SE BUSCA PERSONA DANESA
Ayer se buscaba a un hombre de apariencia danesa en relación con el robo a mano armada del Primer Banco de la Goliath en Banbury. El hombre, descrito como «de apariencia danesa», entró en el banco a las 9.35 y exigió que el cajero le hiciese entrega de todo el dinero. Robó quinientas libras esterlinas y una pequeña cantidad de coronas danesas que se encontraban en el departamento de moneda extranjera. La policía describió la pequeña suma de coronas como «especialmente importante» y juró acabar con la amenaza de la criminalidad danesa tan pronto como sea posible. Se advierte a la población que esté atenta a cualquier individuo de apariencia danesa, y que comunique a la policía la presencia de cualquier danés que actúe de forma sospechosa o, si eso no es posible, la de cualquier danés.
The Toad, 15 de julio de 1988
—¿Hiciste qué?
—Bien, desapareciste sin dejar rastro. ¿Qué se suponía que debía hacer?
No podía creerlo. El cabroncete había buscado consuelo en los brazos de una vaca miserable que ni siquiera se merecía cargar con su equipaje, y menos aún ser su esposa. Le miré sin habla. Es incluso posible que en algún momento me quedase boquiabierta, y estaba considerando si echarme a llorar, matarle con las manos desnudas, cerrar la puerta, gritar o hacer simultáneamente todo lo anterior cuando me di cuenta de que Landen hacía lo que hace cuando intenta no reírse.
—Montón cojo de mierda —dije al fin, sonriendo por el alivio—. ¡No te has casado!
—Pero te he engañado un rato, ¿eh? —Sonrió.
Ahora sí que estaba furiosa.
—¿Por qué has tenido que hacerme esta broma estúpida? ¡Sabes que voy armada y soy inestable!
—¡No es más estúpida que tu absurda historia de que fui erradicado!
—No es una historia absurda.
—Lo es. Si me hubiesen erradicado, entonces no existiría este pequeñín…
Dejó de hablar y de pronto toda queja desapareció en cuanto Friday se convirtió en el centro de su atención. Landen miró a Friday y Friday miró a Landen. Yo los miré por turnos, luego, sacándose los dedos de la boca, Friday dijo:
—Culo.
—¿Qué ha dicho?
—No estoy segura. Me parece una palabra que aprendió de san Zvlkx.
Landen le pellizcó la nariz a Friday.
—Bip —dijo Landen.
—Tetas —dijo Friday.
—Erradicado, ¿eh?
—Sí.
—Es la historia más absurda que he oído en toda mi vida.
—No te lo discuto.
Pausa.
—Demasiado extraña, supongo, para no ser cierta.
Nos aproximamos al mismo tiempo y me di con su barbilla en la cabeza. Se oyó un chasquido cuando sus dientes se juntaron y gritó de dolor… creo que se mordió la lengua. Era como había dicho Hamlet. En el mundo real nada es nunca fácil ni sencillo. Él lo odiaba precisamente por esa razón… a mí me encantaba.
—¿Qué tiene tanta gracia? —me preguntó Landen.
—Nada —respondí—, recordaba algo que dijo Hamlet.
—¿Hamlet? ¿Aquí?
—No… en casa de mamá. Tiene una aventura con Emma Hamilton, cuyo novio, el almirante Nelson, intentó suicidarse.
—¿Con qué método?
—La Armada francesa.
—No… no —dijo Landen agitando la cabeza—. Por ahora me limitaré a una única historia absurdamente ridícula. Escucha, soy escritor y a mino se me ocurrirían tantas gili… quiero decir, tantas tonterías como las que te pasan a ti.
Friday logró quitarse un zapato a pesar de los mejores esfuerzos de mi doble nudo y en aquel momento tiraba del calcetín.
—Un chico guapo, ¿eh? —dijo Landen tras una pausa.
—Se parece a su padre.
—No… a su madre. ¿Tiene el dedo permanentemente encajado en la nariz?
—Casi siempre. Se llama «la búsqueda». Es un pasatiempo que ha mantenido a los niños entretenidos desde el comienzo de los tiempos. Ya basta, Friday.
Se sacó el dedo con un pop casi audible y le entregó el oso polar a Landen.
—Ullamco laboris nisi ut aliquip.
—¿Qué ha dicho?
—No lo sé —respondí—. Es algo llamado Lorem ipsum… una especie de pseudolatín que los tipógrafos emplean para crear bloques de texto realista.
Landen alzó las cejas.
—No estás de broma, ¿verdad?
—Lo usan mucho en el Pozo de las Tramas Perdidas.
—¿El qué?
—Es el lugar donde la ficción…
—¡Basta! —dijo Landen, manoseando una palmada—. No puedo permitir que sigas soltando historias ridículas en la puerta. Pasa y cuéntamelas dentro.
Negué con la cabeza y le miré fijamente.
—¿Qué pasa?
—Mi madre me dijo que Daisy Mutlar había vuelto a la ciudad.
—Por lo visto trabaja aquí.
—¿En serio? —pregunté con suspicacia—. ¿Cómo lo sabes?
—Trabaja para mi editor.
—¿Y no la has estado viendo?
—¡Qué va!
—¿Me lo juras por lo más sagrado?
Alzó la mano.
—Por el honor de los exploradores.
—Vale —dije despacio—. Te creo.
Me toqué los labios.
—No entro hasta que no me des uno aquí.
Sonrió y me abrazó. Nos besamos muy delicadamente y me estremecí.
—Consequat est laborum —dijo Friday, participando en el abrazo.
Entramos en la casa y dejé a Friday en el suelo. Sus ojos entrenados examinaron la casa en busca de cualquier cosa que pudiese echarse por encima.
—¿Thursday?
—¿Sí?
—Admitamos por pura conveniencia que fui erradicado.
—¿Sí?
—Entonces, ¿todo lo sucedido desde la última vez que nos vimos en el exterior del edificio de OpEspec no ha sucedido en realidad?
Le abracé con fuerza.
—Sucedió, Land. No debería haber sucedido, pero sucedió.
—Entonces, ¿el dolor que sentí fue real?
—Sí. Yo también lo sentí.
—Entonces me perdí cómo te hinchabas… Por cierto, ¿tienes fotos?
—No creo. Pero juega bien tus cartas y te enseñaré las marcas.
—Me mata la impaciencia.
Volvió a besarme y miró a Friday con una sonrisa desquiciada.
—¿Thursday?
—¿Qué?
—¡Tengo un hijo!
Decidí corregirle.
—No… ¡Tenemos un hijo!
—Cierto. Bien —dijo frotándose las manos—. Supongo que será mejor cenar algo. ¿Te sigue gustando el pastel de pescado?
Se oyó un estallido cuando Friday chocó con un jarrón del salón y lo derribó. Así que recogí los destrozos mientras me disculpaba, y Landen dijo que daba igual pero cerró la puerta del despacho. Nos preparó la cena y nos pusimos al día sobre lo que hacía mientras no estaba erradicado —si eso tiene sentido— y yo le hablé de la señora Bigarilla, las tormentas de palabras, Melanie y todo lo demás.
—Así que un gramásito es una forma de vida parásita que vive en el interior de los libros.
—Básicamente.
—¿Y si no encuentras un clon de Shakespeare perderemos Hamlet?
—Sí.
—¿Y la Superhoop está indisociablemente relacionada con evitar una guerra termonuclear?
—Lo está. ¿Puedo venir a vivir aquí?
—He conservado el cajón de los calcetines justo como a ti te gusta.
Sonreí.
—¿Alfabéticamente, de izquierda a derecha?
—No, arco iris, violeta a la derecha… ¿o así es como le gustaba a Daisy? ¡Ah! ¡Bromeaba! No tienes sentido del… ¡Ah! ¡Para! ¡Déjalo! ¡No! ¡Ay!
Pero era demasiado tarde. Le tenía bloqueado en el suelo e intentaba hacerle cosquillas. Friday se chupó los dedos y miró, disgustado, mientras Landen lograba soltar mis manos, se daba la vuelta y me hacía cosquillas a mí, cosa que no me gustaba en absoluto. Después de un rato nos convertimos en un amasijo de risas tontas.
—Bien, Thursday —dijo, ayudándome a ponerme en pie—, ¿te quedas esta noche?
—No.
—¿No?
—No. Me voy a mudar y a quedarme para siempre.
Usamos el dormitorio de invitados para acostar a Friday. Le preparamos una especie de cuna. Estaba encantado de dormir casi en cualquier parte siempre que tuviese su oso polar. Se había quedado en casa de Melanie y, en una ocasión, en la de la señora Bigarilla, que era cálida, acogedora y olía a musgo, palitos y detergente en polvo. Incluso había dormido en la isla del Tesoro durante una visita que había hecho el año anterior para resolver el problema de la cabra de Ben Gunn… Long John le había hablado hasta dormirlo, algo que se le daba muy bien.
—Bien —dijo Landen mientras nos dirigíamos a nuestro dormitorio—, son muchas las necesidades de un hombre…
—¡Déjame adivinar! ¿Quieres que te frote la espalda?
—Por favor. Justo ahí donde lo hacías tan bien. Lo echo mucho de menos.
—¿Nada más?
—No, nada. ¿Por qué, pensabas en algo?
Me reí mientras él me acercaba. Le olí. Podía recordar razonablemente bien su aspecto y el sonido de su voz, pero no el olor. Percibí algo instantáneamente reconocible en cuanto apoyé la cara en los pliegues de su camisa, algo que me trajo recuerdos de noviazgo, picnic y pasión.
—Me gustas con el pelo corto —dijo Landen.
—Bien, a mí no me gusta —respondí—, y si me lo revuelves una vez más de esa forma te clavaré un dedo en el ojo.
Nos tendimos en la cama y él me sacó lentamente la sudadera por la cabeza. Se quedó prendida en el reloj y fue cómico cuando tiró con suavidad intentando que no se evaporara el romanticismo de la situación. No pude evitarlo y me eché a reír.
—¡Oh, venga, no te rías, Thursday! —dijo, sin dejar de tirar de la sudadera. Reí más y él también, para luego preguntarme si tenía tijeras y luego al fin bajar la prenda obstinada. Me puse a desabrocharle los botones de la camisa y él me hocicó el cuello, lo que me produjo un agradable hormigueo. Intenté quitarme los zapatos, pero eran de cordones y, cuando al fin uno de ellos saltó, acabó en el otro extremo de la habitación y le dio a un espejo, que se cayó y se rompió.
—¡Mierda! —dije—. Siete años de mala suerte.
—No era más que un espejo de dos años —me explicó Landen—. No te dan uno de siete años en las casas de empeño.
Intenté quitarme el otro zapato, me patinó y le di a Landen en la espinilla… lo que daba igual porque había perdido una pierna en Crimea y ya me había pasado en otras ocasiones. Pero en ésa no se oyó el sonido hueco de siempre.
—¿Pierna nueva?
—¡Sí! ¿Quieres verla?
Se quitó los pantalones para mostrarme una prótesis elegante que parecía salida de un estudio italiano de diseño… todo curvas, metal reluciente y articulaciones absorbentes de goma. Una belleza. Una pierna entre piernas.
—¡Guau!
—Me la fabricó tu tío Mycroft. ¿Impresionada?
—Vaya que sí. ¿Conservas la antigua?
—En el jardín. Tiene un hibisco dentro.
—¿De qué color?
—Azul.
—¿Azul claro o azul oscuro?
—Claro.
—¿Has redecorado el dormitorio?
—Sí. Usé uno de esos muestrarios de papel pintado y no logré decidirme por ninguno, así que arranqué las muestras y las usé todas. ¿No te parece que el efecto es interesante?
—No estoy segura de que el motivo Regency pegue con Bonzo, el perro maravilla.
—Es posible —admitió—, pero me salió muy barato.
Yo estaba más que nerviosa y él también. Hablábamos de todo excepto de aquello sobre lo que realmente queríamos hablar.
—¡Calla!
—¿Qué pasa?
—¿Eso ha sido Friday?
—No he oído nada.
—Las madres tenemos un oído perfectamente afinado. Puedo oír medio segundo de gemido a diez pasillos de distancia.
Me levanté y fui a echar un vistazo, pero estaba completamente dormido, evidentemente. La ventana estaba abierta y una brisa movía ligeramente las cortinas de muselina, haciendo que las farolas proyectasen sombras sobre su cara. Cómo le quería, y qué pequeño y vulnerable era. Me relajé y una vez más recuperé el autocontrol. Aparte de una borrachera estúpida que afortunadamente no había llegado a nada, mis relaciones románticas sumaban un total de cero durante los últimos dos años y medio. Llevaba una eternidad esperando ese momento. Y me estaba comportando como una adolescente enamorada. Respiré hondo y volví al dormitorio, quitándome por el camino la camiseta, los pantalones, el zapato que me quedaba y los calcetines, me tambaleé y di un salto en el pasillo. Me detuve justo en la puerta. La luz estaba apagada y se había hecho el silencio. Así resultaba más fácil. Entré desnuda en el dormitorio, crucé en silencio la alfombra, me metí en la cama y me acurruqué junto a Landen. Llevaba un pijama y olía de otra forma. Se encendió la luz y el hombre tendido a mi lado gritó de sorpresa. No era Landen sino el padre de Landen… y junto a él, estaba su esposa, Houson. Me miraron, yo los miré, balbuceé:
—Lo siento, me he confundido de dormitorio. —Y salí corriendo de la habitación, recogiendo el montón de ropa que había dejado en la puerta. Pero no me encontraba en la habitación equivocada y la ausencia de anillo de bodas confirmaba lo que temía. Me habían devuelto a Landen… sólo para quitármelo de nuevo. Algo había salido mal. La deserradicación no había cuajado.
—¿La conozco? —dijo Houson, que había salido del dormitorio y me miraba mientras recuperaba a Friday del dormitorio de invitados, donde dormía junto a la tía Ethel de Landen.
—No —respondí—. Me he equivocado de casa. Me pasa continuamente.
Dejé los zapatos y bajé las escaleras con Friday bajo el brazo, recogí la chaqueta del respaldo de una silla diferente en una sala decorada de forma diferente y corrí en la oscuridad, con la cara arrasada de lágrimas.