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23:15, MIÉRCOLES, 14 DE MARZO DE 2012

Whitehall, Londres SW1.

Se celebró una nueva reunión del COBRA con las mismas personas. Natasha Radcliffe les resumió el informe técnico de la unidad de artificieros.

—Al encontrar diferencias visibles entre las placas de rayos X de las baterías de los dos coches de Stratford, los artificieros han decidido sacar la sospechosa. La han llevado a un almacén protegido para desmantelarla y han descubierto un pequeño artefacto con pentrita conectada a un vial metálico cerrado que no han abierto pero que creen que puede contener material radioactivo.

»Había suficiente explosivo para volar el coche y, con el clima actual, dispersar el material radioactivo unos seis kilómetros a la redonda. El detonador estaba conectado a un temporizador preparado para explotar a las ocho y media de la mañana de mañana, pero con la posibilidad de detonarlo con un móvil, por lo que se podía activar de forma manual. Ahora están trabajando en la tarjeta SIM. Han llevado el puesto de mando al centro y están esperando nuestras órdenes. ¿Simon?

—La CIA ha confirmado que el vial de metal es igual que el que les encontraron a los contrabandistas de la caravana de mulas en el norte de Afganistán en enero de este año.

Natasha Radcliffe se volvió hacia el comisario general de la Policía Metropolitana.

—Ya hemos identificado todas las habitaciones del centro desde las que se ven los coches y nos hemos asegurado de que estén vacías para la medianoche de hoy. Tengo agentes de paisano y varios equipos CO19 de respuesta armada preparados por si alguien intenta activar los artefactos.

—¿Joyce?

—Durante el cambio de turno de los guardias de seguridad del centro hemos instalado inhibidores bajo los estrados de los coches. La red móvil quedará inutilizada a medianoche.

—¿Cuál es el problema ahora, Mervin?

—El mercado de Tokio abre a medianoche, según el horario británico —respondió Mervin Stanley.

—No hay corredores de bolsa trabajando después de las nueve de la noche —dijo Joyce Hunter—. Lo he comprobado.

—Una cosa más —añadió el alcalde—. Han dado ustedes la orden de desactivar la bomba de Stratford a las tres y media y este informe es de las once y cinco. Eso significa que les ha llevado siete horas encargarse de una sola bomba.

—La desactivación de bombas no se puede hacer con prisas —aclaró Barbara Richmond.

—Pero hay dos bombas más en la City y solo quedan ocho horas y media.

—Para empezar, ahora, tras lidiar con la de Stratford, sabemos mucho más acerca de las bombas —comentó Joyce Hunter—. Por otro lado, habrá dos equipos, uno para cada coche, y todavía no sabemos si hay artefactos explosivos en ambos. Además, las cuatro primeras horas de la operación las han pasado analizando las dos baterías, sacando la sospechosa y transportándola a un almacén seguro para desmantelarla.

—Entonces, ¿me está diciendo que las bombas estarán lejos del centro para las cuatro de la madrugada?

—Inshallah —dijo Hunter.

—¿Alguna noticia sobre Alyshia D’Cruz? —preguntó Natasha Radcliffe.

—Sabemos dónde está. Sabemos el número de personas que la retienen. Estamos esperando el momento adecuado para entrar y rescatarla —dijo el comisario general de la Policía Metropolitana.

—Queremos atrapar con vida al líder de la banda, Saleem Cheema, y por eso estamos esperando el momento adecuado para entrar —dijo Barbara Richmond—. La información que podríamos sacarle sería de muchísima utilidad.

—Ordenaremos a los técnicos de la unidad de artificieros que empiecen a trabajar a medianoche —comentó Natasha Radcliffe—. La red móvil permanecerá apagada desde ahora hasta que las baterías estén lejos de la zona.

A las once y cuarto, Saleem Cheema no aguantó más la presión. Había pospuesto el momento tanto como había podido, lo que solo le sirvió para descubrir lo inexorable que es el tiempo. Esposó ambas muñecas de Alyshia al armazón de la cama.

—No voy a ir a ningún lado —dijo ella a ciegas.

Ninguno de los dos hombres respondió. Cheema le indicó a Rahim que le siguiera y fueron a la cocina, donde prepararon té.

—He hablado de nuevo con el Centro de Mando de Gran Bretaña —dijo Saleem Cheema—. Me han ordenado matarla antes de medianoche.

A la frase le siguió un largo silencio durante el cual Rahim consultó su reloj, sopló su té y lo sorbió.

—Nunca he matado a una mujer —dijo Rahim.

—Yo nunca había matado a nadie hasta que ayer acabé con Amir Jat.

—Se notaba.

—Me han pedido que lo haga —repitió Cheema—. No, me han ordenado que lo haga. Dicen que es un castigo por las transgresiones de su padre, que ha recibido apoyo de nuestros hermanos en Pakistán una y otra vez pero nunca nos ha dado nada a cambio.

—¿Y si no lo hacemos?

—Ella podría convertirse en un peligro para nosotros. Estaba en la habitación cuando maté a Amir Jat. Es posible que nos viera cuando la sacábamos del canal.

—Nunca he matado a una mujer.

—Eso ya lo has dicho, Rahim —comentó Cheema, molesto—. Pero yo no puedo hacerlo. Matar a una mujer a sangre fría… Te… te imploro que lo hagas tú.

Rahim dejó la taza de té en el aparador y se quedó mirando el suelo.

—Les diré a los del Centro de Mando que has sido tú —dijo Cheema mientras le cogía del brazo—. Seguro que te recompensan.

—De acuerdo, lo haré. —Rahim se sacudió a Cheema—. Pero, después, se acabó. Habremos matado al héroe de los ataques a Mumbai y a una mujer. Para mí, eso no es una revolución islámica. Así que la mataré por ti, pero, después, nunca vuelvas a ponerte en contacto conmigo.

—¿Y Hakim?

—Él sabrá —repuso Rahim—. Voy a dar una vuelta. Espérame abajo. Cuando vuelva, lo haré… pero quiero que estés presente cuando la mate. La responsabilidad visual la tendrás tú.

Boxer volvió a Chiswick en coche. El agujero negro se expandía en su pecho cada vez que pensaba en lo que Isabel le había dicho acerca de Amy. Las palabras le habían golpeado con tanta fuerza al salir del Savoy que había tenido que aparcar. Así había sido su vida desde que su padre desapareció: invertir muchos esfuerzos en controlar cosas que le resultaban muy lejanas pero de las que podía hacerse cargo… mientras dejaba que lo que estaba más cerca se complicase y se le fuera de las manos. Pasaron unos minutos hasta que pudo incorporarse al tráfico de nuevo y, aun así, después de aquello condujo como si estuviera recuperándose de un infarto… ¿O había tenido una epifanía?

Aparcó y fue al apartamento que había en el sótano de Fairlawn Grove. Le contó a Mistry la propuesta de Frank D’Cruz, que fue recibida con el más completo silencio.

—Así es Frank —dijo Boxer—. Así es como se crio. No sabe hacerlo de otra manera.

—No —soltó Mistry.

—¿No?

—No pienso hacerlo. Está loco si piensa que voy a retomar mi relación con Alyshia con el asesinato de Chhota Tambe de por medio.

—Mencionó que había disparado una vez. ¿Cuándo?

—Tuve que demostrar mi lealtad a Chhota Tambe. Fue parte de mi iniciación en su banda.

—¿Cree que esa es manera de iniciar una relación?

—Con un gánster es la única. Pero con la mujer con la que quiero casarme y a la que ya he mentido en una ocasión… No creo que tuviera la conciencia tranquila, por mucho que odie a Chhota Tambe por lo que le ha hecho.

De nuevo, el silencio se instaló. Boxer contempló cómo crecía la oscuridad de su interior. Sabía cuál era la única solución.

—¿Y si lo hiciera yo por usted? —dijo paladeando la ironía de la situación, pues aquel era el «servicio especial» por el que le había contratado D’Cruz.

Se miraron. A Boxer le corría mercurio por las venas y la excitación le apretaba la garganta.

—¿Por qué iba a hacer una cosa así? —le preguntó Mistry.

—Porque es la única manera de que Chhota Tambe pague por lo que ha hecho. ¿Qué cree que iba a hacerle a Alyshia después de lo de la ejecución falsa?

—Yash está convencido de que iba a matarla. Era el único castigo posible para Frank, al menos, a juicio de Chhota Tambe. La hija de Frank por su hermano. Era lo más destructivo que se le había ocurrido. Vale, ¿qué quiere que haga yo?

—Acercarme a Chhota Tambe.

Había una gran tensión en el interior de la furgoneta de Decoraciones Jack Romney. Las fuerzas de a pie estaban en contacto constante ahora que Saleem Cheema había guardado la furgoneta Volkswagen en el garaje de su casa de Boleyn Road. El oficial a cargo de la escuadra CO19, sentado en una furgoneta sin marcas en una calle paralela, estaba convencido de que faltaba poco para que mataran a la chica. Estaba desesperado por entrar, pero sabía que eso era peligroso y no dejaba de sopesar los planes A y B. También estaba presionado por la sala de operaciones, donde querían que esperara al momento adecuado. Todavía no sabían si los secuestradores tenían alguna conexión con los que habían ocultado las bombas en los coches de Frank D’Cruz.

Los miembros del equipo de vigilancia de Boleyn Road permanecían sentados en la furgoneta, masticando chicle tres veces más rápido de lo normal. Mirando la pantalla. Esperando. Esperanzados. A las once y media, por fin se produjo un cambio. Se abrió la puerta principal y salió Rahim, que enfiló por el camino de la zona de tiendas. El equipo de vigilancia transmitió la información al CO19.

En cuanto Rahim dobló la esquina, cayeron sobre él por ambos lados porque estaban esperándolo. Sintió la incómoda presión de un cañón en cada uno de los riñones. Lo llevaron hasta la calle paralela, lo metieron boca abajo en la parte trasera de la furgoneta del CO19 y lo dejaron en ropa interior. Lo esposaron y buscaron en su ropa. Encontraron la llave de la puerta principal, que le dieron a un agente asiático seleccionado especialmente por tener una altura y una complexión similares a las de Rahim y que se vistió con la ropa de este y se puso sus zapatillas de deporte.

Interrogaron a Rahim para descubrir en qué parte de la casa estaba Cheema. Se negó a hablar.

El agente fue a la casa, entró e investigó todas las habitaciones. Encontró el timbre oculto que había en la pared y cuya existencia le había revelado Hakim Tarar a Mercy. La puerta se abrió con un clic. Sacó su pistola y bajó las escaleras poco a poco.

Saleem Cheema miró hacia arriba y vio las zapatillas y los pantalones de Rahim.

—Sí que te has dado prisa —comentó mientras cometía el error de bajar la mirada despreocupadamente.

Al no obtener respuesta, volvió a levantar la vista y se encontró con el cañón de una Glock 17. Alargó un brazo para coger la pistola que había dejado Rahim y el policía le disparó en el brazo derecho. El impacto lo tiró de la silla. El agente bajó las escaleras y cogió el arma. Esposó a Cheema e informó por el micro de la solapa.

Alyshia estaba en la cama y temblaba. Aún tenía la cabeza envuelta con el jersey. Las esposas traqueteaban contra el armazón de la cama.

—Tranquila, soy policía.