36

1:00, MIÉRCOLES, 14 DE MARZO DE 2012

Hospital Bupa Cromwell, Londres SW5.

A Alyshia la habían llevado a Urgencias del hospital general de Newham, donde la habían sometido a una revisión total. Cuando su padre se enteró de que la habían rescatado, contrató enseguida una ambulancia para que la llevara a la habitación del hospital Bupa Cromwell, donde Isabel estaría esperándola. El empresario no podía ir todavía porque estaba en una reunión en Thames House.

A Isabel no la dejaron verla de inmediato porque el médico que había contratado D’Cruz por unos elevadísimos honorarios para que tratase a su hija no quería interrupciones. Cuando salió, le dijo exactamente lo mismo que el doctor de la sanidad pública del hospital general de Newhan: Alyshia estaba muy bien físicamente teniendo en cuenta la experiencia tan traumática por la que había pasado; sin embargo, podía sufrir consecuencias mentales, como el temido síndrome de estrés postraumático.

Isabel no sabía por qué, pero, en cuanto el doctor se alejó por el pasillo, llamó a la puerta antes de entrar. Es como si su cerebro le dictara que tenía que mantener un protocolo. Esa idea desapareció nada más entrar y ver a su hija conectada a un gotero de una solución salina, con los brazos tendidos hacia ella y gritando algo que hacía muchos años que no oía:

—¡Mami!

Durante los primeros minutos no hablaron, solo se abrazaron. Isabel respiraba sobre su pelo, le besaba la cabeza y la acunaba mientras Alyshia inhalaba la calidez del jersey de cachemira, el perfume y el aroma más profundo y atávico de su madre.

—Lo siento —dijo Alyshia—. Lo siento mucho, mami.

—No digas tonterías. No hay nada que sentir. Si no estuvieras aquí, sí que tendríamos algo que sentir… pero ¡lo estás! ¡Estás aquí!

Apretó a Alyshia hasta que esta chilló.

—Me refiero a que siento haber sido tan cruel —prosiguió Alyshia—. Por presionarte cuando volví de Mumbai. No debería haberlo hecho. Eres la persona más auténtica, la única realmente auténtica en la que puedo confiar. Y no lo he sabido hasta que creí que no volvería a verte jamás.

Isabel no dijo nada, se limitó a abrazarla tan fuerte que Alyshia intentó zafarse como un gatito.

Se cogieron de las manos y observaron el milagro que suponían la una para la otra, incapaces de hablar, intercambiando una vida allí, sentadas.

Durante los siguientes quince minutos se calmaron. Una enfermera les llevó té. Isabel se acercó a la ventana mientras la otra mujer comprobaba el gotero, la temperatura y la tensión de su hija. Luego, le comunicó a Alyshia que su padre no podría ir a verla hasta que acabara la reunión.

—Solo quiero verte a ti —dijo Alyshia, al tiempo que negaba con la cabeza—. Llevo una semana rodeada de hombres. Hombres malvados. Pasemos un poco de tiempo juntas. Solas tú y yo.

—Deepak está aquí. Está desesperado por verte.

—No quiero verlo ahora. Quizá nunca quiera volver a verlo.

Sábado a mediodía. Boxer estaba sentado con su madre a la mesa de la cocina, bebiendo café. Había ido para recoger a Amy, que estaba haciendo la maleta en el dormitorio. No habían hablado desde la fea llamada que hizo desde Heathrow.

—¿Qué tal ha estado Amy? —preguntó Boxer.

—Ha estado bien. Genial, de hecho. Nos lo hemos pasado muy bien juntas —respondió Esme, tras lo cual encendió el cuarto cigarrillo de la mañana, un Marlboro de intensidad fuerte—. Me gusta. Tiene corazón, como decía el cabrón de mi padre. Me recuerda a mí cuando tenía su edad. Es capaz de aguantar los golpes. Es fuerte por dentro. Y ha aprendido a protegerse.

—Quizás estés mezclando infancias. Tu padre te pegaba. Nosotros nunca le hemos puesto la mano encima a Amy. Ahora bien, es suficientemente agresiva como para hacerle pensar a cualquiera que lo hemos hecho.

—Mercy y tú le pedís cosas típicas de padres, pero considera que no tenéis derecho a hacerlo porque, en realidad, apenas habéis cumplido con vuestras obligaciones paternas. Cree que sois culpables de que exista un déficit de amor.

—¿Un déficit de amor? Por amor de Dios, ¿es que no entiende que hemos hecho cuanto hemos podido con el trabajo que tenemos?

—¿Por qué iba a hacerlo? No era más que una niña cuando tú te ibas a recorrer el mundo para salvar a gente en México, Pakistán y Japón. ¿Por qué iba a tener que entender las razones por las que sus padres no van a ver cómo juega al fútbol, cómo participa en la representación teatral del colegio o cómo actúa en el Comedy Store?

—¿En el Comedy Store?

—Ni siquiera lo sabías, ¿eh? Tuvieron una clase nocturna en el Comedy Store. Hizo un monólogo. Los dejó a todos fascinados. Lo representó para mí hace un par de noches. Es buena. Como tú mismo dices, hay un montón de agresividad con la que trabajar.

Charles sorbió su café, se balanceó en la silla y observó cómo su madre fumaba de esa forma lujuriosa con la que tanto parecía disfrutar.

—Yo no soy diferente de vosotros. Tampoco he sido una buena abuela. Como sabes, tengo mis propios problemas —dijo mientras inclinaba la muñeca y meneaba el cigarrillo—. Pero yo no le pido nada. No me llama «abuela», pero tampoco espero que lo haga. Sencillamente, la veo como a una chica o, mejor dicho, como a una joven mujer. Me gusta cuando está amigable y me disgusta cuando es desagradable. Pero me he dado cuenta de que no tengo derecho a esperar nada de ella. Esa es la parte destructiva de las familias. Si el niño no cumple tus expectativas, eres infeliz y el niño también lo es.

—Pero nosotros no hemos sido, ni somos, una familia destructiva. No somos como el loco de tu padre.

—No sois violentos, eso es verdad, pero tengo la impresión de que Mercy puede llegar a ser amenazante.

—Quizá, pero solo si ha sufrido muchas provocaciones. Y ella también tuvo un padre destructivo —añadió Boxer—. Mi padre no me hizo nada. Asesinó a vuestro socio y huyó.

«Y mató algo dentro de ti cuando lo hizo», pensó Esme, pero, por una vez, no lo dijo.

—¿Y tú no te lo tomaste como un rechazo? —le preguntó ella—. Yo sí. Y eso es lo que te está pasando con Amy. Has pasado mucho tiempo fuera, pero fue elección tuya. Podrías haber decidido estar más con ella, pero no fue así… probablemente porque tu padre te abandonó.

—Parecía muy feliz cuando era pequeña —respondió, consciente de que estaba a la defensiva y se replegaba ante su sentimiento de culpa—. Hasta que ha sido adolescente no ha sido tan imposible.

—Para cuando decidiste pasar más tiempo con ella, ya era demasiado tarde, Charlie. Ya ha empezado a protegerse. Tú no estabas ahí y Mercy tenía sus propios problemas y decidió centrarse en su carrera. ¿Qué se supone que tiene que hacer un niño? Y una vez que se han levantado los muros…

—¿Qué puedo hacer?

—Intenta trabar con ella una relación que carezca de expectativas paternas. No esperes recibir amor cuando has hecho muy poco por engendrarlo. Trátala como a cualquier otra mujer. Intenta averiguar si te cae bien. Y si tú le caes bien a ella. Empezad a partir de ahí. Creo que es tu única oportunidad.

Frank D’Cruz iba de un lado a otro frente a la puerta de la habitación de su hija. Estaba más nervioso de lo que lo había estado nunca. Le habían dicho que, a pesar de que Alyshia sabía que la reunión había acabado, seguía considerando que no quería verle. Isabel había conseguido persuadirla para que, al menos, le escuchase, pero había tenido que explicarle la conversación de tres horas que había mantenido con su exmarido cuando este salió de Thames House.

Pero había otra razón por la que a D’Cruz le estaba resultando difícil entrar en la habitación. Sabía que Deepak Mistry estaría junto a la cama. Parte de esas tres horas de conversación habían tratado de Deepak, de que se lo había explicado todo a Alyshia y de que ella le había perdonado, lo que no le había sentado nada bien a Frank.

El hombre de negocios no había visto a Deepak desde el día anterior a su huida de Konkan Hills Securities, en diciembre del año pasado. El jueves por la mañana, hacía tres días, lo habían llevado a Thames House y le habían informado del extraño asesinato de un líder de la mafia india en Primrose Hill. Ahora tenía que entrar en la habitación, mirar a Deepak Mistry a los ojos, aceptarlo y volver a ganarse a su hija.

Llamó y entró. Deepak Mistry se puso de pie, no como si pretendiera salir huyendo, sino como si quisiera proteger a Alyshia. Frank miró a su hija, con la bata del hospital, y pensó que a ella tampoco la veía desde diciembre del año pasado. De golpe, se dio cuenta de cuánto la echaba de menos, de cuánto había sacrificado por culpa de su rabia.

Se acercó a ella y esta le dejó que le diera un beso, pero no le abrazó. Su rechazo era palpable y doloroso. Le estrechó la mano a Mistry, le miró a los ojos y le dijo que no tenía nada contra él.

—Creo que debería dejar que hablarais solos —dijo Mistry.

—No —repuso Alyshia—. Tú eres parte de esto. Vamos a escucharlo ambos.

D’Cruz se acercó a la ventana y miró a través de las persianas unos instantes. Luego, se dio la vuelta y los miró a ambos con la cabeza ladeada.

—Sé que he hecho cosas muy malas —dijo con total solemnidad—. Muy malas. Y las peores de todas se las he hecho a las personas que más quiero. Lo siento. No puedo deshacer lo que he hecho, pero me gustaría arreglarlo en lo posible. He decidido crear una fundación benéfica para cuidar a los niños de las calles de Bombay —comentó sin fijarse en que su hija enarcaba las cejas—. Y me gustaría que volvieras conmigo a Bombay para dirigirla. Y, si te parece bien, me gustaría que Deepak también estuviera involucrado de alguna manera.

—Parece que hayas estado hablando con mamá.

—Como bien sabes, ella es el epicentro de toda la bondad del mundo. Es ella la que ha hablado y yo he escuchado. También he decidido poner fin a la agencia de acompañantes y animar a Sharmila a que trabaje con la familia Mahale en el programa de sensibilización contra el sida.

Ambos le miraron. Seguía de espaldas a la ventana. Adelantó las manos con las palmas hacia arriba y su carisma se extendió hasta ellos desde la punta de sus dedos.

—¿Qué? —dijo.

Mientras llevaba a Amy a casa de Mercy, en Streatham, Boxer se dio cuenta de que estaba intentando trabar aquel nuevo tipo de relación que implicaba no comportarse como un padre.

—He pensado ir a cenar con mamá esta noche a un restaurante iraní que hay en Edgware Road. Me gustaría que vinieras, si es que te apetece —dijo. Sus palabras le parecieron raras.

—Sí, suena bien.

—Sé que no has visto mucho a tus amigos mientras estabas en casa de Esme, así que, si quieres ir a verlos primero, no pasa nada. Te diré dónde está el restaurante y puedes ir por tu cuenta. No es que sea un sitio especial, pero la carne a la parrilla está buenísima. Es agradable y tranquilo. También puedes llevar tu propia bebida, así que es barato.

—Sí, vale —respondió Amy mientras le enviaba un mensaje a Karen.

Llegaron a Streatham. La chica subió la maleta al piso de arriba. Charles se quedó con Mercy en la cocina. Le sorprendió, después de la descarnada conversación que había mantenido con su madre, lo estéril que resultaba aquella casa. Tenía colores brillantes y estaba bien amueblada y muy limpia; pero ni resultaba acogedora ni parecía que estuviera habitada. No había el tipo de desorden que se asocia con la vida familiar. Sintió un pinchazo al darse cuenta de que Mercy nunca había tenido un verdadero hogar. La casa de su padre parecía un barracón y la suya parecía un apartotel.

—¿Qué estás mirando? —le preguntó Mercy.

—Nada —respondió mientras se sentaba.

—¿Cómo están las cosas con Amy? Su saludo ha sido casi civilizado.

—Es una estrategia nueva —explicó Boxer—. Hago ver que no soy su padre.

—¿Es otro de los consejos de la gran experta en asuntos familiares, la bruja borracha?

—No estaba borracha y, según Amy, no lo ha estado estos días.

—Esas dos van a los mismos aquelarres. ¿Qué tal he quedado en el informe paternofilial?

—A ambos nos han puesto una nota de cero sobre diez, pero con circunstancias atenuantes: la brutalidad de tu padre y la ausencia del mío.

—Ah, así que lo que hacemos es representar el único escenario familiar que conocemos —soltó Mercy con tono de cansancio—. Es fácil decirlo desde las alturas sacrosantas de Hampstead, pero ya te digo yo que aquí, en las duras calles de Streatham, es diferente.

—Su teoría es que deberías tratarla como a una adulta que vive contigo.

—¿Quieres decir que va a pagarme un alquiler?

—Yo diría que hasta podría pagar la hipoteca.

—¿Va a venir esta noche?

—Se lo he pedido y ha aceptado.

—Oh, joder, pero qué adultos somos todos.

Estaban en el piso de arriba del restaurante iraní. La silla que Boxer había cogido para Amy se hallaba en la cabecera de la mesa, vacía. De vez en cuando, Mercy la miraba y después lo miraba a él y se encogía de hombros. La silla era como una reprimenda silenciosa; solo que en su nuevo papel de «no padre» se negaba a dejar que se convirtiera en algo tan poderoso. El hombre prefería pensar que, sencillamente, había elegido la compañía de sus amigos. No iba a permitir que le afectase. Pidieron la comida y empezaron con el vino que había llevado Boxer. Mercy parecía alegre. Se había maquillado, extraño en ella, y llevaba los pendientes de oro que él le había comprado en uno de sus viajes. Se había puesto un vestido muy corto que se había hecho ella misma con una colorida tela africana y un chal a juego. Le daba golpecitos en la espinilla con los dedos de los pies.

—Bueno, ¿qué vas a hacer ahora que ha acabado todo? —le preguntó Mercy mientras enrollaba verduras frescas y yogur en un pan de pita.

—Estoy preparándome para hacer la mudanza de la fundación LOST a una nueva oficina, cerca de Marylebone High Street.

—¿Y cuánto te cuesta al mes? ¿O es que es una caja de zapatos?

—Nada —repuso Boxer—. Y tiene doscientos metros cuadrados. Me la presta un cliente satisfecho.

—Vaya, cómo se las gasta el sector privado. Pero bueno, no es eso a lo que me refería, sino a Isabel, a cómo te va con ella. ¿O debería preguntar cómo te va a ir? ¿La has visto desde…?

—No, no la he visto —respondió mientras se servía más vino—. Estoy dándole tiempo para ver si quiere seguir… con esto.

—Ah, ya… «esto».

—Ya sabes a qué me refiero.

—¿Lo sé? Hace años que no tengo un «esto», aunque, si estuviera tan loca como tú, podría haberlo tenido con un traficante de crack llamado Delroy Dread.

—¿En serio?

—Sí. —Se llevó las manos a la cara y soltó una risita aguda—. Flirteó conmigo y, de pronto, me di cuenta de que yo también estaba haciéndolo con él. Deberías haber visto qué músculos.

—Diría que a Skin también le gustaste —dijo Boxer—, porque jugabais a hacer piececitos por debajo de la mesa durante el interrogatorio.

—Es una pena —soltó con aire melancólico— que mis únicos admiradores sean traficantes y asesinos. ¿Por qué solo los criminales piensan que estoy buena? ¿Y qué dice eso de ti?

—¿De mí? —preguntó Boxer, nervioso, mientras intentaba descubrir la reacción de la mujer, que estaba ocupada con la comida.

—¿Qué les pasa a los chicos malos? —dijo Mercy mientras sorbía el vino.

—Puede que les guste un poco de mano dura. Bueno, en cualquier caso, a lo que me refería es a que ahora que Alyshia ha sido liberada…

—Ah, sí, la maravillosa Isabel ya puede sentirse muy diferente acerca de su caballero de brillante armadura.

—Tú hiciste mucho más que yo para recuperar a Alyshia.

—Gracias por el reconocimiento del sector privado.

—No, Mercy, de verdad, has hecho un gran trabajo.

—Sí —dijo ella mirando la silla vacía. Esta vez no se encogió de hombros, porque era consciente de que su fallo estaba allí sentado—. Algunas cosas se me dan bien.

Bebieron más vino.

—Bueno… —Mercy era incapaz de dejarlo—. ¿Y lo de Isabel?

—¿No lo he dicho todavía?

—No, aún no.

—Estoy enamorado de ella.

—Eso puede resultarte difícil, Charles Boxer —respondió Mercy, dolida. Sus palabras la habían cortado como un cuchillo.

—Lo sé, pero jamás había querido a una mujer tanto como a Isabel. Me… ella me… me…

—Te hace tartamudear. —Mercy estaba molesta consigo misma por esconder siempre sus sentimientos tras un comentario jocoso—. Debe de recordarte a la madre que nunca tuviste.

—¿Y cuándo vas a conocer tú al padre que nunca tuviste?

—Ese es nuestro problema. —La mujer sonrió y le cogió la mano—. De no haber sido almas perdidas, podríamos haber seguido juntos.

«Joder, Isabel tenía razón», pensó mientras le apretaba la mano. Mercy aún no se lo había quitado de la cabeza. ¿Todavía tenía esperanzas? Volvió a mirar la silla vacía, como si, en cierto modo, fuera todo lo que quedara de su relación.

—¿La llamo? —le preguntó Mercy.

Pero, a pesar de la sensación de humillación que temblaba en los límites exteriores del agujero que sentía en el pecho, le dijo que no.

Cuando llegó el plato de kebabs de cordero, alguien les preguntó si la silla estaba vacía. Asintieron y vieron cómo se la llevaban a una mesa donde había otra familia y que en ella se sentaba una chica joven, que se volvió y les sonrió. En ese instante se dieron cuenta de que todas sus expectativas paternas estaban amarradas a aquella maldita silla.

Salieron del restaurante y buscaron un taxi en Edgware Road, donde hombres libaneses se sentaban en las terrazas de las cafeterías, acurrucados en sus abrigos y fumando sus hookahs. Dejó a Mercy en un taxi que iba en dirección sur, cruzó la calle y cogió otro que iba al norte.

Le sonó el móvil. Era Isabel. Le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué tal está Alyshia?

—Está bien. Se está recuperando bien. Mañana le dan el alta. La he dejado en el hospital con Deepak y estoy sola en casa. Me gustaría verte. Creo que deberíamos hablar.

Le dijo al taxista que fuera a Aubrey Walk y se quedó mirando hacia delante con la boca tensa. Sabía qué quería decir eso de «deberíamos hablar». Quizá la advertencia de Frank hubiera hecho que la mujer recuperara la cordura y aquello fuera la despedida. Estaba seguro de que ella lo haría con toda su delicadeza, pero, tras dos rechazos en una noche, al agujero que se expandía en su pecho eso le daba igual.

Pagó al taxista, se acercó hasta la puerta del edificio de falsa fachada georgiana y llamó al timbre. Ahora sentía el vacío por dentro y por fuera.

Isabel abrió la puerta y él supo inmediatamente que todo iba a ir bien. No había duda. Isabel abrió los brazos y él se metió entre ellos. Oyó cómo ella suspiraba en su oído mientras él la abrazaba y la besaba en el cuello.

Se sentaron en la cocina con una botella de whisky escocés y una cubitera, y las manos entrelazadas por encima de la mesa, sonriendo, a punto de echarse a reír.

—¿Qué tal les va a Alyshia y a Deepak?

—No hago preguntas. Él sigue allí. Hablan.

—¿Y Frank?

—Creo que Alyshia se quedó sorprendida por los remordimientos que sentía y por su magnanimidad, pero que no se hace ilusiones de que vaya a cambiar. ¿Y Amy?

—Estoy probando un nuevo acercamiento. Al principio, parecía que funcionaba, pero me he dado cuenta de que no es así. Ni para ella ni para mí.

Le sonó el teléfono y miró la pantalla.

—Es Mercy. Solo me llamaría por algo importante. Tengo que responder.

Boxer escuchó, parpadeó, no dijo nada y dejó el teléfono. Miró por la ventana y vio la oscuridad que se extendía al otro lado, más allá de su animado reflejo.

—¿Qué sucede?

—Amy se ha ido. Ha dejado una nota en su cama. La última línea dice: «Nunca me encontraréis».