Me gustaría dar las gracias a todos los que me han ayudado con este libro, en especial a mi viejo amigo de la universidad, Robin Clifford, que me presentó a un gran número de personas que trabajaban en el sector de la seguridad privada. Aquellos con quienes hablé me han pedido que mantenga su nombre en secreto. Lo único que voy a decir es que todos ellos eran gente de lo más impresionante y que me sorprendieron por ser inamovibles autoridades morales, a diferencia de muchos de los personajes de esta novela.
Muchas gracias también a mi viejo amigo Steve Wright, que me contó una conversación que había tenido con su hijo de seis años, Calum. Metí aquellas palabras como si fueran mantillo en la compostadora de mi cerebro y diez años después habían convertido una zona estéril en un campo que ha dado frutos.
No hay nada como los libros antes de que sean editados. Este pasó por numerosos procesos antes de ver la luz. Cuando por fin cuajó, me alegré mucho de tener a mi lado a Andrew Kidd, que me dio consejos editoriales muy valiosos. La mayoría de ellos los incorporé al texto antes de enviar la novela, lo que, sin duda, fomentó su recepción positiva.
Hay días en los que escribir parece la tortura más exquisita jamás concebida por el mismísimo diablo. Pasarse horas dando vueltas en un espetón creado por ti mismo para producir unas pocas gotas de sudor —que caen sobre la página y difuminan las cuatro palabras que has conseguido escribir con un bolígrafo muy roído— puede parecer una manera horrible de ganarse la vida. Por otro lado, si estás en vena y sacas petróleo, con el cerebro a mayor velocidad de lo que fluye la tinta y con la pila de papeles en blanco bajando visiblemente mientras los rellenas con ideas locas, la cosa puede merecer la pena. He hecho visitas de lo más extrañas a los dos extremos del proceso de escritura mientras pasaba la mayor parte de mi vida entre ambos, y puedo asegurar que si hay algo de lo que estoy agradecido es de no estar solo en esto. Por ello, quiero darle las gracias a mi esposa, Jane, por ayudarme siempre a recuperar la cordura mientras escribo, por su infinita paciencia, por sus percepciones en el proceso de edición, por apuntalar el edificio cuando se ha acabado el trabajo y por su amor, que valoro por encima de todas las cosas y le devuelvo con todo mi corazón.