8:15, MARTES, 13 DE MARZO DE 2012
Thames House, Millbank, Londres SW1.
Martin Fox y el superintendente Makepeace acababan de mostrar su pase de seguridad y se dirigían al tercer piso, acompañados de un agente de uniforme. Caminaban en silencio, pensando en todo lo que estaba por venir en aquella reunión, suscitada por la llamada de Makepeace al MI5 y que, para sorpresa de ambos, ya estaba prevista.
Los condujeron a una sala de conferencias en la que había más gente de la que esperaban. Todos empezaron a enumerar sus cargos, nombres y departamentos: Comité de Inteligencia Coyuntural (JIC), Centro de Análisis Terrorista Coyuntural (JTAC), MI5 y MI6. Pero las dos personas clave que iban a dirigir la sesión eran Joyce Hunter, del MI5, y Simon Deacon, del MI6.
—Por si alguien tiene alguna duda de por qué estamos aquí, una rápida introducción —empezó Joyce Hunter mientras se pasaba una mano por su cabello corto y oscuro y miraba a los allí presentes. Tenía los ojos verdes, iba sin maquillar y no lucía joyas exceptuando la alianza—. Martin Fox y el superintendente Makepeace se pusieron en contacto con nosotros ayer por la noche, preocupados por las posibles conexiones del señor D’Cruz con organizaciones terroristas internacionales.
»El señor D’Cruz reveló que había trabajado durante los años ochenta para una banda de tráfico de oro que operaba entre Dubái e India. También declaró que estaba en una posición privilegiada para prestar ayuda a organizaciones terroristas con intenciones de atacar Gran Bretaña. No obstante, insiste en que no lo hace y, de hecho, le preocupa que su terquedad sea considerada una forma de obstrucción.
»El secuestro de su hija, por tanto, podría ser el intento de una organización terrorista para presionarlo para que los ayude. ¿Simon?
—Anoche, durante la investigación sobre un exempleado del señor D’Cruz llamado Deepak Mistry, asesinaron, por razones que aún desconocemos, a uno de mis agentes en la barriada de Dharavi, en Mumbai. La policía india dice que el agente se vio envuelto en un tiroteo entre dos bandas rivales. Resulta que el líder de una de estas bandas es Anwar Masood, que proporciona unos «servicios de seguridad alternativa» al señor D’Cruz. La otra banda está dirigida por un hindú llamado Chhota Tambe, conocido por su antipatía hacia los musulmanes.
»También nos han informado de que tanto Anwar Masood como Chhota Tambe pertenecían a la antigua banda contrabandista de oro llamada Compañía D., que operaba entre Dubái y la antigua Bombay y que fue donde trabajó el señor D’Cruz. Esta banda la dirigía el gran capo musulmán Dawood Ibrahim.
—Si estuvieron en la misma banda, ¿qué sucedió para que se separaran y por qué se odian? —preguntó Fox.
—Por religión —respondió Deacon—. Como represalia por la destrucción de la mezquita de Babri en Ayodhya que perpetraron los hindúes, Dawood Ibrahim organizó los atentados bomba de Mumbai en 1993. Aquello hizo que su banda se dividiera por motivos religiosos. Se odian desde entonces.
—Aún no me han confirmado que Chhota Tambe estuviera escondiendo a Deepak Mistry. Lo único que sé es que mi agente creía que iba a encontrarlo allí. Todavía no hemos hallado al señor Mistry y su relevancia en este caso no está clara.
»También hemos investigado las posibles conexiones entre el señor D’Cruz y elementos indeseables de la oficina de inteligencia pakistaní. El señor D’Cruz vende acero en Pakistán y obtenía contratos de agentes veteranos del ISI, y del teniente general Abdel Iqbal en particular. Aunque esta información establece algún tipo de conexión entre el señor D’Cruz y el ISI, no parece que se trate de conexiones terroristas.
»Entre las comunidades de espionaje mundiales y la prensa internacional es bien sabido que el ISI ha incorporado la antigua Compañía D. de Dawood Ibrahim al grupo terrorista LashkareTaiba. La confirmación de que el señor D’Cruz estaba bajo la protección de Dawood Ibrahim en sus días de traficante de oro indica que podría haber una conexión entre ambos hombres, posiblemente obsoleta en la actualidad. Así que, en lo referente a nuestras preocupaciones terroristas, la conexión más importante sería entre Lashkar-e-Taiba y cualquiera de estos agentes del ISI con los que el señor D’Cruz hace tratos.
»Hasta ahora, la única conexión que hemos podido establecer es entre el teniente general Abdel Iqbal y otro de los agentes del ISI, el teniente general Amir Jat, actualmente retirado. Jat dispone de una compleja red de lealtades entre las que se encuentran la CIA, los talibanes afganos, algunos de los talibanes pakistaníes, al-Qaeda y sospechamos que Lashkar-e-Taiba.
—¿La CIA? —preguntó Hunter.
—La CIA siempre le ha estado agradecida a Amir Jat porque les ayudó a movilizar a los muyahidines como fuerza de combate contra la ocupación rusa de Afganistán en los años ochenta. Amir Jat ha mantenido esa relación con informaciones muy precisas acerca de las regiones fronterizas de Pakistán. Muchos agentes veteranos de la CIA no tienen nada malo que decir de Amir Jat, aunque los más jóvenes te contarán que es él quien controla el tráfico de heroína con el que se financia la insurgencia talibán y que es el principal sospechoso de esconder a Osama bin Laden en el complejo de Abbottabad. Así que se trata de un individuo complicado.
—Tráfico de heroína —dijo el superintendente Makepeace—. A mí el tal Amir Jat empieza a parecerme un eje. Y si pudiéramos establecer una conexión directa entre el señor D’Cruz y él… tendríamos mucho de lo que preocuparnos.
—Desde luego, explicaría la naturaleza del secuestro que nos ocupa —concluyó Joyce Hunter—. Sin petición financiera, solo quieren una «demostración de sinceridad». Podrían estar presionando al señor D’Cruz para que haga algo en particular.
—Lo que indica que tiene que saber cómo hacerlo —comentó Makepeace—, que sabe lo que supone dicha demostración.
—Creemos que el señor D’Cruz sabe algo de lo que está pasando —intervino Simon Deacon—. Es posible que esa «demostración de sinceridad» sea, en realidad, una petición para que siga manteniendo la boca cerrada. En este punto nos sentimos inclinados a confiar en él porque tiene mucho en juego en este país como para traicionarnos con un acto terrorista. También consideramos que, si le permitimos cierta libertad de movimiento supervisado, podríamos obtener tanta información que resultaría un golpe maestro.
—¿Y qué coño significa eso? —preguntó el superintendente Makepeace.
Entraron en el dormitorio con la capucha puesta, sacudieron a Alyshia hasta que despertó, la ayudaron a incorporarse y le quitaron el antifaz. Estaba grogui a causa de la droga. Dan le dio unas bofetadas suaves en las mejillas. Ella le apartó la mano.
—Sujeta este periódico bajo el mentón —dijo Skin.
Dan se echó atrás y le hizo una fotografía con el teléfono móvil que había encontrado entre las cosas de Jordan.
—¿No debería aparecer con ella? —preguntó Skin—. Ya sabes, un encapuchado que le apunta al cuello. Para asustarlos un poco.
—Con un pañuelo verde y blanco de al-Qaeda quizá. Y un cuchillo para mantequilla para aterrorizar aún más. Empecemos suave. Siempre podemos ponernos escabrosos más adelante.
Dan recorrió a pie los ochocientos metros que había hasta la estación de metro de Old Street y se dirigió a la parada de Bank. Luego tomó el tren ligero de Docklands en dirección Canary Wharf y llegó a Greenwich tras cruzar el río. Hizo la llamada desde Greenwich Park. Estaba nervioso. Sentía un cosquilleo en la piel y estaba seguro de que estaría sudando de no ser por el intenso frío que hacía. Llevaba unas notas. Se sentó en un banco del parque. La gente, camino del trabajo, pasaba por delante de él, pero no le prestaba atención.
—¿Isabel Marks? —preguntó.
—Hola. ¿Eres Jordan?
—No, Jordan ya no dirige este secuestro. Ahora, su hija está en nuestras manos.
Silencio.
—No lo entiendo. ¿Quién es usted? —preguntó Isabel.
—Nos hemos hecho cargo del secuestro de su hija. Eso es lo único que tiene que entender. Para demostrárselo, voy a enviarle una fotografía de Alyshia con el periódico de hoy.
—No le creo.
—Acostúmbrese, señora Marks —respondió más confiado al notar que la mujer se azoraba—. ¿Ve la foto?
—No sé cómo hacer para ver la imagen de las narices…
—No intente alargar la conversación, señora Marks, solo voy a hablar un minuto.
—Vale, ya la veo. ¿Qué es lo que ha dicho?
—Queremos cinco millones de libras en metálico. Llamaré de nuevo en dos horas.
—¿Qué tipo de metálico?
No lo había pensado. Qué idiota.
—Libras. Billetes usados —dijo a todo correr. Era lo que había visto en las películas—. De veinte. En cinco bolsas de deporte. Volveremos a llamarla en dos horas para darle los detalles de la entrega.
—Necesitamos más de dos horas para reunir cinco millones de libras.
—Ese es su problema, no el mío —dijo Dan, y colgó.
Cogió el tren de vuelta al puente de Londres, tiró la tarjeta SIM que acababa de usar en una papelera y tomó la línea Northern para volver a Old Street. Estaba nervioso por si le seguían. La gente de Pike ya estaría buscándolos… y no se encontraban tan lejos de Stepney. No le gustaría acabar en manos de Kevin. Skin era un problema. Esa cabeza rapada y ese estúpido tatuaje… No podía dejarle salir hasta por la noche.
Dar toda aquella vuelta le había llevado una hora. Debería haber dicho que pasaría más tiempo antes de la siguiente llamada. Para hacerlas iría al oeste, bien lejos del East End. Quizá lo de la casa de Branch Place no había sido muy buena idea. Se había precipitado. Y, en aquel momento, era muy probable que la gente de Pike estuviera peinando toda la zona, desde Bethnal Green hasta Haggerston y Shoreditch.
Dan subió al apartamento en silencio. Le llegó el murmullo de unas voces. Escuchó tras la puerta. Parecía una conversación con la que llevaban mucho tiempo.
—Por eso le convencí de que nos encargáramos del secuestro —decía Skin—. Todos queremos dinero, pero no hay necesidad de tratar a la gente como si fuera mierda. Es decir, ¿de qué iba ese tipo? ¿Y todas esas preguntas que te hacía?
—Lo sabía todo sobre mí. Sabía más que mis padres. Sabía más que yo misma.
—¿Como por ejemplo?
Skin nunca sería un buen interrogador.
—Cosas de mi pasado que preferiría olvidar.
—¿Qué hay en tu pasado como para que quieras olvidarlo? No has matado a nadie. Yo he tenido que matar a los dos del almacén. Creemos que uno era de la CIA y el otro del SAS.
«Te estás pasando un poquito, ¿no?», pensó Dan.
—¿A cuánta gente has matado? —le preguntó Alyshia.
—¿Esta semana?
Ambos rieron, lo que hizo que a Dan le recorriese un escalofrío.
Se puso el pasamontañas y entró en el dormitorio. Parecía que ni se hubieran dado cuenta de que había entrado alguien. Ella estaba tumbada en la cama y él sentado a su lado como si fuera una visita en un hospital. Al menos, llevaba puesto el pasamontañas, porque había permitido a Alyshia que se quitara el antifaz.
—¡Qué estampa tan acogedora! —dijo Dan.
—Solo estábamos conociéndonos un poco —respondió Skin mientras se daba la vuelta.
—Una pregunta —dijo Dan—: ¿Sigue esposada a la cama?
Alyshia traqueteó con las esposas y sonrió. «No tiene miedo», pensó Dan. Skin se sacudió. Habían estado tomando café y galletas. Dan cerró la puerta en cuanto salieron.
—¿Qué está pasando?
—Estaba charlando con ella —se justificó Skin—. Para descubrir cosas, ya sabes.
—Bueno, pues cuéntame qué has descubierto que vaya a ayudarnos a sacarle un par de millones de libras a su padre.
—Todavía no hemos llegado a ese punto. Con estas cosas no puedes precipitarte. Estaba…
—¿Charlando con ella? Porque eso es lo que me ha parecido. ¿La puta CIA y el SAS? ¿Café y galletas? No me jodas. Ahora dime que nos hemos hecho cargo del secuestro porque te gusta la tía. Por lo menos, dejemos eso claro.
—Hombre, no está mal —respondió Skin mientras se encogía de hombros.
—Y, cuando tengas que mancharte las manos porque su padre no traga, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a quitarle las galletas del desayuno? ¿Vas a dejarla sin flores?
—Eres tú el que ha comprado las putas galletas.
—Son recompensas por buen comportamiento. ¡Estás comiendo en la palma de su mano! ¡Te lo puedo asegurar!
—¿¡Cómo sabes que no es ella la que está comiendo en la mía!?
—¡Eso no te lo crees ni tú, Skin! Está tan lejos de tu alcance que es como ver jugar al Barça contra el Barnet.
—Eres un graciosillo de mierda, ¿sabes?
—Sal de la película de tu vida y vuelve a la realidad. Tú mismo lo dijiste: nadie va a darnos un millón por cabeza a menos que parezca que nos lo merecemos.
—¿Cómo ha ido la llamada de teléfono? ¿Les pediste dos millones y te dijeron que enseguida te enviaban un cheque por correo?
Boxer dejó un mensaje de voz en el móvil de Frank D’Cruz y llamó a Martin Fox, que, según le dijeron, había salido de la oficina. Le envió un mensaje: «Gran cambio. Llámame». Mandó una copia de la llamada a la sala de operaciones y escuchó la grabación varias veces de camino al quiosco, donde compró el The Sun y lo comparó con el de la fotografía de móvil. Llamó a Mercy.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí —respondió ella—. ¿Por qué no iba a estarlo?
—Te noto tensa.
—Estoy bien —contestó quebradiza, frágil.
—Otros se han hecho cargo del secuestro. He llamado a Martin Fox, pero está en una reunión en Thames House junto con el superintendente Makepeace.
—¿Sabes quiénes son los nuevos?
—Todavía no. He enviado una copia de la llamada a la sala de operaciones. Escúchala. Tenemos la petición de cinco millones de libras por parte de un hombre inglés de clase media que nos ha enviado una fotografía de Alyshia con una copia del The Sun de hoy. Me parece que son aficionados. Tenemos que actuar con rapidez.
—Déjamelo a mí, yo me encargo de hablar con el superintendente —dijo Mercy, y colgó.
Isabel no se había movido. Estaba sentada en el borde del sofá, mirándose el regazo, con los hombros rígidos por la preocupación. Había querido que Boxer le diera una opinión inmediatamente, pero el hombre era demasiado profesional para hacerlo. No había nada peor que un especialista en secuestros teniendo que recular por haber confiado en las experiencias vividas. La confianza de la familia desaparecería de un plumazo. Escuchó la última grabación de la voz de Jordan. Se sentó frente a Isabel.
—¿Qué? —dijo ella con las manos entrelazadas con tanta fuerza que se le estaban poniendo de color blanco azulado.
—Está diciendo la verdad. Es la portada del The Sun de hoy. No ha usado ningún dispositivo de distorsión de voz y está claro que su manera de expresarse es completamente diferente de la de Jordan. Su forma de actuar no parece profesional. No ha lanzado ninguna amenaza. Su voz no suena como la de una persona acostumbrada a lanzarlas. Parece más un oportunista. Un inglés de clase media que ha visto una oportunidad. También creo que si ha hecho una petición tan rápido es porque siente la presión del tiempo. «Volveremos a llamarla en dos horas» es lo que diría alguien que quiere hacer negocios. Pero no parece que lo tenga todo pensado. El dinero, por ejemplo. Está claro que no sabe cuánto ocupa un millón de libras en billetes de veinte, ni cuánto pesa. Y eso son buenas noticias, Isabel. La razón por la que quiero hablar con Frank y con Martin Fox cuanto antes es porque tenemos que actuar con gran celeridad, ahora mismo. Esta es la gente con la que queremos hacer tratos.
—¿Qué quieres decir?
—Por norma general, en estas circunstancias empezaríamos a alargar el proceso de negociación con la intención tanto de frustrar a los secuestradores como de conseguir que rebajen la cantidad del rescate. Según va pasando el tiempo, están preparados para aceptar cada vez menos.
—¿Y por qué no vamos a hacerlo esta vez?
—Una de las cosas que presiona a estos nuevos secuestradores es que «se han hecho cargo del secuestro». Creo que eso significa que han incapacitado a los anteriores secuestradores y que han «robado» a Alyshia. Lo primero que noté en Jordan es que era un profesional consumado: la psicología de sus amenazas, todo lo que sabe, su agresividad e inteligencia, su paciencia y la investigación llevada a cabo. Todo eso sirve para restar energía. Por alguna razón, le han pillado, pero no sabemos quién. Aunque ha tenido que ser alguien que estaba lo suficientemente cerca como para…
—¿… matarlo? Entonces, ¿por qué este no es tan profesional como Jordan?
—Puede que sea profesional en otros ámbitos. Como en el de seguridad, por ejemplo. Eso le habría dado la oportunidad perfecta. Pero Jordan era un líder y un planificador. Este tipo está actuando sobre la marcha. Creo que se trata de alguien que ha tenido un golpe de suerte y que debemos actuar con rapidez, porque estoy seguro de que a Jordan lo apoyaban tipos muy peligrosos. Tipos que se habrán echado a la calle a perseguirlos, con la ventaja de que ellos saben a quién están buscando. Créeme, tenemos que hacer tratos con esta nueva gente. Y no queremos que Alyshia corra ningún riesgo. Si estos dos grupos se enfrentan y hay una rehén de por medio…
—No tengo muy claro si Frank puede reunir cinco millones rápidamente.
—No vamos a necesitar tanto dinero. Solo una cantidad lo suficientemente significativa como para que estos novatos estén dispuestos a hacer un trato.