19 A la caza del Will clonado

EL LÍDER DE LA OPOSICIÓN CRITICA TIBIAMENTE A KAINE

El líder de la oposición, el señor Redmond van de Poste, atacó ayer tibiamente al Gobierno de Yorrick Kaine a propósito de un posible fallo en tratar adecuadamente los problemas económicos de la nación. El señor Van de Poste sugirió que los daneses «no son más culpables de atacar este país que los suecos» y luego procedió a poner en duda la independencia de Kaine dados sus estrechos lazos de patrocinio con la Goliath. En respuesta, el canciller Kaine agradeció a Van de Poste que lo hubiera alertado acerca de los suecos, quienes «sin duda traman algo», y señaló que el propio señor Van de Poste tiene el patrocinio de la Toast Marketing Board.

Gadfly, 17 de julio de 1988

Se suponía que el domingo era día de descanso, pero la verdad es que no lo parecía. Por la mañana jugué al golf con Braxton, que fuera del trabajo resultó ser un caballero tan gentil como el mejor. Le encantó enseñarme los rudimentos del golf y una o dos veces le di bastante bien a la bola… cuando hizo contacto y voló tan recta como un dardo, comprendí de pronto a qué se debía tanto entusiasmo. Pero no todo era diversión… Flanker presionaba a Braxton, y supongo que a Flanker le presionaba alguien de más arriba. Entre prácticas e intentos de sacar mi pelota del búnker, Braxton me confió que ya no podía seguir manteniendo a raya a Flanker con promesas vacías de un informe sobre mis supuestas actividades queseras en Gales, y que si sabía lo que me convenía al menos intentaría dar la impresión de buscar libros prohibidos con OE-14. Le prometí que lo haría y luego tomamos una copa en el hoyo diecinueve, donde un hombre enorme de nariz roja, aparentemente el miembro más antiguo del club, nos entretuvo con sus historias.

Un burbujeo de Friday me despertó el lunes por la mañana. Estaba de pie en la cuna e intentaba agarrar la cortina, que no estaba a su alcance. Dijo que ya que estaba despierto bien podía llevarlo abajo, donde podría jugar mientras yo preparaba el desayuno. Vale, no usó esas palabras exactas, claro… dijo algo que sonó más bien a reprehenderit in voluptate velit id est mollit, pero pillé el sentido.

No se me ocurrió ninguna buena razón para no hacerlo, así que me puse la bata y llevé abajo al pequeñín, preguntándome quién, si alguien lo hacía, cuidaría aquel día de él. Considerando que casi me había dado de hostias con Jack Schitt, estaba segura de que no debía ver todo lo que hacía su mamá.

Mi madre ya estaba levantada.

—Buenos días, madre —dije alegre—. ¿Cómo estás hoy?

—Me temo que por la mañana no —dijo, captando de inmediato la pregunta implícita—, pero probablemente pueda después del té.

—Te lo agradecería —respondí, mirando The Mole mientras servía las gachas. Kaine había enviado un ultimátum a los daneses: o el Gobierno de Dinamarca cesaba en todos sus esfuerzos por desestabilizar Inglaterra y minar nuestra economía, o Inglaterra no tendría más opción que llamar a su embajador. Los daneses habían respondido que no sabían de qué hablaba Kaine y exigido el levantamiento del embargo comercial de productos daneses. Kaine había respondido con furia, realizando todo tipo de acusaciones, establecido un impuesto del 200% en las importaciones de bacón danés y cerrado todas las vías de comunicación.

¡Duis aute irure dolor est! —gritó Friday.

—No te arranques todo el pelo —respondí—, ya va.

¡Plun! —dijo Alan con furia, haciendo un gesto de indignación hacia su plato de comida.

—Ponte a la cola —le dije.

¡Plun, Plun! —respondió, acercándose un paso y abriendo el pico amenazadoramente.

—Intenta morderme —le dije—, ¡y tendrás que buscar un dueño nuevo desde el escaparate de la tienda de Pete & Dave!

Alan llegó a la conclusión de que se trataba de una amenaza y cerró el pico. El local de Pete & Dave era la tienda de animales creados por ingeniería genética de Swindon, y yo hablaba en serio. Ya había intentado morder a mi madre y sólo puedo describirle como una bolsa fea de huesos finos cubiertos de piel sucia y una manta basta.

—¡Ah! —dijo Joffy—. Mamá y hermanita. Justo a las que quería ver. Éste es san Zvlkx. Su Gracia, ésta es mi madre, la señora Next, y ésta mi hermana Thursday.

Tras la gruesa cortina de pelo negro y grasiento, san Zvlkx me miró con suspicacia.

—Bienvenido a Swindon, señor Zvlkx —dijo mi madre, ejecutando una reverencia cortés—. ¿Le gustaría desayunar?

—Sólo habla inglés antiguo —dijo Joffy—. Deja que traduzca.

—Eh tú, cara de cerdo… ¿comes o qué?

—¡Ah! —dijo el monje y se sentó a la mesa. Friday le miró algo receloso y luego se puso a lanzarle Lorem ipsum mientras el monje le miraba también a él receloso.

—¿Cómo va todo? —pregunté.

—Bastante bien —respondió Joffy, sirviendo café para él y para san Zvlkx—. Esta mañana graba un anuncio para la Toast Marketing Board y a las cuatro sale en El programa de Adrian Lush. También habla en el Finis para la convención de dermatólogos de Swindon; aparentemente algunas de las enfermedades de la piel que padece son totalmente desconocidas para la ciencia. Pensé en traértelo para que te viese… ya sabes que está repleto de sabiduría.

—¡Apenas son las ocho de la mañana! —dijo mamá.

—Como penitencia, san Zvlkx se levanta al amanecer —explicó Joffy—. Se pasó todo el domingo empujando un cacahuete con la nariz por el centro Brunel.

—Yo me lo pasé jugando al golf con Braxton Hicks.

—¿Cómo te fue?

—Bien, supongo. Mis conocimientos de cróquet me impidieron quedar como una verdadera tonta. ¿Sabías que Braxton tiene seis hijos?

—Bien, ¿qué tal algo de sabiduría? —dijo mi madre sonriendo—. Me encanta la sagacidad del siglo XIII.

—Vale —dijo Joffy—. ¡Oye! Sé de utilidad y ofrécenos algo de sabiduría, viejo chocho.

—Métetela por el trasero.

—¿Qué ha dicho?

—Eh… Dice que tendrá que meditarlo.

—Bien —dijo mi madre, que ante todo era hospitalaria y podía preparar el desayuno sin consultar el recetario—. Ya que es nuestro invitado, señor Zvlkx, ¿qué le gustaría desayunar?

San Zvlkx la miró fijamente.

—Comer —repitió mi madre, haciendo que masticaba. Lo que pareció surtir efecto.

—Tu madre tiene pechos firmes para tratarse de una mujer de mediana edad, como globos desafiando la gravedad. Me gustaría jugar con ellos, como el panadero juega con la masa.

—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho que agradecería unos huevos con bacón —respondió Joffy, volviéndose rápidamente hacia san Zvlkx para decirle—. Más gilipolleces por tu parte, rayito de sol, y mañana por la noche también te encerraré en el sótano.

—¿Qué le has dicho?

—Le he dado las gracias por venir a vuestra casa.

—Ah.

Mamá colocó una enorme sartén sobre el fogón, cascó en ella algunos huevos y añadió un montón de bacón. Pronto el aroma llenaba toda la casa, lo que atrajo no sólo al sonámbulo DH82 sino también a Hamlet y a lady Hamilton, que habían renunciado a fingir que no dormían juntos.

—Vaya, vaya —dijo san Zvlkx tan pronto como entró Emma—. ¿Quién es la conejita con los melones turgentes?

—Os desea… eh… buenos días —dijo Joffy, visiblemente alterado—. San Zvlkx, éstos son lady Hamilton y Hamlet, príncipe de Dinamarca.

—Si estás regalando esos cachorrillos —añadió san Zvlkx, mirando el escote de Emma—, me quedaré con el de la naricita marrón.

—Buenos días —dijo Hamlet sin sonreír—. Más palabras desagradables delante de la encantadora lady Hamilton y te sacaré fuera y con un estilete desnudo te daré fin.

—¿Qué ha dicho el príncipe? —dijo san Zvlkx.

—Sí —dijo Joffy—, ¿qué ha dicho?

—Ha hablado en Courier Bold —les aclaré—, la lengua tradicional del MundoLibro. Ha dicho que no estaría cumpliendo con sus obligaciones de caballero si consintiese que san Zvlkx se mostrase irrespetuoso con lady Hamilton.

—¿Qué ha dicho tu hermana? —preguntó san Zvlkx.

—Ha dicho que si vuelves a insultar a la palomita de Hamlet tu nariz acabará dándole dos vueltas a tu cabeza.

—Oh.

—Bien —dijo mi madre—. ¡Está resultando ser una mañana muy agradable!

—En ese caso —dijo Joffy, presintiendo que era el momento adecuado—, ¿podría dejar a san Zvlkx aquí hasta el mediodía? A las diez debo dar un sermón para las Hermanas de la Eterna Puntualidad y, si llego tarde, me tiran a la cabeza los libros de oraciones.

—No puedo, oh hijo mío, hijo mío —dijo mi madre, dándole la vuelta al bacón—. ¿Por qué no llevas a san Zvlkx contigo? Estoy segura de que su devoción impresionará a las monjas.

—¿Alguien ha dicho monjas? —preguntó san Zvlkx, mirando esperanzado a su alrededor.

—No tengo ni idea de cómo te convertiste en santo —le riñó Joffy—. Vuelve a piar y personalmente te mandaré de vuelta al siglo XIII a patadas.

San Zvlkx se encogió de hombros, se comió con las manos los huevos con bacón y luego eructó violentamente. Friday le imitó y tuvo un ataque de risa.

No tardaron en irse todos. Joffy no quería cuidar de Friday y Zvlkx evidentemente no podía, así que no había nada que hacer. Tan pronto como mamá localizó el sombrero, el abrigo y las llaves y se fue, corrí escaleras arriba, me vestí y me leí en el interior de Bradshaw desafía al káiser para preguntarle a Melanie si podía cuidar de Friday hasta la hora del té. Mamá había dicho que pasaría todo el día fuera, y como Hamlet ya sabía que Melanie era una gorila y ni Emma ni Bismarck podían ir por ahí quejándose por tratarse de figuras históricas muertas hacía mucho tiempo, consideré que actuaba sobre seguro. Iba contra las reglas, pero con Hamlet y el mundo enfrentados a un futuro incierto, me importaba bien poco.

Melanie estuvo encantada y, cuando se hubo puesto un vestido de lunares amarillos, la saqué del MundoLibro para llevarla al salón de mi madre, que valoró como elegante, sobre todo por las cortinas. Emma entró cuando Melanie accionaba el cordón para subirlas y bajarlas.

—Lady Hamilton —dije—, ésta es Melanie Bradshaw.

Mel le ofreció una mano enorme, que Emma aceptó nerviosa, como si esperase que Melanie la mordiese o algo así.

—¿Cómo está? —dijo tartamudeando—. Nunca me habían presentado a un mono.

—Simio —la corrigió Melanie amablemente—. Generalmente los monos tienen cola, son arbóreos y pertenecen a las familias Hylobatidae, Cebidae y Cercopithecidae. Usted, yo y todos los grandes simios somos Pongidae. Yo soy una gorila. Bien, para ser precisos, soy una gorila de montaña, Gorilla gorilla beringei, que habita en las laderas de los Virunga… antes lo llamábamos África Oriental Británica, pero no estoy segura de su nombre actual. ¿Ha estado allí?

—No.

—Un lugar encantador. Allí nos conocimos Trafford, mi marido, y yo. El iba con sus porteadores de armas abriéndose paso entre la maleza en el trasfondo narrativo de Bradshaw y la caza mayor (Collins, 1878, 4/6d, ilustrado), resbaló y cayó seis metros hasta el barranco donde yo me daba un baño. —Tomó a Friday entre sus enormes brazos y el bebé gorjeó encantado—. Bien, yo me sentí terriblemente avergonzada. Es decir, allí estaba sentada en el agua sin nada encima, pero… y siempre lo recordaré… Trafford se disculpó educadamente y se volvió de espaldas para que yo pudiese pasar a la vegetación y vestirme. Regresé para preguntarle si precisaba instrucciones para volver a la civilización, porque en aquella época África estaba bastante inexplorada, y nos pusimos a conversar. Bien, una cosa llevó a la otra y antes de darme cuenta me había invitado a cenar. Estamos juntos desde entonces. ¿Le parece una estupidez?

Emma pensó en cómo la prensa se había burlado sin piedad de su relación con el almirante Nelson.

—No, lo encuentro muy romántico.

—Exacto —dije manoseando una palmada—. Volveré a las tres. No salgas y, si llama alguien, que Emma o Hamlet acudan a la puerta. ¿Vale?

—Por supuesto —respondió Melanie—. No salir, no abrir la puerta. Fácil.

—Y nada de balancearse de las cortinas o las lámparas… no aguantarían.

—¿Estás dando a entender que peso mucho?

—En absoluto —respondí a toda prisa—, pero en el mundo real las cosas son diferentes. Hay fruta de sobra y plátanos en la nevera. ¿Vale?

—Sin problemas. Pásalo bien.

Fui a la ciudad y, evitando a varios periodistas que todavía tenían deseos de entrevistarme, entré en el edificio de OpEspec, que, aprecié, habían pintado desde mi última visita. Quedaba un poco más alegre de color malva, pero no demasiado.

—¿Agente Next? —dijo un joven y extremadamente entusiasta agente de OE-14 vestido con un uniforme negro muy almidonado, chaleco de Kevlar, botas de combate y armas más que visibles.

—¿Sí?

Me saludó.

—Soy el mayor Drabb, OE-14. Tengo entendido que nos han encomendado localizar más literatura danesa perniciosa.

Estaba tan deseoso de cumplir con su deber que me estremecí. A su favor hay que decir que se habría mostrado igualmente entusiasmado ayudando a las víctimas de una inundación; se limitaba a cumplir las órdenes sin preguntar. Hombres como él habían ejecutado actos peores que destruir literatura danesa. Por suerte, estaba preparada.

—Encantada de verle, mayor. Me han dado el chivatazo de que esta dirección podría contener algunos ejemplares de libros prohibidos.

Le pasé una hoja y la leyó ansiosamente.

—¿La biblioteca conmemorativa Albert Schweitzer? Nos ocuparemos de inmediato.

Me volvió a saludar a la perfección, giró sobre los talones y se fue.

Me dirigí a la oficina de los detectives literarios y me encontré a Bowden metiendo en una caja de cartón varias antologías de relatos de Karen Blixen.

—¡Hola! —dijo mientras usaba un cordel para atar la caja—. ¿Cómo te va?

—Bastante bien. Vuelvo al trabajo.

Bowden sonrió, dejó las tijeras y el cordel y me dio la mano.

—¡Efectivamente es muy buena noticia! ¿Has oído la última? Han puesto a Daphne Farquitt en la lista de escritores daneses prohibidos.

—Pero… ¡Farquitt no es danesa!

—Su padre se apellidaba Farquittsen, así que para Kaine y sus idiotas es danesa de sobra.

Se trataba de un giro interesante. Los libros de Farquitt eran horripilantes, pero quemarlos era ir un paso demasiado lejos. Un poco.

—¿Has encontrado una forma de sacar de Inglaterra todos los libros prohibidos? —preguntó Bowden, cerrando con cinta adhesiva una caja de ejemplares de Memorias de África—. Contando los libros de Farquitt y el resto de lo que nos llega, creo que vamos a necesitar unos diez camiones.

—Te aseguro que lo tengo en mente —respondí, aunque no había pensado ni un instante en ello.

—¡Excelente! Nos gustaría mandar un convoy tan pronto como nos des el visto bueno. Bien, ¿qué quieres que te cuente primero? ¿Los últimos tiroteos en coche de Capuletos y Montescos o cuál es el siguiente autor en la lista de comprobaciones aleatorias de sustancias ilegales?

—Nada de eso —respondí—. Cuéntame todo lo que sepas sobre los clones de Shakespeare.

—Hemos tenido que calificar el asunto como «baja prioridad». Cierto, es interesante, pero en última instancia no tiene mayor importancia desde el punto de vista de la ley y el orden… Cualquiera que haya estado implicado en su secuenciación estará demasiado muerto o será demasiado viejo para ser juzgado.

—Es más bien por interés del MundoLibro —respondí—, pero es importante, te lo aseguro.

—Bien, en tal caso… —Bowden sabía muy bien que no malgastaría su tiempo ni el mío—. En este momento tenemos a tres Shakespeares en el depósito, todos ellos entre los cincuenta y los sesenta años. ¿Metes en la caja esos libros de Hans Christian Andersen? Si los clonaron, fue durante el caos legislativo de los años treinta, cuando hacían tonterías por doquier y la gente creía que podía fabricar atletas olímpicos con cuatro piernas, nadadores con aletas de verdad y cosas parecidas. Di un vistazo rápido a los registros. El primer Willclón confirmado apareció en 1952 con la muerte accidental por un disparo de un tal señor Shakstpear en Tenbury Wells. La siguiente muerte inexplicada fue la de un tal señor Shaxzpar en 1958, luego vino el señor Shagxtspar en 1962 y un tal señor Shogtspore en 1969. Hay más…

—¿Alguna teoría?

—Creo —dijo Bowden lentamente— que es posible que alguien intentase sintetizar al genio para que escribiese algunas otras obras geniales. Ilegal y moralmente reprobable, claro está, pero potencialmente una bendición para todos los estudiosos de Shakespeare del mundo. Que no haya ningún Shakespeare joven da a entender que hace tiempo que abandonaron ese experimento.

Una pausa mientras yo reflexionaba. La clonación genética de un ser humano completo estaba estrictamente prohibida; ninguna empresa de bioingeniería comercial se hubiese atrevido a realizarla, pero sólo una gran empresa de bioingeniería habría dispuesto de las instalaciones para hacerlo. Si esos clones de Shakespeare habían sobrevivido, lo más probable era que hubiese más. Y como el verdadero había muerto hacía tiempo, su otro yo recreado era la única forma de desenmarañar Las alegres comadres de Elsinore.

—¿No es competencia de OE-13? —dije al fin.

—Oficialmente, sí —admitió Bowden—, pero OE-13 tiene tan poco presupuesto como nosotros y el agente Stiggins está demasiado ocupado con las migraciones de mamuts y con las quimeras como para preocuparse por los clones de autores teatrales isabelinos.

Stiggins era el neandertal encargado de la policía de clonaciones. Legalmente recreado genéticamente por Goliath, era la persona ideal para dirigir OE-13.

—¿Has hablado con él? —pregunté.

—Es un neandertal —respondió—. No habla a menos que sea estrictamente necesario. Lo he intentado un par de veces, pero se limita a mirarme fijamente con esa mirada extraña y a comer escarabajos vivos que saca de una bolsa de papel… ¡Qué asco!

—Conmigo hablará —dije. Lo haría. Todavía le debía un favor de cuando me sacó de un aprieto con Flanker—. Veamos qué tiene que decir.

Consulté el directorio y marqué un número telefónico.

Observé como Bowden guardaba más libros prohibidos. Si lo pillaban, su vida estaría acabada. Sería irónico que encarcelasen a un detective literario por proteger el Canon del amor de Farquitt… Por eso me cayó todavía mejor. Ningún detective literario era capaz de dañar deliberadamente un libro. Todos hubiésemos renunciado antes que quemar un ejemplar de lo que fuese.

—Vale —dije, colgando—, en su oficina dicen que hubo alarma de quimera en el centro Brunel. Allí le encontraremos.

—¿En qué punto del centro?

—Si se trata de una alarma de quimera, no tendremos más que orientarnos por los gritos.