12

11:30, LUNES, 12 DE MARZO DE 2012

Casa de Isabel Marks, Kensington, Londres W8

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—¿Se ha dado cuenta Mercy de lo nuestro?

—Ya te comenté que me conoce muy bien.

—¿Y qué ha intuido?

—Que hemos intimado y que nos hemos acostado juntos.

—Me cae bien —comentó Isabel un tanto sorprendida—. Ella también tiene que ser buena en su trabajo.

—Me alegro de que te caiga bien porque es quien se encargará del caso si alguien se entera de que tú y yo estamos teniendo una… —Boxer prefirió no acabar la frase.

—¿Qué es lo que estamos teniendo? —le preguntó Isabel para pincharle.

—Una relación diferente de la que deberíamos tener. Isabel, debemos ponernos con el trabajo que tendría que estar haciendo.

—¿Que es…?

—Prepararte para la siguiente conversación con Jordan. Debes empezar a trabar relación con él.

—Creo que sería más sencillo si supiésemos de qué ha estado hablando con Alyshia.

—Pues yo no lo creo. Hemos de marcar nuestra propia estrategia, no basarla en la de Jordan. Tenemos que empezar a intentar controlarlo en vez de dejar que sea él quien nos manipule.

—¿Y cómo vamos a hacerlo?

—Tenemos que maniobrar de manera que consigamos que nos diga lo que no quiere decirnos. Vamos, sus exigencias. Sabe tan bien como nosotros que, en cuanto pida algo, nos confiere cierto poder. A partir de ese momento empezamos a saber algo de él. Mientras no tengamos ni idea de lo que pretende con el secuestro, permaneceremos en un estado de máxima incertidumbre y, por tanto, de indefensión.

—Pero creemos saber lo que quiere, ¿no? —comentó Isabel—. Castigarnos. Bueno, castigar a Chico.

—Hasta el momento, lo único que ha dicho es que no la ha secuestrado para ganar dinero. Creo que deberías demostrarle que lo comprendes y acercarte a ese «nivel superior» en el que él se mueve. Ya no vamos a revolcarnos en el cieno del dinero y las posesiones. Él desdeña todo eso.

—¿Y cuál es el nivel superior de un secuestrador? —preguntó Isabel con sarcasmo.

—Disfruta con la psicología de la situación que ha creado. Él es quien tiene el control y no se deja comprar por el hombre que todo lo compra. Así que tenemos que enfocar la situación de forma que encontremos una manera en la que sienta que lo admiramos. No debe ser algo evidente. Es demasiado inteligente. Tenemos que ser sutiles y sinceros. Desdeñará la adulación, de modo que olvidémonos de seguir esa estrategia. Tu gran ventaja es que eres mujer y trabajas. Y es probable que trabajes con hombres, hombres inteligentes… pero hombres que necesitan que abrillanten su ego.

—No es el caso de mis colegas. En el mundo editorial somos solo mujeres. Pero los escritores…

—Háblame de los escritores.

—Son inteligentes pero cándidos. Egoístas pero inseguros. Comunicativos pero distantes. Conocidos pero solitarios. Tienen talento, pero, según lo ven ellos, no valen nada.

—¿No valen nada?

—Eso posiblemente solo es en los casos de quienes son más conscientes de sí mismos. Saben que tienen talento, pero consideran que «inventar historias», como alguna gente llama a su profesión, no vale para nada. Dada su inteligencia, consideran que deberían ser médicos, emprendedores o, quizás, especialistas en secuestros. Tengo que decirles una y otra vez que la gente, más que nunca, necesita historias para poder encontrarle sentido a este mundo nuevo e incierto, y recordarles que, sin sus historias, no existiría la industria editorial, que la industria televisiva no sería tan prolífica y que se harían menos películas.

—Así que la sensación de que no valen nada viene de su inseguridad —comentó Boxer—. Tal y como los describes, parecen asesinos en potencia. Has tenido el entrenamiento adecuado.

—Pero ¿de qué voy a hablar con él? En el caso de los escritores, siempre puedes hablar de sus libros.

—Con Jordan también es obvio de qué hablar. Tenéis un interés en común: Alyshia. Habla de ella con él. Haz que comparta contigo tu preocupación por el estado mental de tu hija. Trata de conseguir que se implique.

—Pero ¿cómo consigo sacarle qué es lo que quiere si nos centramos en hablar de eso?

—No lo hagas. No puedes dejarle ver que tienes motivos ulteriores. No pienses en ti como en una vendedora que intenta cerrar un trato. Nunca reveles tu objetivo. Piensa en Jordan como en una persona complicada que has conocido en una fiesta y que te ha confesado que está teniendo problemas con su hija. Sé que te resulta familiar, pero esa es la manera en la que debes hacerlo. Tenéis que identificaros el uno con el otro, pero no deberías mostrar interés alguno en obtener algo de él. Tienes que demostrarle un interés humano y genuino.

—Va a ser complicado.

—No me obligues a repetirlo, Isabel. Incluso a Mercy también le ha parecido duro.

—No me vengas otra vez con lo del puñetero gabinete.

—De acuerdo. Por cierto, esto también es importante: tienes que ponerle una cara humana a Jordan.

Isabel parpadeó. Era incapaz de dibujar una imagen en su cabeza. Se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era intentar reprimir un enorme y casi incontrolable odio hacia aquel hombre que había secuestrado a su niña.

—Es crucial que no lo deshumanices —explicó Boxer—. Cuando estés hablando con él, quiero que pienses en alguien. No es necesario que sea alguien a quien conoces. Podría tratarse de un actor o un político. Pero debe ser alguien a quien, a pesar de su naturaleza complicada, creas que podrías llegar a admirar porque, en el fondo, hay una buena persona en su interior.

—Estás castigándome porque no quiero que haya un gabinete de crisis.

—También puedes hablar de Frank. En ese caso, quizás os encontréis en un territorio común. Tú no te haces ilusiones con Frank. Ya no le amas y tienes muy claro por qué. Piensas que Jordan lo conoce y que tampoco le cae bien. Eres capaz de entender a la perfección por qué no le gusta.

Isabel miraba la mesa mientras asentía.

—Eso es algo más en lo que puedes pensar, en lo que puedes concentrarte. Algo de lo que puedes sacar fuerza. Aunque todavía consideras que Alyshia es tu niña, debes recordar que es una mujer adulta. Tiene experiencia tratando con personas, es inteligente y confía en sí misma. Es algo que ha quedado claro a lo largo de su vida. Puede cuidar de sí misma. Cuenta con recursos.

—Sí, tienes razón —dijo Isabel, que golpeó la mesa suavemente con el puño, como si intentase meterse todas aquellas ideas en la cabeza por la fuerza—. Sí, pienso en ella como si fuera mi niña. Incluso a veces la riño como tal. Por eso se enfada conmigo.

—A mí también me pasa con Amy. Bueno, a veces. He de admitir que en los últimos tiempos resulta casi imposible. Pero nunca pierdes ese instinto protector, se te graba a fuego cuando nacen.

Sonó el timbre de la puerta.

—Debe de ser Chico —dijo Isabel mientras se levantaba.

«Todavía no está preparada del todo», pensó Boxer. Demasiadas distracciones. La situación se escapaba a su control una y otra vez.

Se puso de pie para estrecharle la mano a D’Cruz cuando este entró en la cocina.

Escucharon juntos la llamada matutina de Jordan. El empresario movía la cabeza de un lado a otro, perplejo, y preguntó dónde estaba el móvil de Alyshia.

—Pavis lo enviará aquí en cuanto lo hayan examinado los forenses y hayan grabado su contenido —respondió Boxer—. Frank, ¿ha pensado en quién podría estar haciéndole esto? Quizás usted no quiera creer que se trata de un empleado molesto, pero deberíamos tener en cuenta todas las posibilidades.

D’Cruz no respondió.

—Un criminólogo ha escuchado la llamada —le dijo Isabel—. No cree que Jordan sea un secuestrador. No ha querido decirlo, pero cree que se trata de un asesino. ¿Por qué querría Jordan matarla? Algo debes de saber, Chico. Tienes que haberle jodido bien a alguien para que haya llegado a este extremo.

—He hecho cosas terribles en mi etapa de hombre de negocios. He despedido a mucha gente, claro. He comprado empresas de forma agresiva, sin la aprobación de las familias a las que les pertenecían. He tomado decisiones crueles, no voy a negarlo. Pero esta es la primera vez que alguien secuestra a mi hija como represalia.

—¿Qué sucedió en Mumbai? —le preguntó Isabel—. ¿Por qué Alyshia no volvió allí después de Navidad?

—¿Por qué das por sentado que yo lo sé? No soy como tú, Isabel. Alyshia y yo tenemos una relación diferente. Cuando llegó a Bombay, solo pasó el primer fin de semana con Sharmila y conmigo antes de mudarse al apartamento que habíamos preparado para ella. A partir de ese día, mantuvo su vida privada alejada de mí. Le di responsabilidades en la empresa. Tuvo que aprender el negocio del acero desde abajo.

—¿Qué tal se le daba? —preguntó Boxer.

—Trabajó en todos los departamentos. La envié a Australia para que conociera a nuestros proveedores. Trabajó con los fletes para ver cómo llegaba el material al muelle. Hice que adquiriera experiencia en las diferentes líneas de producción: tuberías, vigas, bobinas. Y, para terminar, la puse en ventas y en promociones.

—¿Había alguien que le enseñara los entresijos del negocio? —indagó Boxer.

—No es así como trabajo. Creo que las personas han de aprender con sus propios ojos, a partir de su propia experiencia, no con el filtro de las opiniones y formas de pensar de otras personas. Así que Alyshia conoció gente de todos los departamentos, desde el director ejecutivo hasta los operarios de grúas, pasando por la gente de la fundición y el director de ventas. Pero no dejé que nadie influyera en su manera de ver este negocio. Lo analizó todo desde su propio punto de vista y se creó sus propias ideas.

—¿Qué estaba haciendo cuando se fue?

—Era jefa de los equipos de ventas encargados de los mercados del país y de Pakistán.

—¿No estaba en el consejo de administración? —insistió Boxer—. ¿No había nadie que pudiera envidiar su posición? ¿Ocupaba su puesto por méritos propios?

—Estaba donde estaba porque era mi hija, pero llevaba a cabo muy bien su trabajo. Nadie se mostró descontento con ella.

—Cuando la hija del dueño entra en el negocio, debe de haber empleados que lo interpreten de otra manera —dijo Boxer—. ¿Se marchó alguien porque Alyshia hubiera subido a bordo y eso le pareciera una señal de alarma?

—Si fue así, desde luego no pusieron a Alyshia como excusa para hacerlo —respondió D’Cruz—. A ella le quedaba mucho camino por recorrer hasta llegar a un puesto de dirección. Hice que entrara en el negocio del acero deliberadamente, porque sabía que no le interesaba. Tendría que trabajar duro para llegar a algún lado. Estaba mucho más interesada en el sector de la manufactura, en especial el de los automóviles, pero quería que demostrase de qué era capaz en la industria pesada antes de nada y que comprendiera de dónde provienen todos los componentes de la industria automovilística.

—¿Cómo se llamaba aquel jovencito que le caía tan bien? —preguntó Isabel—. Incluso lo invitaste aquí en una ocasión. Cenamos juntos antes de que Alyshia acabara el curso en la Escuela de Negocios Saïd. Deepak… No recuerdo el apellido. ¿Qué ha sido de Deepak?

—Deepak Mistry se fue de la empresa —señaló D’Cruz—. Me apenó mucho. Tenía muchas esperanzas depositadas en él, pero decía que no quería seguir trabajando en corporaciones. Quería volver a ser un emprendedor. Se marchó para establecerse por su cuenta, pero no sé dónde está en la actualidad. Me han dicho que no está en Bombay y nadie lo ha visto en Bangalore, que es donde lo conocí.

—¿Algún resentimiento por su parte?

—Le hice rico. Podría haber llegado a donde quisiera en Konkan Hills, pero decidió que aquello no era para él. Fue el responsable de convertir la acería que compré en lo que es hoy en día. Siempre pensé que acabaría dirigiéndola. Nada de lo que le dije sirvió para que cambiara de opinión.

—¿Merecería la pena investigarle?

—Puedo enviar a Pavis sus datos, pero creo que perderán el tiempo. No tiene ningún sentido que Deepak secuestre a Alyshia.

—¿Por qué se fue Alyshia de Mumbai? —insistió Isabel—. El secuestrador parece saberlo. Tú estabas más próximo a ella, Chico. Algo tienes que saber.

—No tuvo nada que ver con el trabajo. Que yo sepa, no tenía fricciones con nadie. Debió de tener que ver con su vida privada. Yo pensé que tuvo una historia con alguien y que la cosa acabó mal. Eres tú la que habla de todo con ella y a ti tampoco te lo ha contado.

Sonó el timbre. Era el mensajero en bicicleta que Pavis había enviado con el móvil de Alyshia.

George Papadopoulos entró en la sucursal que Bovingdon Recruitment tenía en Tottenham Court Road y preguntó en recepción por Alyshia D’Cruz.

—Hoy no ha venido a trabajar.

—Qué raro —dijo Papadopoulos—. Habíamos quedado aquí a las once y media. Me topé con ella el viernes por la noche. ¿Puedo hablar con alguno de sus compañeros?

La recepcionista hizo unas llamadas y envió a Papadopoulos al primer piso para que se reuniera con otro de los directores. El policía presentó una tarjeta de visita falsa y explicó que había conocido a Alyshia junto con un grupo de personas el viernes por la noche.

—La fiesta de despedida.

—Eso es —dijo—. Estuvimos hablando de negocios. Estaba con otra chica, pero no recuerdo su nombre.

—Toola. Toola Briggs. —¡Eso es! Ya que Alyshia no está, quizá pueda hablar con ella.

—Resulta que era su fiesta de despedida. Ya no trabaja aquí.

Papadopoulos rechazó hablar con algún otro agente y se fue, no sin antes pedirle al director que le comentara a Alyshia que se pusiera en contacto con él cuando volviera. Fue a tomar un café a Goodge Street y accedió a los datos fiscales de Toola Briggs, a la dirección de su domicilio y a su número de teléfono.

—Hola, Toola, soy George.

—¿George?

—Un amigo de Alyshia. Nos conocimos el viernes en tu fiesta de despedida.

—Oh, Dios mío.

—Sí, sí, ibais todos un poco perjudicados. Alyshia me dijo que fuera a verla a la oficina de Tottenham Court Road hoy por la mañana, pero resulta que no ha ido a trabajar y no coge el móvil. ¿Cuándo la viste por última vez?

—Escapábamos de Doggy por Bedford Street, camino de Strand para coger el metro en Charing Cross. Alyshia, por lo que yo sé, se fue por Maiden Lane con Jim.

—No me acuerdo de él.

—Jim Paxton. Alto, calvete, algo mayor que el resto de nosotros. Si quieres, tengo su número.

Papadopoulos apuntó el número, colgó, volvió a meterse en el ordenador y consiguió la dirección de Jim Paxton, que vivía en Shoreditch. Llamó a Bovingdon Recruitment, preguntó por él y le informaron de que se había despedido.

Papadopoulos decidió que, si Jim Paxton era el último que había visto a Alyshia, lo mejor era tener una conversación cara a cara con él. Cogió el metro hasta Old Street y media hora después estaba frente a un bloque de apartamentos de Purcell Street. Jim Paxton no contestaba al timbre del interfono. Llamó al apartamento de al lado y respondió una chica.

—Hola, soy un colega de Jim Paxton. Me dijo que viniera a buscarle a esta hora, pero no responde. ¿Lo ha visto?

No hubo respuesta. El timbre zumbó. Papadopoulos abrió la puerta, subió las escaleras y a punto estaba de aporrear la puerta cuando…

—Su timbre está roto —dijo la voz de la chica desde el final del pasillo—. Ya se lo ha dicho al casero, pero como tengamos que esperar a que ese arregle algo…

—¿Ha visto a Jim?

—No lo he visto desde el sábado, lo que no es de extrañar. Suele ser normal que no se le vea el pelo los domingos.

—Ha dejado el trabajo. Salimos juntos el viernes.

—Dijo que se iba a Tailandia para escapar del frío.

—Creía que India era su destino.

—Así es Jim —dijo la chica mientras se encogía de hombros—. Nunca tiene dinero. Yo creo que eso de los viajes son todo fantasías. —Se tocó la cabeza con un dedo y se arrebujó en el jersey.

Papadopoulos llamó con fuerza a la puerta.

—Estoy preocupado por él —dijo mientras sacaba el móvil y marcaba el número que le había dado Toola—, no responde a las llamadas.

Oyeron cómo el móvil sonaba en el apartamento. La chica puso cara de verdadera preocupación.

—¿Sabe si hay alguna manera de entrar? —preguntó él.

—Yo no tengo llave y el casero es un mierda. No le verá por aquí a menos que no le llegue el cheque de Jim, y él pagó el…

Se quedó callada cuando vio que Papadopoulos se echaba hacia atrás y le pegaba una patada a la cerradura. La puerta salió disparada contra la pared. El apartamento estaba a oscuras.

—Sí, bueno… esa también es una manera —comentó la chica mientras se acercaba para cotillear—. Huele que apesta, ¿no le parece?

—Quédese ahí.

A la derecha había una cocina pequeña y deprimente y una ventana desde la que se veía el alambre de espino que coronaba la valla del patio de enfrente. La vajilla estaba en el escurridor, la cocina limpia y el suelo fregado. En la sala de estar, con la persiana bajada, se veía vagamente un sofá ajado, dos sillas, una mesa contra la pared y tres estantes con libros. Papadopoulos subió la persiana para que entrase más luz, pero la cosa no cambió mucho. Miró a la calle. La ventana daba a un patio gris lleno de muebles de plástico blanco apilados como si los hubieran lanzado durante una algarada unos forofos del fútbol. Se volvió y vio un televisor de pantalla plana enorme y nuevecito en medio de la pared más alejada. La estancia estaba muy ordenada, como si acabasen de limpiar el polvo y pasar la aspiradora.

—Eso no lo había visto antes —dijo la chica señalando el televisor.

—Le he dicho que se quede fuera —insistió Papadopoulos, incapaz de reprimir su instinto policial, pues la chica podía contaminar la escena.

—Jim es un poco obseso de la limpieza, ¿sabe? Es algo compulsivo. No le gusta el desorden. Se plancha hasta los calzoncillos, ¿sabe a lo que me refiero? En el apartamento nunca huele así. Normalmente enciende velas aromáticas.

—No toque nada, por favor. Espéreme fuera. No me gusta la pinta que tiene esto.

—¿Es usted policía o algo así?

«Joder, se me nota a la legua», pensó.

La chica se retiró poco a poco. La cosa parecía más chunga de lo que ella creía al principio, pero aquel tipo, el colega de Jim, el que había abierto la puerta de una patada, le inspiraba confianza. Si no era policía, desde luego lo parecía.

El dormitorio estaba patas arriba. El edredón en el suelo, la lamparita y la mesita de noche encima… Olía fatal, pero no había ni rastro de Jim. Papadopoulos encendió la luz. En la esquina había un armario muy grande, desproporcionado en comparación con la estancia. A un lado había zapatos y ropa apilada, todavía en las perchas. La puerta derecha del armario estaba abierta unos cinco centímetros. Papadopoulos la abrió del todo con el pie. Jim estaba colgado de la barra, desnudo de cintura para arriba, con los pantalones y los calzoncillos por las rodillas, pero con los pies tocando el suelo del armario. La cabeza le colgaba a un lado sobre el cinturón que rodeaba su cuello flácido. Tenía los labios hinchados y parecía que los ojos se le fueran a salir de las órbitas.

—Mierda —soltó Papadopoulos.

Salió de la habitación, cerró la puerta y llamó a Mercy. La chica estaba en el umbral del salón, estirando el cuello.

—Será mejor que vuelva a su apartamento —le dijo. Pero la chica no reaccionó—. ¡Eh!

—¿Sí?

—Estoy llamando a la policía. Vuelva a su apartamento.

—¿Qué le ha pasado a Jim?

—Está muerto —respondió—. Espera un segundo, Mercy.

—¿Muerto? —La chica estaba confundida—. ¿Se ha suicidado?

—¿Por qué lo pregunta?

—Es un poco depresivo… maníaco-depresivo —respondió ella.

—¿Y el televisor nuevo?

—¿Qué pasa con él?

—No compras un televisor así si vas a suicidarte al día siguiente.

—No sé adónde quiere llegar —dijo ella, todavía sorprendida.

—Vuelva a su apartamento mientras hablo con la policía.

Se fue. Papadopoulos la siguió para asegurarse de que, efectivamente, se iba. Después, cerró la puerta del apartamento de Jim.

—Mercy, acabo de encontrar al último tipo que vio a Alyshia D’Cruz el viernes por la noche. Está muerto, colgando de la barra del armario en su apartamento de Shoreditch.

—¿Asesinado?

—Eso creo, pero han intentado camuflarlo como una muerte producida por autoasfixia erótica.

—Voy a llamar al superintendente para ver cómo quiere llevar el tema. Seguro que tiene conexión con el secuestro.

—Quizá deberíamos empezar a repasar lo que grabaron las cámaras públicas de Covent Garden el viernes por la noche. Alyshia asistió a una fiesta de despedida el viernes y la última persona que la vio con este tipo, Jim Paxton, era la homenajeada. Me ha dicho que se separaron del grupo en Maiden Lane.

—Ya me encargo yo.

—¿Qué tal lo llevas tú?

—De momento, nada —respondió Mercy—. He estado haciendo algunas llamadas y ahora voy a reunirme con los informadores. Estoy de camino al East End.

—En el apartamento de al lado hay una chica que conocía a Jim Paxton. ¿Quieres que la interrogue o espero?

—Es probable que quieran enviar una unidad completa de Homicidios, así que es mejor que esperes a que el superintendente te diga algo.

—Voy a volver a llamar a la última chica que vio a Alyshia y a Jim para ver si consigo sacarle algo más.

Colgó y llamó a Toola.

—Hola, Toola, soy George de nuevo. No sé qué es lo que pasa hoy. Alyshia no ha ido a trabajar y no he tenido suerte con Jim. Ninguno de los dos responde al móvil. ¿Cuándo has dicho que los viste por última vez?

—Alyshia quería coger un taxi porque estaba muy borracha. Me sorprendió porque no había bebido tanto, a diferencia de nosotros. Estaba bastante bien y, de pronto, no se aguantaba de pie. Más tarde pensé que tal vez alguien le hubiera echado algo en la bebida.

—¿Jim?

—No, Jim no. Él cuidaba de ella. No es un pervertido. Yo diría que solo fueron al otro lado de Garden para coger un taxi. Strand era en ese momento una locura. Todo el mundo estaba hasta las cejas y encima apuñalaron a ese chaval.

Papadopoulos tenía otra llamada. Colgó a Toola y respondió a la nueva. Era el superintendente Makepeace.

—Buen trabajo, George. ¿Está en el apartamento de Jim Paxton con la chica?

—Le he pedido que vuelva a su apartamento. Estoy solo en el de Jim Paxton, señor.

—No revele que es policía. La situación debe investigarse como un asesinato y hay que levantar el cadáver. Nosotros apoyaremos su identidad falsa…

—A la chica le he dicho que soy colega de Jim Paxton, pero me ha visto abrir la puerta de una patada.

—Quédese con ella. En diez minutos llegará una unidad de Homicidios. Vamos a empezar a investigar las grabaciones de las cámaras públicas ahora mismo.

—Por si les sirve de alguna ayuda para determinar el horario, una amiga de Alyshia me ha contado que apuñalaron a un chico en Strand justo cuando Alyshia y Jim Paxton estaban buscando un taxi.