37 Antes del partido

LOS SEGUIDORES DE ZVLKX ORGANIZAN UNA MARCHA NOCTURNA

Los setenta y seis miembros de los Amigos Idólatras de San Zvlkx pasaron la noche marchando silenciosamente por los lugares de interés relacionados con su adorado líder, que fue atropellado el viernes por el bus número 23. La marcha se inició en el aparcamiento de Tesco y recorrió los lugares de Swindon que san Zvlkx más apreciaba —siete pubs, seis locales de apuestas y el principal burdel de Swindon— antes de rezar en el lugar de su muerte. La marcha se desarrolló en silencio, roto únicamente por las numerosas interrupciones de una tal Shirley, que insistía en que Zvlkx le debía dinero.

Swindon Daily Eyestrain, 22 de julio de 1988

A las ocho llegué al estadio de cróquet. Los fans ya aguardaban en la entrada, esperando obtener los mejores asientos. Me dejaron pasar y aparqué el Speedster en el espacio destinado a dirección, para luego dirigirme a los vestuarios. Aubrey me esperaba, caminando de un lado para otro.

—¿Bien? —dijo—. ¿Dónde está nuestro equipo?

—Llegarán a la una.

—¿No puede ser un poco antes? —preguntó—. Hay que comentar las tácticas.

—No —dije con firmeza—. Llegarán a su hora. No tiene sentido intentar imponerles las limitaciones cronológicas humanas. Juegan con nosotros, eso es lo principal.

—Vale —aceptó Aubrey renuente—. ¿Conoces a Penélope Hrah?

Penélope era una mujer grande y potente que parecía capaz de partir nueces con los párpados. Se había dedicado al cróquet porque el hockey no era lo suficientemente violento, y aunque a los treinta y dos ya estaba al final de su carrera, podía ser una jugadora muy valiosa… aunque sólo fuese como arma de terror. Me daba miedo… y yo estaba en su equipo.

—Hola, Penélope —dije nerviosa—. De veras que me alegro de que nos ayudes.

Un gruñido como respuesta.

—¿Todo va bien? ¿Puedo traerte algo?

Volvió a gruñir y yo me froté las manos ansiosa.

—Vale, bien, entonces te dejo.

Me fui a comentar la estrategia con Alf y Aubrey. Pasé las siguientes dos horas sometiéndome a entrevistas y asegurándome de que los abogados del equipo estuviesen listos y comprendiesen todos los complejos procedimientos legales del partido. A mediodía llegaron Landen y Friday con Mycroft, Polly y mi madre. Los guie a los asientos reservados a los VIP, justo detrás del banquillo de los jugadores, y los senté junto a Joffy y Miles, que habían llegado antes.

—¿Va a ganar Swindon? —preguntó Polly.

—Eso espero —dije, sin demasiada confianza.

—Tu problema, Thursday —dijo Joffy—, es que no tienes fe. Los miembros de los Amigos Idólatras de San Zvlkx tenemos una fe absoluta en las Revelaciones. Perded y la Goliath alcanzará nuevas cotas de explotación humana y avaricia inconmensurable ocultas bajo las vestiduras de la formalidad religiosa y el dogma sacro pervertido.

—Muy buen discurso.

—Sí, yo también lo pienso. Lo ensayé durante la marcha de anoche. Pero no te sientas presionada.

—Gracias por nada. ¿Dónde está Hamlet?

—Dijo que vendría más tarde.

Los dejé para participar en una emisión en directo con Lydia Startright, a quien le interesaba más saber dónde había estado durante los dos años y medio anteriores que preguntarme por las posibilidades de Swindon. Después corrí a la entrada de jugadores para recibir a Stig —que jugaba— y a los otros cuatro neandertales. No les afectó en absoluto la atención mediática y pasaron por completo de las hordas de periodistas. Les di las gracias por unirse al equipo y Stig comentó que estaba allí simplemente porque era parte del acuerdo y nada más.

Los guie a los vestuarios, donde los jugadores humanos los recibieron con bastante curiosidad. Hablaron entrecortadamente, los neandertales limitando sus palabras a los aspectos técnicos del cróquet. Para ellos no importaba nada que ganásemos o perdiésemos… simplemente se limitarían a hacer todo lo que pudiesen. Se negaron a ponerse protecciones; preferían jugar descalzos, con pantalones cortos y llamativas camisas hawaianas. Lo que supuso un pequeño problema para la Toast Marketing Board, que había insistido en que su nombre apareciese en las prendas del equipo, pero al final lo arreglé y todo se resolvió satisfactoriamente. Faltaban menos de diez minutos para que saliésemos al campo, así que Aubrey hizo un encendido discurso al equipo, que los neandertales no acabaron de entender. Stig, quien quizá comprendiese mejor a los humanos que los otros, les dijo simplemente: «Haced tantos aros como podáis.» Eso lo comprendieron perfectamente.

—¿Señorita Next?

Me volví para encontrarme con un hombre cadavérico que me miraba fijamente. Le reconocí al instante. Era Ernst Stricknene, el consejero de Kaine… y traía un maletín rojo. Había visto un maletín similar en Goliathpolis y en La hora de esquivar las preguntas. Sin duda ocultaba un ovinador.

—¿Qué quiere?

—Al canciller Kaine le gustaría dirigir unas palabras al equipo de Swindon.

—¿Por qué?

Stricknene me miró fríamente.

—No es usted nadie para poner en duda los deseos del canciller, señorita.

Fue entonces cuando entró Kaine, rodeado de sus matones y su séquito. Los jugadores del equipo se pusieron en pie respetuosamente… excepto los neandertales, quienes, ignorando por completo los caprichos de la jerarquía, siguieron hablando entre sí a gruñidos. Kaine me miró triunfal, pero me di cuenta de que había cambiado ligeramente. Sus ojos parecían cansados y la boca estaba algo caída. Empezaba a demostrar que era humano. Empezaba a envejecer.

—¡Ah! —dijo—. La ubicua señorita Next. Detective literario, directora de equipo, salvadora dejarte Eyre. ¿Hay algo que no sepa hacer?

—No se me da bien el punto de cruz.

Los miembros del equipo rieron y también los seguidores de Kaine, que se callaron de pronto en cuanto éste dedicó una mirada a toda la estancia con el ceño fruncido. Pero se controló y me dedicó una sonrisa falsa después de asentir en dirección a Stricknene.

—He venido a hablar con el equipo y a decir a todos que sería mucho mejor para el país que yo siguiese en el poder. Aunque no sé cómo actuará la Revelación de Zvlkx, no puedo dejar el futuro seguro de esta nación en manos de los caprichos de un vidente del siglo XIII bastante descuidado en lo que a higiene personal se refiere. ¿Comprenden lo que digo?

Sabía lo que tramaba. El ovinador. Era probable que en menos de un minuto nos tuviese comiendo de su mano. Pero no contaba con Hamlet, que apareció de pronto detrás de Stricknene, con el estoque desenvainado. Era entonces o nunca y grité:

—¡El maletín! ¡Destruye el ovinador!

Hamlet no precisó de más y dio un salto, atravesando expertamente el maletín, que emitió un breve destello verde y un gemido agudo muy breve que hizo que los perros policiales de fuera se pusiesen a ladrar. Dos agentes de OE-6 derribaron a Hamlet con facilidad para luego esposarle.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Kaine.

—Es mi primo Eddie.

—¡No! —gritó Hamlet, poniéndose bien recto, a pesar de que le retenían dos hombres—. Soy Hamlet, príncipe de Dinamarca. ¡Danés y orgulloso de serlo!

Kaine mostró una sonrisa de suficiencia.

—Capitán, arreste a la señorita Next por dar cobijo a un danés… y arreste a todo el equipo por complicidad en el auxilio.

Era un mal momento. Sin jugadores, tendría que admitir la derrota. Pero Hamlet, convertido en hombre de acción, tenía una idea.

—Yo no lo haría si fuese usted.

—¿Y por qué no? —se mofó Kaine, no sin cierto estremecimiento de la voz; ahora actuaba guiándose exclusivamente por su ingenio. No le ayudaban ni el ovinador ni sus raíces ficticias.

—Porque —anunció Hamlet—, soy muy buen amigo de la señora Daphne Farquitt.

—¿Y…? —preguntó Kaine sonriendo un poco.

—Está ahí fuera, aguardando mi regreso. Si no aparezco, o si intenta usted alguna triquiñuela contra los Mazos, movilizará a sus tropas.

Kaine rio y Stricknene, adulador, se rio con él.

—¿Tropas? ¿Qué tropas son ésas?

Pero Hamlet hablaba completamente en serio. Los miró furioso un momento antes de decir:

—Su club de fans. Están muy bien organizados, van armados hasta los dientes y están furiosos por haber tenido que quemar sus libros y más que dispuestos a obedecer las órdenes de Farquitt. Hay treinta mil estacionados cerca del estadio y otros noventa mil en la reserva. Una orden de Daphne y estará acabado.

—He anulado la ley que prohibía a Farquitt —respondió Kaine a toda prisa—. Se dispersarán cuando lo sepan.

—No creerán ni una palabra de su lengua mentirosa —respondió Hamlet en voz baja—, sólo lo que la señora Farquitt les diga. Su poder se reduce, amigo mío, y los poco elegantes dedos del destino van abriendo la puerta.

Se produjo un silencio tenso mientras Kaine miraba a Hamlet y Hamlet miraba a Kaine. Yo había presenciado bastantes situaciones similares, pero ninguna de la que dependiese tanto.

—De todas formas, no tienen ni la más mínima posibilidad de ganar —anunció Kaine tras sopesar cuidadosamente las opciones—. Voy a disfrutar viendo a los Machacadores destrozándolos. Suéltenle.

Los agentes de OE-6 le quitaron las esposas a Hamlet y escoltaron a Kaine por la puerta.

—Bien —dijo Hamlet—, parece que volvemos a jugar. Voy a ver el partido con tu madre. ¡Gana por los fans de Farquitt, Thursday!

Y se fue.

No tuvimos tiempo para seguir pensando en la situación porque oímos el claxon y el rugido de emoción de la multitud resonó por el túnel.

—Suerte a todos —dijo Aubrey con bastante bravuconería—. ¡Empieza el espectáculo!

La multitud estalló en júbilo cuando los jugadores salieron al campo. El estadio tenía capacidad para treinta mil personas y estaba hasta los topes. En el exterior habían dispuesto monitores enormes para los que no habían podido entrar, y las televisiones emitían el partido en directo a una cifra estimada de dos mil millones de personas de setenta y tres países. Iba a ser todo un espectáculo.

Yo me quedé en la línea de base cuando los Mazos de Swindon se alinearon para enfrentarse a los Machacadores de Reading. Los jugadores se miraron con furia mientras la banda de metal Swindon & District Wheel-Tappers desfilaba detrás de Lola Vavoom. Hubo una pausa mientras el presidente Formby ocupaba su asiento en el palco VIP y, dirigido por la señora Vavoom, el público se puso en pie para cantar el himno no oficial inglés Cuando limpio ventanas. Una vez terminada la canción, Yorrick Kaine apareció en el palco VIP, pero recibió una bienvenida irrisoria. Hubo algunos aplausos y algunos lo jalearon, pero nada comparado con lo que esperaba. Su postura antidanesa había perdido bastante apoyo popular desde que había cometido el error de acusar a las jugadoras del equipo femenino danés de balonmano de ser espías y las había arrestado. Vi que se sentaba y miraba furioso al presidente, quien le sonrió cálidamente.

Yo estaba en la línea de base con Alf Widdershaine, observando los preliminares.

—¿Podríamos haber hecho algo más? —susurré.

—No —dijo Alf tras una pausa—. Sólo espero que los neandertales cumplan.

Me volví y fui hacia Landen. En el regazo tenía a Friday, gorjeando y batiendo palmas. En una ocasión le había llevado a la carrera de cuadrigas de Ben-Hur y le había encantado.

—¿Qué probabilidades hay, querida? —preguntó Landen.

—Entre razonables y más o menos con los neandertales jugando. Hablamos más tarde.

Besé a los dos y Landen me deseó buena suerte.

Dolor in reprehenderit… mami —dijo Friday. Le agradecía sus amables palabras y oí que decían mi nombre. Era Aubrey, que hablaba con el árbitro, quien, como dictaba la costumbre, vestía como un párroco de pueblo.

—¿Qué dice? —oí que vociferaba Aubrey mientras me acercaba. Daba la impresión de que había un altercado y el partido ni siquiera había empezado—. ¡Muéstreme dónde pone eso en las reglas!

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Los neandertales —dijo Aubrey entre dientes—. ¡Parece ser que, según las reglas, los no humanos no pueden jugar!

Miré a Stig y a los cuatro neandertales que todavía permanecían sentados en círculo, meditando.

—Regla 78b-45 (ii) —citó el árbitro mientras O'Fathens, el capitán de los Machacadores de Reading, miraba con expresión de alegría—. «Ningún jugador o equipo podrá usar un equino o cualquier otra criatura no humana para tener ventaja sobre el equipo contrario.»

—Pero eso no se refiere a un jugador —dije—. La regla claramente se refiere a caballos, antílopes y demás. Se añadió cuando los Aplanadores de Dorchester intentaron tener ventaja jugando a caballo, en 1962.

—A mí la regla me parece clara —gruñó O'Fathens, avanzando—. ¿Los neandertales son humanos?

Aubrey también dio un paso al frente. Las narices casi se tocaban.

—Bien… más o menos.

No quedaba más remedio que pedir arbitrio judicial. Como diez años antes se habían relajado las reglas relativas a los litigios en el campo, no era raro que la primera media hora del partido se invirtiese en disputas legales entre los equipos de abogados, de los que cada bando tenía dos, con un sustituto. Añadía dramatismo a los preliminares, pero acarreaba algunos problemas; después de una Superhoop especialmente litigiosa, seis años antes, un argumento legal había sido invalidado en el Tribunal Supremo dos años después del partido, así que se decidió la obligatoriedad de que tres jueces del Tribunal Supremo estuviesen disponibles para tomar una decisión inmediata e incuestionable sobre asuntos legales.

Nos acercamos al Tribunal Portátil y nuestros abogados respectivos hicieron sus alegaciones. Los tres jueces se retiraron a su cámara y regresaron unos minutos después para anunciar:

—El Tribunal de Apelación del Cróquet, en la acción Mazos contra Machacadores (legalidad de jugador neandertal), decide aceptar la demanda de los Machacadores. Para la ley inglesa los neandertales no son humanos y no pueden jugar.

Los seguidores de los Reading aclamaron la decisión cuando apareció en pantalla.

Aubrey abrió la boca, pero yo lo aparté.

—No malgastes esfuerzos, Aubrey.

—Podemos preparar una apelación en siete minutos —dijo el señor Runcorn, uno de nuestros abogados—. Creo que podemos encontrar un precedente no humano en la semifinal de la Superhoop de los Sauces de Worcester contra los Sidreros de Tauton, 1963.

Aubrey se rascó la cabeza y me miró.

—¿Thursday?

—Una apelación fallida nos haría perder dos aros —dije—. Yo digo que los abogados la preparen. Si creen que vale la pena, podemos presentar la apelación al final del primer tercio.

—¡Pero hemos perdido a cinco jugadores y ni siquiera hemos cogido los mazos!

—No se pierde hasta no haber perdido, Aubrey. Nosotros también tenemos algunos ases en la manga.

No bromeaba. Antes había visitado el pabellón de los abogados, mientras comprobaban el pasado de todos los jugadores del equipo contrario. El golpeador de los Machacadores, George Rino McNasty, tenía catorce multas de tráfico sin pagar y nuestro equipo legal logró que se juzgase su caso allí mismo; le sentenciaron a una hora de servicios comunitarios, lo que le dejó recogiendo basura en el aparcamiento hasta el final del segundo tercio. Jambe se volvió hacia el señor Runcorn.

—Vale, prepare la apelación para el final del primer tercio. Empezaremos con lo que tenemos.

Incluso usando al sustituto, sólo teníamos seis jugadores en lugar de diez. Pero la cosa fue a peor. Para jugar en el equipo local debías haber nacido en la ciudad o haber vivido al menos seis meses en ella antes de jugar. Nuestro sustituto, Johnno Swift, sólo había vivido en Swindon cinco meses y veintiséis días antes de empezar su carrera, hacía tres años, en los Mazos. Los abogados de Reading argumentaron que en su primer partido jugó ilegalmente, una falta que debería haberle valido una prohibición de por vida. Una vez más, los jueces aceptaron la demanda y la multitud gritó de emoción. Swift regresó abatido a los vestuarios.

—Bien —dijo O'Fathens, tendiéndole la mano a Jambe—, aceptamos que asumís la derrota, ¿vale?

—Vamos a jugar, O'Fathens. Incluso si Swindon pierde por mil tantos, la gente seguirá diciendo que éste fue el mejor…

—No lo creo —le interrumpió el abogado de los Machacadores con una sonrisa de triunfo—. Ahora sólo tienen cinco jugadores. Según la regla 68 lg, subsección (f/6): «Un equipo que no pueda empezar el partido con un mínimo de seis jugadores pierde automáticamente.» Señaló el texto en el volumen siete de las reglas de la Liga Mundial de Cróquet. Eso decía, efectivamente, justo bajo la regla que estipulaba la cantidad mínima de pasas de los bollos que se vendían en el estadio. ¡Derrotados! ¡Derrotados incluso antes de haber cogido un mazo! Swindon lo soportaría, pero el mundo no podría… la Revelación sería falsa y Kaine y la Goliath seguirían sin problemas con sus planes perversos.

—Lo comunicaré —dijo el árbitro.

—No —dijo Alf, chasqueando los dedos—, ¡tenemos otro jugador disponible!

—¿Quién?

Me señaló.

—¡Thursday!

Quedé conmocionada. Hacía ocho años que no jugaba.

—¡Protesto! —ladró el abogado de los Machacadores—. ¡La señorita Next no es de Swindon!

—Nací en St Septyk —dije lentamente—. Para este equipo es como si fuera de Swindon.

—Quizá como si fuera de Swindon —dijo el abogado, consultando apresuradamente las reglas—, pero no cuenta con la experiencia suficiente. Según la regla 23f subsección (g/9), no puede jugar al cróquet estándar internacional porque no ha jugado un mínimo de diez partidos estándar del condado.

Pensé un momento.

—La verdad es que sí que lo he hecho.

Era cierto. Cuando residía en Londres solía jugar para el equipo Middlesex de OpEspec. Lo hacía bastante bien, la verdad… aunque no como un profesional.

—Es la decisión del Tribunal de Apelación de Cróquet —entonaron los tres jueces, que estaban tan deseosos como cualquiera de ver un buen partido— que a la señorita Next se le permita representar a su ciudad en este encuentro.

O'Fathens perdió la compostura.

—¡Es una ridiculez! ¿Qué estupidez de decisión es ésa?

Los jueces le miraron con seriedad.

—Es la decisión del tribunal… y le consideramos en desacato. Los Machacadores pierden un tanto.

O'Fathens hervía de rabia pero se contuvo, se volvió y, seguido por sus abogados, se acercó a su equipo.

—¡Qué bien! —Rio Aubrey—. ¡No hemos ni empezado y ya vamos ganando!

Intentaba parecer entusiasmado, pero era difícil. Nosotros teníamos un equipo de seis jugadores… cinco y cuarto contándome a mí… y teníamos por delante todo el partido.

—Quedan diez minutos para el comienzo. Thursday, ponte el equipo extra de Snake. Es más o menos de tu talla.

Corrí a los vestuarios y me puse las protecciones de hombros y piernas de Snake. Widdershaine me ayudó a sujetármelas alrededor del pecho y agarré un mazo antes de volver corriendo al campo, ajustándome la cinta del casco mientras Aubrey empezaba con su charla estratégica.

—En encuentros anteriores —dijo con tranquilidad—, los Machacadores se han dedicado a comprobar los laterales débiles con una táctica de apertura Bomperini. Una finta desviada hacia el aro medio a la izquierda pero en realidad dirigido a un aro de fondo derecho sin defender.

El equipo lanzó un silbido.

—Pero nosotros lo estaremos esperando. Quiero que sepan que vamos a jugar agresivamente. En lugar de retroceder, nos lanzaremos directamente a una maniobra de rebote sorpresa. Smudger, empezarás tú con un pase lateral para Biffo, que a su vez pasará a Thursday…

—Espera —dijo Biffo—, Thursday simplemente completa el cupo. ¡Hace años que no le da a una pelota!

Era cierto. Pero Jambe pensaba a lo grande.

—Exacto. Quiero que piensen que Thursday es un arma secreta… que planeamos su incorporación tardía. Con un poco de suerte, malgastarán a un buen jugador marcándola. Thursday, mándala hacia su bola roja y Snake la interceptará. Da igual si fallas. Quiero que nuestra táctica los confunda. Y Penélope… limítate a asustar al otro equipo.

Un gruñido de la ayudante.

—Vale, no os paséis, no más violencia de la necesaria y prestad atención a la Duquesa. Le gusta golpear tobillos.

Unimos los puños y soltamos un alarido. Me dirigí lentamente a mi puesto en el campo con el corazón desbocado por la adrenalina.

—¿Estás bien?

Era Aubrey.

—Claro.

—Bien. Vamos a jugar al cróquet.