19:45, DOMINGO, 11 DE MARZO DE 2012
Lugar desconocido
—Háblame de Hackney. Háblame de London Fields —dijo la voz—. Podrías vivir en cualquier lugar de Londres. Notting Hill, Chelsea… bueno, quizás allí viva gente muy mayor para ti. Pero ¿qué tiene Dalston, en Broadway Market? ¿Por qué quieres vivir allí, Alyshia?
—¿Qué me das por responder a esa pregunta?
—No es una pregunta, sino una conversación. Nos estamos conociendo.
—Las reglas las has puesto tú. Tan solo estoy comportándome de acuerdo con ellas. Yo respondo preguntas, tú me recompensas. Tú mismo has dicho que nada es gratis.
—Eres una listilla, ¿eh, Alyshia? —respondió la voz sin hacer concesión alguna—. Dime, ¿qué quieres?
Lo que más deseaba era ver. No soportaba la desorientación a la que estaba sometida por la oscuridad constante. Ver le daría cierta sensación de poder. Le daría posibilidades.
—Quiero ducharme.
—No, las duchas son algo muy caro. Para conseguir una ducha necesitas muchos kilómetros de vuelo. Mira, si mantienes una conversación agradable conmigo, dejaré que te quites el antifaz.
—Vivo en Hackney porque quiero ser una persona normal. Quiero tener amigos que me aprecien por mí misma. Es probable que no sepas lo que implica nacer rica.
—Tiene que ser duro. Muy duro —respondió la voz con tono mordaz—. Puede que mucho más duro que vivir en un barrio pobre de Mumbai, sin electricidad ni agua corriente, con mierda por toda la calle y con ratas que no llaman a la puerta.
—Eso no lo sé. Pero tengo muy claro cómo es vivir una vida completamente aislada. No tener la posibilidad de aprender de la experiencia… porque no puedes experimentar nada.
—¿Y cómo es que has salido tan simpática? —El tono de voz era agresivo—. ¿De dónde has sacado percepciones tan interesantes?
—De mi madre.
—Otra persona que tiene una vida muy confortable y un pasado privilegiado. ¿Qué hacía? ¿Te obligaba a sentarte en sillas sin cojín?
—Me dejaba mirar por encima de los muros.
—Oh, Alyshia, qué bonito. Los muros de la prisión de la riqueza. Sí, sabemos lo altos y gruesos que son. No estás siendo muy persuasiva. Me está costando compadecerme de ti.
—No recuerdo haberte pedido que lo hicieras. Me has preguntado por qué vivo en Dalston y yo te estoy diciendo que me libera de los yugos familiares. Cuando estoy allí no soy la hija de un multimillonario. Es un gran alivio. Recibo el mismo trato que cualquier otra persona. Gusto o caigo mal por cómo soy.
—Menuda sarta de gilipolleces. Me habría resultado más creíble que me hubieras dicho que te mudaste allí porque queda cerca de donde viven Duane y Curtis.
—No fue allí donde los conocí.
—No, es cierto. Los conociste en el Vibe Bar de Brick Lane.
—Estás cambiando de tema. —La habían investigado tan a fondo que se sintió azorada—. Si hemos acabado con el asunto de «¿Por qué vives en Dalston?», deberías dejar que me quite el antifaz.
—Así es, pero no hemos acabado.
—Así que tus reglas son arbitrarias.
—Las reglas solo son para ti y yo las aplico. >Soy yo quien decide cuándo me has dado una respuesta verdaderamente buena. En este caso, no me has contado la verdadera razón por la que te gusta vivir en Dalston, teniendo en cuenta que tu madre vive en un apartamento de Aubrey Walk. Qué alivio perder de vista a aquel tipo tan pesado de Edwardes Square, ¿eh? Dios, tu madre le gustaba tanto que resultaba enfermizo. Y ella pasaba de montárselo con él. Dudo que haya estado con alguien después de Chico, ¿eh?
—Eres asqueroso —respondió, pero se calló unos instantes porque algo la sorprendió muchísimo—. ¿Cómo conoces ese nombre? ¿Cómo sabes cómo llama mi madre a mi padre?
—Es una pena que tu madre no soportara la polla inquieta de Frank. De haberlo hecho, seguirían juntos. A ver, que Sharmila es increíble, no me malinterpretes, pero, si me lo preguntas, me parece el típico trofeo de multimillonario, ¿eh? ¿No te lo parece? ¿Alyshia? No dices nada.
—Has hecho los deberes. Es impresionante.
—Sí, pero no creas que se puede aprender tanto de la observación minuciosa y trabajando alrededor de los objetivos. Llega un momento en el que debes comunicarte con ellos. Ya sabes, meterte de lleno. Así que déjate de esas chorradas de la pobre niña rica y dime cuál es la verdadera razón de que te mudaras a Dalston, que, reconozcámoslo, no se distingue por lo bien comunicado que está.
—Quería vivir en un lugar al que sabía que mi madre no iría nunca.
—Pero ¿por qué? —preguntó la voz con ironía—. Adoras a tu madre. Era ella la que te dejaba mirar por encima de los putos muros de la riqueza. Si hay alguien que debería ser capaz de lidiar con la realidad de la vida de su hija, debería ser Isabel Marks, ¿no?
—Ve las cosas a su manera.
—¿Las cosas? ¿A qué cosas te refieres? —La voz siguió cargando de ironía sus palabras.
—Intenta influirme.
—Sigue, Alyshia, ya casi hemos llegado.
—Intenta emparejarme. No es tan diferente de las madres indias. No para de presentarme a «chicos majos» —prosiguió Alyshia con vehemencia—. ¿Qué día es hoy? ¿Domingo? Seguro, sí. Pues te apuesto lo que quieras a que hoy iba a presentarme a otro de esos «chicos majos». Todos son escritores o gente de la tele, actores o directores en ciernes, pero ninguno de ellos, ni uno solo, parece una persona de verdad con una vida de verdad. Todos son iguales. Cortados por el mismo patrón. Seguro que, si los investigas un poco, todos tienen amigos en común.
—Tan solo quiere lo mejor para su única hija. Puedes quitarte el antifaz.
Estaban sentados a la mesa de madera de la cocina, comiendo el arroz con pato.
—¿Cómo cree que va a desarrollarse este… este proceso? —preguntó Isabel—. No puedo decir la palabra. No me atrevo a decirla. Secuestro. Ya está. Suena pasada de moda, como los salteadores de caminos o las levas de soldados. ¿Cómo cree que va a desarrollarse este secuestro?
—De las llamadas que ha recibido hasta el momento no se deduce que vaya a ser un secuestro «exprés» o «de tarjeta de crédito». No pretenden obtener dinero fácil a cambio de la menor inversión posible. De ser así, ya habríamos empezado a negociar una cantidad, la entrega y los términos de la liberación y de la recogida de la chica. Todo acabaría en cuestión de cuarenta y ocho horas.
—Digamos que ese sería el caso para, pongamos, unas veinte mil libras —comentó Frank D’Cruz—, pero ¿y si es por una cantidad de dinero mucho más seria? Puedo conseguir veinte mil en segundos. Para reunir millones necesito tiempo. Así que no descarte todavía la petición de dinero.
—Frank tiene razón. En caso de que quisieran una suma mucho mayor, se habrían preparado para una partida más larga —dijo Boxer—. Los secuestradores exprés no se complican la vida. Dejan a la víctima drogada en la parte trasera de una furgoneta hasta que les dan el dinero. Para retener a una persona cierto tiempo se requiere inversión e investigación. Tienen que investigar a la víctima, encontrar un piso franco, organizar el transporte, contratar a gente, comprar equipo, hacer acopio de provisiones. Los secuestradores a los que nos enfrentamos nos han demostrado que han investigado mucho. Sabían cuándo Frank dejó Mumbai y aterrizó en Londres. Están tranquilos. Se han puesto en contacto con usted con una prueba de vida convincente.
—¿Y cuánto suelen durar este tipo de secuestros? —preguntó Isabel.
—Entre una semana y dos meses, aunque, dependiendo de sus recursos, podríamos encontrarnos ante un periodo de tiempo indefinido.
—Mencionaron una cifra —comentó Isabel, desesperada—. Cuando Jordan habló de lo del «sano regateo asiático», dijo que empezaría con cincuenta millones y que nosotros le ofreceríamos veinte mil y que nos pondríamos de acuerdo cuando llegásemos a medio millón. ¿En qué rango los mete eso?
—Solo que dijo que no iba a ser así —respondió Boxer—. Ahora que han hablado con ambos y les han dado una prueba de la captura, van a hacerlos sufrir al menos uno o dos días antes de volver a llamar. Si de verdad están buscando una gran suma de dinero, también es posible que pretendan asustarles o molestarles durante este tiempo como parte del proceso de sufrimiento. El hecho de que hayan usado la palabra «hablar»… Esa es la palabra que usaron, ¿verdad, Frank?
—Sí, «hablar».
—Y no «negociar». Todas las conversaciones quieren tenerlas con Isabel, a quien ya le han hecho una amenaza muy fea para minar su equilibrio emocional, lo que significa que no deberíamos esperar que la cosa se resuelva con rapidez. También creo que esperan que Frank, con todos sus recursos, contrate a algún profesional. Seguro que esperan que a Isabel la guíe un especialista.
—¿Quiere decir que no va a ser usted quien hable con ellos? —preguntó D’Cruz.
—No quieren hablar conmigo. Sobre mí no tienen ventaja. Ni siquiera quieren hablar con usted. Por eso Jordan dejó bien claro que solo quería hablar con Isabel, porque a ella pueden presionarla emocionalmente con mayor facilidad. Lo normal en estos casos es organizar lo que en este negocio se conoce como «gabinete de crisis», que es un término rimbombante para describir a un grupo compuesto por familiares, amigos leales y, si es posible, un abogado. La próxima vez que Jordan llame, el negociador que nosotros hayamos elegido le dirá que Isabel no puede hablar porque está incapacitada por culpa del estrés emocional y que tiene que hablar con él. Eso los distanciará de…
—No —dijo Isabel.
—¿No? —Frank D’Cruz se sorprendió—. Isabel, Charles es el especialista.
—No voy a permitirlo. Nadie va a negociar por mi hija en mi nombre. No voy a pasarle esa responsabilidad a nadie. Y no quiero correr ningún riesgo.
—Sería una responsabilidad compartida —comentó Boxer—. Yo diseñaría la estrategia y las tácticas y pensaría en todas las posibilidades junto con la persona que ustedes decidieran que hiciera las veces de negociador. Pero usted estaría involucrada en todo momento. La idea es levantar una barrera entre el secuestrador y usted.
—Le he comprendido, pero no quiero hacerlo así.
—Por amor de Dios, Isabel…
—Piénselo por la noche —le aconsejó Boxer—. Lo hablaremos de nuevo por la mañana. También debería plantearse pedirle a alguien que viniera a darle apoyo moral. Como es evidente, su hermana Jo no es una buena candidata. Tiene que haber alguien más. Frank me ha hablado de Miriam.
—Miriam está en Brasilia. Ya he hablado con ella y tiene sus propios problemas con uno de sus hijos. Ni siquiera he querido contarle lo de Alyshia.
—¿Y quién queda? —preguntó Boxer—. ¿Frank?
Exmujer y exmarido se miraron, uno a cada lado de la mesa. Isabel solo había tocado la comida, moviéndola de un lado para otro. El plato de Frank estaba limpio.
—Díselo tú —comentó D’Cruz—. Esta vez deberías decírselo tú.
—Nos enfrentamos a las situaciones de maneras muy diferentes —empezó Isabel—. Lo mejor es que no pasemos mucho tiempo juntos en circunstancias tan estresantes. Quiero tener cerca a Chico, claro está, pero no quiero que me acompañe constantemente.
—Entonces, ¿quién?
Silencio.
—Pues, en ese caso, tendremos que ser usted y yo solos —dijo Boxer.
—Bueno, no será tan malo —respondió Isabel—. Tampoco es que me guste tener mucha gente a mi alrededor. Me pongo irritable.
—¿A los dos les parece bien? —preguntó Boxer, mirando a uno y a otro.
Asintieron.
—De acuerdo —aceptó Boxer mientras pensaba que, poco a poco, cambiarían de opinión—. Mañana les presentaré a Mercy Danquah. Va a ser la especialista de apoyo, lo que implica que debe saberlo todo acerca del caso para poder encargarse de él si, por la razón que sea, yo resulto incapacitado. Además, ella realizará ciertas investigaciones básicas.
Isabel parecía nerviosa.
—No se preocupe, está acostumbrada a esto. Es discreta. Los secuestradores no se darán cuenta y si, por alguna increíble casualidad, lo hacen, se apartará inmediatamente. No tiene nada que temer en este sentido.
—¿Qué es lo que va a investigar? —preguntó D’Cruz.
—Descubrirá quiénes vieron a Alyshia por última vez y dónde. Se pondrá en contacto con sus amigos y colegas, investigará su apartamento y comprobará cuándo se han usado las tarjetas de crédito. Ese tipo de cosas. Por cierto, ¿alguno de ustedes tiene las llaves?
—Yo no —respondió Isabel—. Y nunca me dijo que tuviera otro juego. Pero, mire, lo de Mercy me pone muy nerviosa. Ya sabe lo que han dicho. Nada que se parezca siquiera a la policía y…
—Mercy ha trabajado en decenas de investigaciones de secuestro. Tiene mucha experiencia.
—¿En tantos?
—Y eso solo en Gran Bretaña —puntualizó Boxer—. Y la víctima ha sido liberada con éxito en todos los casos.
D’Cruz asintió y le dio unas palmaditas en la mano a Isabel. Acabaron de comer, bebieron lo que quedaba del vino y D’Cruz se preparó un café exprés antes de marcharse. Boxer permaneció en la cocina mientras Isabel acompañaba a la puerta a su exmarido.
—Quizá piense que soy una persona muy extraña —dijo Isabel mientras entraba de nuevo en la cocina.
Boxer levantó la mirada, pero no dijo nada. Una vieja técnica.
—No tengo ni familiares ni amigos que me asistan en un momento de gran necesidad. Tan solo un completo extraño contratado por mi exmarido a través de una compañía de seguros.
—Lo he visto otras veces, pero no es lo normal.
—¿Está preocupado?
—No me gusta la expresión «montaña rusa emocional» porque lleva implícito algo estremecedor, pero describe con bastante precisión lo que sucede en los secuestros. Ahora estás arriba, sientes que todo es positivo y que avanza en la dirección adecuada, y de pronto te caes al hoyo más profundo y te sientes deprimido y desmoralizado. También hay momentos que suceden a toda velocidad, pero la diferencia con una montaña rusa es que no te diviertes lo más mínimo en ninguna parte del viaje. Esa es la razón por la que se necesitan personas cercanas, gente en quien confiar, que pueda abrazarla. Esta es una experiencia agotadora tanto en lo físico como en lo emocional.
—Siempre me he enfrentado sola a las cosas duras de la vida. Cuando Chico y yo rompimos no vi a nadie.
—Pero tenía a Alyshia.
—Es cierto. —Isabel zozobró—. Pero, cuando murió mi madre, Alyshia estaba muy lejos, en Mumbai.
—¿Y su hermana Jo también le falló entonces?
—Mi madre y Jo no se llevaban bien. No era una buena influencia.
—El secuestro es un juego mental. Permanecemos aquí sentados. Ellos se quedan sentados dondequiera que estén. No tenemos nada visual que nos ayude. Ya nos han demostrado que son muy buenos en el campo psicológico. De verdad, le vendría bien tener a su lado a alguien que las conozca a Alyshia y a usted.
—No tengo a nadie en quien confiar. —Se sentó a la mesa de nuevo—. Excepto Miriam, y ahora usted, Charles Boxer.
—Yo soy un extraño, recuérdelo. Soy quien le dará el punto de vista objetivo. Distingo entre el peligro real y los ardides tácticos. Me aseguro de que no comete usted los errores naturales a los que la abocaría su implicación emocional.
—En ese caso, además de ser ese profesional del que habla, deberá convertirse en alguien de la casa. Tendríamos que conocernos. Podría empezar por decirme de quién ha sacado esos ojos.
—De mi madre.
—¿Y de dónde es ella? ¿De Afganistán?
—De Sídney, Australia —respondió Boxer—. Y no de un suburbio exótico. De Parramatta. Mi abuela murió joven. Mi abuelo era un borrachín sin empleo al que le gustaba meterse en peleas de bar. Mi madre se fue de casa con dieciocho años, se hizo azafata de vuelo y nunca miró atrás, ni volvió… Ni siquiera para el funeral de su padre.
—¿Cómo se llama?
—Esme.
—Es un nombre pasado de moda.
—Era el de su abuela.
—¿Dónde está ahora?
—En Hampstead. Vive en un lugar que mi hija llama El Hospital de las Toses.
—¿Está enferma?
—No como se imagina. Tiene un apartamento en Mount Vernon, el antiguo hospital de tísicos. Es la manera que tiene Amy de burlarse de su abuela, porque se trata de un complejo muy lujoso.
—Entonces, si no es como me imagino, ¿qué enfermedad tiene?
—Es alcohólica.
—¿Como su padre?
—Quizá, pero por razones diferentes —respondió Boxer, eludiendo los detalles más complicados—. Trabajaba en una industria que requería mucha vida social.
—Pensaba que las azafatas servían las bebidas.
—Conoció a un director de publicidad televisiva en un vuelo y acabó siendo su productora. Era un trabajo que implicaba llevar a la gente a comer y a cenar, y beber mucho en ambos casos. No consiguió quitarse el hábito.
—¿Se lleva usted bien con su madre?
—Tiene una personalidad complicada —comentó Boxer al tiempo que pensaba que las mujeres lo entendían todo con poco que les explicases—. Su estado la vuelve… temperamental. Vamos, que pierde la cabeza y se pone de muy mala leche.
Se rieron, aunque para Charles Boxer no era asunto de risa.
—Le cae bien Amy, mi hija. Y especialmente ahora, lo que me resulta impresionante. Oigo cómo se ríen a carcajadas en la cocina, como si fueran la bruja veterana y la bruja novata mientras remueven en el caldero un estofado con ojos de tritón y ancas de rana.
La mujer se rio de nuevo.
—¿Por qué no ha querido quedarse su exmarido? —preguntó Boxer para obtener él también algunas respuestas—. Me ha explicado que tienen ustedes límites, pero esta es una situación extrema.
—Me gusta. Lo admiro. Incluso todavía lo amo… lo que es una locura, lo sé, dado que me destruyó con sus constantes traiciones. Y no solo sexuales. Pensaba que era un hombre con grandes cualidades, un hombre en quien confiar, en quien merecía la pena creer. Pero olvidé lo más importante: es actor. Puede hacerse pasar por cualquiera. Puede hacer que las mujeres creamos que nos ama. Puede hacer que sus empleados confíen en él. Puede hacer que los políticos coman en su mano. Pero me di cuenta de que no hay nada de todo eso. O quizá sí que lo haya, solo que… No he dicho todo esto delante de él porque habría sonado demasiado fuerte, pero es la verdadera razón por la que creo que el secuestrador lo conoce. Cuando, hablando con el secuestrador, puse en duda que yo fuera la persona que mejor conocía a Chico, él me dijo: «Es lo que sucede cuando eres muy rico: te aseguras de que la gente te conozca lo menos posible. Así tienes mayor margen para la crueldad». Y eso es lo que tiene Chico dentro, en su corazón: una crueldad monstruosa. Por eso no podemos pasar mucho tiempo juntos, porque solo consigo fingir durante un tiempo que no soy consciente de ello. Y porque él sabe que yo lo sé.
—¿Cómo se llevan Frank y Alyshia?
—Es una pregunta a la que puedo responder, pero solo hasta cierto punto.
Estaba incómoda. Se levantó para recoger la mesa; él rechazó todo lo que ella le ofreció. La botella de whisky apareció de nuevo, junto con hielo y vasos. Volvió a la mesa con un café.
—Alyshia siempre ha sido la niña bonita de Chico. Vio algo extraordinario en ella y le prestó una atención que nunca le ha prestado a los hijos que tiene en Mumbai. Me gusta pensar que vio en ella lo mejor de él. Ella, al igual que él, es muy guapa. Siempre ha sido muy, muy inteligente, excepcional en matemáticas, y se licenció en Económicas en la London School of Economics. Chico quería que hiciera un máster en Administración y Dirección de Empresas antes de trasladarse a Mumbai, pero la mayoría de las universidades no querían admitirla. No sé cómo se las ingenió Chico, pero la Escuela de Negocios Saïd de la Universidad de Oxford le ofreció una plaza y, después de un curso de dos años, fue directa a Mumbai para aprender el negocio al lado de su padre.
»Chico quería que estuviera preparada para dirigir una gran corporación global. Eso es lo que está construyendo. Ya tenía el estudio de Bollywood, que ahora se ha expandido, y las películas le daban, y aún le dan, muchísimo dinero; y no solo en India, sino en las comunidades asiáticas de todo el mundo. En aquella época ganaba tanto dinero como para comprar empresas enteras de un plumazo. Sabía que los coches eran el futuro, así que adquirió una compañía que suministraba piezas a TATA. Luego se metió en el negocio de las ruedas y de los plásticos, y ahora también fabrica coches. También compró una acería, por lo que tiene todo el proceso de manufactura bajo su control.
—Nos ha contado que ha traído unos prototipos de coche eléctrico porque está interesado en establecer una fábrica en Gran Bretaña.
—Ah, sí. Hace unos años, estaba de lo más emocionado porque se había hecho con una nueva tecnología para baterías —comentó Isabel—. En la actualidad, las fabrica y las exporta a todo el mundo.
Boxer asintió y tomó nota mental. Si el secuestro no tenía que ver con el dinero, quizá fuera para forzar al empresario a detener algún proceso de fabricación.
—¿Y la familia de Frank? —continuó preguntando Boxer.
—Sus padres murieron antes de que yo lo conociera. Tenía dos hermanas. La mayor murió de sida después de ejercer de prostituta muchos años. La otra desapareció y no ha vuelto jamás, a pesar de la fama y la fortuna de su hermano.
—Un pasado muy oscuro.
—Así es Chico.
—Entonces, que Alyshia volviera de Mumbai para quedarse a vivir en Londres implica que algo muy malo pasó entre ellos.
—Ninguno de los dos habla del tema. —¿Cuánto tiempo aguantó Alyshia a su lado?
—Dos años.
—¿Y no tiene ni idea de lo que sucedió? —Boxer no acababa de creerla.
—Alyshia se quedó aquí, conmigo, un par de meses mientras lo ponía todo en orden. Creo que le di mucho la lata. No pude evitarlo… Se mudó a un apartamento de alquiler en Hoxton y consiguió trabajo en un banco, aunque dudo que haya nada más alejado de lo que quería hacer. Está trabajando y, por lo visto, no mantiene contacto con ninguno de sus antiguos amigos. Tiene una vida social de la que nunca sé nada, a menos que la invite a casa. Estoy bastante segura de que no tiene vida amorosa, lo que para una chica tan guapa como ella… no es normal.
—¿Era feliz antes de mudarse a Hoxton?
Isabel sorbió su whisky y pensó unos instantes.
—Infeliz no es —respondió—. Si la conociera, vería que no es introvertida. Y nunca pensaría que está deprimida. Todavía tenemos una relación muy estrecha. Nos lo pasamos muy bien juntas, siempre que no toquemos ciertos asuntos. Pero…
—¿Ha cambiado?
—Supongo que todos cambiamos. Yo también era joven y feliz hasta que a los veintitrés descubrí lo que hacía Chico… cómo era.
—¿Cree que Chico hablará conmigo en algún momento? Me refiero a darme información real.
—No —respondió con suavidad—, pero eso no significa que no tenga usted que intentarlo.
—Él ya me ha advertido de que no se le da muy bien decir la verdad… pero que tampoco va a mentirme.
—Al menos lo ha puesto sobre aviso y no va a tener que pasar usted por el doloroso proceso de descubrirlo por sí mismo. Eso quiere decir que o bien le gusta usted o bien, y no se lo tome a mal, quiere que haga lo que le pida y, cuando haya acabado, se olvidará de usted.
—¿Cómo se las arregla para despreciar a Frank y, aun así, amarlo? —preguntó Boxer en voz alta, sin pararse a pensar.
—Es la única persona a la que he amado en toda mi vida —respondió ella sin mostrarse molesta—. Nadie más se ha acercado tanto a mí. Y ese recuerdo sigue siendo muy fuerte. Significa que…
—Las aproximaciones no valen.
La mujer asintió a modo de respuesta, o, al menos, de parte de ella.
—¿Qué edad tenía cuando lo conoció?
—Diecisiete.
—Es la edad de Amy —dijo Boxer mientras detenía el cuello de la botella para que la mujer no le sirviera más de un dedo de whisky.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Amy es joven, alocada e impresionable. ¿Qué edad tenía Frank?
—Veinticinco.
—¿Les gustó a sus padres?
—No, nada, hasta que lo conocieron. Les convenció. No querían que me casase con él hasta que cumpliera veintiuno. Los persuadió para que dejasen que nos casáramos dos años antes. Para cuando cumplí los veinte, ya había tenido a Alyshia.
Boxer hizo una serie de cálculos mentales.
—Eso quiere decir que usted se divorció de Frank cuando tenía veintitrés años. ¿Y no ha mantenido ninguna otra relación desde entonces?
La mujer se encogió de hombros.
—No es que me hayan faltado las oportunidades, pero…
A Boxer le zumbó el móvil en el bolsillo. Mercy. Mierda. Iba a tener que cogerlo. Se disculpó y salió de la cocina.
—La he pillado —dijo Mercy—. Estamos en casa. Está arriba, en su habitación, enfadada.
—¿Y? ¿Qué ha pasado?
—El nuevo novio de Karen forma parte de un círculo de contrabandistas de tabaco. Envían grupos de chicas a las islas Canarias, donde les dan una maleta llena de cigarrillos para que la traigan a Gran Bretaña. Las chicas se lo pasan bien, con todos los gastos pagados, y traen ocho mil cigarrillos cada una. Allí el precio del paquete es de tres euros y aquí es de siete libras. Incluso con un mal cambio y rebajando el precio, consigues un beneficio de tres libras por paquete. Mil doscientas libras por chica. Vuelo, hotel, clubes y bebidas no pueden salirles por más de doscientos. Seis chicas, seis mil. Muchísimas gracias.
—En Aduanas no van a tardar mucho en darse cuenta.
—Les he explicado que tienen suerte de que no las hayan pillado y les hayan abierto ficha policial antes de cumplir los dieciocho.
—¿Cómo se lo ha tomado Amy?
—Mal. Ha sido muy ofensiva. Pero ¿sabes?, he estado observándola antes de que me viera. Se ha puesto a hablar con una pareja de nuestra edad en la sala de espera de la estación. Era fantástica. Encantadora. Divertida. Es decir, totalmente fascinante. No la reconocía. Quizá seamos nosotros, Charlie. Quizás el problema lo tengamos nosotros. O quizá sea solo yo.
—Somos ambos.
—¿Qué vamos a hacer con ella?
—Hagas lo que hagas, no te vuelvas loca, Mercy. Lo principal es que alguien se ocupe de ella mientras nosotros estamos con este caso.
—He hecho unas llamadas. Ninguno de los sospechosos habituales puede encargarse.
—¿Quieres que hable con mi madre?
—¿Con la bruja borracha?
—Al menos se llevan bien. Y, por lo visto, no bebe tanto cuando está con Amy. Podría venirles bien a ambas. Mamá la calmará y Amy hará que se respete un poco más.
—Y que cocine Amy.
—La llamaré —dijo Boxer—. Mercy, no te sientas culpable. Todos estamos metidos en esto. Incluida Amy.
—La adoro y solo recibo odio a cambio. Va a poder conmigo, Charlie. —El hombre se la imaginó con la frente apoyada en la pared, deseando que la situación fuera más sencilla—. ¿Dónde estás?
—En la casa de la madre de la chica, en Kensington —respondió Boxer—. ¿Vas a venir mañana a conocerla?
—No llegaré hasta las once. Primero iré a ver al superintendente.
—Voy a llamar a Amy.
—Buena suerte. No creo que lo coja.
Colgaron y Boxer llamó a su hija. No le respondió. Volvió a la cocina.
—¿Problemas en casa? —quiso saber Isabel.
—Es complicado —respondió Boxer.
—Estoy acostumbrada.
—Mercy Danquah no es solo la especialista de apoyo. La fotografía que le he enseñado antes es la de nuestra hija. Concebimos a Amy y nos separamos poco después, pero hemos seguido siendo buenos amigos. Y parece que Amy está expandiendo sus horizontes un poco más rápido de lo que nos gustaría —se lamentó Boxer, y a continuación le relató la llamada por encima.
—Me cuesta creer que esté usted aquí sentado y tan calmado mientras me cuenta lo que está pasando en su vida personal.
—Es la naturaleza de mi trabajo.
—¿No demostrar cuál es su estado emocional?
—No, controlarlo. Y a lo largo de los años he desarrollado un buen olfato para saber cuándo las cosas van realmente mal.
—¿Cómo conoció a Mercy?
—Ella estaba en la universidad y yo, en el ejército —respondió mientras tomaba notas mentales de las mentiras que le contaba—. Tuvimos una aventura y se quedó embarazada. Estuvimos viviendo juntos cosa de una semana antes de darnos cuenta de que éramos amigos y no amantes. Nos separamos y compartimos a Amy.
—¿Cómo descubrieron que solo eran amigos?
—Nos lo contábamos todo el uno al otro y descubrimos que nos parecíamos demasiado. No existía esa atracción de los polos opuestos. No nos escondíamos nada y no había nada que ansiáramos conocer. Eso no quiere decir que no la protegería con la vida si se diera el caso, pero significa que nunca podremos ser amantes.
—Y lo descubrió antes de que naciera Amy. Bueno, ¿y qué ha estado haciendo Charles Boxer los últimos diecisiete años?
—He mantenido relaciones, pero, al estar en el ejército, luego en Homicidios y después tener este trabajo, en el que pueden enviarte a México o a Yokohama sin previo aviso, mi vida hogareña resulta complicada. Y a las mujeres no les gusta eso. Bueno, mejor dicho, les gusta un tiempo, hasta que se dan cuenta de que se les estropean los planes, se echan a perder las vacaciones… y su vida permanece una y otra vez a la espera.
—¿Y por qué se dedica a esto?
—He descubierto que me gusta formar parte de situaciones en las que la vida importa de verdad. En el ejército entré en combate en la Guerra del Golfo y después de eso la vida normal me resultaba monótona, tediosa. Así que entré en Homicidios, como detective, pero enseguida me di cuenta de que había sido un error. Descubrir por qué había sido asesinado alguien no tenía la intensidad que estaba buscando. Era algo que sucedía después de la vida. Historia. Redundante. Una víctima a la que no podía ayudar. Los secuestros me han dado lo que me faltaba. Todo el mundo ansía que la víctima sobreviva. La enorme presión de conseguirlo. La recompensa de ver que las víctimas vuelven sanas y salvas a su vida anterior, a su familia.
—¿Y siempre lo ha conseguido?
—Casi siempre. —Boxer pensó en Bianca Dias y se estremeció por dentro.
—¿Qué me dice de Alyshia? —preguntó Isabel Marks, cuya cara volvió a descomponerse con la violenta irrupción de la preocupación.
—Por lo que Frank y usted me han contado, tiene el perfil adecuado para salir adelante —comentó Boxer, ofreciéndole la cháchara profesional en vez de la brutal realidad—. La banda es profesional. No van a hacerle daño. Tenemos que mantener la calma y ser pacientes. Acabarán diciéndonos qué quieren. A partir de ahí, veremos cómo actuar.
La mujer rodeó la mesa y se acercó a él.
—Sé que apenas nos conocemos, pero ¿le importaría abrazarme?
Él se puso de pie y la abrazó. Medía casi treinta centímetros más que ella y la mujer apoyó la cabeza en su pecho. Al principio, Isabel tenía los brazos a los lados, como un niño que ha recibido un mazazo emocional. Luego, se los puso en la cintura y se acercó a él.