Cada libro es un trabajo en grupo, pero hay unas cuantas personas sin las que éste no hubiera existido. Mi indómito agente, Sam Stoloff, me animó a escribir esta novela casi desde su concepción. Mi fantástico editor, Terry Karten, cuenta con mi gratitud más sincera por su instinto y su paciencia. Gracias también a los numerosos miembros de Harper Collins que han contribuido a que este libro se acabara publicando.
La labor de investigación ha sido como un trabajo en sí mismo, en el que he vuelto repetidamente a un par de fuentes. Los libros de los profesores Alixa Naff y Gregory Orfalea han sido fundamentales por sus descripciones del neoyorquino Little Syria. Y me hubiera costado mucho más escribir sobre el Manhattan de la década de 1890, desde un sofá de la California del siglo XXI, sin ayuda de la galería digital de la Biblioteca Pública de Nueva York. (Cualquier inexactitud del libro es culpa mía, por supuesto).
Gracias también a quienes leyeron secciones del libro en versiones más tempranas, incluidos Binnie Kirshenbaum, Sam Lipsyte, Ben Marcus, Nicholas Christopher, Clare Beams, Michelle Adelman, Amanda Pennelly, Jeff Bender, Reif Larsen, Sharon Pacuk, Rebecca Schiff, Anna Selver-Kassell, Dave Englander, Andrea Libin, KeriBertino, Judy Sternlight, Rana Kazkaz, Dave Diehl y Rebecca Murray. Y una segunda ración de agradecimientos para Amanda Pennelly, por desencadenar la idea de entrada.
Las necesarias amistades de Kara Levy, Ruth Galm, Michael McAllister, Zoë Ferraris, Brian Eule y Dan White me han mantenido cuerda y motivada, incluso cuando el sentido común me decía que metiera la novela en un cajón y la dejara correr.
Por último no puedo dejar de dar gracias a mi querida familia, a todos mis Wecker y Kazkaz y Khalaf, pero sobre todo a mi madre, mi padre y mi esposo por su amor y apoyo en todas sus variantes. Y un gracias definitivo a mi maravillosa Maya, que llegó a tiempo para el final.