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6:30, LUNES, 12 DE MARZO DE 2012

Casa de Isabel Marks, Aubrey Walk, Londres W8

Cuando colgó el teléfono, Isabel se dejó caer como un peso muerto sobre la cama. Boxer llamó a Pavis. Se quedó junto a ella, todavía desnuda, sintiéndose como un quinceañero al que sus padres han pillado en flagrante delito. Isabel, abrumada por la culpa, se echó el edredón por encima de la cabeza.

Boxer salió de la habitación, subió al piso de arriba y se duchó. Era un hombre distinto y aquello le preocupaba, entre otras cosas, porque Mercy iba a darse cuenta en cuanto le mirara a los ojos. Se vistió. La puerta del dormitorio de Isabel estaba cerrada cuando pasó por delante. Transfirió la grabación de la llamada a su iPod y envió una copia a la sala de operaciones de Pavis. Fue a la cocina, hizo café, se preparó una tostada y se puso la llamada una y otra vez. Llamó a Martin Fox.

—¿Has oído ya la llamada?

—El superintendente Makepeace y yo hemos estado escuchándola.

—¿Vas a pasársela a un criminólogo?

—Acabo de hacerlo ahora mismo —respondió Fox—. Todavía no hemos recibido tu informe de la situación.

—No he tenido tiempo. Estoy solo con Isabel, la madre de Alyshia. No ha querido organizar un gabinete de crisis y no hay nadie cercano que pueda apoyarla. O no quiere a nadie cerca, incluido Frank D’Cruz.

—Eso es un poco… intenso.

—Hablaré con D’Cruz y con ella para ver si logro conciliarlos. Te enviaré el informe en cuanto pueda.

Isabel entró en la cocina y Charles colgó. Iba vestida y se había recompuesto. Había superado la vergüenza y la había dejado a un lado.

—Los de Pavis van a enviarle la grabación a un criminólogo.

—Me pone los pelos de punta… ese Jordan. Se ha metido en mi vida… en la de todos.

—Parece que os conozca a todos. O, al menos, parece que conozca a alguien cercano a vosotros.

—Es como un envenenador que ansía estar entre la gente cuya comida ha envenenado.

—¿Cómo de grande es tu mundo?

—El círculo más ancho es suficientemente grande como para no conocer a todo el que se encuentra en él.

—Y él conoce ambas partes: Mumbai y Londres.

—También me asusta eso de que parezca que no quiere nada de nosotros.

—Todavía es pronto. Todavía cabe la posibilidad de que se trate de un plan para obtener la mayor cantidad de dinero posible —respondió Boxer—. Está dejando que te impresione todo lo que sabe. Quiere que seas consciente de que ha mirado en todos los rincones, de que ha penetrado en tu vida hasta tal punto que hace que te sientas vulnerable.

—Pues lo está consiguiendo. Eso y que sienta que tiene mi vida en sus manos. Alyshia es mi vida. Si le pasase algo, me moriría.

—Es normal ese sentimiento. Aunque fueras feliz y tuvieras una vida de lo más rica y plena, sería insoportable. Eso es lo que hacen los secuestradores. Te arrastran a ese precipicio y te muestran lo que hay abajo. Él pretende convertirte en una persona que haga cualquier cosa que te pida. Lo que nosotros consideramos secuestros exitosos no tienen tanto que ver con retener al rehén como con manipular a la familia. Te está haciendo sudar de tal manera para que, cuando llegue el momento, ejerzas la mayor influencia posible en Frank.

—Espero que tengas razón. Pero hay algo que no me… Siento algo en las tripas. Como si la cosa no fuera a salir bien.

—Sería raro que no te sintieras así. Es premeditado. Esta es la montaña rusa de la que te hablé. El juego psicológico ha empezado. Mi trabajo consiste en asegurarme de que eres tú quien gana la partida.

Isabel asintió al tiempo que intentaba rehacerse. Tenía los músculos de la mandíbula crispados. Boxer le sirvió una taza de café y le preparó una tostada. La mujer las rechazó, pero él insistió.

—No lo conseguirás con el estómago vacío.

Comió sin hambre.

—Has llevado muy bien la conversación.

—Creía que no. Lo odio con toda mi alma. No he podido reprimirme.

—Esa es la razón por la que, por norma general, creamos una barrera entre el secuestrador y tú, porque involucrarse emocionalmente tiene mucha fuerza y va en ambas direcciones: él te está rompiendo, te está manipulando, y tú has empezado a odiarle por ello. —Boxer bajó el pistón al ver la resistencia marcada en el rostro de la mujer—. La llamada pretendía dejarte claro quién manda. Te ha golpeado a primera hora para pillarte a contrapié. Ha sido caballeroso con lo de la prueba de vida, pero agresivo y amenazador en todo momento, y te ha demostrado todo lo que sabe. Es una táctica típica para minar la moral. Pretende que te sientas insegura y vigilada.

—Sabía que estabas aquí.

—Probablemente sospecha que Frank tiene un seguro contra secuestros. No le des más vueltas. Si me conociera, me habría llamado por mi nombre.

—Sabía lo de mi vecino de Edwardes Square.

—Las malas lenguas —dijo Boxer—. A menos que lo mantuvieras en secreto.

—No, hablé de ello con mis amigos. Todos saben por qué me mudé.

—Y Frank también, con lo que es público en Mumbai y en Londres

—¿Y lo de Jason Bigley, el hombre al que había invitado ayer a comer para que Alyshia lo conociera? Sabía lo que había hablado por teléfono con Chico.

—Escucha tus llamadas. Ha sacado tu número de móvil de la lista de contactos de Alyshia. Tiene un sistema de seguimiento, por lo que sabe dónde estás. La gente escucha llamadas desde que se inventaron los teléfonos.

—¿Y lo del sentimiento de culpa?

—No especules —le recomendó Boxer—. Consume mucha energía y no sirve para nada. Vamos a esperar a tener el móvil de Alyshia. Quiero que me cuentes más detalles del mundo de Frank en Mumbai. Todo lo que sepas. Tengo que escribir un informe de la situación hoy por la mañana, antes de que llegue Mercy, que viene a las once. Lo escribiré mientras hablamos.

Boxer fue al piso de arriba y volvió con el portátil. Lo encendió.

—Ya te dije que hace años que no piso Mumbai —dijo ella.

—Cuéntame lo que recuerdes —repuso Boxer—. Para empezar, ¿con quién te casaste? ¿Con una estrella de cine? ¿O alcanzó la fama más tarde?

—Fue en 1984 y me casé con un hombre de negocios. Se dedicaba a la importación y la exportación. Principalmente, entre India y Dubái.

—Siempre ha habido una relación estrecha entre Mumbai y Dubái.

—Allí hay una enorme comunidad india musulmana: gente que dirige hoteles y tiene pequeños negocios. Y un poco más abajo en el escalafón, trabajadores de la construcción. Siempre ha habido bastante movimiento entre ambos lugares —comentó Isabel.

—Y Dubái siempre ha recibido con los brazos abiertos a gente con dinero… sin preocuparse en exceso de cómo lo gana —añadió Boxer.

—En aquella época yo era inocente, como mis padres. Bueno, no es exactamente así. Estaba loca de amor y mis padres estaban hechizados por Chico. Ya por aquel entonces había levantado una red muy poderosa, a pesar de que fuera el principio de su carrera. Gente importante, políticos que mi padre tenía en gran estima y que hablaban por él.

—Los negocios de importación y exportación cubren un amplio abanico de pecados en esa parte del mundo.

—Desde luego, no les presentaría a mis padres a toda la gente que conocí allí. Había tipos rudos. Creo que sigue habiéndolos. Supongo que es útil tener acceso a gente que puede hacer el trabajo sucio, como, por ejemplo, persuadir a otras personas de que se muden del lugar en el que tú tienes planeado construir. En la conversación telefónica que ha escuchado el secuestrador, Chico se quejó de los habitantes de un barrio pobre que estaban protestando en el centro de Mumbai porque les obligaban a mudarse.

—¿Y cuándo recibió la llamada de Bollywood?

—Él nunca lo confesará, porque le gusta que piensen que siempre ha sido una gran estrella, pero llevaba haciendo papelitos en películas desde los veinte años. Siempre había estado obsesionado con las películas, pero no consiguió su primera gran oportunidad hasta mucho más tarde, unos años después de que nos casáramos.

—Es público y notorio que Bollywood y la mafia de Mumbai se llevan muy bien.

—¿Sí? Pues mis amigos ingleses no lo saben —respondió Isabel.

—No tengo muy claro que los ingleses de nuestra generación hayan conectado todavía del todo con Bollywood. ¿Cómo se convirtió en una estrella? No creo que en aquella época te «descubrieran». Yo diría más bien que se tenían mecenas, como en el caso de Frank Sinatra… que lo hizo «a su manera», sí, pero que era «la de ellos».

—La versión de Chico es que lo hizo de maravilla en una audición con el director Mani Ratnam.

—¿Quién es?

—Hizo una película de gánsteres muy famosa llamada Nayagan, basada en la vida de un gran capo mafioso. Pero a mí no me convence la versión de Chico. Podría ser una de sus fantasías. A veces se inventa su propia filmografía y la entremezcla con la de Anil Kapoor.

—La cuestión es que consiguió el papel.

—Y uno muy importante. Era una película sobre los bajos fondos en la que representaba a un goonda, un pandillero. Eso fue a finales de 1985. Tenía veintiocho años y se cambió el nombre por Anadi Kapoor.

—¿Por qué?

—Frank es cristiano, católico, como la mayor parte de los habitantes de Goa. Bollywood es una industria hindú y musulmana con público hindú y musulmán, por lo que pensó que un nombre hindú le vendría bien. Por aquella época era muy amigo de Anil Kapoor. Tienen más o menos la misma edad. Hoy en día, Anil es muy famoso, pero no lo era tanto por aquel entonces. Chico cogió el apellido Kapoor y le antepuso Anadi, que significa «eterno». Nunca le ha faltado autoestima.

—¿Te gustaba que Frank fuera famoso?

—Bollywood encandila a las masas. Me gustan los bailes, pero me resulta un poco infantil. Es difícil emocionarse con algo que no admiras. Y estás en lo cierto, la razón de que se hagan tantas películas sobre los bajos fondos de Mumbai es que hay muchos mafiosos involucrados en ese negocio. Eso y el críquet, que siempre me ha parecido aburridísimo, eran los temas principales de conversación. De modo que yo no encajaba muy bien allí.

—¿Así que no sabías muy bien lo que sucedía en los negocios de Frank?

—Siempre le ha venido bien ser una estrella de cine sin ser ni hindú ni musulmán. De esa manera podía jugar a dos bandas y tenía amigos en ambos lados. Además, gozaba de algo más de libertad de movimiento en aquella época, cuando el gobierno indio empezó a liberalizar la economía. Chico podía fundar empresas, venderlas y comprarlas, y tenía los contactos adecuados en el gobierno para elegir los mejores proyectos de infraestructura. Y mucho más. Era la persona adecuada en el lugar indicado en el momento correcto y con la red de contactos necesaria.

—¿Fue entonces cuando las cosas empezaron a cambiar entre Chico y tú?

—No era solo que yo no encajase. Yo odiaba aquel mundo. Era un mundo arribista en el que los hombres competían por el dinero y el poder, y a las mujeres se las juzgaba por su apariencia, su ropa, su estilo de vida y, como dice Chico, por su follabilidad. Había algo particularmente feo en Mumbai, o Bombay, como se llamaba en aquella época. Mientras nosotros bailábamos sobre suelos de cristal a la vista de todos, que gritaban muertos de envidia, había millones de personas que vivían, literalmente, entre sus heces. Había días en los que ni siquiera tenía ganas de salir a la calle. El escenario de contrastes era de lo más vil. Chico sabía que aquello me desagradaba. Creó una agencia de acompañantes para él y para sus amigos. A mediados de los noventa, lo nuestro ya había acabado. Yo pasaba más de medio año en Londres, en la casa de Edwardes Square, que me regaló en 1992. En 1997 conseguí un trabajo y mi vida en India terminó.

—¿Y la nueva esposa de Frank?

—¿Sharmila? Viene de familia pobre, pero es muy guapa. Era la novia de un gánster y Chico se la compró para ponerla al frente de su agencia de acompañantes. Con el tiempo… me reemplazó.

—¿Resentida?

—No. Chico siempre ha cuidado de mí. Nunca hemos luchado por Alyshia. Él quería que se educase en Londres pero que conociese Mumbai, así que pasaba la mayor parte del tiempo conmigo e iba a India durante las vacaciones. Alyshia habría sido lo único por lo que nos habríamos peleado, pero nos obligamos a no hacerlo.

—¿Has dormido bien? —preguntó la voz con interés.

—Sí —respondió Alyshia, atontada por la droga que le habían dado y confundida porque no sabía dónde estaba ni comprendía el nivel de preocupación de la voz que le hablaba.

—¿Preparada para un nuevo día?

—No —respondió lisa y llanamente cuando la realidad empezó a fluir por ella.

—¿Ni aunque te diga que este podría ser tu último día en la Tierra? ¿Ni siquiera así estarías preparada?

El miedo la atenazó, pero consiguió encogerse de hombros como si todo le importase una mierda.

—Estoy aquí retenida —dijo Alyshia—, ¿para qué iba a prepararme?

—Sí —dijo la voz con tono de conspiración—, ¿qué es la vida sin libertad?

—Exacto. —Alyshia puso voz de aburrimiento.

—Solo es una vida, pero te sorprendería lo apegada que puedes sentirte a ella.

—¿Puedo quitarme el antifaz? —preguntó. Se dio cuenta de lo servil que se había vuelto.

—Buena chica. Sabía que comprenderías los conceptos con rapidez.

Se llevó una mano a la cara.

—Pero, no, de momento no puedes. Baja la mano.

—En esta habitación no hay nada que ver.

—Entonces debería darte igual llevarlo puesto. Relájate. Concéntrate. Intenta llegar a esos momentos enterrados en tu subconsciente y que tanto nos revelan.

—¿Qué eres?

—¿Un psicólogo chalado? Para ti sería mejor que no lo fuera. No, solo soy un aficionado. Trataré de no cometer muchos fallos y condenarte a un trauma irreparable.

—Creía que eras mi confesor. Que si he de bucear en mi subconsciente, que si va a ser mi último día en la Tierra…

—Vaya, eres católica. Al menos, lo supongo. ¿Sueles ir a misa?

—Me bautizaron.

—Ya es algo. Pero ¿confiesas tus pecados?

—Se pasa en un instante de no tener ninguno a…

—… ser una pecadora irredenta —completó la voz—. Qué poco te conocen los que más cerca están de ti. Cuando eres pequeño ven lo que quieren ver, y cuando va avanzando la vida y pasas más y más tiempo lejos de ellos, te pierden la pista.

—¿Vas a contarle a mi madre lo de Abiola?

—Estoy seguro de que toda mujer bonita tiene oculto algún horror como ese.

—Estoy pagando por mis pecados.

—¿Cómo? ¿Haciéndote amiga de personas negras?

—Vi cómo apuñalaban a un chico negro en Strand… ¿Fue la noche pasada?

—Y llamaste a la policía. No sé yo si deberías considerar que eso sea pagar por tus pecados.

—¿Cómo sabes que hice la llamada? —Alyshia pilló al vuelo lo que implicaban las palabras de la voz—. La única persona que me vio hacerlo fue Jim. ¿Está metido Jim en esto?

—Te sorprendería la de gente que estaba ansiosa por ayudarnos. Para algunos solo era cuestión de dinero. Al fin y al cabo, estamos en Londres. Otros no querían ni recompensa. En este caso en particular, se debe a que teníamos pinchadas tus llamadas. Pero, sí, estabas siendo una buena ciudadana, aunque, a decir verdad, diría que tenías cierta motivación de tu subconsciente.

—¿Te conozco? —Alyshia se preguntaba si alguna vez de su vida en libertad se habría topado con aquella persona.

—Sí, me conoces —respondió la voz—. Soy tu conciencia. El problema es que nadie nos había presentado formalmente en los últimos veinte años.

—¿Qué pones en ese informe? —preguntó Isabel.

—Todo lo que tiene que ver con la situación tal y como yo la entiendo. Un informe de la primera llamada que recibiste. El estado mental y físico de los implicados, es decir, Frank, Alyshia y tú. El parentesco de los implicados y su relación con los demás. Las biografías actualizadas. La idea es poner al día del secuestro al director de operaciones. Yo estoy aquí para ayudar a que tengas un punto de vista objetivo. Ellos, por su lado, lo que hacen es darme ese punto de vista objetivo a mí. Así hacemos las cosas como es debido.

—¿Se lo cuentas todo?

—No voy a contarles lo que sucedió anoche.

—¿Te había ocurrido alguna otra vez?

—Nunca.

Isabel asintió, contenta.

—No estoy segura de por qué lo hice —dijo ella—. Nunca me había comportado así.

—En circunstancias normales no habría sucedido porque tendrías a alguien más a tu alrededor. Sucedió porque yo quería que sucediera. Mi profesionalidad debería haberlo impedido.

—Te necesitaba.

—Y yo a ti. Más adelante descubriremos lo que significa. Esta situación es muy intensa y puede que con el paso del tiempo descubras que lo ves de forma diferente.

—No lo creo.

—Lo que quiero decir es que estás vulnerable por lo de Alyshia y que yo no tengo excusa. Me atrajiste desde el momento en que te vi y eso no me había sucedido jamás.

—Me di cuenta. No ha sido la primera vez, pero ha sido la primera en la que a mí también me ha pasado.

—A partir de ahora deberíamos concentrarnos en lo importante. Resolvamos esa situación primero y después nos encargaremos de lo nuestro.

—No sé si tendré fuerza suficiente.

—Ni yo —reconoció Boxer—. Pero se trata de una declaración de intenciones.

—Eso es lo que más desespera a los padres —comentó Alyshia—, que no pueden controlar a la gente que conoces, a tus amigos y a las personas de las que te enamoras. No pueden controlar el destino.

—Pero pueden proporcionarte herramientas.

—Mi abuelo materno era diplomático y mi abuela provenía de una familia de militares. Patrullaban las almenas de sus estándares morales, como solía decir mi madre, pero no pudieron evitar que se casara con un donjuán extranjero.

—A pesar de que eran conscientes de que ella se arrepentiría.

—No podían ayudarla y ella tampoco podía hacer nada.

—¿Es eso lo que pasó entre Julian y tú?

—No lo sé —contestó para ganar tiempo al ver que él volvía a la carga después de un momento de calma.

—Venga, niña, tienes que saber si te enamoraste de él o no.

—En aquel momento pensaba que le quería.

—Eso suena retrospectivo —dijo la voz.

—No sé lo que había entre Julian y yo. Era intenso, pero no estoy segura de que fuera amor.

—¿Qué tenía que te gustara?

—Sabía lo que quería. Eso me atraía. Pensé que sabía quién era.

—Que es, probablemente, la misma razón por la que tu madre iba detrás de Frank.

—Te aseguro que no es así. Era mi padre el que iba detrás de ella.

—¿Por qué?

—Por un montón de razones. Pero una era que ella le confería un aire de respetabilidad.

—¿Por qué desdeñas a tu madre y adoras a tu padre?

—Porque mi madre me quiere sin saber quién soy.

—¿Y tu padre?

—Él sí lo sabe. Y yo sé quién es él.

—¿Qué es lo primero que te atrajo de Julian?

—¿Por qué hablas de él todo el rato?

—Así acabaremos hablando de otras cosas.

—Julian se comportaba de manera natural conmigo, o, al menos, esa era la impresión que me daba.

—¿Físicamente?

—En todos los aspectos —contestó Alyshia—. Tuve que esforzarme para que se fijara en mí. No conseguía que comiera en mi mano.

—Sigo sin entender por qué te gustaba. Sabía lo que quería y no se fijaba en ti. No parece una buena carta de presentación. Dime al menos que había algo más positivo.

—No era por su apariencia. Tenía la dentadura fatal y era evidente que la causa eran las anfetaminas.

—He dicho «positivo», Alyshia.

—Era inteligente y veía las cosas desde un punto de vista diferente.

—Como tantos otros en Oxford. Venga, Alyshia.

¿Por qué? La pregunta resonaba en su cabeza. ¿Qué le había pasado en aquella época? Porque tenía que haberle pasado algo.

—¿Sabes cuál es su nombre real?

—¿A qué te refieres con eso de nombre real?

—Lo destapó el Daily Telegraph con lo del juicio. Su nombre de verdad es John Black. ¿Te habló de sus padres: a qué se dedicaban, dónde vivían?

—Su padre dirigía un negocio de seguros para líneas aéreas y combustibles aeronáuticos. Su madre era abogada. Vivían en Old Brompton Road. Una vez pasamos por allí.

—Seguro que no entrasteis.

—No se llevaba bien con sus padres.

—A Julian lo expulsaron de la universidad con treinta y un años. Su padre llevaba siete años muerto por un cáncer de hígado. Su madre todavía vive de la beneficencia en Nottingham. Tenía cuarenta y seis años cuando se dictó la sentencia. Forma parte de esa estadística de la que tanto le cuesta librarse a la Pequeña Inglaterra: la mayor tasa de embarazos adolescentes de Europa.

»Y por cierto, hay algo más que deberías saber: Julian le debía a Abiola treinta mil libras. Había acumulado una deudilla de juego para costearse su drogadicción. Parte del trato fue que él te presentaría a Abiola.

Alyshia se sintió como si la hubieran enterrado en un agujero, en los cimientos de un edificio que se había derrumbado sobre ella.

—Y antes de que lo preguntes, es de dominio público —añadió la voz.

Alyshia dejó que la oscuridad se expandiera. Sus pestañas acariciaban el antifaz de terciopelo mientras parpadeaba.

—Piensa en ello —dijo la voz—. ¿Qué es lo que hizo que te sintieras atraída por Julian?