SE «USARÁN» NEANDERTALES EN UNA ESCUELA DE ENTRENAMIENTO DE POLÍTICOS
Los neandertales, la propiedad recreada genéticamente de la Corporación Goliath, encontraron ayer un empleo inesperado en la Escuela Chipping Sodbury para políticos, cuando cuatro individuos escogidos iniciaron su participación en la clase de economía de la veracidad en el servicio público. Los neandertales, cuyas habilidades extremadamente desarrolladas para detectar gestos faciales los predispone a percibir cualquier mentira, sirven para que los alumnos mejoren su capacidad para mentir algo que podría resultar útil a estos aprendices de políticos una vez que ocupen un puesto público. «¡Tío, esos tales lo pillan todo! —declaró el señor Richard Dixon, estudiante de primero—. No se les pasa nada… ¡Incluso detectan un ligero embellecimiento o una omisión táctica!» Los profesores se declaran encantados con los neandertales y en privado admitieron: «¡Si al proletariado se le diese la mitad de bien detectar mentiras, estaríamos realmente jodidos!»
The Toad (sección política), 4 de julio de 1988
Llevábamos toda la mañana buscando Larga lujuria sin ningún éxito. Kaine nos llevaba casi dos años de ventaja. De los cien ejemplares impresos, sesenta y dos habían cambiado de manos en los últimos dieciocho meses o así, pero no hay nada como un comprador misterioso cargado de pasta para subir el precio, y el último ejemplar se había vendido en la casa de subasta Agatha's por 720.000 libras; una suma sin precedentes, incluso para un Farquitt anterior a la guerra. Cada vez daba más la impresión de que las posibilidades de dar con un ejemplar de Larga lujuria eran muy reducidas. Llamé al agente de Farquitt, quien me contó que habían confiscado toda la biblioteca de la autora y que, antes de soltarla, a la dama septuagenaria la habían interrogado largamente sobre el activismo político en favor de los daneses. Ni siquiera una visita a la biblioteca Farquitt en Didcot dio frutos: casi dieciocho meses antes «agentes gubernamentales» habían requisado el manuscrito original de Larga lujuria y también un ejemplar firmado. El bibliotecario se reunió con nosotros en el salón de mármol tallado y, tras decirnos que no hablásemos demasiado alto, nos informó de que ejemplares de todas las obras de Farquitt estaban almacenados y listos para su retirada «tan pronto como sea posible». Bowden respondió que nos marcharíamos a la frontera en cuanto resolviésemos todos los detalles. No me miró al decirlo, pero sabía lo que pensaba: yo tenía que encontrar la manera de cruzar la frontera.
Regresamos en silencio a la oficina de detectives literarios y, tan pronto como llegué, llamé a Landen. Mi anillo de bodas, que había estado apareciendo y desapareciendo toda la mañana, llevaba unos buenos veinte minutos en su sitio.
—¡Hola, Thursday! —dijo con entusiasmo—. ¿Qué te pasó ayer? Estábamos hablando y te callaste.
—Hubo un problema.
—¿Por qué no vienes a almorzar? Tengo palitos de pescado, frijoles y guisantes… con puré de plátano y crema de budín.
—¿Has estado comentando el menú con Friday?
—¿Qué te hace pensarlo?
—Me encantaría, Land. Pero ahora mismo sigues estando un poco existencialmente inestable, así que, simplemente, acabaría quedando en evidencia otra vez delante de tus padres… y tengo que reunirme con alguien para hablar de Shakespeare.
—¿Alguien que yo conozca?
—Bartholomew Stiggins.
—¿El neandertal?
—Sí.
—Espero que te gusten los escarabajos. Llámame la próxima vez que vuelva a existir. Te qu…
La línea se cortó. Mi anillo de bodas también había desaparecido.
Presté atención un momento al tono de marcado, tocándome pensativamente la frente con el auricular.
—Yo también te quiero, Land —dije en voz baja.
—¿Tu contacto galés? —preguntó Bowden, entrando con un fax de la Sociedad de Amigos de Karen Blixen.
—No exactamente.
—Entonces, ¿un nuevo jugador para la Superhoop?
—Ojalá. Goliath y Kaine han asustado a todos los jugadores del país excepto a Penélope Hrah, que juega a cambio de comida y a la que no le importa lo que nadie diga, piense o haga.
—¿No le arrancaron hace unos años una pierna en la semifinal de los Golpeadores de Newport frente a los Errabundos de Dartmoor?
—No puedo permitirme ser demasiado melindrosa, Bowd. Si la sitúo como defensa, puede ladrar a cualquiera que se acerque. ¿Listo para almorzar?
La población de neandertales de Swindon ascendía a unos trescientos individuos y todos vivían en una pequeña aldea occidental conocida como La Nación. Como eran muy hábiles con las herramientas, sólo les habían dado dos hectáreas y media de tierra, agua y puntos de desagüe y les habían dicho que se pusieran a ello… como si hubiese hecho falta decírselo, que no hacía.
Los neandertales no eran humanos ni descendientes nuestros, sino primos. Habían evolucionado al mismo tiempo que nosotros y se habían extinguido al no poder competir con éxito contra los más agresivos humanos. A finales de los años treinta y principios de los cuarenta, Bioingeniería Goliath los trajo de vuelta y se habían convertido en tan parte del mundo moderno como los dodos o los mamuts. Y como habían sido secuenciados por Goliath, cada uno de ellos era realmente propiedad de la corporación. Un plan nada generoso de «recompra» para adquirirse a sí mismos no había sido muy bien recibido.
Aparcamos a un poco de distancia de La Nación y nos apeamos del coche.
—¿No podemos aparcar dentro? —preguntó Bowden.
—No les gustan los coches —le expliqué—. No le ven demasiado sentido a viajar distancias. Según la lógica neandertal, cualquier lugar al que no se pueda llegar tras un día de marcha no vale la pena ser visitado. Nuestro jardinero neandertal solía recorrer a pie cada martes los seis kilómetros hasta nuestra casa. Rechazaba cualquier ofrecimiento de llevarle. Caminar era, insistía, «la única forma decente de viajar». «Si conduces, te pierdes las conversaciones en los setos», decía.
—Tiene sentido —respondió Bowden—, pero si debes llegar pronto a algún lugar…
—Ahí radica la diferencia, Bowd. Tienes que distanciarte de la forma de pensar humana. Para los neandertales, nada es tan urgente como para no poder hacerlo en otro momento… o no hacerlo. Por cierto, ¿te has acordado de no ducharte esta mañana?
Asintió. Como el olor era tan importante para la comunicación neandertal, la ducha jabonosa de los humanos se entendía más bien como un subterfugio sospechoso. Si hablabas con un neandertal llevando colonia, instantáneamente pensaba que tenías algo que ocultar.
Atravesamos la entrada de hierba de La Nación y nos encontramos con un neandertal solitario sentado en una silla en medio del camino. Leía el Neandertal News, impreso en letras grandes. Dobló el periódico y delicadamente olisqueó el aire antes de mirarnos brevemente y preguntar:
—¿A quién desean visitar?
—Somos Next y Cable. Almuerzo con el señor Stiggins.
El neandertal nos miró fijamente un momento y luego nos indicó una casa situada al otro lado del descampado que rodeaba un tótem que no tenía idea de qué representaba. En la zona de hierba había cinco o seis neandertales jugando al cróquet y los miré atentamente un rato. No jugaban por equipos. Se limitaban a pasar la pelota y a marcar tantos cuando era posible. Eran excelentes jugadores. Vi a uno marcar desde al menos treinta y seis metros de rebote con otra bola. Era una pena que los neandertales no fuesen agresivamente competitivos… le hubiesen venido bien al equipo.
—¿Notas algo? —pregunté mientras recorríamos la hierba con los jugadores de cróquet moviéndose a nuestro lado como nubes de brazos y piernas bien coordinados.
—¿No hay niños?
—El neandertal más joven tiene cincuenta y dos años —le expliqué—, los machos son estériles. Probablemente sea su principal causa de desacuerdo con sus propietarios.
—Yo también estaría cabreado.
Dimos con la casa de Stiggins, abrí la puerta y entramos directamente. Sabía algunas cosas sobre costumbres neandertales y jamás se entraba en una casa neandertal a menos que te estuviesen esperando… en cuyo caso la considerabas como tuya y entrabas sin más. La casa estaba construida por completo con madera y materiales reciclados y tenía forma circular, con un hogar en el centro. Era cómoda, cálida y agradable, no la cueva pelada que creo que Bowden esperaba. Había en ella un televisor y sillones de verdad, sillas e incluso un equipo de alta fidelidad. Stiggins, que estaba de pie junto al fuego, tenía a su lado una neandertal un poco más baja que él.
—¡Bienvenidos! —dijo Stig—. Ésta es Felicity… formamos una asociación.
Su mujer se nos acercó en silencio y nos abrazó consecutivamente, aprovechando la oportunidad para olernos, primero la axila y luego el pelo. Vi que Bowden hacía una mueca y Stig soltó una tosecita ronca que era la risa neandertal.
—Señor Cable, está usted incómodo —comentó Stig.
Bowden se encogió de hombros. Sí que estaba incómodo, y conocía a los neandertales lo suficiente para saber que no se les podía mentir.
—Sí, lo estoy —respondió—. Nunca había visto una casa neandertal.
—¿Es diferente a la suya?
—Mucho —dijo Bowden, examinando la disposición de las vigas del techo, hechas de distintos trozos de madera pegados con cola a los que luego se había dado forma.
—No hay ni un solo clavo o tornillo, señor Cable. ¿Ha oído el ruido de la madera cuando le introducen un tornillo? Es poco caritativo.
—¿Hay algo que no fabriquen ustedes mismos?
—En realidad no. Es insultante no dar a la materia prima todos los usos posibles. El dinero que ganamos se destina íntegramente al plan de recompra. Tal vez cuando nos llegue nuestra hora podamos permitirnos los títulos de propiedad.
—Entonces, si me disculpa, ¿qué sentido tiene?
—Morir libre, señor Cable. ¿Algo de beber?
La señora Stiggins regresó con cuatro vasos cortados del fondo de botellas de vino y nos los ofreció. Stig se tomó el contenido del suyo de un trago y yo intenté hacer lo mismo. Estuve a punto de atragantarme… no era muy diferente a beber gasolina. Bowden se atragantó y se agarró la garganta como si le quemase. El señor y la señora Stiggins nos miraron con curiosidad y estallaron luego en toda una serie de toses guturales.
—Me parece que no entiendo el chiste —dijo Bowden con los ojos llenos de lágrimas.
—Es costumbre neandertal humillar a los invitados —anunció Stig, recogiendo nuestros vasos—. Ustedes han bebido ginebra de patata… nosotros agua. La vida es buena. Tomen asiento.
Nos sentamos en el sofá y Stig revolvió las brasas del fuego. En el espetón había un conejo y suspiré aliviada; no tendríamos que almorzar escarabajos.
—Esos jugadores de cróquet de ahí fuera —dije—, ¿cree que se les podría convencer para jugar en los Mazos de Swindon?
—No. Sólo los humanos se definen a sí mismos por oposición a otros humanos. Para nosotros ganar o perder carece de sentido. Las cosas simplemente son lo que se supone que deben ser.
Pensé en ofrecer dinero. Después de todo, el salario de un mes de un jugador medio podría cubrir con facilidad un millar de planes de recompra. Pero los neandertales son muy raros con el dinero… sobre todo con el dinero que no creen haberse ganado. No dije nada.
—¿Tiene alguna idea más sobre los Shakespeares clonados? —preguntó Bowden.
Stig pensó un momento, arrugó la nariz, le dio la vuelta al conejo y luego se acercó a un enorme buró y regresó con un expediente grueso: el informe genómico que había recibido del señor Rumplunkett.
—Son definitivamente clones —dijo—, y quien los crease se cubrió las espaldas… Eliminaron los números de serie de las células y al ADN le falta la información del fabricante. En lo que se refiere al nivel molecular, podrían haber sido creados en cualquier parte.
—Stig —dije, pensando en Hamlet—, no hace falta que le diga lo importante que es que encontremos un clon de Will… y pronto.
—Todavía no hemos terminado, señorita Next. ¿Ve esto?
Me entregó una evaluación espectroscópica de los dientes del señor Shaxtper y miré la gráfica en zigzag sin comprender.
—Lo hacemos para examinar los patrones de salud a largo plazo. A partir de una sección transversal de los dientes de Shaxtper podemos deducir la zona de fabricación basándonos exclusivamente en la dureza del agua.
—Comprendo —dijo Bowden—. Bien, ¿dónde se encuentra esa agua?
—Fácil: en Birmingham.
Bowden batió palmas de contento.
—¿Quiere decir que hay un laboratorio secreto de ingeniería genética en la zona de Birmingham? ¡Lo encontraremos en un periquete!
—El laboratorio no está en Birmingham —dijo Stig.
—Pero ha dicho…
Yo sabía exactamente por dónde iba.
—Birmingham importa toda su agua —dije en voz baja—, del valle de Elan… en la República Socialista de Gales.
De pronto la labor se nos había complicado mucho. Las mayores instalaciones de biotecnología de Goliath estaban a orillas del embalse Craig Goch, en el centro del Elan, antes de su traslado a Presellis. Las habían construido al otro lado de la frontera debido a la laxa normativa biotecnológica; las cerraron en cuanto el Parlamento gales se puso al día. El laboratorio de Presellis sólo realizaba trabajos legítimos.
—¡Imposible! —se mofó Bowden—. ¡Cerraron hace décadas!
—Y sin embargo —respondió Stig lentamente—, sus Shakespeares se fabricaron allí. Señor Cable, no es usted un amigo natural de los neandertales y no posee la fuerza de espíritu de la señorita Next, sin embargo es usted apasionado.
A Bowden no le convencía el resumen de Stig.
—¿Cómo puede conocerme tan bien?
Hubo un momento de silencio mientras Stig daba vueltas al conejo en el asador.
—Vive con una mujer a la que no ama realmente pero que necesita por razones de estabilidad. Sospecha que se ve con otro y la furia y la duda pesan sobre sus hombros. Siente que no le han ascendido como sería justo y que la única mujer a la que ama realmente es inaccesible…
—Vale, vale —dijo Bowden hosco—, me hago una idea.
—Los humanos irradian emociones como fuegos violentos, señor Cable. Nos asombra que puedan engañarse unos a otros con tanta facilidad. Vemos todos los engaños y hemos evolucionado para no necesitarlos.
—Esos laboratorios… —dije, deseosa de cambiar de tema—. ¿Están ustedes seguros?
—Estamos seguros —afirmó Stig—, y no sólo fabricaron allí los Shakespeares. Todos los neandertales hasta la versión 2.3.5 también. Deseamos regresar. Tenemos necesidad urgente de lo que se nos ha negado.
—¿Y es?
—Niños —dijo Stig—. Hemos estado planeando la expedición y sus características sapiens nos serían útiles. Ustedes poseen una impetuosidad que a nosotros nos falta. Un neandertal medita cada movimiento antes de actuar y está genéticamente predispuesto a la precaución. Nos hace falta alguien como usted, señorita Next: un humano impulsivo, con tendencia a la violencia y capaz de mandar… pero dominado por lo que es correcto.
Suspiré.
—No vamos a entrar en la República Socialista —dije—. No tenemos jurisdicción y si nos pillan lo pagaremos caro.
—¿Qué hay de tu plan para llevar los libros, Thursday? —preguntó Bowden con tranquilidad.
—No hay ningún plan, Bowd. Lo siento. No puedo arriesgarme a acabar encerrada en alguna celda galesa durante la Superhoop. Tengo que asegurarme de la victoria de los Mazos. Tengo que estar aquí.
Stig frunció el ceño.
—¡Es extraño! —dijo al fin—. No desea ganar por una falsa sensación de orgullo por su ciudad natal… Captamos un propósito superior.
—No puedo contárselo, Stig, pero lo que lee es cierto. Es vital para todos nosotros que Swindon gane la Superhoop.
Stig miró a la señora Stiggins y los dos conversaron unos buenos cinco minutos… empleando exclusivamente expresiones faciales y algún gruñido. Cuando terminaron, Stig dijo:
—Hay acuerdo. Usted, el señor Cable y yo mismo entraremos por la fuerza en los laboratorios de ingeniería genética de Goliath. Usted para encontrar a su Shakespeare, nosotros para encontrar la semilla para nuestras hembras.
—No puedo…
—Aunque fracasemos —añadió Stig—, la Nación Neandertal aportará cinco jugadores para que la ayuden a ganar la Superhoop. No habrá ni pago ni gloria. ¿Es un acuerdo?
Miré sus pequeños ojos marrones. A juzgar por la calidad de los jugadores que había visto fuera y mis conocimientos acerca de los neandertales en general, tendríamos una oportunidad… incluso si yo estaba encerrada en una cárcel galesa.
Acepté la mano que me tendía.
—Es un acuerdo.
—Entonces comamos. ¿Les gusta el conejo?
Los dos asentimos.
—Bien. Es nuestra especialidad. En neandertales se llama conejo-yescara.
—Suena genial —respondió Bowden—. ¿Con qué se sirve?
—Patatas y una… salsa crujiente ácida de color verde amarronado.
No estoy segura, pero creo que Stig me guiñó un ojo. No debería haberme preocupado. La comida fue excelente y los neandertales tienen toda la razón: los escarabajos están muy infravalorados.