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6:00, MIÉRCOLES, 14 DE MARZO DE 2012

Coche de Boxer, Londres.

—Cuando le conté a Chhota Tambe que Alyshia había visto a Amir Jat en la casa de la playa, me di cuenta enseguida de que lo consideraba una información muy significativa —dijo Deepak Mistry—. Fue entonces cuando me pidió que colocara allí un dispositivo de grabación.

—¿Cómo entró allí? —preguntó Boxer.

—Podía acceder al complejo gracias a Alyshia y a veces iba para charlar con los sirvientes y me dejaban solo. El problema surgió cuando Frank decidió cambiar la instalación de su home cinema.

El electricista abrió la cavidad del techo para reorganizar los cables y encontró la grabadora.

—¿Cuánto tiempo estuvo allí?

—Un par de semanas o así.

—¿Consiguió algo para Chhota Tambe?

—Por lo que sé, hubo unas cuantas fiestas y algunas reuniones de negocios con extranjeros, pero nada en lo que estuviera implicado Amir Jat.

—¿Y por qué sospecha Frank que usted era el espía?

—Por los sirvientes. Tuvieron que decírselo. Todos ellos saben de qué es capaz Anwar Masood.

—¿Y por qué odia tanto Chhota Tambe a Frank? Parece que sea por algo más que por pura envidia.

—Es una obsesión nacida de la tragedia. Su hermano mayor y mentor, Bada Tambe, murió en los atentados de Mumbai de 1993. Por lo que yo sé, Bada Tambe simplemente tuvo mala suerte. Paseaba por la zona de la Bolsa el día de las explosiones.

—¿Y qué tenía que ver Frank con eso?

—En aquel momento, todos eran parte de la misma banda: la Compañía D., dirigida por un gánster musulmán llamado Dawood Ibrahim y ubicada en Dubái. Él fue el cerebro y quien puso el dinero para los atentados, que provocaron un cisma religioso en su banda.

—¿Y Frank se quedó con los musulmanes?

—Al ser católico podía jugar en ambos bandos, pero Chhota Tambe, que dirigía a los hindúes, pensó que estaba con los musulmanes. Todos los grandes negocios de Frank habían derivado de conexiones con musulmanes.

—Así que Chhota Tambe tenía razones para sospechar de él.

—Frank seguía trabajando para la Compañía D., pero ya no eran contrabandistas de oro. Aquel negocio se había quedado seco cuando el gobierno liberalizó la economía india. En 1992, se podía importar oro libremente —dijo Mistry—. Frank pasó a trabajar en el nuevo negocio de Dawood Ibrahim, el tráfico de heroína.

—Creo que a Frank no le gustaría que eso se hiciera público. Le arruinaría. Nadie en Occidente se acercaría siquiera a él. ¿Tiene pruebas Chhota Tambe?

—A ver, no es que haya constancia escrita de su participación. Cuando le conté a Chhota Tambe lo de Amir Jat, estaba muy emocionado porque sabía que Jat tenía lazos muy estrechos con los talibanes afganos y que había sido el mayor canal de salida de heroína de Afganistán en los años ochenta y noventa. Amir Jat había recompensado a la Compañía D. con el negocio de la heroína cuando lo del tráfico de oro dejó de ser viable. Chhota Tambe también sabía, como sabe hoy en día todo el mundo desde que en el Times of India se publicó el informe de la CIA, que a finales de 2007 el ISI fusionó la Compañía D. con Lashkar-eTaiba, los terroristas responsables de los atentados en Mumbai, los de marzo de 1993 y los de noviembre de 2008.

—Así que Chhota Tambe suma dos y dos y llega a la conclusión de que si Frank conoce a Amir Jat es porque debe de estar involucrado de alguna manera en el terrorismo islámico, ¿no?

—Puede que ahora no, pero en 1993 sí. Los explosivos usados en aquellos atentados eran de tipo RDX, explosivos militares, y la cantidad usada, tres toneladas, significaba que solo podía provenir de Pakistán. Por tanto, la persona que debía de haberlos suministrado era Amir Jat.

—¿Y dónde encaja Frank?

—Chhota Tambe está convencido de que fue él quien los introdujo en el país por barco.

—¿Tiene pruebas?

—Ninguna —respondió Mistry—. La duda es una fuerza muy poderosa, y la obsesión, un estado muy peligroso. Nublan el juicio. Y de eso es de lo que sufren tanto Chhota Tambe como Frank D’Cruz. Chhota Tambe está obsesionado con quién es Frank y con lo que ha hecho para convertirse en ello. Y Frank está obsesionado con lo que cree que sé acerca de él y de Konkan Hills.

—Bueno, es una motivación más que suficiente para que Chhota Tambe decidiera secuestrar a Alyshia —comentó Boxer—. ¿Oyó usted algo al respecto en alguna de sus reuniones?

—No. Lo del secuestro ha sido una sorpresa para mí. La primera vez que oí hablar de ello fue por boca de un hombre que decía representar al abogado de la madre de Alyshia. Era muy inteligente. Llegaba a través del Alto Comisionado. Pero estoy seguro de que lo había enviado Frank, porque atrajo a los hombres de Anwar Masood hasta mi puerta. Hubo un tiroteo. Creo que lo mataron. Al principio pensé que las noticias del secuestro podían ser una trampa de Frank para conseguir hacerme salir de mi escondrijo. Luego, tras hablar con Yash, me enteré de que era cosa de Chhota Tambe.

—Así que Chhota Tambe ordenó el secuestro para conseguir que Frank se saltara su programa e intentar matarlo en su primera noche en Londres… pero, cuando eso falló, siguió con el secuestro para castigarle.

—No, no, fue Yash quien organizó el atentado contra Frank —dijo Mistry—. No le pidió permiso a Chhota Tambe. Lo hizo para protegerme. Llevo meses escondiéndome. Cuando Yash se enteró de que Frank venía a Londres, se puso en contacto con una banda de Southall.

—Pero la única petición que recibimos de Chhota Tambe fue una «demostración de sinceridad» por parte de Frank.

—No puedo creer que Chhota Tambe esperara que Frank admitiera su culpa. Es decir, no después de tantísimo tiempo. Aunque, nunca se sabe, quizá su obsesión lo haya vuelto loco. Estoy seguro de que no posee pruebas de la participación de Frank en los atentados de 1993 o de que traficara con heroína, por lo que quizá tenga una vaga esperanza de que confiese —dijo Mistry—. Pero no, yo diría que es más probable que solo pretendiese torturar a Frank. Retener a su hija sin pedir ningún rescate, plantearle una adivinanza que no podía resolver, al tiempo que aumentaba la brutalidad con la que trataba a Alyshia. Eso ha tenido que volver loco a Frank.

Mercy recibió una llamada de la División Antidrogas a las seis de la mañana para comunicarle que habían detenido a Xan Palmer.

—Dice que su novia y él vieron a M. K. ayer por la noche. Se largaron en cuanto aparecieron un par de asiáticos para hablar con él. No ha sabido nada de él desde entonces. Le ha llamado al móvil, pero no responde.

—Pregúntale si uno de esos asiáticos era Hakim Tarar.

Oyó cómo el agente hacía la pregunta, pero no entendió la respuesta.

—Dice que no conoce los nombres, pero que los reconocería a ambos. Dice que uno era pequeño, con pinta de duro, y que el otro era un cabrón enorme que daba miedo y que te petrificaba con la mirada.

—¿Podríais llevarlo a comisaría? La de Bethnal Green es la más cercana. Voy a ir a buscar a Hakim Tarar.

Mercy pidió refuerzos de camino a casa de Hakim Tarar, que vivía en el cuarto piso de un gran bloque de apartamentos de Nelson Gardens. Quería que cubrieran todas las salidas posibles del edificio antes de llamar a la puerta. Le acompañaban seis agentes, dos de ellos con un ariete por si acaso Tarar se mostraba tímido.

Un vecino salió de casa para ir al trabajo justo cuando llegaba la policía.

—¿Sabe si está dentro? —le preguntó uno de los agentes.

—He oído a alguien a primera hora de la mañana —respondió mientras miraba el ariete y salía disparado escaleras abajo.

Papadopoulos hizo lo que tan bien se le daba, aporrear la puerta.

Mercy les hizo una señal a los agentes que portaban el ariete y estos lo balancearon y lo descargaron contra la puerta, que se abrió de par en par.

Papadopoulos entró el primero y fue mirando en todas las estancias a medida que avanzaba. El dormitorio estaba a oscuras. Encendió la luz.

—Está aquí, en la cama.

Hakim Tarar estaba en posición fetal bajo las sábanas, con fiebre. Sobre la cabecera de la cama había un póster de Amir Khan, campeón mundial de los pesos ligeros, y en un estante había pequeños trofeos.

—Parece que estés chungo —dijo Mercy—. ¿Dónde has estado?

—Tengo fiebre, nada más —respondió Tarar—. ¿Qué queréis?

—Qué raro, porque he oído que anoche anduviste de un lado para otro, que fuiste a ver a tu amigo M. K. y que, después, fuiste a dar una vuelta por su estudio de Branch Place —dijo Mercy—. ¿Encontraste a alguien allí, Hakim?

—No sé de qué estás hablando.

—Mercy —llamó George desde el lavabo.

La mujer indicó a uno de los agentes que vigilara al chico y fue al baño. George señalaba un par de calzoncillos empapados que había en el suelo, sobre un charco de agua sucia.

—Parece que nuestro amigo acabó en el canal anoche.

—Mete eso en una bolsa de pruebas y llévalo al laboratorio, junto con una muestra comparativa del canal en la zona que queda detrás del apartamento de Branch Place —dijo Mercy—. Yo me llevo a Hakim a Bethnal Green para charlar un poco.

Boxer y Mistry salieron de Hammersmith y tomaron Great West Road. Fueron en silencio hasta la rotonda de Hogarth.

—¿A qué ha venido a Londres, Deepak?

Este no respondió. Debido a la intensidad del rostro del hombre, Boxer se dio cuenta de que debían de existir muchas complicaciones.

—¿Trata de reconciliarse con Alyshia?

—Tan solo quiero ayudar.

—Pues va a tener que aplacar a Frank.

—Imposible, lleva los últimos tres meses intentando matarme.

—¿Cómo describiría su relación con Chhota Tambe ahora mismo?

—¿La mía? Acabada. Una cosa es que ataque a Frank, pero ¡¿a Alyshia?! ¿Una ejecución fingida? Resulta inaceptable.

—¿Sabe dónde está ahora Chhota Tambe?

—Yash me ha dicho que está en Londres porque tiene la esperanza de conseguir una victoria.

—¿Sabe usted dónde?

Mistry asintió.

—Deepak, dígame qué está haciendo en Londres.

Otro largo silencio.

—Tiene usted razón —dijo finalmente.

—¿Cree que si le dice a Frank dónde está Chhota Tambe, este dejará de intentar matarle y le permitirá que vuelva a ver a su hija?

Llegaron a un semáforo y giraron a la derecha por la vía de salida. Cruzaron la carretera y entraron en Turnham Green.

—¿Adónde me lleva?

—Unos amigos míos viven en Estados Unidos y tienen una gran casa en Chiswick con un pequeño apartamento en el sótano. Es tranquilo y nadie sabe que existe.

—Va a dejarme ahí y, luego, ¿qué?

—Estoy pensando. Debemos tener cuidado con cómo hacemos esto.

—¿Cómo hacemos el qué?

—Conseguir lo que quiere usted conseguir.

—¿Por qué va a ayudarme?

—Quizá porque soy un romántico —dijo Boxer—. ¿Lleva encima alguna de las grabaciones que hizo en la playa Juhu?

—No.

—¿Dónde están?

—Algunas las tiene Chhota Tambe y el resto están en mi apartamento, en Mumbai.

—¿Recuerda lo que hay en esas grabaciones? ¿Nombres?

—Las he escuchado varias veces. Incluso tomé notas para que Chhota Tambe entendiera lo que estaba pasando. Lo recuerdo todo bastante bien.

—Puede que usted haya escuchado cosas que no les parecieron significativas ni a Chhota Tambe ni a usted, pero que Frank no quiere que nadie sepa.

—Pero eso solo lo sabe Frank.

—Es posible. Si consigo que un amigo que tengo en el MI6 venga a hablar con usted, quizá pueda aclarar si es o no es así.