20 Quimeras y neandertales

El experimento neandertal se concibió para crear lo que se denominaba eufemísticamente «contenedores de pruebas médicas», criaturas vivas tan parecidas como fuese posible a los humanos sin que fueran realmente humanas en lo legal. El experimento fue un éxito rotundo… y un fracaso. Los neandertales fueron todo lo que se esperaba. Un primo cercano pero no humano, fisiológicamente casi idéntico… y legalmente con menos derechos que un lirón. Pero por desgracia para la Goliath, incluso los técnicos médicos más crueles se negaron a realizar experimentos con entidades inteligentes capaces de hablar, así que al primer grupo de neandertales se le entrenó para ser «unidades de combate desechables», un proyecto que se desestimó en cuanto se descubrió la falta de instinto agresivo de los neandertales. En consecuencia, se los liberó en la comunidad como mano de obra barata y se convirtieron en una forma apreciada de ahorrar impuestos. Fue un ejemplo del Homo sapiens en su momento menos sabio.

GERHARD VON SQUID,

Neandertales: de vuelta tras una breve ausencia

El centro Brunel estaba hasta los topes, como siempre. Compradores con prisa pasaban de una cadena de tiendas a otra, intentando encontrar alguna ganga entre artículos idénticos a precios fijos establecidos con meses de antelación por las oficinas principales. Pero eso no les impedía intentarlo.

—Bien, ¿a qué viene ese interés por los Bardos fotocopiados? —preguntó Bowden cuando cruzábamos el canal.

—Tenemos una crisis en el MundoLibro.

Le hice un breve resumen de lo que estaba pasando en la obra anteriormente conocida como Hamlet y abrió los ojos como platos.

—¡Caramba! —dijo tras una pausa—. Y yo que creía que nuestro trabajo era raro.

No tuvimos que esperar mucho para dar con el señor Stiggins. A los pocos segundos un comprador sorprendido profirió un grito de terror de los que hielan la sangre. Hubo un segundo grito y de pronto un montón de gente huyó corriendo del cruce entre Canal y la calle Bridge. Nosotros nos movimos contra corriente, pisando las bolsas que habían dejado caer y algún zapato. Pronto quedó clara la causa del pánico. Rebuscando en un cubo de basura para ver si daba con algún tentempié apetitoso había una extraña criatura híbrida… en la jerga de OE-13 una quimera. La revolución genética que nos había aportado ilimitados órganos para trasplante y la capacidad de crear dodos y otras especies extinguidas en casa de uno tenía sus aspectos negativos: perversas mezclas de animales que no eran producto de la evolución sino de genetistas aficionados que jugaban a ser Dios en la comodidad del cobertizo del jardín.

Mientras la multitud se dispersaba rápidamente, Bowden y yo miramos a la extraña criatura que daba bandazos y babeaba rebuscando en la basura. Era más o menos del tamaño de una cabra y tenía las patas traseras de una, pero poco más. La cola y las patas delanteras eran de lagarto, la cabeza casi felina. Poseía varios tentáculos y, cuando sorbió ruidosamente un papel de periódico manchado de patatas fritas, la saliva de la boca desdentada cayó copiosamente al suelo. En general, los pájaros híbridos eran el producto más habitual del cruce genético ilegal, ya que estaban tan bien emparentados como para salir bastante bien independiente de lo torpe que fuese el genetista aficionado. Incluso podías crear un perrozorrolobo pasable o un gatoleopardo doméstico sin más conocimientos de biología que los de secundaria. No, fueron las abominaciones entre clases biológicas lo que llevó a la prohibición absoluta de la clonación casera, el cruce lagarto/mamífero que realmente rompía los límites de lo aceptable socialmente. Eso no detuvo a nadie; simplemente se convirtió en una actividad clandestina.

La criatura rebuscó con su único brazo bueno dentro de la papelera, encontró los restos de una SmileyBurger, los miró con sus cinco ojos y luego se los metió en la boca. A continuación se tiró al suelo y se desplazó, medio a rastras y medio patinando, hasta la siguiente papelera, ronroneando continuamente como un gato y entrechocando los tentáculos.

—Oh, Dios mío —dijo Bowden—, ¡tiene un brazo humano!

Y así era. La quimera resultaba más repelente si tenía partes reconocibles como humanas: si era un intento fallido por reemplazar a una persona amada fallecida o el producto de un genetista aficionado intentando fabricarse un hijo.

—¿Repulsivo? —dijo una voz cercana—. ¿La criatura o el creador? —Me volví para mirar a un neandertal achaparrado, de expresión seria, vestido con un traje claro y un sombrero Homburg en lo alto de su cráneo abultado. Nos habíamos visto en varias ocasiones. Se trataba de Bartholomew Stiggins, jefe de OE-13 en Wessex.

—Los dos —respondí.

Stiggins asintió casi imperceptiblemente mientras un Land Rover azul de OE-13 llegaba con un chirrido de frenos. Un agente uniformado saltó del vehículo e intentó apartarnos. Stiggins dijo:

—Estamos juntos.

El neandertal avanzó unos pasos hacia la criatura y nosotros hicimos lo mismo. Casi podíamos tocarla.

—Reptil, cabra, gato, humano —murmuró el neandertal, agachándose y mirando fijamente a la criatura mientras ésta pasaba una delgada lengua bífida por un envase de cartón.

—Los ojos parecen de insecto —comentó el agente de OE-13, sosteniendo un rifle de dardos bajo el brazo.

—Demasiado grandes. Se parecen más bien a los ojos de la quimera del quiosco de música. ¿La recuerda? La que parecía un hámster.

—¿El mismo genetista?

El neandertal se encogió de hombros.

—Los mismos ojos. Les gusta compartir.

—Tomaremos una muestra y realizaremos una comparación. Puede que nos dé alguna pista. Eso parece un brazo humano, ¿no?

El brazo de la criatura era rojo, moteado y no mayor que el de un niño. Para agarrar cualquier cosa los dedos se agitaban y se retorcían aleatoriamente hasta que daban con algo y luego se aferraban con fuerza.

—Tiene una edad —dijo Stiggins— de quizás unos cinco años.

—¿La quiere viva, señor? —preguntó el agente de OE-13, abriendo el cañón del arma y aguardando. El neandertal negó con la cabeza.

—No. Envíela a casa.

El agente insertó un dardo y cerró la recámara. Apuntó con cuidado y le disparó a la criatura. La quimera no se estremeció —es muy complicado diseñar un sistema nervioso completamente funcional y queda lejos de las capacidades de incluso el genetista con más talento—, pero dejó de intentar comerse la corteza de un árbol y se retorció un par de veces antes de tenderse y respirar más lentamente. El neandertal se acercó más y sostuvo la mano sucia de la criatura mientras iba perdiendo la vida.

—En ocasiones —dijo el neandertal en voz muy baja—, en ocasiones los inocentes deben sufrir.

—¡Dennis! —El grito salió de entre la multitud, que había guardado silencio mientras la criatura moría. En la voz se percibía el pánico—. ¡Dennis, papá está preocupado! ¿Dónde estás?

La situación, ya de por sí triste y lamentable, había empeorado. Un hombre con barba y camisa blanca sin mangas había entrado en el círculo vacío que rodeaba la criatura moribunda y nos miró con una expresión de horror en la cara.

—¿Dennis?

Se arrodilló junto a su criatura, que respiraba a bocanadas cortas. El hombre abrió la boca y soltó un gemido de pena tan tremenda que me hizo sentir extraña por dentro. Algo así no se podía fingir; provenía del alma, del mismo ser.

—No tenían que matarle —aulló, rodeando con los brazos a la criatura moribunda—. ¡No tenían que matarle!

El agente uniformado avanzó para apartar al creador de Dennis pero el neandertal le detuvo.

—No —dijo con seriedad—, dejémosle un momento.

El agente se encogió de hombros y fue al Land Rover a recoger la bolsa para cadáveres.

—Cada vez que hacemos esto es como si matásemos a uno de los nuestros —dijo Stiggins en voz muy baja—. ¿Dónde ha estado, señorita Next? ¿En prisión?

—¿Por qué todos piensan que he estado en prisión?

—Porque cuando nos vimos por última vez se dirigía usted a la muerte o a la cárcel… y no está muerta.

El hacedor de Dennis se balanceaba, lamentando la pérdida de su creación.

El agente regresó con la bolsa y una colega, quien apartó delicadamente al hombre de la criatura y leyó sus derechos a unos oídos que no prestaban atención.

—Únicamente una firma en un papel impide la destrucción de los neandertales de la misma forma que él —dijo Stiggins, señalando a la criatura—. Ni siquiera haría falta una decisión parlamentaria para añadirnos a la lista de criaturas prohibidas y ser definidos como quimeras.

Nos apartamos de la escena mientras los otros dos agentes abrían la bolsa y metían dentro el cuerpo de la quimera.

—¿Recuerda a Bowden Cable? —pregunté—. Es mi compañero en los detectives literarios.

—Por supuesto —respondió Stiggins—. Nos conocimos en su boda.

—¿Cómo está? —preguntó Bowden.

Stiggins le miró fijamente. Era una cortesía humana sin sentido que traía sin cuidado a los neandertales.

—Estamos bien —respondió Stig, obligándose a pronunciar la respuesta estándar. Bowden no lo sabía, pero no había más que restregarle a Stiggins a la cara la sociedad dominada por los sapiens.

—No tiene mala intención —dije directamente, que es como les gusta hablar a los neandertales—. Necesitamos su ayuda, Stig.

—Entonces, estaré encantado de ofrecérsela, señorita Next.

—¿En qué no tengo mala intención? —preguntó Bowden al acercarnos a un banco.

—Te lo cuento más tarde.

Stig se sentó y miró como aparecía otro Land Rover de OE-13, seguido de dos coches de policía, para dispersar a la multitud de curiosos. Sacó un paquete cuidadosamente envuelto en papel y lo abrió para sacar su almuerzo: dos manzanas caídas, una bolsita de insectos vivos y un trozo de carne cruda.

—¿Bichos?

—No, gracias.

—Bien, ¿qué podemos hacer por los detectives literarios? —preguntó, intentando comerse un escarabajo que no deseaba ser comido y que dio dos vueltas a la mano de Stig antes de ser atrapado y devorado.

—¿Qué le parece esto? —pregunté mientras Bowden le pasaba la foto del cadáver Shaxtper.

—Es un humano muerto —respondió Stig—. ¿Está segura de no querer un escarabajo? Son muy crujientes.

—No, gracias. ¿Y esto?

Bowden le pasó una foto de uno de los otros clones muertos, y luego una tercera.

—¿El mismo humano desde distintos puntos de vista?

—Son cadáveres diferentes, Stig.

Dejó de masticar el trozo de carnero crudo y me miró fijamente. Luego se limpió las manos con un pañuelo enorme y miró las fotos con mayor atención.

—¿Cuántos?

—Dieciocho, que sepamos.

—Clonar por completo a un ser humano ha sido siempre ilegal —musitó Stig—. ¿Podemos ver los cuerpos?

El depósito de cadáveres de Swindon estaba muy cerca de la oficina de OpEspec. Se trataba de un antiguo edificio Victoriano que en una época más ilustrada hubiese sido derribado. Olía a formaldehído y humedad y los encargados del depósito parecían todos deprimidos y probablemente tuviesen aficiones extrañas que era mejor no conocer.

El lúgubre patólogo jefe, el señor Rumplunkett, miraba avariciosamente al señor Stiggins. Como matar a un neandertal técnicamente no era un crimen, nunca se hacía autopsia a uno de ellos… y por naturaleza el señor Rumplunkett era un hombre curioso. No dijo nada, pero Stiggins sabía con exactitud lo que pensaba.

—Por dentro somos básicamente como ustedes, señor Rumplunkett. Después de todo, fue precisamente por eso por lo que nos trajeron de vuelta.

—Lo siento… —se disculpó avergonzado el patólogo jefe.

—No, no lo siente —respondió Stig—. Su interés es puramente profesional y por deseo de conocimiento. No ofende.

—Hemos venido a ver al señor Shaxtper —dijo Bowden.

Nos llevaron a la sala principal de autopsias, donde había varios cuerpos cubiertos con sábanas y con una etiqueta en el dedo gordo.

—Masificación —dijo el señor Rumplunkett—. Pero no se quejan demasiado. ¿Es éste?

Retiró una sábana. El cadáver tenía la cabeza alargada, ojos hundidos y llevaba bigotito y perilla. Se parecía mucho al William Shakespeare del grabado Droeshout que se encuentra en la página del título del primer folio.

—¿Qué opina?

—Vale —dije lentamente—, se parece a Shakespeare, pero si Victor se cortase el pelo así, también se le parecería.

Bowden asintió. Era una buena observación.

—¿Y éste escribió el soneto sobre Gustavo?

—No; ese soneto en concreto lo escribió éste.

Con una floritura Bowden retiró la sábana de otro cadáver para mostrar un cuerpo idéntico al primero, sólo que uno o dos años más joven. Yo miré a los dos mientras Bowden mostraba un tercero.

—Bien, ¿cuántos Shakespeares dijiste que tenías?

—Oficialmente, ninguno. Tenemos un Shaxtper, un Shakespoor y un Shagsper. Sólo dos llevaban escritos encima, todos tienen los dedos manchados de tinta, todos son genéticamente idénticos y todos murieron de enfermedades o hipotermia provocadas por abandono personal.

—¿Mendigos?

—Ermitaños sería más exacto.

—Al margen de que todos tienen sólo ojos izquierdos y un único tamaño de dedos de pie —dijo Stig, que había examinado atentamente los cadáveres—, son muy buenos. Hace años que no veíamos trabajos de tanta calidad.

—Son copias de un dramaturgo llamado William Shakes…

—Conocemos a Shakespeare, señor Cable —le interrumpió Stig—. Nos gusta especialmente Calibán, de La tempestad. Se trata de un trabajo de recuperación profunda. Recreados a partir de un fragmento de piel seca o un pelo encontrado en una máscara funeraria, o algo así.

—¿Cuándo y dónde, Stig?

Pensó un momento.

—Probablemente los fabricasen a mediados de los años treinta —anunció—. En esa época había quizás unos diez biolaboratorios en todo el mundo capaces de algo así. Creemos que podemos garantizar que estamos ante la obra de uno de los tres mayores laboratorios de bioingeniería de Inglaterra.

—No es posible —dijo Bowden—. Los registros de fabricación de York, Bognor Regis y Scunthorpe son de dominio público; sería inconcebible que un proyecto de esta magnitud se hubiese podido mantener en secreto.

—Y sin embargo aquí están —respondió Stig, señalando los cuerpos y rebatiendo la objeción de Bowden—. ¿Tiene los registros genómicos y la evaluación espectroscópica de elementos menores? —añadió—. Un estudio más cuidadoso podría revelar algo.

—Esos no son procedimientos estándar de autopsia —respondió Rumplunkett—. Tengo que pensar en el presupuesto.

—Si realiza también una sección molar, a nuestra muerte donaremos nuestro cuerpo al departamento.

—Lo haré mientras espera —dijo el señor Rumplunkett.

Stig volvió a mirarnos.

—Precisaremos de cuarenta y ocho horas para repasar los informes… ¿nos volvemos a ver en nuestra casa? Su presencia sería un honor.

Me miró a los ojos. Sabría si mentía.

—Me encantaría.

—A nosotros también. ¿El miércoles a mediodía?

—Allí estaré.

El neandertal se alzó el sombrero, emitió un gruñido bajo y se fue.

—Bien —dijo Bowden tan pronto como Stig estuvo lejos—, espero que te guste comer escarabajos y hojas de acedera.

—A mí y a ti, Bowden… también vienes. De haber querido que fuese yo sola, me lo hubiese dicho en privado… pero estoy segura de que a nosotros nos preparará algo que nos guste más.

Fruncí el ceño cuando salimos a la luz del sol.

—¿Bowden?

—¿Sí?

—¿Stig ha dicho algo que te resultase extraño?

—La verdad es que no. ¿Quieres oír mis planes para infiltr…?

Bowden dejó de hablar en mitad de una frase mientras el mundo se paraba en seco. El tiempo había dejado de existir. Yo estaba atrapada entre un momento y el siguiente. Sólo podía ser cosa de mi padre.

—Hola, garbancito —dijo con alegría, dándome un abrazo—. ¿Cómo salió lo de la Superhoop?

—Eso es el próximo sábado.

—¡Oh! —dijo, mirando su reloj y frunciendo el ceño—. No me fallarás, ¿verdad?

—¿Cómo podría fallarte? ¿Cuál es la relación entre la Superhoop y Kaine?

—No puedo decírtelo. Los acontecimientos deben desarrollarse naturalmente o será un desastre. Tienes que confiar en mí.

—¿Has venido sólo para no decirme nada?

—Claro que no. Es lo de Trafalgar. He probado con todo tipo de cosas, pero Nelson se niega tercamente a sobrevivir. Creo que ya lo he comprendido, pero necesito tu ayuda.

—¿Va a llevar mucho tiempo? —pregunté—. Tengo muchas cosas pendientes y debo volver a casa antes de que mi madre descubra que he dejado a Friday con una gorila.

—Creo que no me equivoco al afirmar —respondió mi padre con una sonrisa— que esto no va a llevar nada de tiempo… y, si lo prefieres, ¡incluso menos!

«Pronto quedó clara la causa del pánico. Rebuscando en un cubo de basura para ver si daba con algún tentempié apetitoso había una extraña criatura híbrida… en la jerga de OE-13 una quimera.»