40 Segunda primera persona

LA ELECCIÓN DE YATE DE LA FAMOSA DETECTIVE LITERARIA SIGUE SIENDO UN MISTERIO

El atentado del pasado sábado contra Thursday Next deja sin respuesta la pregunta de cuál es su yate favorito, según nos comunica nuestro corresponsal en Swindon. «Por lo que sabemos de ella, suponemos que sería un queche de diez metros con piloto automático.» Otros comentaristas de yates se muestran en desacuerdo y opinan que habría escogido algo mayor, como un balandro o una yola, aunque es posible que sólo hubiese querido una embarcación para dar paseos por la costa en día laborable o durante un fin de semana largo, en cuyo caso se habría decidido por una compacta de seis metros. Le preguntamos a su marido por los gustos de Thursday Next sobre barcos, pero se negó a responder.

Mensual de Yates, julio de 1988

Yo la observaba, hasta el momento del disparo. Parecía confundida y cansada mientras se aproximaba tras el penalti, y la multitud se puso a rugir cuando yo grité para llamar su atención y no me oyó. Fue entonces cuando vi a un hombre saltar la barrera y correr hacia ella. Pensé que se trataba de un fanático enloquecido o algo así, y el disparo sonó más bien como un petardo. Se vio una nubecilla de humo azul y Thursday mostró durante un momento una expresión de incredulidad y luego, simplemente, se desmoronó y cayó sobre la hierba. Así de simple. Antes de darme cuenta de lo que hacía ya le había pasado el niño a Joffy y había saltado la barrera, moviéndome todo lo rápido que podía. Fui el primero en llegar hasta Thursday, que estaba tendida, completamente inmóvil, en el suelo embarrado, con los ojos abiertos y un perfecto agujero rojo cinco centímetros por encima de su ojo derecho.

Alguien gritó:

—¡Un médico!

Fui yo.

Pasé a automático. Durante un momento la idea de que alguien le hubiese disparado a mi mujer desapareció de mi mente; simplemente se trataba de una baja… y el cielo sabe cuántas veces había tratado con bajas. Saqué el pañuelo y lo apreté contra la herida. Dije:

—Thursday, ¿me oyes?

No respondió. No parpadeaba, a pesar de que la lluvia le daba en la cara. Se la protegí con una mano. Un médico apareció a mi lado, removiendo el suelo embarrado con las ganas de ayudar. Dijo:

—¿Qué ha pasado?

Yo dije:

—Le han disparado.

Delicadamente, puse la mano en la parte posterior de su cabeza y suspiré algo aliviado al no dar con un orificio de salida.

Otro médico, una mujer, se unió a nosotros y me dijo que me apartase. Pero me aparté sólo lo justo para dejarla trabajar. Seguí agarrando la mano de Thursday.

El primero dijo:

—Tenemos pulso. —Luego añadió—: ¿Dónde está la maldita ambulancia?

Me quedé con ella hasta que llegamos al hospital y sólo la solté cuando la llevaron al quirófano.

Una amable enfermera de St Septyk me dijo:

—Tome. —Y me dio una manta.

Me senté en una silla dura en urgencias y miré el reloj de pared y los carteles de información sobre temas de salud. Pensé en Thursday, intentando calcular cuánto tiempo habíamos pasado juntos. No mucho en dos años y medio, la verdad.

A mi lado, un chico con la cabeza metida en una olla me dijo:

—¿Por qué está usted aquí, señor?

Me incliné y le hablé al mango hueco para que pudiese oírme:

—Yo estoy bien, pero le han disparado a mi mujer.

El niño con la cabeza metida en la olla dijo:

—Jopé.

Y yo respondí:

—Sí, jopé.

Me senté y me puse a mirar los carteles durante mucho tiempo, hasta que alguien dijo:

—¿Landen?

Alcé la vista. Era la señora Next. Había estado llorando. Creo que yo también había llorado.

Dijo:

—¿Cómo está?

Y yo dije:

—No lo sé.

Se sentó a mi lado.

—Te he traído un poco de Battenberg. Dije:

—La verdad es que no tengo hambre.

—Lo sé. Pero no se me ocurre qué más hacer.

Los dos nos quedamos mirando en silencio el reloj y los carteles. Al cabo de un rato dije:

—¿Dónde está Friday?

La señora Next me tocó el brazo.

—Con Joffy y Miles.

—Ah —dije—, bien.

Tres horas después Thursday salió del quirófano. El doctor, que parecía totalmente agotado pero me miró directamente a los ojos, lo que me gustó, me dijo que la situación no era muy buena pero que estaba estable; era una luchadora y yo no debía perder la esperanza. Con la señora Next fuimos a verla. Tenía un enorme vendaje alrededor de la cabeza y los monitores emitían esos pitidos que se oyen en las películas. La señora Next sollozó y dijo:

—Ya he perdido a un hijo. No quiero perder a otro. Bueno, a una hija, quiero decir, pero ya sabes a qué me refiero…

Yo dije:

—Lo sé.

No sabía lo que era haber perdido un hijo, pero parecía la frase apropiada dadas las circunstancias.

Nos quedamos con ella dos horas mientras en el exterior iba oscureciendo y se encendían los fluorescentes. Al cabo de dos horas más, la señora Next dijo:

—Ahora me voy, pero volveré por la mañana. Tú deberías intentar dormir.

Dije:

—Lo sé. Sólo me voy a quedar cinco minutos.

Me quedé una hora más. Una enfermera amable me trajo una taza de té y comí un poco de Battenberg. Me fui a casa a las once. Joffy me esperaba. Me dijo que había acostado a Friday y me preguntó cómo estaba su hermana.

Yo dije:

—No pinta bien, Joff.

Me tocó el hombro, me abrazó y me dijo que él y todos los miembros de la DEG se habían unido a los Amigos Idólatras de San Zvlkx y las Hermanas de la Eterna Puntualidad para rezar por ella, lo que había sido muy amable por su parte y por la de los demás.

Me quedé sentado en el sofá mucho tiempo, hasta que llamaron muy suavemente a la puerta de la cocina. La abrí para encontrarme con un grupito. Un hombre que se presentó como el primo Eddie de Thursday, pero que me susurró que realmente se llamaba Hamlet, me dijo:

—¿Es mal momento? Hemos sabido lo de Thursday y queríamos decirle lo mucho que lo sentimos.

Intenté mostrarme alegre. Lo cierto era que quería que se largasen:

—Gracias. No me importa en absoluto. Los amigos de Thursday son mis amigos. ¿Té y Battenberg?

—Si no es mucha molestia.

Le acompañaban otros tres. El primero era un hombre bajito que tenía exactamente el aspecto de cazador Victoriano. Vestía salacot, ropa de safari y lucía un enorme bigote blanco. Me ofreció la mano y dijo:

—Comandante Bradshaw, a su servicio. Una dama excelente, su esposa. Me gustan las mujeres que saben comportarse en situaciones difíciles. ¿Le contó la vez que ella y yo cazamos morlocks en Trollope?

—No.

—Una pena. Algún día se lo contaré. Ésta es la memsahib, la señora Bradshaw.

Mclanie era grande, peluda y parecía una gorila. Es más, era una gorila, pero de modales impecables, e hizo una reverencia cuando tomé su mano enorme y negra como el carbón, que tenía el pulgar en un sitio raro, por lo que era difícil de agarrar. Tenía los ojos hundidos anegados de lágrimas y dijo:

—¡Oh, Landen! ¿Puedo llamarte Landen? Cuando te erradicaron Thursday hablaba continuamente de ti. Todos la queríamos… es decir, todavía la queremos. ¿Cómo está? ¿Cómo está Friday? ¡Debes sentirte fatal!

—La verdad es que Thursday no está muy bien —dije, lo que era la verdad.

El cuarto miembro del grupo era un hombre alto vestido con una túnica negra. Poseía una enorme cabeza calva y cejas muy arqueadas. Me tendió una mano de manicura perfecta y dijo:

—Me llamo Zhark, pero puedes llamarme Horace. Solía trabajar con Thursday. Mis condolencias. Si sirve de ayuda, estaré encantado de masacrar a algunos miles de thraals como tributo a los dioses.

No sabía qué era un thraal, pero le dije que no era necesario. Dijo:

—La verdad es que no es ningún problema. Acabo de conquistar su planeta y la verdad es que no tengo claro qué hacer con ellos.

Le dije que de verdad no era necesario y añadí que no pensaba que a Thursday le hubiese gustado; luego me maldije por haberlo dicho en pasado. Puse el hervidor al fuego y dije:

—¿Battenberg?

Hamlet y Zhark respondieron al unísono. Estaba claro que disfrutaban de la especialidad de mi suegra. Sonreí por primera vez en ocho horas y veintitrés minutos y dije:

—Hay de sobra. La señora Next no deja de mandar y los dodos no quieren ni tocarlo. Cada uno se puede llevar un pastel entero.

Preparé té, la señora Bradshaw lo sirvió, y se produjo un silencio incómodo. Zhark me preguntó si sabía dónde vivía Handley Paige, pero el cazador le dedicó una mirada severa y se calló.

Hablamos mucho sobre Thursday y lo que había hecho en el ficticio MundoLibro. Las historias eran absolutamente increíbles, pero no se me ocurrió ponerlas en duda. Agradecía la compañía y me alegraba saber lo que había estado haciendo durante los últimos dos años. La señora Bradshaw también me contó cosas de Friday; e incluso se ofreció a cuidar de él cuando yo quisiese. Zhark estaba más interesado en hablar sobre Handley, pero aun así tuvo tiempo de contarme una historia absolutamente increíble sobre el modo en que él y Thursday habían lidiado con un marciano que había escapado de La guerra de los mundos y había aparecido en El viento entre los sauces.

—Es la campiña —me explicó—, quiero decir, con eso del campo inglés y demás. Los atrae y…

Bradshaw le dio un codazo para que se callase.

Se fueron dos horas después, algo bebidos y muy repletos de Battenberg. Me di cuenta de que el alto había estado revisando mi libreta de direcciones antes de irse y cuando miré vi que la había dejado por la dirección de Handley. Volví al salón y me senté en el sofá hasta que el sueño me derrotó.

Me despertó Pickwick pidiéndome que la dejase salir, y Alan pidiendo entrar. El dodo más pequeño venía manchado de pintura, olía a perfume y tenía una cinta azul atada a la pata izquierda y sostenía una caballa con el pico. Hasta hoy sigo sin tener ni idea de qué había estado haciendo. Subí, comprobé que Friday dormía en su cuna, y luego me di una larga ducha y me afeité.