba muy atractiva. A pesar de mis múltiples apariciones, la verdadera historia sobre Jane Eyre estaba todavía por contar, y hacía bastante tiempo que tenía ganas de dejar mal a la Corporación Goliath. Flakk me aseguró que sería el final de la gira publicitaria y me decidí. Aparecería en El programa de Adrian Lush.
Unos días más tarde fui sola a los estudios de Network Toad; Landen tenía una fecha de entrega, que se aproximaba con rapidez, y debía ponerse al trabajo en serio. Pero no pasé mucho tiempo sola. Tan pronto como entré en el descomunal vestíbulo, un traje verde leche cortada se me acercó directamente.
—¡Thursday, cariño! —gritó Cordelia, agitando las cuentas—. ¡Me alegra tanto que hayas podido venir!
El código de vestimenta de OpEspec especificaba que nuestra apariencia debía ser «circunspecta», pero estaba claro que en el caso de Cordelia no se habían tomado la orden al pie de la letra. Era imposible imaginar a alguien con menos aspecto de ser un funcionario público. En su caso, las apariencias resultaban muy engañosas. Ella era OpEspec desde los tacones de aguja hasta el pañuelo rosa y amarillo que llevaba atado al pelo.
Me lanzó un beso.
—¿Qué tal Nueva Zelanda?
—Verde y repleta de ovejas —respondí—. Te he traído un regalo.
Le entregué un corderito de peluche que balaba de forma francamente realista cuando lo ponías boca abajo.
—¡Qué adorable! ¿Cómo te va la vida de casada?
—Muy bien.
—Excelente, cariño, os deseo lo mejor. ¡Me encanta lo que te has hecho en el pelo!
—¿En el pelo? ¡No me he hecho nada en el pelo!
—¡Exacto! —respondió Flakk con rapidez—. ¡Es tan increíblemente propio de ti!
Hizo una pirueta.
—¿Qué te parece el modelito?
—Llama poderosamente la atención —respondí ambiguamente.
—Estamos en 1985 —me explicó—, los colores chillones son el futuro. Un día te dejaré darle un repaso a mi vestuario.
—Creo que tengo calcetines de color rosa por alguna parte.
—Es un comienzo, cariño. Oye, has sido muy paciente con esa gira de promoción; te estoy muy agradecida… y también OpEspec.
—¿Lo suficientemente agradecida como para darme un puesto que no sea de detective literaria?
—Bueno —murmuró Cordelia reflexionando—, primero nos ocuparemos de lo primero. Tan pronto como termines con la entrevista de Lush, tu petición de traslado recibirá una atenta valoración, te lo prometo.
No resultaba demasiado prometedor. A pesar de los éxitos en mi trabajo, todavía deseaba moverme dentro de la Red. Cordelia me agarró del brazo y me llevó a la sala de espera.
—¿Café?
—Gracias.
—¿Problemas en Auckland?
—La filial de la Federación Brontë causó algunas dificultades —le expliqué—. No les gustó el nuevo final de Jane Eyre.
—Siempre hay algunos descontentos —comentó Flakk—. ¿Leche?
—Gracias.
—Oh —dijo, mirando fijamente a la leche—. Está caducada. No importa. Escucha —añadió con rapidez—, me encantaría quedarme y mirar, pero un tonto de OpEspec 17 clavó en Penzance por error una estaca a un gótico; va a ser un infierno de relaciones públicas.
OE-17 era la división encargada de liquidar a licántropos y vampiros. A pesar del nuevo procedimiento de confirmación de «tres puntos», un cadete nervioso con una estaca bien afilada podía causar muchos problemas.
—Aquí todo está perfecto. He hablado con Adrian Lush y con los otros para que no haya disgustos.
—¿Los otros? —pregunté, suspicaz de pronto—. ¿Disgustos? ¿Qué tienes en mente?
Cordelia hizo un mohín.
—Ordenes nuevas, Thursdaycariñodulzura. Créeme, estoy tan descontenta como tú.
No lo parecía, la verdad.
—Nada de cortapisas, ¿eh? —Sonreí, pero Flakk no parecía compungida.
—Es una necesidad, Thursday. OpEspec necesita tu apoyo en estos momentos de dificultad. El presidente Formby ha pedido que se investigue si OpEspec vale realmente el dinero que se invierte en ella… o si es necesaria.
—Vale —acepté—, pero ésta será definitivamente mi última entrevista, ¿vale?
—Claro que sí —aceptó Flakk excesivamente rápido, para luego añadir con histrionismo—. Oh, Dios mío, ¿ya es tan tarde? Dentro de una hora tengo que tomar la nave aérea a Barnstaple. Ésta es Adie; ella cuidará de ti y… —Cordelia se me acercó un poco de más—. ¡Recuerda que perteneces a OpEspec, cariño!
—¿Cómo voy a olvidarlo? —murmuré mientras una chica vigorosa que agarraba una tablilla se me acercaba desde donde había estado esperando, cortés, para respetar nuestra intimidad.
—¡Hola! —dijo con voz chillona—, soy Adie. ¡Estoy encantada de conocerla!
Me agarró la mano y me repitió varias veces el honor fantástico que representaba.
—No quiero molestarla ni nada parecido —dijo con timidez— pero ¿Edward Rochester era de veras espectacularmente guapo para morirse?
—No era guapo —respondí mientras miraba cómo Flakk recorría el pasillo—, pero era atractivo. Alto, de voz profunda y mirada penetrante, si sabes a qué me refiero.
Adie se ruborizó mucho.
—¡Cielos!
Me llevaron a maquillaje, donde me acicalaron y me prepararon, me hablaron incesantemente y me hicieron firmar ejemplares del Femole en el que había salido. Me sentí muy aliviada cuando, treinta minutos más tarde, Adié vino a rescatarme. Anunció por su micro inalámbrico que «entrábamos» y, después de guiarme por un pasillo y atravesar unas puertas giratorias, me preguntó:
—¿Cómo es lo de trabajar en OpEspec? Eso de perseguir a los malos, moverse por la parte exterior de las naves aéreas, desactivar bombas a los tres segundos de que estallen, esas cosas.
—Me gustaría que fuese así —respondí de buen humor—, pero en realidad consiste en un setenta por ciento de llenar impresos, un veintisiete por ciento de tedio destructivo y un dos por ciento de terror absoluto.
—¿Y el uno por ciento restante?
Sonreí.
—Eso es lo que nos impide dimitir.
Recorrimos los aparentemente interminables pasillos, dejando atrás grandes fotografías sonrientes de Adrian Lush y otras celebridades de Network Toad.
—Le caerá bien Adrian —me dijo feliz—, y a él le caerá bien usted. Simplemente, no intente ser más graciosa que él; no se ajusta al formato del programa.
—¿Qué significa eso?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Se supone que debo decírselo a todos los invitados.
—¿Incluso a los cómicos?
—Sobre todo a los cómicos.
Le aseguré que ser graciosa era lo último que tenía en mente y enseguida me llevó hasta el estudio. Sintiéndome extrañamente nerviosa y deseando tener a Landen conmigo, atravesé el decorado familiar de El programa de Adrian Lush. Pero el señor Lush no estaba allí, y tampoco estaba el «público» que normalmente aparecía en el programa de Lush. En su lugar había un grupito de funcionarios; los «otros» a los que Flakk se había referido. El alma se me cayó a los pies al darme cuenta de quiénes eran.
—¡Ah, ahí está, Next! —exclamó el comandante Braxton Hicks, con bonhomía forzada—. Tiene buen aspecto, saludable y, eh, vigoroso. —Era mi jefe de división en Swindon y, a pesar de ser a todos los efectos el jefe de los detectives literarios, no se le daban bien las palabras.
—¿Qué hace aquí, señor? —le pregunté, haciendo lo posible para disimular mi decepción—. Cordelia me dijo que la entrevista para Lush no estaría censurada en absoluto.
—Oh, así es, querida… hasta cierto punto —dijo, acariciándose el enorme bigote—. Sin una benévola intervención el público podría confundir mucho las cosas. Nos pareció que era mejor que escuchásemos la entrevista y quizás, en caso necesario, que ofreciéramos algún consejo práctico sobre cómo debía desarrollarse el, eh, desarrollo.
Suspiré. Parecía que mi historia incontada iba a permanecer sin contar. Adrian Lush, supuesto paladín de la libertad de expresión, el hombre que se había atrevido a difundir las quejas de los neandertales, el primero en sugerir públicamente que la Corporación Goliath «tenía defectos», estaba a punto de ver cómo le cortaban las garras.
—Ya conoce al coronel Flanker —añadió Braxton sin tomar aliento.
Miré al tipo con suspicacia. Le conocía de sobra. Pertenecía a OpEspec 1, la división de policía de la propia OpEspec. Me había entrevistado a propósito de la noche en la que yo había intentado por primera vez capturar al criminal Acheron Hades… la noche en que Snood y Tamworth habían muerto. Intentó sonreír varias veces pero al final se rindió y se limitó a tenderme la mano.
—Ésta es la coronel Rabone —continuó Braxton—. Es la jefa de enlace de las fuerzas combinadas.
Estreché la mano de la coronel.
—Siempre es un honor conocer a alguien que ha recibido la Cruz de Crimea —dijo, sonriendo.
—Y aquí tenemos —siguió diciendo Braxton jovial, con el evidente propósito de tranquilizarme… una estratagema que fracasó espectacularmente— al señor Schitt-Hawse de la Corporación Goliath.
Schitt-Hawse era un hombre alto y delgado, cuyos rasgos cansados competían por ocupar el centro de su cara. Inclinaba a la izquierda la cabeza de tal forma que me recordaba un periquito inquisitivo y llevaba el pelo oscuro peinado hacia atrás. Me ofreció la mano.
—¿Le disgustaría si no la acepto? —le pregunté.
—Pues la verdad, sí —respondió, intentando ser afable.
—Bien.
Cualquiera perteneciente a la vasta multinacional conocida como Goliath me resultaba tan agradable como una plaga de lombrices. El control pernicioso que la Corporación ejercía sobre el país no era universalmente apreciado y yo tenía una razón mucho más importante para tenerle antipatía: el último individuo de Goliath con el que había tenido que lidiar había sido un personaje odioso llamado Jack Schitt, que no sólo intentó matarme, y también a mi compañero, sino que además había planeado prolongar e intensificar la guerra de Crimea para crear demanda del arma más nueva de Goliath. Habíamos conseguido engañarle para dejarlo atrapado en un ejemplar de «El cuervo» de Edgar Allan Poe, lugar donde esperaba que no pudiese causar ningún daño.
—Schitt-Hawse, ¿eh? —dije—. ¿Algún parentesco con Jack?
—Era… es… mi hermanastro —dijo Schitt-Hawse lentamente—, y créame, señorita Next, él no trabajaba para Goliath cuando tuvo que ver con Hades y el rifle de plasma.
—De haber trabajado para Goliath, ¿lo admitiría usted?
Schitt-Hawse frunció el ceño y no dijo nada. Braxton tosió educadamente y siguió hablando.
—Y éste es el señor Chesterman, de la Federación Brontë.
Chesterman parpadeó inseguro al mirarme. Los cambios provocados en Jane Eyre habían dividido a la Federación. Esperaba que fuese uno de los que preferían el final feliz.
—Aquí detrás tenemos al capitán Marat, de la CronoGuardia —añadió Braxton. Marat me miró con interés. La CronoGuardia era la división de OpEspec encargada de resolver las anomalías temporales… Mi padre era miembro, o es miembro, o será miembro de ella, dependiendo de cómo se mire.
—¿Nos hemos visto antes? —le pregunté.
—Todavía no —respondió.
—¡Bien! —dijo Braxton, dando una palmada—. Creo que ya está. Next, quiero que se comporte como si no estuviéramos aquí.
—Observadores, ¿no?
—Totalmente. Yo…
Un pequeño revuelo fuera del plató interrumpió a Braxton.
—¡Vaya cabrones! —aulló una voz aguda—. ¡Si la Network se atreve a sustituir mi espacio del lunes por reposiciones de Bonzo el perro maravilla los demandaré por todo lo que tienen!
Un hombre alto, de unos cincuenta años, había entrado en el estudio acompañado de un grupito de colaboradores. Poseía unos hermosos rasgos cincelados y un abundante remolino de pelo blanco que parecía esculpido en poliestireno. Vestía un traje de corte impecable y llevaba los dedos cargados de anillos de oro. Se detuvo de inmediato al
error
—¡Ah! —dijo Adrian Lush desdeñoso—. ¡OpEspec!
Su séquito revoloteaba a su alrededor demostrando mucha energía pero más bien poco propósito. Parecían prestar atención a todas sus palabras y gestos y, de pronto, sentí un tremendo alivio de no estar en el negocio del espectáculo.
—Me he relacionado mucho con vosotros en el pasado —comentó Lush mientras se ponía cómodo en su característico sofá verde, lugar que claramente consideraba territorio seguro—. Fui yo quien acuñó la expresión «OpLosiento» para cuando cometéis un error… lo siento, «imprevisto operativo», ¿no los llaman así?
Pero Hicks pasó de las pullas de Lush y me presentó como si yo fuese una hija única a la que ofreciera en matrimonio.
—Señor Lush, ésta es la agente especial Thursday Next.
Lush se puso en pie de un salto para darme la mano de forma efusiva y enérgica. Flanker y los demás se sentaron; parecían muy pequeñitos, allí en medio del estudio vacío. No se irían, y Lush no iba a pedirles que se fuesen… Yo sabía que Goliath era la propietaria de Network Toad y empezaba a preguntarme si realmente Lush tenía algún control sobre aquella entrevista.
—¡Hola, Thursday! —dijo Lush emocionado—. Bienvenida a mi programa del lunes. Es el segundo programa más visto de Inglaterra… ¡mi programa del miércoles es el más visto!
Tenía una risa contagiosa y yo sonreí, incómoda.
—Entonces, éste será su programa del jueves[1] —respondí, intentando quitar hierro a la situación.
Silencio mortal.
—¿Lo vas a hacer a menudo? —preguntó Lush.
—¿Hacer qué?
—Chistes. Verás… siéntate, cariño. Verás, generalmente soy yo quien se encarga de los chistes de este programa, y aunque es perfectamente razonable que los hagas, si los haces voy a tener que pagarle a alguien para que me escriba chistes mejores, y nuestro presupuesto, al igual que los escrúpulos de Goliath, está bajo mínimos.
—¿Puedo añadir algo? —dijo una voz proveniente de nuestro reducido público. Era Flanker, que siguió hablando sin esperar respuesta—. OpEspec es una organización muy seria y así debería quedar claro en la entrevista. Next, creo que debería dejar que el señor Lush cuente los chistes.
—¿Estás de acuerdo? —preguntó Lush, sonriente.
—Claro —respondí—. ¿Hay algo más que no deba hacer?
Lush me miró y, a continuación, miró al grupo de primera fila.
—¿Lo hay?
Murmuraron entre sí unos segundos.
—Creo que nosotros… —dijo Flanker—, lo siento, que ustedes… deberían llevar adelante la entrevista. Más tarde la comentaremos. La señorita Next puede decir lo que desee siempre que no vaya en contra de ninguna norma corporativa de OpEspec o de Goliath.
—O militar —añadió la coronel Rabone, ansiosa de que no la dejasen de lado.
—¿De acuerdo? —preguntó Lush.
—Lo que sea —respondí, deseosa de acabar de una vez.
—¡Excelente! Yo haré la presentación. Aunque estarás fuera de plano, el encargado de plató te hará una señal y entrarás. Saluda hacia donde debería estar el público y, cuando estés cómodamente sentada, te haré unas cuantas preguntas. Puede que en algún momento te ofrezca una tostada, ya que a nuestra empresa patrocinadora, la Toast Marketing Board, le gusta aparecer de vez en cuando. ¿Hay algo que no entiendas?
—No.
—Bien. Adelante.
Le arreglaron el pelo hasta el último folículo, le ajustaron el traje y le quitaron las toallitas de papel del cuello. A mí me llevaron fuera y, tras lo que pareció una era geológica de inactividad, el regidor empezó la cuenta atrás. Cuando terminó, Lush se volvió hacia la cámara 1 e hizo uso de su mejor sonrisa.
—La de esta noche es una ocasión muy especial, con una invitada muy especial. Es una heroína condecorada, una detective literaria cuya intervención no sólo restauró la novela Jane Eyre sino que mejoró su final. Ella sola derrotó a Acheron Hades, puso fin a la guerra de Crimea y, audazmente, tomó el pelo a la Corporación Goliath. Damas y caballeros, una entrevista sin precedentes a una agente en activo de OpEspec. Por favor, reciban con un fuerte aplauso a… ¡Thursday Next, de la oficina de detectives literarios de Swindon!
Una luz brillante se encendió sobre mi puerta de entrada y Adié sonrió y me tocó el brazo. Salí para reunirme con Lush, quien se puso en pie para recibirme con entusiasmo.
—Disculpen —dijo una voz desde primera fila. Era Schitt-Hawse, el representante de Goliath.
—¿Sí? —dijo Lush con voz gélida.
—Va a tener que eliminar la referencia a la Corporación Goliath —dijo Schitt-Hawse en un tono que no admitía réplica—. No tiene otra intención que avergonzar innecesariamente a una gran empresa que hace todo lo posible por mejorar la vida de todos nosotros.
—Estoy de acuerdo —dijo Flanker—, y habrá que evitar todas las referencias a Hades. Sigue constando como «desaparecido, esperamos fervientemente que muerto», así que cualquier disquisición desautorizada podría tener consecuencias peligrosas.
—Vale —murmuró Lush, apuntándolo—. ¿Algo más?
—Cualquier referencia a la guerra de Crimea y al rifle de plasma se considera inapropiada —dijo la coronel. Las conversaciones de paz en Budapest se encuentran todavía en una fase delicada; los rusos aprovecharán cualquier excusa para abandonar la mesa de negociaciones. Sabemos que su programa es muy popular en Moscú.
—La Federación Brontë no celebra que califique de mejorado el nuevo final —dijo el pequeño y con gafas Chesterman—. Además, hablar de cualquier personaje que conoció en Jane Eyre podría causar xplkqulkiccasia a algunos espectadores. Es un desorden tan grave que el consejo médico inglés se vio en la necesidad de inventar una palabra especialmente impronunciable para designarlo.
Lush los miró, me miró a mí y luego miró el guión.
—¿Qué tal si digo su nombre?
—Excelente —entonó Flanker—, aunque quizá debería garantizar a los espectadores que esta entrevista no ha sido censurada. ¿Estamos todos de acuerdo?
Todos los demás apoyaron con entusiasmo la propuesta de Flanker. Yo ya tenía claro que iba a ser una velada larga y tediosa.
El séquito de Lush regresó e hizo unos mínimos retoques. Volví a mi posición anterior y, tras esperar lo que me pareció una década, Lush volvió a hablar.
—Damas y caballeros, en una entrevista sincera y abierta, Thursday Next habla sin tapujos sobre su trabajo en OpEspec.
Nadie dijo nada, así que entré, le di la mano a Lush y me senté en el sofá.
—Bienvenida al programa, Thursday.
—Gracias.
—Dentro de un momento hablaremos acerca de tu carrera en Crimea, pero primero quisiera empezar preguntándote… —Haciendo con la mano una floritura propia de un mago, hizo aparecer un plato—. ¿Te apetece una tostada?
—No, gracias.
—¡Sabrosas y nutritivas! —sonrió, mirando la cámara—. Perfectas como aperitivo e incluso como tentempié… Buenas con huevo, sardinas e incluso…
—No, gracias.
A Lush se le congeló la sonrisa en el rostro mientras murmuraba entre dientes.
—Toma… la… tostada. —Pero ya era demasiado tarde. El regidor entró en el escenario y anunció que el director invisible del programa había gritado «corten». El pequeño ejército de maquilladoras se dedicó a Adrian mientras el regidor mantenía una conversación unidireccional con su auricular antes de volverse hacia mí.
—El director de publicidad quiere saber si tomaría un bocadito de tostada cuando se la ofrezcan.
—Ya he comido.
El regidor se giró y volvió a hablar al micrófono.
—¡Dice que ya ha comido!… Lo sé… sí… y si… sí… ajá… ¿Qué quieres que haga? ¿Qué la retuerza con una llave y la obligue a tragar? Sí… ajá… lo sé… sí, sí… vale.
Volvió a mirarme.
—¿Y si fuese con jamón en lugar de con mermelada?
—La verdad es que no me gustan las tostadas —le dije.
—¿Qué?
—He dicho que no…
—¡Qué no le gustan las tostadas! —exclamó el exasperado regidor—. ¡En el nombre del cielo! ¿Qué vamos a hacer?
Flanker se puso en pie.
—Next, cómase la maldita tostada, ¿vale? Tengo una reunión dentro de dos horas.
—Y yo un campeonato de golf —añadió Braxton.
Me rendí.
—Vale. Que sea de trigo malteado, con mermelada y poca mantequilla.
El regidor sonrió como si le hubiese salvado el cuello (probablemente así era) y todo arrancó de nuevo.
—¿Te apetecería una tostada? —preguntó Lush.
—Gracias.
Di un mordisquito.
—Muy rica.
Vi que el regidor me dedicaba un gesto de entusiasmo mientras se secaba la frente con el pañuelo.
—Bien —Lush suspiró—. Vamos a empezar. Primero me gustaría preguntarte lo que todo el mundo quiere saber. ¿Cómo conseguiste entrar en el libro Jane Eyre?
—Eso es fácil de explicar —me puse a contar—. Verás, mi tío Mycroft inventó un dispositivo llamado Portal de Prosa…
Flanker carraspeó.
—Señorita Next, quizá no lo sepa, pero su tío sigue sujeto a un certificado de secreto firmado en 1934. Sería prudente que no le mencionase… y que tampoco se refiriera al Portal de Prosa.
Lush meditó un momento.
—¿Podemos hablar con la señorita Next sobre cómo se encontró con Hades por primera vez, justo después de que éste robase el manuscrito original de Martin Chuzzlewit?
—De acuerdo… siempre y cuando no se mencione a Hades —respondió Flanker.
—No es algo que queramos que la ciudadanía considere… —dijo Marat, tan de repente que algunos se sobresaltaron. Hasta ese momento no había dicho nada.
—¿Disculpe? —dijo Flanker.
—Nada —dijo el agente de la CronoGuardia con tranquilidad—. A mi edad tiendo un poco a la prolepsis.
Lush siguió hablando.
—¿Podemos hablar de la persecución de Hades hasta la República de Gales y del regreso con éxito de Jane a su libro?
—Aténgase a lo mismo que he dicho antes —gruñó Flanker.
—¿Y qué me dice de la ocasión en que mi compañero Bowden y yo pasamos por una racha de Mal Tiempo en la autopista? —pregunté.
—No es algo que queramos que la ciudadanía considere fácil —dijo Marat, ahora en la veintena, con renovado entusiasmo—. Si el público creyese que el trabajo de la CronoGuardia es sencillo podría perder la confianza.
—Muy cierto —afirmó Flanker.
—¿Prefieren que les entrevisten a ustedes? —pregunté.
—¡Eh! —dijo Flanker, poniéndose de pie y señalándome con un dedo—. No sea impertinente con nosotros, Next. Está usted aquí para realizar un trabajo cumpliendo con su deber como agente de OpEspec en activo, ¡no para contar la verdad desde su punto de vista!
Lush me miró inquieto; alcé las cejas y me encogí de hombros.
—Vamos a ver —vociferó Lush—, si voy a entrevistar a la señorita Next, debo hacerle preguntas que interesen al público…
—¡Oh, puede hacérselas! —le dio la razón Flanker—. Puede preguntar lo que quiera. La libertad de expresión está protegida por la ley y ni OpEspec ni Goliath tienen derecho a ponerle cortapisas. Simplemente estamos aquí para observar, comentar e iluminar.
Lush sabía a qué se refería Flanker y Flanker que Lush lo sabía. Yo sabía que Flanker y Lush lo sabían y ellos dos sabían que yo también. Lush parecía nervioso y se movía ligeramente. La afirmación de Flanker acerca de la independencia de Lush era más bien una negación. Hubiese bastado con una palabra de Goliath a Network Toad para que Lush acabara presentando Mundo ovejuno en Lerwick TV, y no le apetecía nada. Nada en absoluto.
Nos quedamos en silencio un momento mientras Lush y yo intentábamos encontrar un tema que no escapara a sus tolerantes parámetros.
—¿Qué tal si comento el impuesto ridículamente alto que se aplica al queso? —pregunté. Era una coña, pero Flanker y compañía no eran grandes expertos en lo tocante a humor.
—No tengo inconveniente —murmuró Flanker—. ¿Alguien lo tiene?
—Yo no —dijo Schitt-Hawse.
—Ni yo —añadió Rabone.
—Yo sí que tengo una objeción —dijo una mujer que hasta ese momento había permanecido sentada en silencio en un extremo del estudio. Hablaba con acento provinciano y vestía falda de tweed, chaqueta a juego y collar de perlas.
»Permitan que me presente —dijo en voz alta y estridente—. Soy la señora Jolly Hilly, representante gubernamental ante las cadenas de televisión. —Respiró hondo y siguió hablando—: La llamada «“injusta carga del impuesto del queso” es ahora mismo un asunto muy controvertido. Cualquier referencia a ella podría interpretarse como una provocación.
—¿Un impuesto del 587% sobre los quesos curados y del 620% sobre los quesos frescos? —pregunté—. ¡Cheddar Classic Gold Original a 9,32£ el medio kilo… el brie de Bodmin molecularmente inestable a casi 10£! ¿Qué está pasando?
Los otros demostraron un interés súbito y se volvieron hacia la señora Hilly en demanda de una explicación. Durante un breve instante, probablemente único en su condición, estábamos todos de acuerdo.
—Comprendo su preocupación —respondió la experta apologista—, pero creo que descubrirá que el precio del queso, si se mira de un modo positivo, en realidad ha bajado en relación al índice de venta al por menor de los últimos años. Tenga, échele un vistazo. —Me pasó la foto de una dulce ancianita con muletas—. Ancianitas no muy diferentes a la actriz de esta fotografía tendrían que pasarse sin sus prótesis de cadera y sufrirían terribles dolores si egoístamente reclaman ustedes un recorte del precio del queso. —Hizo una pausa para que todos lo comprendiésemos—. El Controlador de Sumas cree que la política económica no es asunto de los ciudadanos, pero está dispuesto a hacer concesiones en forma de cupones para queso en beneficio de aquellos que sufren privaciones, siempre en función de las necesidades.
—Por tanto —dijo Lush con una sonrisa—, ¿el jugo que se le saca al queso queda descartado?
—Podría comentar el impuesto sobre las natillas —añadió la señora Hilly, sin pillar la broma—. El grupo de presión del budín es menos… bien, a ver cómo lo expreso… beligerante.
—El jugo —repitió Lush, para cualquiera que no lo hubiese pillado—. El jug… oh, da igual. No había oído tantas gilipolleces en mi vida. Estoy decidido a que la extorsión que supone el precio del queso sea el tema central de un Informe especial de Adrian Lush.
La señora Hilly enrojeció un poco y escogió con cuidado las palabras.
—Si hubiese otro disturbio a causa del queso tras la emisión de su Informe especial, tendríamos que ver atentamente a quién hacer responsable.
Miró al representante de Goliath mientras lo decía. Tanto Schitt-Hawse como Lush comprendieron lo que la mirada implicaba. Yo ya había oído suficiente.
—Por tanto, tampoco puedo hablar del queso —suspiré—. ¿De qué puedo hablar pues?
Los miembros del grupito se miraron perplejos. A Flanker se le ocurrió una idea y chasqueó los dedos.
—¿No tiene un dodo?