Jurisficción es el nombre que recibe la policía del interior de los libros. Haciendo uso de la información recogida por la Gran Central Textual, los muchos agentes de recursos prosaicos de Jurisficción trabajan incansablemente para mantener la continuidad narrativa en las páginas de todos los libros escritos hasta el momento, una tarea en ocasiones ingrata. Los agentes de Jurisficción se guían sobre todo por el ingenio al intentar reconciliar los deseos originales del autor y las expectativas del lector con un conjunto inmenso y en su mayoría sin sentido de regulaciones burocráticas establecidas por el Consejo de Géneros. Dirigí Jurisficción durante más de dos años y nunca dejó de asombrarme lo variado que era el trabajo: un día podía estar intentando sacar al imposiblemente tímido Darcy del baño y al siguiente me encontraba evitando el último intento de los marcianos por invadir Barnaby Rudge. Era complejo y las complicaciones se sucedían. Pero cuando lo extraño y lo absolutamente demencial se vuelve normal, empiezas a ansiar lo banal.
Handley Paige, autor cuyos trabajos anteriores fueron Estación espacial Z-5 y La venganza de los thraals, escribió en los años setenta las ocho novelas del emperador Zhark. Con Zhark logró un compendio de todo lo que debe ser una mala novela de ciencia ficción: mundos extraños, alienígenas con tentáculos, viajes espaciales, pilotos de mandíbula cuadrada enfrentándose a un emperador de pantomima que vive exclusivamente para provocar el mal y el caos en la galaxia. Su enemigo habitual en los libros era el coronel Brandt, del Cuerpo Espacial, ayudado por su compañero alienígena Ashley. Se han rodado dos películas de Zhark protagonizadas por Buck Stallion: Zhark el destructor y Mal día en una gran roca, ninguna de las cuales tiene nada de bueno.
MILLON DE FLOSS,
Los libros de H. Paige
—¿Es necesario? —pregunté.
—¿El qué? —respondió el emperador.
—Realizar una entrada dramática tan carente de sentido. ¿Y qué hacen aquí estos dos zoquetes?
—¿Quién ha hablado? —dijo una voz apagada desde el interior del casco opaco de uno de los guardaespaldas—. Aquí dentro no se ve un carajo.
—¿A quién llama zoquete? —dijo el otro.
Zhark rio, pasando de los dos.
—Es contractual. Tengo un agente nuevo que sabe ocuparse de un personaje de mi calidad. Al menos una vez en cada libro debe salir una descripción mía de como mínimo ochenta palabras y, al menos dos veces por libro, un capítulo debe terminar con mi aparición.
—¿Y el nombre en el título?
—Renunciamos a eso a cambio de que apareciera en el título del capítulo. Si esto fuese una novela, debería haber empezado un capítulo nuevo en cuanto aparecí.
—Bien, entonces está bien que no sea una novela —respondí—. Si mi madre hubiese estado aquí probablemente hubiese sufrido un ataque al corazón.
—¡Oh! —respondió el emperador, mirando a su alrededor—. ¿Tú también vives con tu madre?
—¿Qué pasa? ¿Hay problemas en Jurisficción?
—Descansad, chicos —les dijo Zhark a los dos guardias, que se pusieron a guiarse por el tacto hasta dar con sillas para sentarse—. Me envía la señora Bigarilla. Está muy ocupada con la reunión general anual de personajes de Beatrix Potter pero quería mantenerte al tanto de lo que pasa en Jurisficción.
—¿Quién es, cariño? —gritó mi madre desde el salón.
—Es un maniaco homicida decidido a dominar la galaxia —grité.
—Muy bien, cariño.
Me volví hacia Zhark.
—Bien, ¿cuáles son las novedades?
—Max de Winter, de Rebeca —dijo Zhark meditativo—. El Departamento de Justicia del MundoLibro le ha arrestado de nuevo.
—¿Snell no le había librado de los cargos de asesinato?
—Así fue. Pero el departamento todavía le tiene en el punto de mira. Le han arrestado, alucinarás, por fraude de seguros. ¿Recuerdas el barco que hundió con su esposa dentro?
Asentí.
—Pues bien, aparentemente reclamó el pago del seguro por el bote, por lo que creen que podrán pillarle por ahí.
No era algo raro en el MundoLibro. El Consejo de Géneros nos mandaba mantener la narrativa ficticia lo más estable posible. Si lo que pretendía el autor era que los asesinos quedasen libres y que los tiranos conservasen el poder… eso hacíamos. Tendíamos a pasar por alto las pequeñas infracciones que no eran evidentes para el público lector. Sin embargo, en un golpe maestro de burocracia inspirada, el Consejo de Géneros también había creado un Departamento de Justicia encargado de las transgresiones individuales. La condena de David Copperfield por el asesinato de su primera esposa había sido su mayor éxito —antes de mi época, me apresuro en añadir— y a Jurisficción, al no poder salvarle, no le quedó más que entrenar a otro personaje que ocupase el puesto de Copperfield. Ya antes habían intentado pillar a Max de Winter, pero siempre habíamos podido contraatacar. Fraude de seguro. Apenas podía creerlo.
—¿Has avisado al Grifo?
—Trabaja en la enésima apelación de Fagin.
—Que se ocupe él. No se lo podemos dejar a los aficionados. ¿Qué hay de Hamlet? ¿Puedo enviarle de vuelta?
—No… exactamente —respondió Zhark, vacilando.
—Se está convirtiendo en un incordio —admití—, y los daneses corren peligro de arresto. No puedo tenerle continuamente entretenido viendo películas de Mel Gibson.
—Me gustaría que Mel Gibson me interpretase a mí —dijo Zhark, pensativo.
—No creo que Mel Gibson interprete a malvados —le dije—. Probablemente te interpretaría Geoffrey Rush o alguien parecido.
—Eso no estaría tan mal. ¿Ese pastel tiene dueño?
—Toma el que quieras.
Zhark se cortó una buena porción de Battenberg, tomó un bocado y siguió hablando:
—Vale, éste es el acuerdo: logramos que la familia Polonio se sometiese a arbitraje por las reescrituras no autorizadas de Hamlet.
—¿Cómo lo lograsteis?
—Le prometimos a Ofelia que tendría su propio libro. Todo de vuelta a la normalidad… sin problemas.
—Bien… ¿Puedo enviar a Hamlet de vuelta?
—No todavía —respondió Zhark, que intentaba ocultar su malestar fingiendo encontrar pelusa en la capa—. Verás, ahora Ofelia está como loca por una de las infidelidades de Hamlet… con alguien que ella cree que se llama Henna Appleton. ¿Sabes algo de eso?
—No. Nada. Nada en absoluto. En serio. Ni siquiera conozco a nadie llamado Henna Appleton. ¿Por qué?
—Esperaba que tú me lo aclarases. Bien, se volvió loca del todo y amenazó con ahogarse en el primer acto en lugar de en el cuarto. Creemos que ya la tenemos controlada. Pero mientras nos ocupábamos de eso, se produjo una opa hostil.
Maldije en voz alta y Zhark dio un salto. Nada era sencillo en el MundoLibro. Las fusiones de libros, en las que uno se unía a otro para incremento de la ventaja narrativa colectiva de sus tramas rutinarias, eran por suerte raras pero no inexistentes. La fusión más famosa en Shakespeare fue la de las obras Hijas de Lear e Hijos de Gloucester para producir El rey Lear. Otras fusiones potenciales, como Mucho ruido por Verona y La fierecilla de una noche de verano, fueron rechazadas en la fase de planificación y no habían llegado a producirse. Podía llevar meses separar las tramas, si realmente era posible hacerlo. El rey Lear se resistió de tal forma a la separación que la dejamos como estaba.
—¿Qué se ha fusionado con Hamlet? —Bien, ahora se llama Las alegres comadres de Elsinore, y la protagonista es Gertrude, a quien Falstaff persigue por el castillo mientras el ama Page, Ford y Ofelia le hacen burla. Laertes es el rey de las hadas y Hamlet ha quedado relegado a una trama secundaria de dieciséis líneas en las que sale convencido de que Caius y Fenton han conspirado para matar a su padre a cambio de setecientas libras.
Gemí.
—¿Qué tal es?
—Hay que esperar bastante hasta que empieza a tener gracia, y luego todos mueren.
—Vale —acepté—, intentaré mantener a Hamlet entretenido. ¿Cuánto tiempo llevará arreglar la obra?
Zhark hizo una mueca y sorbió por entre los dientes, como hace el técnico de la caldera cuando va a decirte lo que cuesta la reparación.
—Bien, ahí radica el problema, Thursday. No estoy seguro de que podamos hacerlo. De haber sucedido en algún lugar que no fuese el original, podríamos haberlo borrado todo. ¿Recuerdas el problema que tuvimos con El rey Lear? Bien, no creo que vayamos a tener más suerte con Hamlet, príncipe de Dinamarca.
Me senté y escondí la cabeza entre las manos. No habría Hamlet. Una pérdida tan inmensa que apenas era comprensible.
—¿Cuánto tiempo nos queda antes de que Hamlet empiece a cambiar? —pregunté sin levantar la vista.
—Como unos cinco días, seis a lo sumo —respondió Zhark en voz baja—. Después el derrumbe se acelerará. Dentro de dos semanas la obra tal y como la conocemos habrá dejado de existir.
—Debe haber algo que podamos hacer.
—Lo hemos probado prácticamente todo. Se nos han acabado las ideas… a menos que tengas un William Shakespeare de repuesto guardado en la manga.
Me senté.
—¿Qué has dicho?
—Que se nos han acabado las ideas.
—Después de eso.
—A menos que tengas un William Shakespeare de repuesto guardado en la manga.
—Eso. ¿De qué nos serviría tenerlo?
—Bien —dijo Zhark pensativo—, dado que no se conserva ningún manuscrito original de Hamlet ni de Las alegres comadres, uno recién escrito por el autor se convertiría en el manuscrito original… y podríamos usarlo para reiniciar los dispositivos narrativos desde cero. La verdad es que sería muy sencillo.
Sonreí, pero Zhark me miró anonadado.
—Thursday, ¡Shakespeare murió en 1616!
Me levanté y le di una palmadita en el brazo.
—Debes volver a la oficina y asegurarte de que la situación no empeore. Lo de Shakespeare me lo dejas a mí. Bien, ¿alguien ha descubierto de qué libro ha salido Yorrick Kaine?
—Estamos empleando todos los recursos disponibles —respondió Zhark, todavía algo confundido—, pero son muchas las novelas que hay que repasar. ¿Puedes darnos alguna pista?
—Bien, no es demasiado polifacético, así que no me molestaría en buscar en obras demasiado literarias. Empezaría con las novelas de suspense político y luego pasaría a las de espías.
Zhark tomó nota.
—Bien. ¿Algún otro problema?
—Sí —respondió el emperador—. Simplón está siendo un incordio en El sastre de Gloucester. Por lo visto, el sastre dejó escapar todos los ratones y ahora Simplón no le da el hilo color cereza. Si la casaca del alcalde no está lista para Navidad, el lío será tremendo.
—Que los ratones se encarguen de fabricar la casaca. No están haciendo nada.
Suspiró.
—Vale, lo intentaré. —Miró la hora—. Bien, será mejor que me marche. A las cuatro tengo que aniquilar el planeta Thraal y ya voy con retraso. ¿Crees que debería emplear mi fiable rayo de la muerte zharkiano y freírlos vivos en un milisegundo o desplazo un asteroide a su órbita, provocando así al menos seis capítulos de dramatismo mientras intentan descubrir una solución ingeniosa para derrotarme?
—El asteroide parece una apuesta segura.
—A mí también me lo parece. Bien, nos vemos.
Le dije adiós con la mano mientras él y los dos guardias salían de mi mundo y regresaban al suyo, que era con toda seguridad el mejor lugar donde podían estar. En el mundo real ya teníamos tiranos de sobra.
Justo estaba preguntándome cómo sería Las alegres comadres de Elsinore cuando hubo otro zumbido y la cocina volvió a llenarse de luz. Allí, mirada imperial, cuello alto, etcétera, etcétera, estaba el emperador Zhark.