26 Desayuno con Mycroft

SE HALLA ALQUITRANADO A UN AMIGO EMPLUMADO

El misterioso alquitranador de aves marinas de Swindon ha atacado de nuevo. En esta ocasión la víctima ha sido un petrel, que fue encontrado en un callejón de Commer-cial. El pájaro sin identificar fue descubierto ayer cubierto por una gruesa capa de lo que los científicos identificaron como crudo. Éste es el séptimo ataque de tal naturaleza en menos de una semana y la policía de Swindon empieza a enterarse. «Éste ha sido el séptimo ataque en menos de una semana —declaró esta mañana un policía de Swindon—, y empezamos a enterarnos.» Hasta ahora nadie ha podido ver al inexplicable alquitranador de aves marinas, pero un experto del NSPB indicó ayer a la policía que el sospechoso probablemente desplazaría una carga de 280.000 toneladas, estaría oxidado y encallado en alguna roca cercana. A pesar de las numerosas búsquedas policiales en la zona, no se ha podido dar con ningún sospechoso que responda a esta descripción.

Swindon Daily Eyestrain, 18 de julio de 1988

Era la mañana siguiente. Estaba sentada a la mesa de la cocina mirándome el anular y considerando la total ausencia de anillo de bodas. Mamá entró con bata y rulos en el pelo, le dio de comer a DH82, dejó que Alan saliese del escobero donde teníamos que retenerle y echó fuera al dodo delincuente con una fregona. Alan emitió un plun de furia y luego atacó al limpiabotas.

—¿Qué te pasa, cariño?

—Es Landen.

—¿Quién?

—Mi esposo. Fue reactualizado anoche, pero sólo durante unas dos horas.

—¡Pobrecita! Tuvo que ser muy embarazoso.

—¿Embarazoso? Mucho. Me metí desnuda en la cama del señor y la señora Parke-Laine.

Mi madre se puso del color de la ceniza y se le cayó la sartén.

—¿Te reconocieron?

—No creo.

—¡Gracias a la DEG! —dijo, enormemente aliviada. La vergüenza pública era algo que quería evitar más que cualquier otra cosa, y que una hija se metiese en la cama de los mecenas de la Liga de la Tostada de Swindon era probablemente la mayor torpeza social que se le podía ocurrir.

—Buenos días, cosita —dijo Mycroft, entrando en la cocina y sentándose a la mesa del desayuno. Era mi tío inventor, extraordinariamente brillante, que aparentemente acababa de regresar de la Convención de Científicos Locos de 1988, o LocoCon'88 como la llamaban.

—¡Tío —dije, probablemente con menos entusiasmo del que merecía—, qué agradable es volver a verte!

—Y a ti, preciosa —dijo con cariño—. ¿Has vuelto para quedarte?

—No estoy segura —respondí, pensando en Landen—. ¿La tía Polly está bien?

—Más sana que una manzana. Hemos ido a LocoCon… y por alguna razón me han hecho entrega de un premio a toda una vida aunque no se me ocurre por qué.

Era una típica frase de Mycroft. A pesar de su genio indudable, nunca creía estar haciendo nada particularmente brillante ni útil… simplemente le gustaba jugar con las ideas. Su invento del Portal de Prosa era lo que me había permitido entrar originalmente en la ficción. Se había establecido en el mundo de Sherlock Holmes para escapar de la Goliath, pero se había quedado atrapado allí hasta que le rescaté hacía más o menos un año.

—¿La Goliath ha vuelto a molestarte? —pregunté—. Me refiero tras tu vuelta.

—Lo intentaron —respondió en voz baja—, pero no me sacaron nada.

—¿No estabas dispuesto a decirles nada?

—No. Fue mejor todavía. No podía. Verás, no recuerdo absolutamente nada sobre ninguno de los inventos de los que querían hablar.

—¿Cómo es posible?

—Bien —respondió Mycroft bebiendo un poco de té—. No estoy seguro, pero desde el punto de vista lógico, debo haber inventado un dispositivo para borrar la memoria, o algo similar, y lo he usado selectivamente en mi persona y en Polly. Lo llamamos el Big Blank. Es la única explicación posible.

—Entonces, ¿no recuerdas cómo funciona el Portal de Prosa?

—¿El qué?

—El Portal de Prosa. Un dispositivo para entrar en la ficción.

—Me preguntaron por algo así, ahora que lo mencionas. Sería muy interesante intentar desarrollarlo de nuevo, pero Polly dice que no debería. Tengo el laboratorio lleno de dispositivos cuyo uso se me escapa totalmente. Un ovinador, por ejemplo… está claro que tiene relación con los huevos, pero ¿qué hace?

—No lo sé.

—Bien, quizá sea mejor así. Hoy en día sólo trabajo con fines pacíficos. El intelecto es inútil si no es para que mejoremos todos.

—Estoy de acuerdo contigo. ¿Qué trabajo presentaste en Loco-Con'88?

—Sobre todo, de matemática nextiana teórica —respondió Mycroft, encantado de hablar de su tema preferido: su trabajo—. Te conté lo de la geometría nextiana, ¿verdad?

Asentí.

—Bien, la teoría nextiana de números está muy relacionada, y en su forma más simple te permite retroceder para descubrir la operación original de la que se deriva el resultado.

—¿Eh?

—Bien, digamos que tienes los números 12 y 16. Los multiplicas y obtienes 192, ¿sí? Bien, en la matemática convencional, si te diesen el número 192 no sabrías de dónde ha salido. Podría ser el resultado de 3 por 64, de 6 por 32 e incluso de 194 menos 2. Pero no lo sabrías simplemente mirando el número, ¿verdad?

—Supongo que no.

—Suposición equivocada —dijo Mycroft sonriendo—. La teoría nextiana de números actúa a la inversa que la matemática normal: dada una respuesta, te permite obtener el enunciado exacto.

—¿Y qué aplicación práctica tiene eso?

—Tiene cientos de aplicaciones. —Se sacó un papel del bolsillo y me lo pasó. Lo desdoblé y encontré un número escrito: 2216.091-1, o dos elevado a la potencia doscientos dieciséis mil noventa y uno, menos uno.

—Es un número grande.

—Es un número de tamaño medio —me corrigió.

—¿Y?

—Bien, si te diese una historia corta de unas diez mil palabras, te indicase que le asignases un valor a cada letra y cada signo de puntuación y luego los apuntases, obtendrías un número de más o menos sesenta y cinco mil dígitos. A continuación no tienes más que encontrar una forma más simple de expresarlo. Empleando una rama de la matemática nextiana que llamo FactorZip, podemos reducir un número de cualquier tamaño a un estilo corto y preciso.

Volví a mirar el número.

—¿Esto es?

Sleepy Hollow pasado por FactorZip. Estoy trabajando en la reducción de todos los libros jamás escritos a números de menos de cincuenta dígitos. Da que pensar, ¿eh? En lugar de comprar un periódico cada día, te limitas a apuntar un número y lo metes en la calculadora nextexpansora para leerlo.

—¡Genial! —dije impresionada.

—Todavía estoy empezando, pero tengo la esperanza de que algún día podré predecir la causa simplemente observando el resultado. Y luego, intentar reconstruir preguntas desconocidas a partir de respuestas conocidas.

—¿Como cuál?

—Bien, la respuesta: «¡Dios, no, todo lo contrario!» Siempre he querido saber a qué pregunta da respuesta.

—Qué chulo —respondí, intentando todavía comprender cómo iba alguien a saber, por mirar el número nueve, que había sido obtenido elevando tres al cuadrado o extrayendo la raíz cuadrada de ochenta y uno.

—¿Verdad que sí? —dijo con una sonrisa, agradeciéndole a mi madre los huevos con panceta que le había puesto delante.

La partida de lady Hamilton a las 8.30 sólo fue triste para Hamlet. Se puso de un humor tenebroso y se enfrascó en un largo monólogo sobre cómo su corazón estaba a punto de romperse y lo cruel que era la mano que le había repartido el destino. Dijo que Emma era su amor verdadero y que su partida dejaba vacía su vida; una vida con poco sentido ya y con la que sería mejor terminar… y así sucesivamente hasta que, al final, Emma tuvo que interrumpirle para darle las gracias porque de veras que tenía que irse o si no llegaría tarde a algo que no podía especificar. Por lo que él se pasó los siguientes cinco minutos insultándola. Le dijo que era una puta y se fue, musitando algo sobre ser un camaleón. Cuando por fin se hubo ido, los demás pudimos despedirnos.

—Adiós, Thursday —dijo Emma agarrándome las manos—, siempre has sido muy amable conmigo. Espero que recuperes a tu esposo. ¿Me permites un breve comentario que podría serte de utilidad?

—Claro.

—No dejes que Smudger domine las posiciones delanteras de aros. Es mejor en la defensa, especialmente si Biffo le apoya… y si quieres ganar, juega a la ofensiva.

—Gracias —dije despacio—, eres muy amable.

Le di un abrazo, y también mi madre… un poco incómoda, porque en realidad nunca había podido librarse de la sospecha de que Emma se había liado con papá. Luego, un momento más tarde, Emma desapareció, que debía ser lo que pasaba cuando mi padre llegaba y el tiempo se detenía para los demás.

—Bien —dijo mi madre, limpiándose las manos en el delantal—, ya se ha ido. Me alegro de que haya recuperado a su marido.

—Sí —admití algo desafiante, y salí en busca de Hamlet. Estaba fuera, sentado en el banco de las rosas, reflexionando profundamente.

—¿Estás bien? —pregunté, sentándome a su lado.

—Háblame sinceramente, señorita Next. ¿Vaciló?

—Bien… en realidad no.

—¡Sinceramente!

—Quizá… un poquitín.

Hamlet gimió de un modo desgarrador y enterró la cara en las manos.

—¡Oh qué mísero soy, qué parecido a un siervo! Un esclavo de esta obra con contradicciones tan inmensas que los estudiosos escriben volúmenes intentando explicarme. En un momento dado amo a Ofelia, al siguiente la trato con crueldad. Soy por turnos un adolescente petulante y un hombre maduro, un solitario melancólico y un ingenioso que les indica a los actores cómo hacer su trabajo. No sé decidir si soy un filósofo o un adolescente llorón, un poeta o un asesino, uno que lo deja todo para más tarde o un hombre de acción. Puede que esté completamente loco, o que sea un cuerdo que finge estar loco, o incluso un loco que finge estar cuerdo. Según cuentan todos, mi padre era un monstruo sediento de guerra… por lo tanto, ¿estuvo tan mal que Claudio lo matase? ¿Vi realmente el fantasma de mi padre o fue a Fortinbras disfrazado, intentando sembrar la discordia en Dinamarca? ¿Y cuánto tiempo pasé en Inglaterra? ¿Qué edad tengo? He visto dieciséis adaptaciones cinematográficas diferentes de Hamlet, dos obras teatrales, he leído tres cómics y he escuchado una versión radiofónica. Todo desde Olivier a Gibson, de Barrymore a William Shatner en Conciencia del rey.

—¿Y?

—Todas son diferentes.

Con silenciosa desesperación buscó a su alrededor la calavera, la encontró y la miró meditativo unos segundos antes de continuar.

—¿Tienes idea de la presión que siento al ser el mayor enigma dramático del mundo?

—Debe ser intolerable.

—Lo es. Me sentiría peor si nadie me hubiese descifrado… pero lo han hecho. ¿Sabes cuántos libros hay sobre mí?

—¿Cientos?

—Miles. ¡Y las injurias que escriben! El complejo de Edipo es con diferencia lo más insultante. El beso de buenas noches a mamá se va alargando cada vez más. Ese tal Freud acabará con la nariz rota si me topo con él. Mi obra es un completo y absoluto desastre: cuatro actos de palabrería y uno de acción. ¿Por qué se molesta nadie en verla?

Hundió los hombros y dio la impresión de que estaba sollozando. Le puse una mano a la espalda.

—Pagamos por ver su complejidad y la búsqueda en el interior de tu alma: eres la figura trágica por antonomasia; dudando de todo, diseccionando todas las traiciones y vergüenzas de la vida. Si sólo quisiéramos acción, nos limitaríamos a ver exclusivamente películas de Chuck Norris. Es el camino que recorres para exorcizar tus demonios lo que hace de la obra el tour de force de dilación que es.

—¿Las cuatro horas y media?

—Sí —dije, preocupada por no herir sus sentimientos—, las cuatro horas y media de cabo a rabo.

Movió la cabeza con tristeza.

—Me gustaría estar de acuerdo contigo, pero preciso más respuestas, Horacio.

—Thursday.

—Sí, la suya también. Más respuestas y una nueva faceta para mi personaje. Menos charla y más acción. Así que he contratado los servicios de… un consejero de resolución de conflictos.

No sonaba nada bien.

—¿Resolución de conflictos? ¿Crees que es lo mejor?

—Podría ayudarme a resolver los problemas con mi tío… y ese imbécil de Laertes.

Lo pensé un momento. Tal vez un Hamlet todo acción no fuese muy buena idea, pero como no había obra a la que pudiese volver, la idea me daba un respiro de varios días. Decidí no intervenir de momento.

—¿Cuándo hablarás con él?

Se encogió de hombros.

—Mañana. O quizá pasado mañana. ¿Sabes?, los consejeros de resolución de conflictos están muy ocupados.

Suspiré aliviada. Fiel a su carácter, Hamlet seguía vacilando. Pero se alegraba de haber tomado algo parecido a una decisión y siguió hablando más animadamente.

—Pero basta de hablar de mí. ¿Qué tal tú?

Le hice un breve resumen, empezando por la reerradicación de Landen y acabando con la importancia de encontrar cinco buenos jugadores para ayudar a Swindon a ganar la Superhoop.

—Mm —respondió tan pronto como acabé—. Tengo un plan para ti. ¿Quieres oírlo?

—Siempre que no sea decirme dónde debe jugar Biffo.

Negó con la cabeza, miró con cuidado a su alrededor y bajó la voz.

—Finge estar loca y habla mucho. Luego, esto es lo importante, no hagas nada en absoluto hasta que no sea estrictamente necesario… y luego asegúrate de que todo el mundo muere.

—Gracias —dije pasado un rato—, lo tendré en cuenta.

¡Plun! —dijo Alan que había estado anadeando malhumorado por el jardín.

—Creo que ese pájaro busca problemas —comentó Hamlet.

Alan, a quien estaba claro que no le gustaba nada la actitud de Hamlet, decidió atacar y fue por el zapato. Un mal movimiento. El príncipe de Dinamarca se puso en pie de un salto, desenvainó la espada y antes de que yo pudiese detenerle atacó directamente al dodo. Era un espadachín consumado y lo único que hizo fue cortarle unas plumas de la cabeza. El pequeño dodo, ahora con una calva, abrió los ojos como platos y miró a su alrededor, con una combinación de terror y asombro, las plumas que caían flotando al suelo.

—¡Más tonterías, mi amigo de buenas plumas —anunció Hamlet, guardándose la espada—, y acabarás en el curry!

Pickwick, que había estado mirando desde una esquina segura cerca del montón de abono, avanzó decididamente y se situó retadora entre Alan y Hamlet. Nunca hasta entonces la había visto actuar con valentía, pero supongo que Alan era su hijo, aunque fuese un gamberro. Alan, aterrorizado o indignado, permaneció totalmente inmóvil, con el pico abierto.

—Teléfono para ti —gritó mi madre. Entré en casa y tomé el receptor. Era Aubrey Jambe. Quería que hablase con Alf Widdershaine para pedirle que volviese de su retiro y también para saber si había encontrado a otros jugadores.

—Estoy en ello —le respondí, buscando en las páginas amarillas la sección de «agentes deportivos»—. Te llamaré. No pierdas la esperanza, Aubrey.

Emitió un sonido de acuerdo y colgó. Llamé a Wilson Lonsdale y Partners, los mejores agentes deportivos de Inglaterra, y quedé encantada al enterarme de que había disponibles varios jugadores mundiales de cróquet; por desgracia, el interés se esfumó en cuanto mencioné a qué equipo representaba.

—¿Swindon? —dijo uno de los asociados de Lonsdale—. Acabo de acordarme… no tenemos absolutamente a nadie.

—¿No había dicho que sí?

—Habrá sido un error registral. Buenos días.

Había colgado. Llamé a otras agencias y en todas ellas me dieron una respuesta similar. Estaba claro que la Goliath y Kaine cubrían todas sus bases.

A continuación llamé a mi antiguo entrenador, Alf Widdershaine, y tras una larga conversación logré convencerle de que viniese al estadio a hacer lo que pudiese. Llamé a Jambe para contarle la buena noticia de Alf, aunque tuve la precaución de ocultarle de momento la falta de nuevos jugadores.

Pensé un momento en el problema de existencia de Landen y luego encontré el número de Julie Aseizer, la mujer de Erradicaciones Anónimas que había recuperado a su esposo. La llamé y le expliqué la situación.

—¡Oh, sí! —dijo amablemente—. ¡Mi Ralph parpadeó como una bombilla estropeada hasta que la deserradicación cuajó!

Le di las gracias, colgué y me toqué el dedo anular. Seguía faltándome el anillo.

Miré al jardín y vi a Hamlet caminando por el césped, pensando… con Alan siguiéndole a una distancia prudente. Mientras miraba, Hamlet se volvió hacia él y le miró con seriedad. El pequeño dodo se acobardó y apoyó la cabeza en el suelo suplicante. Estaba claro que Hamlet no era sólo un príncipe ficticio de Dinamarca sino también una especie de dodo alfa.

Sonreí y fui al salón, donde me encontré a Friday construyendo un castillo de bloques con ayuda de Pickwick. Claro está, en ese contexto «ayudar» significaba «mirar». Eché un vistazo al reloj. Era hora de ir a trabajar. Justo en el momento en que tan bien me hubiese sentado una relajante terapia de bloques. Mamá aceptó cuidar de Friday y le di un beso de despedida.

—Pórtate bien.

—Trasero.

—¿Qué ha dicho?

—Astil.

—Si son palabrotas en inglés antiguo, san Zvlkx va a tener muchos problemas… y tú también, amiguito. Mamá, ¿estás segura?

—Claro que sí. Le llevaremos al zoo.

—Bien. Un momento… ¿quiénes?

—Bismarck y yo.

—¿¡Mamá!?

—¿Qué? ¿Una mujer más o menos viuda no puede disfrutar de vez en cuando de un poco de compañía masculina?

—Bien —concedí, sintiéndome por alguna razón irracionalmente conmocionada—, supongo que no hay ninguna razón en contra.

—Bien. Ya puedes irte. Después del zoo es posible que nos dejemos caer por el salón de té. Y luego iremos al teatro.

Se había puesto a soñar despierta, así que me fui, conmocionada no sólo porque mi madre estuviese considerando la idea de mantener una relación con Bismarck, sino también porque Joffy pudiese tener razón.