LOS NEANDERTALES RECHAZAN LA OFERTA PARA JUGAR AL CRÓQUET
Tontamente, un grupo de neandertales rechazó ayer una oferta espléndida e irrepetible de los Meteoros de Gloucester, tras su asombrosa actuación en el partido del sábado de los Machacadores contra los Mazos. Un representante neandertal rechazó la generosa oferta de diez, cuentas de relucientes colores, declarando que cualquier conflicto, por fingido que sea, es inherentemente insultante. La oferta subió a una batería de cocina de fondo difusor, y también fue rechazada categóricamente. Más tarde un representante de los Meteoros declaró que las tácticas exhibidas por los neandertales en el partido del sábado fueron en realidad el resultado de unos trucos ingeniosos que les había enseñado el entrenador de los Mazos.
The Toad, 24 de julio de 1988
—Buen trabajo —dijo Alf mientras nos sentábamos en el suelo, jadeando. Yo había perdido el casco en la melé, pero no me había dado cuenta hasta entonces. Tenía las protecciones sucias y rotas, el mango del mazo se había partido y tenía un corte en la barbilla. Todo el equipo estaba enlodado, magullado y agotado… pero todavía teníamos bastantes posibilidades.
—¿En qué orden? —preguntó el árbitro, refiriéndose a los lanzamientos de penalti de «muerte súbita».
Era muy simple. Nos íbamos turnando para darle a la estaca, retrocediendo diez yardas en cada ocasión. Había seis líneas hasta el mismo borde. Si las acertábamos todas, empezábamos de nuevo hasta que alguien fallase. Alf miró a los jugadores que todavía tenían fuerzas para sostener un mazo y me colocó a mí en séptima posición, por lo que, si volvíamos a empezar, yo me encontraría en la línea fácil de las diez yardas.
—Primero Biffo, luego Aubrey, Stig, Dorf, Warg, Grunk y Thursday.
El árbitro lo apuntó y se fue; yo me fui a ver a mi familia.
—¿Qué hay de la apisonadora? —preguntó.
—¿Qué pasa con la apisonadora?
—¿No estuvo a punto de pasarte por encima?
—Fue un accidente, Land. Tengo que irme. Chao.
La línea de las diez yardas era fácil; ninguno de los dos jugadores tuvo problemas para darle a la estaca. La de veinte yardas tampoco dio problemas. Los fanáticos de los Machacadores rugieron de júbilo cuando Reading fue la primera en darle a la estaca, pero los nuestros rugieron con igual fuerza cuando nosotros también acertamos. La de treinta yardas tampoco dio problemas, los dos equipos acertaron la estaca, y todos nos fuimos a la línea de cuarenta yardas. A esa distancia la estaca era diminuta y yo no entendía cómo alguien podía acertarla, pero lo hicieron… primero Mays para Reading y luego Dorf para nosotros. La multitud demostró su apoyo, pero luego se oyeron truenos y se puso a llover, detalle cuya importancia no comprendimos de inmediato.
—¿Adónde van? —preguntó Aubrey al ver que Stig, Grunk, Dorf y Warg corrían a refugiarse.
—Es una costumbre neandertal —le expliqué a medida que la lluvia ganaba fuerza dramáticamente y el agua chorreaba por nuestras protecciones hasta el suelo—. Los neandertales jamás trabajan, juegan ni se quedan inmóviles bajo la lluvia si pueden evitarlo. No te preocupes, volverán en cuanto pare.
Pero no paró.
—Penalti de cincuenta yardas —anunció el árbitro—. O'Fathens por los Machacadores y el señor Warg por los Mazos.
Miré a Warg, sentado a cubierto en el banquillo, mirando la lluvia con una mezcla de respeto y asombro.
—¡Nos hará perder el partido! —me dijo Jambe al oído—. ¿No puedes hacer algo?
Crucé la hierba mojada para acercarme a Warg, quien me miró impávido cuando le imploré que volviese para lanzar el penalti.
—Está lloviendo —respondió—, y no es más que un juego. En realidad da lo mismo quién gane, ¿no?
—¿Stig? —imploré.
—Por ti jugaríamos bajo la lluvia, Thursday. Pero ya hemos tenido nuestro turno. La lluvia es preciosa; da vida… también deberías respetarla más.
Regresé a la línea de cincuenta yardas todo lo despacio que pude, dándole a la lluvia tiempo de amainar. No lo hizo.
—¿Bien? —preguntó Jambe.
Negué apenada con la cabeza.
—Me temo que no. A los neandertales no les interesa ganar. Sólo han jugado como favor personal.
Aubrey suspiró.
—Nos gustaría retrasar el próximo penalti hasta que deje de llover —anunció Twizzit, que había aparecido protegiéndose la cabeza con un periódico. Semejante petición se situaba en un terreno legal bastante dudoso, y él lo sabía bien. El árbitro preguntó a los Machacadores si querían retrasar los penaltis, pero O'Fathens me miró fijamente y dijo que no. Así que la siguiente persona de la lista ocupó el puesto en la línea de cincuenta yardas: yo.
Me limpié la lluvia de los ojos e intenté al menos ver la estaca. Llovía con tal intensidad que las gotas en cascada creaban una neblina acuosa a unos pocos centímetros sobre la hierba. Aun así, tenía el segundo tiro… O'Fathens también podía fallar.
El capitán de los Machacadores se concentró un momento, blandió el mazo y conectó bien. La bola volaba alto hacia la estaca y parecía que iba a darle de lleno. Pero con un tremendo chapoteo cayó antes de llegar. Un murmullo de expectación se elevó de la multitud.
La noticia llegó al campo: O'Fathens se había quedado a más de un metro veinte de la estaca. Yo tenía que acercarme más para ganar la Superhoop.
—Buena suerte —dijo Aubrey, apretándome el brazo.
Fui a la línea de cincuenta yardas, en aquellos momentos un terreno enlodado que se hundía bajo mis botas. Me quité las protecciones de los hombros y las eché a un lado, practiqué un par de swings, me limpié los ojos y miré la estaca multicolor, que parecía haber logrado retroceder otras veinte yardas. Me cuadré frente a la bola y desplacé mi peso para adoptar la postura correcta. La multitud guardaba silencio. Ellos no sabían lo importante que era ese golpe, pero yo sí. No me atrevía a fallar. Miré la bola, miré fijamente la estaca, volví a mirar la bola, agarré con fuerza el mango del mazo y lo alcé en el aire para golpear con fuerza la bola, lanzando un aullido justo cuando la madera entraba en contacto con ésta, que salió volando en un arco suave. Pensé en Kaine y en la Goliath, en Landen y Friday, y en las consecuencias para el mundo si fallaba el tiro. El destino de toda la vida de este hermoso planeta decidido por un disparo de mazo de cróquet. Vi hundirse mi bola en el terreno empapado y a los encargados del campo corriendo para comparar distancias. Me volví y caminé bajo la lluvia en dirección a Landen. Había hecho todo lo posible y el partido había terminado. No oí lo que decía la megafonía, sólo el rugido de la multitud. Pero ¿qué multitud? Se disparó un flas y me sentí mareada. Todos los sonidos se apagaban y el mundo parecía ralentizarse, no como sucedía con mi padre, sino como tras un subidón de adrenalina, cuando todo parece extraño y diferente. Busqué a Landen y a Friday en los asientos, pero me distrajo una figura alta vestida con guardapolvo y sombrero y que, tras saltar la barrera, corría hacia mí. Sin parar de correr se sacó algo del bolsillo. Sus pies lanzaban grandes cantidades de agua enlodada hacia sus pantalones. Le miré fijamente mientras se acercaba y me di cuenta de que tenía los ojos amarillos y que, bajo su sombrero, parecía haber… cuernos. No vi más; un brillante destello blanco, un estallido ensordecedor y el resto no fue más que silencio.