11:00, MIÉRCOLES, 14 DE MARZO DE 2012
Wycombe Square, Aubrey Walk, Londres W8.
Boxer se despertó de un salto. Solo había dormido cuatro horas y media, pero su cerebro ya estaba trabajando al máximo. Isabel estaba de pie en la puerta, vestida y con una taza de té en la mano.
—No sabía si querrías que te despertara.
—Sí, claro. Gracias.
—No hay noticias —dijo la mujer mientras se sentaba en la cama y le tendía el té—. Silencio total desde que desapareció ayer por la noche. Ni siquiera han contactado. Nada.
—Ya lo harán.
—Rick Barnes dice que anoche vio cómo te marchabas de casa con otro hombre. No has vuelto hasta las seis de la mañana.
—Era Deepak Mistry —explicó Boxer—. Frank está buscándolo. Espió a tu exmarido y utilizó a Alyshia para hacerlo.
—¿Es ese el problema de Mumbai? ¿Por eso todo se vino abajo?
—Más o menos —respondió Boxer, y a continuación le contó toda la historia de Chhota Tambe y lo que Alyshia había visto en la casa de la playa Juhu aquella noche. Isabel tenía una mueca de horror, la boca medio abierta, y era incapaz de parpadear.
—¡¿Obligó a Sharmila a hacer eso?! —exclamó tras un rato en silencio—. ¿Ves a lo que me refería?
—Me dijiste que Sharmila pertenecía a ese mundo. Tú la describiste como la novia de un gánster. ¿Quién era ese gánster?
Isabel movía la cabeza de un lado a otro sin concentrar la mirada en nada, escuchando simplemente.
—Chico está abajo, ¿sabes? Me ha preguntado qué sucedió anoche. Le pasa algo raro.
—¿Físico o mental?
—Ambas cosas. Es más raro que un perro verde. Está deprimido y creo que tiene miedo… y eso me asusta.
—¿Y sigue sin hablar?
Negó con la cabeza. Boxer la besó en los labios y sintió la gran preocupación de la mujer en la tensión de su boca. La abrazó y ella se aferró a él.
—Dime que todo va a salir bien.
—Todo va a salir bien —respondió Boxer con toda la confianza adquirida que consiguió reunir.
Se duchó, se vistió y bajó a la cocina. Frank D’Cruz lo observó en silencio mientras desayunaba.
—¿Qué tal la reunión con el MI5 anoche? —le preguntó Boxer.
—Larga y agotadora.
—¿Les contó algo interesante?
—Lo mismo que le conté a usted acerca de corromper a Amir Jat y que me odia por ello.
—Ni se le ocurra volver a desaparecer. Voy a tener que hablar con usted más adelante. Es importante. Le interesa.
—Dígamelo ahora que estoy aquí.
Boxer se limpió la boca con un pedazo de papel de cocina y negó con la cabeza. Fue al salón y llamó a Simon Deacon, su mejor amigo.
—Tenemos que hablar —le dijo Boxer—. Tengo información nueva que podría ser útil. Creo que ya sabes a qué me refiero.
—Voy de camino a un sitio —respondió Deacon—. De hecho, quizá sea interesante que veas esto. Quedemos en London Fields. Ya me encontrarás. Cerca de la piscina. La policía lo ha acordonado todo.
Boxer tardó algo más de una hora en llegar a Hackney. Siempre había pensado que, con un nombre así, London Fields tendría algo significativo, pero no se trataba sino de una gran extensión de hierba con algunos árboles desnudos, un campo de críquet, una piscina, pistas de tenis y parques infantiles, todo ello completamente vacío. Tampoco sabía qué podía esperar. ¿Ovejas pastando antes de que se las llevaran al mercado? Vio el cordón policial y a Simon Deacon al otro lado. Se acercó y le llamó. Deacon hizo una señal y un agente le levantó la cinta.
Había forenses vestidos de blanco y con máscaras trabajando en un cadáver. Deacon lo miraba con las manos en los bolsillos del abrigo.
—Me alegro de verte, Charlie —le dijo Deacon mientras se estrechaban la mano. Se agarraron del hombro. Realmente, se alegraban de verse—. Esto me recuerda al pasado. Es un placer volver a trabajar contigo, aunque tenga que ser en el levantamiento de un cadáver.
—He notado tu mano en los controles. Eso me tranquiliza. ¿De quién se trata?
—De Amir Jat. Seguro que has oído hablar de él.
—Mucho más los últimos días que todo el resto de mi vida.
—Teníamos la esperanza de no dar con él en este estado.
—¿Sabíais que venía?
—Nos enteramos por Frank D’Cruz anoche.
Habíamos empezado a sospechar que el secuestro de su hija podía tener conexiones terroristas. Ayer le dimos un poco de libertad de movimiento con la esperanza de que nos llevara hasta alguna valiosa fuente de información, pero…
—Me dijo que había estado con personas a las que describió como «intermediarios».
—No sabemos con quién estuvo. Se metió en una serie de protocolos de comunicación de Internet complicados y usó una línea que éramos incapaces de detectar. Sospechamos que quizás estuvo hablando con su amigo pakistaní, el teniente general Abdel Iqbal.
—¿Y qué creéis que sucedió?
—Es difícil aventurarlo, pero yo diría que estamos ante los coletazos finales de una lucha de poder dentro del servicio de inteligencia pakistaní —respondió Simon Deacon—. Quizás Amir Jat tuviera las riendas cogidas con demasiada fuerza y no estuviera dispuesto a soltarlas. Sabemos que estaba convirtiéndose en una vergüenza para los pakistaníes por su relación con los estadounidenses. Los agentes de campo de la CIA hace tiempo que no estaban contentos con él. Se ha presionado a los más altos niveles desde que se descubrió que Amir Jat había estado involucrado en el atentado al convoy de carburante de la OTAN y que había ocultado a Osama bin Laden.
—¿Han dicho algo los pakistaníes?
—Les hemos contado lo que ha pasado. Imagino que están preparando una declaración enrevesada de la que extraeremos bien poco.
—¿Podemos ir a hablar a alguna parte? Al centro del parque, por ejemplo.
Se encaminaron a un aro de críquet acordonado. Boxer le explicó a Deacon una versión muy resumida de la conversación con Deepak Mistry. Cuando acabó, Simon Deacon permaneció unos instantes en silencio.
—Bueno, las noticias acerca del intento de asesinato y del primer secuestro son bienvenidas. Estábamos muy preocupados al respecto —dijo por fin—. Pero también estamos muy preocupados por lo que sucedió anoche y por la aparición del cadáver de Amir Jat esta mañana. Seguimos pensando que está pasando algo. Una de las inspecciones forenses preliminares ha revelado que la ropa de Amir Jat estaba mojada, pero no empapada. Tenía la parte frontal del cuerpo tiesa por culpa de agua parcialmente congelada.
—¿Creéis que estuvo involucrado en la operación que tuvo lugar anoche junto al canal para hacerse cargo del secuestro?
—Es pronto para asegurarlo, pero es una de las teorías que estamos manejando.
—Lo que te lleva a pensar que Alyshia está ahora en manos de alguna organización terrorista o de gente que trabaja para alguna, ¿no?
—Me gustaría hablar con Deepak Mistry —dijo Deacon—. Aunque lo que nos cuente no sea gran cosa, me gustaría saber qué pasó en el tiroteo de la barriada de Dharavi. La persona que dice que se hacía pasar por el representante del abogado de Isabel Marks era uno de nuestros agentes en Mumbai.
—He visto a Frank D’Cruz esta mañana —explicó Boxer—. Creo que están presionándolo mucho. Ahora se abre incluso menos que antes y está mucho más asustado de lo que me pareció en el primer secuestro, del que siempre pensó que, antes o después, sería cosa de dinero.
—Sí, nos dimos cuenta en la reunión que mantuvimos con él anoche —corroboró Deacon—. Ese brillo de confianza interior se había desvanecido por completo. Me alegro de que, por fin, esté recibiendo algún castigo. Y, en efecto, tememos que esta nueva amenaza a su hija lo haya atemorizado hasta tal punto que sea imposible sacarle nada.
—Anoche, de camino a la entrega, conduje por el centro y vi sus coches eléctricos. Yo diría que están en los mejores lugares para crear la «máxima concienciación».
—Sé a qué te refieres, Charlie, pero, como esos coches iban a estar situados en lugares tan importantes de la ciudad, los miramos con lupa. Del puerto fueron a un almacén policial, donde los artificieros los inspeccionaron de arriba abajo. No encontraron nada sospechoso. Los coches ni siquiera funcionan. Las baterías están desconectadas.
—Pero ¿las baterías están en los vehículos?
—Sí, porque, al final de la exposición, se conectarán y los coches se llevarán por todo el país a diferentes puntos de recarga, donde serán expuestos de forma temporal.
—¿Hasta qué punto revisaron las baterías los artificieros?
—No lo sé. Tendría que leer el informe que hicieron para la policía y para el MI5.
—Imagino que las baterías son unidades selladas —especuló Boxer—. No creo que las hayan abierto. ¿Podrían detectar desde fuera una sustancia como la pentrita en un contenedor con una célula de batería sellada?
—Tendría que confirmarlo —dijo Deacon—. Charlie, quiero hablar con Deepak Mistry ahora mismo.
En colaboración con la policía local y la División Antidrogas, Mercy Danquah y George Papadopoulos detuvieron a los otros cuatro miembros de la banda de Hakim Tarar. Los llevaron a todos a la comisaría de Bethnal Green, donde Mercy puso al día a un equipo de interrogadores que metieron a cada uno de los miembros de la banda en una sala y los interrogaron por separado. En una hora habían conseguido el nombre del otro miembro de la banda y Mercy llamó por teléfono al superintendente Makepeace para informarle.
—Solo nos falta detener a un miembro de la banda. Se llama Rahim y, a todas luces, es el peligroso. Y va armado. Los demás no sueltan prenda acerca de dónde puede estar, si es que lo saben. Aún desconocemos dónde tienen retenida a Alyshia, pero hemos detenido a la gente correcta y vamos a seguir preguntándoselo hasta que lo suelten.
—¿Sospechas que existe la posibilidad de que este grupo esté relacionado con algún ataque terrorista?
—No lo sé —reconoció Mercy—. Aún no hemos llegado tan lejos.
Papadopoulos entró con un informe que acababa de arrebatarle de las manos a uno de los técnicos del laboratorio. Mercy lo leyó y asintió.
—Tengo que dejarle, señor —dijo Mercy, y colgó.
Volvió a la sala de interrogatorios. Hakim Tarar estaba rojo y le dolía la garganta. Tenía casi treinta y nueve grados. Pidió que le llevaran dos aspirinas.
—Acabamos de recibir el análisis de tus calzoncillos, los que encontramos empapados en el suelo de tu cuarto de baño —dijo Mercy—. El agua extraída de ellos encaja a la perfección con la de la parte del canal que hay detrás del apartamento 6B de Branch Place, donde tenían secuestrada a Alyshia D’Cruz. Eso significa que anoche estuviste allí.
—Ayer por la tarde salí a correr. Es parte de mi entrenamiento de boxeador. Me tropecé y caí al canal. Me enfrié. Me metí en la cama. Esta mañana me he despertado con fiebre. No sé nada de ningún apartamento 6B. No sé quién es Alyshia D’Cruz.
—Tú suministras heroína a un camello llamado M. K.
—Eso lo dices tú.
—No, lo dice otro camello de Colville Estate, Delroy Dread.
—No sé quién es.
—Delroy Dread dice que dos miembros de tu banda fueron a verle ayer por la tarde y que le preguntaron si sabía algo acerca de una chica india que había sido secuestrada por un par de blancos —insistió Mercy—. Incluso me enseñó la octavilla de la Policía Metropolitana que le dejaron. ¿Por qué iban a hacer eso dos de tus chicos?
—Pregúntaselo a ellos, yo no lo sé.
—¿Conoces a una persona llamada Xan Palmer, Alexander Palmer?
—Nunca he oído ese nombre.
—Veintidós años. Pálido. Mucho pelo. Pasa las pastillas de M. K. en las discotecas.
—Lo siento, no puedo ayudarte.
—Pues él sí se acuerda de ti. Y la rubia que estaba con él, también. Y del grandullón que llevaste de apoyo. Un tal Rahim, que, por lo visto, tiene unos ojos «que te paralizan». Os conocisteis ayer en el apartamento de M. K. Me extraña que no recuerdes nada, Hakim. ¿Sabes qué me ha dicho el sargento de guardia? Que han encontrado el cadáver de M. K. colgando en Bow Creek, Canning Town. Le habían pegado una buena paliza antes de estrangularlo y tenía quemaduras de cigarrillo alrededor de los ojos. ¿Tampoco te suena eso?
Tarar la miró a los ojos.
—Tampoco. Y a mí nunca se me olvida una cara.