23:00, MARTES, 13 DE MARZO DE 2012
Boleyn Road, Londres E7.
—Hay que disparar de inmediato a todo aquel que esté con la chica —dijo Amir Jat.
Jat había dibujado un esbozo de los edificios, las calles y el canal que rodeaban la casa de Branch Place. Los otros dos hombres de Tarar no habían abandonado su puesto de vigilancia. Jat se dirigía a los cuatro hombres que iban a llevar a cabo la operación para explicarles la mejor manera de asaltar el apartamento y cómo deberían ir de una habitación a otra.
—¿Y si coge a la chica y le pone una pistola en la sien? —preguntó Rahim.
—Tenéis la ventaja de la sorpresa, por lo que debéis actuar con celeridad para que eso no suceda.
—Pero ¿y si sucede?
—¿Eres lo suficientemente bueno como para disparar al hombre sin herir a la chica?
—Es bueno —respondió Tarar—, solo que no quiere la responsabilidad de que algo salga mal.
—Y no he sido entrenado para situaciones de asalto —añadió Rahim.
—Tampoco lo ha sido el exenfermero —dijo Jat—. Estará tan sorprendido que dudo que sea capaz de reaccionar. Además, es posible que esté en una habitación diferente a la de la chica. Tengamos fe en Alá para que la situación nos sea propicia.
Les pidió que le enseñaran las pistolas y les obligó a comprobar los mecanismos y a cargar una bala en la recámara. Les preguntó si había alguna duda. Silencio. Salieron de la casa en parejas y por intervalos. Jat y Cheema subieron a la furgoneta Volkswagen que iban a usar para la operación. Recogieron a los demás en los puntos convenidos y se dirigieron al oeste.
En la furgoneta, solo dos personas no estaban nerviosas: Amir Jat y Rahim. Los demás estaban frenéticos. Cheema el que más. Le sudaban tanto las manos que el volante se le resbalaba. Únicamente tenía que conducir, pero solo él sabía lo que le habían ordenado que hiciera una vez que acabase la operación.
Nada más coger la bolsa, Skin dio media vuelta y salió corriendo hacia Limehouse Basin. No pensaba arriesgarse con cien mil libras encima. Nunca había tenido tanto dinero en las manos. Giró a la izquierda en la cuenca y corrió por delante de los bloques de apartamentos, subió unos escalones, cruzó la pasarela y atravesó un pequeño parque que desembocaba en Narrow Street, donde había aparcado la furgoneta. Entró jadeando, se agachó bajo el volante y volvió a hacer el puente. Arrancó y serpenteó por las callejuelas hasta incorporarse al tráfico en Commercial Road. Se dirigió al sur por el túnel de Rotherhithe y cogió Old Kent Road. Aparcó en una calle secundaria, pasó a la parte de atrás de la furgoneta desde los asientos delanteros y abrió la bolsa.
Increíble. Diez fajos de diez mil libras cada uno, tal y como habían pedido. Contó uno de los fajos. Justo. Ojeó los otros nueve para comprobar que se trataba de billetes de verdad. Apretó los puños y dio unos puñetazos al aire mientras bailoteaba en la parte trasera de la furgoneta.
Dan estaba en la sala de estar con Alyshia. Le había quitado las otras esposas y estaban sentados a la mesa. Dan tenía una mano en la pistola mientras con la otra jugueteaba con el móvil, ansioso porque vibrara. La chica se había puesto el chándal, la camiseta y las zapatillas deportivas que le había comprado el exenfermero y tenía la manta de la cama sobre los hombros. Dan había llamado a Skin varias veces, pero tenía el teléfono apagado. Se recostó en la silla e intentó relajarse. No le gustaba que Alyshia le mirara fijamente.
—¿Qué ha pasado entre Skin y tú? —preguntó Dan, pasando a la ofensiva.
—Nada.
—Eso ya lo veo. Pero os estabais divirtiendo y, de repente…
—No nos divertíamos.
—¿Lo ha intentado contigo?
Se encogió de hombros, como dando a entender que le sucedía a menudo.
—¿En la ducha? —preguntó Dan—. Ha debido de malinterpretar lo que querías.
—Hacía cinco días que no me duchaba. Estaba sucia. He estado en ropa interior todo el tiempo. No tengo nada que esconder. He dicho basta cuando se ha ofrecido a ayudarme, a ducharse conmigo. Le he soltado que se fuera por ahí.
—No se habrá puesto… bruto contigo, ¿verdad?
—No, las cosas como son. No es un violador. Ha sido suficiente con un par de sopapos verbales.
—Le avisé de que estabas fuera de su alcance.
—Es fácil darse cuenta cuando no sientes interés. No serás gay, ¿verdad, Dan?
—No, solo precavido. Acabé en la cárcel por mujeres como tú.
Alyshia sonrió. Dan volvió a recostarse y consultó el reloj.
—Vamos, Skin.
—¿Qué hora es?
—Las doce y media. Y, como siempre, no sé a qué coño está jugando. Va por libre y, además, no tiene la cabeza bien amueblada.
—¿Dónde habéis quedado?
—No lo hemos pensado todavía. Teníamos que ver dónde acababa él.
—¿Crees que va a llamarte?
—¿Qué quieres decir?
—Cuando alguien como él ve cien mil libras, enseguida pasa a considerar que le pertenecen. No le hace gracia la idea de compartirlas.
—¿De qué vas, Alyshia? —dijo Dan, mirándola por el rabillo del ojo.
—De nada. Tan solo te digo cómo funciona la avaricia.
—¿Eres una experta?
—Sí, lo soy. Llevo toda la vida viendo cómo se comporta la gente por dinero. Son muy pocos los que no sucumben.
El comentario le puso de los nervios porque era el mismo gusano que se había abierto camino en su cabeza durante la última hora. No lo había hecho a propósito, pero esa es la naturaleza de los gusanos que se te meten en la cabeza. Estaba enfadado. Cabreado.
Movió la pistola de un lado para otro. Ella no dejaba de mirarle a los ojos.
—Será mejor que reces para que llame, porque si no lo hace pienso irme de aquí solo y tú…
Sonó el teléfono.
—Enfermero, lo tengo. ¡Lo tengo, joder! ¡Está todo! ¡Cien mil! Sal de ahí. Te espero en…
—No digas nada —soltó Dan rápidamente—. Te llamo en media hora. Tenías el móvil apagado.
—No quería llamadas durante la entrega, y todavía me zumba la cabeza después de la anfeta. Acabo de encenderlo.
Colgaron.
—Ha llamado —dijo Dan—. Puedes irte.
La furgoneta Volkswagen aparcó en Branch Place. Observaron el estudio desde Canal Walk y vieron sombras que se movían en la habitación que había sobre el taller, en la parte del canal. Dejaron allí a Tarar y a otro más. Recogieron al vigilante que había en uno de los extremos de Branch Place y rodearon el bloque. Aparcaron justo a la vuelta de la esquina. Bajaron todos. El otro vigilante les confirmó que no había salido nadie. Los cuatro hombres fueron hacia la casa. Rahim iba delante. Abrió las puertas dobles, entraron los cuatro y cerraron las puertas tras de sí.
Isabel tenía el rostro entre las manos. No podía parar de llorar. La presión de la entrega y la idea de que quizás hubiera sido para nada por culpa de la Policía Metropolitana había sido demasiado para ella. Boxer le acariciaba la espalda mientras llamaba por teléfono para enterarse de qué estaba pasando. Había inspeccionado el coche y no había encontrado ningún dispositivo de seguimiento. Tampoco esperaba encontrarlo. El dinero estaba limpio, se había asegurado de ello. No había nada en el maletero ni en el asiento de atrás. Llamó a Fox.
—La Metropolitana estaba en la entrega —dijo—. ¿Sabes algo?
—¿Estaban allí?
—Nos han seguido. Isabel ha hecho la entrega y han salido coches y agentes por todos lados.
—Voy a hablar con Makepeace y te llamo.
Boxer llamó a Rick Barnes.
—Sabía que no podríais evitar meter la nariz en el asunto.
—No te preocupes. Eso es lo único que puedo decirte, Charles.
—Claro que me preocupo. Isabel está llorando. No sabemos nada de los secuestradores.
—Todo está bajo control. Pero no la cagues. En cuanto tengas la dirección…
—Has roto el trato, Rick. Habías dicho que no nos seguiríais y lo habéis hecho. Así que ¿por qué debería mantener mi palabra y daros la dirección? Si es que llaman, claro.
—Llamarán —aseguró Barnes—. Solo es una operación de vigilancia. Los agentes no iban armados. Los queremos vivos y con el dinero encima.
—¿Dónde has puesto el dispositivo de seguimiento?
—En el bolso de Isabel. Los viejos trucos son los mejores.
Boxer colgó. «¡Imbécil!», pensó. Estaba tan preocupado por la bolsa de deporte y lo que le había contado D’Cruz que ni siquiera había pensado en el bolso. Estaba a los pies de Isabel. Lo cogió y vació el contenido en su asiento. En efecto, allí estaba. Agarró el dispositivo y lo tiró a la carretera.
—Es culpa mía —dijo él—. Me he desconcentrado.
Sonó el teléfono e Isabel descolgó de inmediato.
—Su hija está esperándola en el apartamento 6B, Branch Place, Londres N1, frente a Bridport Place. Buena suerte. Ahora se pone.
Dan le pasó el teléfono a Alyshia y salió de la habitación pistola en mano. Abrió la puerta del apartamento, miró escaleras abajo y se topó con los ojos de Rahim, que, convencido de que contaba con el efecto sorpresa, se sintió completamente descolocado. La fracción de segundo de duda fue suficiente. El que iba detrás chocó con él. Su disparo impactó en la pared de ladrillo y Dan también disparó mientras se tiraba al suelo del pasillo. La bala del exenfermero rebotó en la pared, sobre la cabeza de Rahim. Dan cerró la puerta de golpe con una patada brutal.
No se levantó del suelo y se arrastró por el pasillo hasta la sala, donde se encontraba Alyshia, rígida como una estatua, con la boca abierta y petrificada por los disparos. Dan se levantó y corrió hacia la chica. Chocó contra ella y el teléfono móvil salió volando. Dan escuchó la voz distorsionada de Isabel, que estaba gritando.
Cogió a Alyshia y siguió corriendo hacia los ventanales que daban al canal. Se giró en el último instante y se estrelló contra uno de ellos, que iban del suelo al techo. Su espalda golpeó contra el vidrio y el marco. La madera, vieja y ajada, crujió y se astilló, el cristal se rompió en pedazos y ambos lo atravesaron y se encontraron de pronto en la fría noche, cayendo. Alyshia pataleaba en el vacío, desesperada porque sus piernas no encontraban el suelo.
La caída fue brutal y catastrófica para Dan, que fue el primero en aterrizar, con Alyshia encima. La fuerza del impacto le dejó sin aire y le quebró las costillas. El agua helada rodeó la cabeza de Dan y llenó sus pulmones. Sentía como si estuvieran dándole machetazos en el pecho. Era como si la conmoción le hubiera detenido el corazón y paralizado los reflejos motores. De pronto, se descubrió luchando por recordar cómo se respiraba. Consiguió sacar la cabeza del agua un instante y vio el boquete que había abierto en los ventanales y que había un hombre asomado a él. Boqueó como un pez. Oyó gritos y el sonido de otro chapuzón antes de que el agua volviera a rodearle y él se hundiera en la gélida oscuridad, su nueva amiga.
Rahim salió corriendo escaleras abajo, se lanzó contra las puertas dobles y se llevó por delante los dos cerrojos, que saltaron por los aires con parte de las puertas. Hizo gestos a la furgoneta, que se acercó a él y a quienes le seguían derrapando. Entraron a todo correr y la furgoneta arrancó con la puerta lateral todavía abierta. Unas piernas sobresalían por la puerta y Rahim tiró de ellas para evitar que la fuerza de la gravedad hiciera que salieran disparadas. Doblaron la esquina, cruzaron el puente y bajaron la pendiente que llevaba al camino de sirga. Salieron todos de golpe. Cheema y Jat llevaban linternas. Rastrearon el canal.
—¡Hakim está en el agua! —chilló una voz.
Corrieron por el camino de sirga.
—¿¡Dónde está la chica!? —rugió Jat.
—¡Está aquí! ¡Está aquí! —respondió Tarar, jadeando por culpa del frío.
La tenía cogida del pelo y tiraba de ella hacia la orilla. Dos de ellos agarraron a la chica, la levantaron en volandas y la llevaron a la furgoneta. Jat les siguió, los apartó a un lado, colocó las manos sobre el abdomen de la chica, la puso recta y apretó. De su boca salió un montón de agua que se derramó sobre el suelo de la furgoneta. Tosió y escupió más agua. Jat dejó que se arrodillara y que siguiera tosiendo y vomitara el agua del nauseabundo canal.
—Tapadla con una manta y ponedla en posición lateral de seguridad —dijo Jat—. Quedaos con ella.
Volvió al camino de sirga, donde ayudaban a Tarar a salir del agua.
—¿Dónde está el enfermero? —preguntó Jat.
—En el agua —respondió uno de los chicos mientras alumbraba la parte central con una linterna—. No se mueve.
—¿Está muerto? —preguntó Jat—. ¿Le ha disparado Rahim?
—No —respondió el mismo Rahim.
—Vámonos, tenemos a la chica —dijo Cheema.
—Aseguraos de que está muerto —ordenó Jat—. Puede que haya visto a Rahim.
Tarar volvió al agua.
—Los demás, entrad en la furgoneta y preparaos para marcharnos —insistió Cheema.
—Rahim, quédate conmigo —dijo Jat.
Tarar volvió nadando y arrastrando por el cuello de la camisa a Dan. Jat le tomó el pulso. Nada. Rahim ayudó a Tarar a salir. Volvieron corriendo a la furgoneta. Cheema arrancó con las luces apagadas. Tarar temblaba descontroladamente en la parte de atrás.
Boxer conducía a gran velocidad por calles sin tráfico. Para cuando llegaron a Branch Place, se oían sirenas que se acercaban de todos lados. Aparcó junto al número 6B. La puerta estaba abierta y la luz encendida. Le dijo a Isabel que se quedara en el coche, entró en el paralelogramo de luz que caía sobre el pavimento y miró a su alrededor. Llevaba la FN57 en la mano.
El taller estaba vacío. Subió al apartamento. El silencio era sepulcral y le recibió un aire gélido. El ulular cada vez más cercano de las sirenas era el único ruido que se escuchaba. Guardó la pistola en la parte trasera de los pantalones y la cubrió. Miró en la sala y vio la ventana rota. Se acercó al agujero astillado de vidrio y madera y miró hacia el canal. Allí, bajo la luz difusa, cerca de la otra orilla, vio un cuerpo flotando inerte en el agua.
Se volvió y se topó con dos policías que le apuntaban.
—Hemos llegado tarde —les dijo.
Los agentes de la División de Homicidios y Crímenes Graves que habían corrido tras Skin después de la entrega solo querían una cosa: saber la marca, el modelo, el color y la matrícula del vehículo que estaba usando el secuestrador. En cuanto lo tuvieron, avisaron al mando central y se dispersaron. Varias unidades motorizadas se encargaron de la persecución a partir de ese momento, y eran varias las unidades que tenían vigilado el vehículo y se turnaban para seguirlo hasta que se detuvo en una calle secundaria cercana a Old Kent Road.
En ese momento avisaron al CO19, la División de Respuesta Armada, que envió dos equipos. Ambos aparcaron en una calle adyacente y se prepararon: uno en tierra y el otro en el propio vehículo, por si acaso Skin se ponía en marcha de repente.
Captaron la llamada de Skin en la que le decía a Dan que había contado el dinero y que podía soltar a la chica. El informe llegó al centro de mando, que decidió no activar todavía la orden de actuación. Hasta que las cuatro unidades llegaron a Branch Place y confirmaron que la chica no estaba allí y que el secuestrador había muerto en el escenario, no se activó la CO19 con la orden expresa de capturar vivo al secuestrador.
A pesar de ir drogado, Skin no se había comportado como un estúpido. Había aparcado la furgoneta con una clara ruta de salida: unos diez metros de espacio entre la furgoneta y el siguiente coche. Pero el CO19 vio justo ahí su oportunidad. Dos oficiales de tierra que había al otro lado de la calle se pusieron a la altura de la furgoneta y el equipo que no había abandonado el vehículo permaneció a dos coches de distancia. Un coche de la policía secreta se acercó y empezó a maniobrar para aparcar delante de la furgoneta. El coche llevaba en el centro de la ventanilla trasera uno de esos perritos que asienten, con la intención de que sirviese de distracción.
Skin fumaba con una mano y con la otra abrazaba la bolsa de deporte. Su pistola estaba en el asiento del pasajero. En cuanto vio las luces de marcha atrás, echó mano al arma, pero los agentes del CO19 fueron más rápidos que su cerebro. De golpe, se abrió la puerta de la furgoneta y le pusieron una Glock 17 en la garganta.
—Mierda.