UN HOMBRE DE BOURNEMOUTH AFIRMA QUE KAINE ES «DE FICCIÓN»
El señor Martin Piffco, instalador de gas jubilado, realizó ayer un comentario ridículo al afirmar que el querido líder de la nación no es más que un personaje de ficción «que ha cobrado vida». Hablando desde el Hogar Bournemouth para los Excesivamente Excéntricos, donde ha sido ingresado «por su propia seguridad», el señor Piffco fue más específico y relacionó al señor Yorrick Kaine con un personaje secundario de ego desmesurado que aparece en un libro de Daphne Farquitt llamado Larga lujuria. La oficina del canciller declaró que no era más que «una coincidencia», pero aun así ordenó que confiscasen el libro de Farquitt. El señor Piffco, que se enfrenta a cargos sin especificar, fue también noticia el año pasado cuando afirmó que Kaine y Goliath invertían en «experimentos para el control mental».
Bournemouth Bugle, 15 de marzo de 1987
Me desperté y contemplé a Landen a la luz del amanecer que empezaba a recorrer el dormitorio. Roncaba muy bajito y le di un buen abrazo antes de levantarme, ponerme una bata y bajar a preparar café. Entré en el estudio de Landen mientras esperaba a que el agua hirviese, me senté al piano y toqué algunas escalas. En ese preciso instante el sol se deslizó por encima del tejado de la casa de enfrente y lanzó un haz de luz anaranjada por la estancia. Oí que el hervidor se apagaba y volví a la cocina para preparar café. Mientras vertía agua caliente sobre el café molido oí un gritito en el piso superior. Me detuve esperando por si se oía otro. Un único gemido podía ser de Landen y le dejaría en paz. Dos gemidos o más serían del Hambriento, deseoso de tragarse uno o dos platos de gachas. Diez segundos después se oyó un segundo gemido y estaba a punto de subir cuando oí un golpe de Landen al ponerse la pierna; luego recorrió el pasillo hasta el cuarto de Friday. Se oyeron más pasos cuando volvió a su dormitorio, y luego silencio. Me relajé, tomé un sorbo de café y me senté a la mesa de la cocina, reflexionando profundamente.
Al día siguiente sería la Superhoop y tenía mi equipo; la pregunta era: ¿serviría de algo? También cabía la posibilidad de que encontrásemos un ejemplar de Larga lujuria… pero tampoco contaba con ello. También era tan posible como improbable que Shgakespeafe desenredase Las alegres comadres de Elsinore y Mycroft inventase pronto el ovinegador. Pero ninguno de esos importantes asuntos era el que más me preocupaba: lo más acuciante para mí era que a las once de esa mañana Cindy intentaría matarme por tercera y última vez. Fracasaría y luego moriría. Pensé en Spike y en Betty y descolgué el teléfono. Suponía que Spike sería de los que duermen profundamente y acerté… respondió Cindy.
—Soy Thursday.
—Esto es muy poco ético profesionalmente —dijo Cindy con voz de sueño—. ¿Qué hora es?
—Las seis y media. Escucha, te llamo porque creo que sería una buena idea que hoy te quedases en casa y no fueses a trabajar.
Una pausa.
—No puedo hacerlo —dijo al fin—. Ya he contratado a la niñera y todo. Pero nada te impide a ti salir de la ciudad y no volver nunca.
—También es mi ciudad, Cindy.
—Vete ahora o tendrán que ir adecentando la cripta de los Next.
—No lo haré.
—Entonces —respondió Cindy lanzando un suspiro—, no hay más que hablar. Nos veremos luego… aunque dudo que tú me veas a mí.
Colgó y yo colgué con cuidado. Sentía náuseas. Iba a morir la esposa de un buen amigo y no me parecía justo.
—¿Qué pasa? —dijo una voz—. Pareces disgustada.
Era la señora Bigarilla.
—No —respondí—, todo está como debe. Gracias por venir; he encontrado a un William Shakespeare. No es el original, pero valdrá para lo que queremos. Está en el armario.
Abrí la puerta del armario y un muy sobresaltado Shgakespeafe alzó la vista de la página en la que había estado garabateando a la luz de una vela que se había colocado en la cabeza. La cera la había empezado a gotear por la cara, pero no parecía molestarle.
—Señor Shgakespeafe, ésta es la erizo de quien le he hablado.
Cerró el cuaderno y miró a la señora Bigardía. No manifestaba miedo ni sorpresa… después de las abominaciones que a diario había esquivado en el Área 21, supongo que una erizo de metro ochenta era un alivio. La señora Bigardía le dedicó una reverencia.
—Encantada de conocerle, señor Shgakespeafe —dijo cortés—. ¿Viene conmigo, por favor?
—¿Quién era? —preguntó Landen mientras bajaba las escaleras.
—Era la señora Bigardía, que ha venido a recoger a un clon de William Shakespeare para evitar la destrucción permanente de Hamlet.
—Eres incapaz de hablar en serio, ¿verdad? —Rio y me abrazó. Había metido a Shgakespeafe en casa sin que Landen se enterase. Sé que se supone que debes ser sincera con tu esposo y no mentirle, pero me daba la impresión de que todo tenía un límite, y de tenerlo no quería alcanzarlo antes de la cuenta.
Friday bajó a desayunar diez minutos más tarde, despeinado, somnoliento y un poco malhumorado.
—Quis nostrud laboris —gimió—. Nisi ut aliquip ex consequat.
Le di unas cuantas tostadas y fui al armario situado bajo las escaleras a buscar mi chaleco antibalas. Todas mis cosas estaban en casa de Landen, como si nunca me hubiese ido. Los deslizamientos en el tiempo son confusos, pero te acostumbras a casi todo.
—¿Para qué el chaleco antibalas?
Era Landen. Mecachis. Hubiese tenido que ponérmelo en la oficina.
—¿Qué chaleco antibalas?
—El que intentas ponerte.
—Oh, ése. Para nada. Escucha, si Friday tiene hambre le puedes dar un tentempié. Le gustan los plátanos… puede que tengas que comprárselos; si se pasa una gorila, es la señora Bradshaw de la que te hablé.
—No cambies de tema. ¿Cómo puedes ir con chaleco antibalas al trabajo sin un motivo?
—Es por precaución.
—Contratar un seguro es tomar una precaución. Que lleves chaleco significa que te arriesgas más de lo debido.
—El riesgo sería mayor si no me lo pusiera.
—¿Qué pasa, Thursday?
Agité la mano en el aire e intenté quitarle importancia al asunto.
—No es más que una asesina. Una pequeñita. Apenas vale la pena pensar en ello.
—¿Cuál?
—No lo recuerdo. La Reven… algo.
—¿La Revendedora? ¿Un contrato con ella y es mejor que te dediques a leer cuentos cortos? ¿Sesenta y siete víctimas conocidas?
—Sesenta y ocho, si se encargó de Samuel Pring.
—Eso no importa. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Yo… yo… no quería preocuparte.
Se frotó la cara con las manos y me miró un instante. Luego suspiró desde lo más hondo.
—Ésta es la Thursday Next con la que me casé, ¿no?
Asentí.
Me rodeó con los brazos y apretó con fuerza.
—¿Tendrás cuidado? —me susurró al oído.
—Siempre tengo cuidado.
—No, cuidado de verdad. El que se tiene cuando hay un marido y un hijo que estarían profundamente cabreados si te perdiesen.
—Ah —le susurré—, tanto cuidado como eso. Sí, lo tendré.
Nos besamos y yo me abroché el chaleco, me puse la blusa encima y luego la pistolera. Le di un beso a Friday y le dije que se portase bien. Luego volví a besar a Landen.
—Nos veremos esta noche —le dije—. Lo prometo.
Conduje hasta Wanborough para reunirme con Joffy. Oficiaba una unión civil de la DEG y tuve que esperar al fondo de la nave a que terminase. Disponía de un poco de tiempo antes de tener que enfrentarme con Cindy, y examinar más de acerca a san Zvlkx parecía una buena forma de invertirlo. La idea de Millon de que Zvlkx no era un vidente sino un miembro renegado de la CronoGuardia implicado en una forma de cronocrimen parecía, así de primeras, bastante improbable. No podías ocultarte de la CronoGuardia. Ellos siempre daban contigo. Quizá no en el aquí y ahora, sino en el allí y entonces… cuando menos lo esperabas. Mucho antes de que se te ocurriese siquiera hacer algo mal. La CronoGuardia tampoco dejaba rastro. Una vez desaparecido el criminal, el cronocrimen tampoco se había producido. Muy elegante, muy inteligente. Pero con unos registros históricos exhaustivamente examinados por la CronoGuardia dando su aprobación a Zvlkx, ¿cómo demonios había logrado Zvlkx, si era en realidad un fraude, engañar el sistema?
—¡Hola, Bodoque! —dijo Joffy mientras una pareja feliz se besaba a las puertas de la iglesia y bajo una lluvia de confeti—. ¿Qué te trae por aquí?
—San Zvlkx… ¿dónde está?
—Esta mañana ha tomado el bus a Swindon. ¿Por qué?
Les expliqué mis sospechas.
—¿Zvlkx un miembro renegado de la CronoGuardia? Pero ¿por qué? ¿Qué trama? ¿Por qué arriesgarse a la erradicación permanente a cambio de una dudosa fama como vidente del siglo XIII?
—¿Cuánto recibió de la Toast Marketing Board?
—Veinticinco mil.
—No es una fortuna. ¿Puedo ver su cuarto?
—¡Qué escándalo! —respondió Joffy—. Yo sería culpable de una vergonzosa violación de la intimidad si te permitiese registrar su habitación estando él ausente. Aquí tengo un duplicado de la llave.
El cuarto de Zvlkx se parecía bastante a la idea que se hace una de una celda monacal: espartano. Dormía sobre un jergón de paja y el resto del mobiliario consistía en una silla y una mesa. Sobre la mesa había una Biblia. Sólo después de rebuscar dimos con un CD Walkman bajo el colchón justo con unos cuantos ejemplares de Grandes y saltarinas y de Caballo veloz.
—¿Es jugador? —pregunté.
—Beber, apostar, fumar, fornicar… lo ha hecho todo.
—Las revistas también demuestran que sabe leer en inglés. ¿Qué buscas, Joffy?
Joffy había estado mirando bajo la almohada.
—Su Libro de Revelaciones. Normalmente lo esconde aquí.
—¡Vaya! Ya has registrado este cuarto. ¿Sospechabas?
Joffy se mostró cohibido.
—Eso me temo. No se comporta como un santo sino más bien como un, bien, un tipo cualquiera de la calle… Cuando traduzco tengo que hacer ciertos… ajustes.
Saqué el cajón y le di la vuelta. Pegado debajo había un sobre.
—¡Premio!
Contenía un billete de gravetubo sólo de ida a Bali. Joffy arqueó las cejas e intercambiamos una mirada inquieta. Era evidente que Zvlkx tramaba algo.
Joffy me acompañó a Swindon y condujimos por las calles intentando dar con el santo perdido. Visitamos la sede de su antigua catedral, pero no dimos con él, así que seguimos una ruta que nos llevó por los tribunales, el edificio de OpEspec y el teatro antes de pasar por la universidad y bajar por Commercial. Joffy le vio frente a la tienda de Pete & Dave, subiendo por la calle.
—¡Ahí está!
—Le veo.
Nos apeamos del coche y corrimos para ponernos a la altura de la figura desaliñada, vestida sólo con una manta. Fue pura mala suerte que echase una mirada atrás y nos viese. Cruzó corriendo la calle. No sé si fue a causa del pelo largo y desarreglado que le tapaba los ojos o porque durante su estancia en la Edad Media se había olvidado de los coches, pero no miró por dónde iba y quedó directamente delante de un bus. Golpeó el parabrisas con la cabeza y su cuerpo huesudo salió proyectado de lado y golpeó el suelo con estruendo. Joffy y yo fuimos los primeros en llegar a su lado. Quizás un hombre más joven hubiese sobrevivido sin muchas dificultades, pero Zvlkx, con un cuerpo debilitado por la mala dieta y las enfermedades, no tenía demasiadas posibilidades. Tosía y se arrastraba con las fuerzas que le quedaban hacia la entrada del local más cercano.
—Tranquilo, su gracia —le susurró Joffy, poniéndole una mano en el hombro e impidiéndole moverse—. Todo irá bien.
—Mierda —dijo Zvlkx exasperado—, mierda, mierda, mierda. Sobrevivir a la peste para que me atropelle el bus de la maldita línea veintitrés. ¡Mierda!
—¿Qué ha dicho?
—Está molesto.
—¿Quién eres? —dije—. ¿Eres de la CronoGuardia?
Sus ojos se centraron en los míos y gimió. No sólo se moría, sino que se moría de un modo ruidoso.
Intentó por última vez llegar a la puerta y se derrumbó.
—¡Que alguien llame a una ambulancia! —gritó Joffy.
—Es demasiado tarde para eso —susurró Zvlkx—. Demasiado tarde para mí, demasiado tarbe para todos nosotros. Se suponía que ni acabaría así; el tiempo está desarticulado… y no seré yo quien lo arregle. Joffy, toma esto y empléalo con la sabíburía que yo no hubiese demostrado. Entiérrame en los terrenos de la catedral… y no les contéis quién era yo. Viví como un pecador pero me gustaría morir como un santo. Oh, si una tipa gorba llamaba Shirley te dice que le prometí mil libras, es una maldíta mentirosa. —Volvió a toser, se estremeció brevemente y dejó de moverse.
Le coloqué la mano en el cuello mugriento pero no pude encontrarle el pulso.
—¿Qué ha dicho?
—Algo referente a una dama con sobrepeso llamada Shirley, que el tiempo está desarticulado… y que use sus Revelaciones como mejor me parezca.
—¿A qué se refería? ¿A que su Revelación no va a cumplirse?
—No lo sé… pero me ha dado esto.
Era el Libro de Revelaciones de Zvlkx. Joffy pasó las páginas amarillentas, que contenían todas sus supuestas profecías en inglés antiguo junto con algún tipo de operación aritmética. Joffy le cerró los ojos a Zvlkx y colocó la chaqueta sobre la cabeza del santo muerto. Se había formado una multitud, y un policía tomó el control. Joffy ocultó el libro y nos hicimos a un lado al oír a lo lejos el sonido de la ambulancia. El dueño del local también había salido y nos dijo que era malo para el negocio que un vagabundo se muriese en su puerta, pero cambió de opinión cuando se enteró de quién era.
—¡Cielos! —dijo respetuoso—. ¡Un verdadero santo nos honra muriendo a nuestra puerta!
Le di un codazo a Joffy y señalé. Era un local de apuestas.
—¡Qué típico! —bufó Joffy—. De no haber muerto intentando apostar, habría sido en un burdel. Sabía que no estaba en el pub porque todavía no han abierto.
Sobresaltada, miré la hora. Eran las 10.50. Cindy. Había estado tan concentrada en san Zvlkx que me había olvidado de ella. Retrocedí hacia la puerta y miré a mi alrededor. No vi ni rastro de ella, claro, pero se trataba de la mejor. Al principio pensé que me beneficiaba la aglomeración de gente, ya que era poco probable que quisiese matar a inocentes, pero cambié de opinión cuando me di cuenta de que el respeto que Cindy sentía por la vida de los inocentes se podía escribir con letras mayúsculas en la solapa de una caja de fósforos. Tenía que alejarme de la multitud antes de que sufriese alguien más. Subí por la calle Commercial y me acercaba a la esquina con Granville cuando me detuve en seco. Cindy acababa de doblar la esquina. Automáticamente cerré la mano alrededor de la empuñadura del arma, pero me detuve llena de incertidumbre. No iba sola. Iba con Spike.
—¡Vaya! —dijo Spike, mirando la conmoción que tenía a mi espalda—. ¿Qué pasa?
—Ha muerto Zvlkx, Spike.
Yo miraba fijamente a Cindy, que me miraba fijamente a mí. Sólo podía verle una mano. La otra la tenía en el bolso. Había fallado dos veces… ¿a qué estaría dispuesta con tal de matarme? ¿Lo haría a plena luz del día con su esposo como testigo? Yo estaba de pie con la mano en la culata de la automática, que no había sacado. Debía confiar en mi padre. Había tenido razón con respecto a los intentos anteriores. Saqué el arma y apunté. Varios transeúntes lanzaron exclamaciones y se dispersaron.
—¿Thursday? —gritó Spike—. ¿Qué demonios está pasando? ¡Baja eso!
—No, Spike. Cindy no es bibliotecaria, es la Revendedora.
Spike me miró. Luego miró a su diminuta esposa y se rio.
—¿Cindy una asesina? ¡Estás de broma!
—Ella está loca y yo estoy asustada, Spikey —gimoteó Cindy con su mejor voz de niñita patética—. No sé de qué habla. ¡Nunca he empuñado un arma!
—Muy despacio, saca el arma del bolso, Cindy.
Pero fue Spike quien se movió. Sacó su arma y apuntó… me apuntó a mí.
—Baja el arma, Thurs. Siempre me has caído bien pero no me costará elegir.
Me mordí el labio pero no dejé de mirar a Cindy.
—¿Nunca te has preguntado por qué le pagan en efectivo esos trabajos de bibliotecaria o por qué su hermano trabaja para la CIA? ¿Por qué tiradores de la policía mataron a sus padres? ¿Alguna vez has oído que la policía mate a un bibliotecario?
—¡Todo tiene explicación, Spikey! —gimió Cindy—. ¡Mátala! ¡Está loca!
Ahora comprendía su plan. Ni siquiera iba a molestarse en hacer el trabajo. A plena luz del día, su esposo dispararía el arma y sería todo legal: un buen hombre defendiendo a su esposa. Era buena. Era la mejor. Era la Revendedora. Un contrato con ella y puedes darte por más acabado que la pana.
—La han contratado para matarme, Spike. ¡Ya ha intentado matarme en dos ocasiones…!
—¡Baja el arma, Thursday!
—¡Spikey, estoy asustada!
—¡Cindy, quiero verte las dos manos!
—¡Baja el arma, Thursday!
Habíamos llegado a un callejón sin salida. Mientras estaba allí de pie con Spike apuntándome él a la cabeza con un arma y yo apuntando a Cindy, comprendí que era posiblemente la peor situación en la que podía encontrarme. Si bajaba el arma, Cindy me mataría. Si no bajaba el arma, Spike me mataría. Si yo mataba a Cindy, Spike me mataría. Por mucho que lo intentaba no se me ocurría ninguna salida que no incluyese mi muerte. Un asunto complicado, como poco. Y fue entonces cuando el piano de cola cayó sobre Cindy.
Nunca había oído un piano caer diez metros para estrellarse en el cemento, pero fue exactamente como me lo había imaginado. Una cacofonía que resonó en toda la calle. El azar quiso que el piano —un Steinway Baby, según descubrí más tarde— fallase por completo. Fue la banqueta lo que golpeó a Cindy, que se desplomó como un saco. Un vistazo y los dos supimos que era grave. Una herida importante de cabeza y un cuello muy roto. Para Spike fue un momento de emociones encontradas. Sentía pena y conmoción por el accidente, pero también comprendía que yo había tenido razón… la mano de Cindy todavía sostenía un revólver del 38 con silenciador.
—¡No! —gritó Spike, tocándole con delicadeza la mejilla pálida—. ¡Otra vez no!
Cindy gimió débilmente mientras el policía que se había estado encargando de san Zvlkx se acercaba corriendo acompañado de dos sanitarios.
—Deberías habérmelo contado —musitó Spike, negándose a mirarme, con sus imponentes hombros temblando ligeramente por el llanto.
—Lo siento, Spike.
No respondió, sino que se apartó mientras intentaban estabilizarla.
—¿Quién es? —preguntó el policía—. Es más, ¿quiénes son ustedes?
—OpEspec —dijimos a la vez, mostrando las placas.
—Y ésta es Cindy Stoker —dijo Spike con tristeza—, la asesina conocida como la Revendedora… y mi esposa.