LAS TOSTADAS PODRÍAN SER PERJUDICIALES PARA LA SALUD
Ésa ha sido la sorprendente conclusión de un proyecto de investigación realizado el martes por la mañana, conjuntamente, por Kaine y la Goliath. «Durante nuestra investigación hemos descubierto que, en ciertas circunstancias, la ingestión de una tostada hace que el consumidor se retuerza presa de una agonía inimaginable, echando espuma por la boca, antes de que la muerte, misericordiosamente, acabe con su sufrimiento.» Los científicos añaden en el informe que los resultados estaban lejos de ser concluyentes y que era preciso comprobarlos con más detalle antes de considerar que las tostadas no son un riesgo para la salud. La Toast Marketing Board reaccionó con furia y comentó que la tostada «peligrosa» usada en el experimento había sido untada con un veneno mortal, estricnina, y que esos experimentos «científicos» no eran más que otro intento de manchar el buen nombre de la empresa y su patrocinado, el líder de la oposición Redmond van de Poste.
The Mole, 16 de julio de 1988
—¿Cómo te ha ido hoy? —me preguntó mamá, pasándome una taza de té llena hasta el borde. Friday, molido por la larga jornada, se había dormido comiéndose su papilla de frijoles con queso. Lo había bañado y lo había acostado. Hamlet y Emma se habían ido al cine o algo así y Bismarck escuchaba a Wagner en su walkman, así que mamá y yo estábamos solas.
—No muy bien —respondí lentamente—. No puedo convencer a una asesina para que no intente matarme, Hamlet no está seguro aquí pero tampoco puedo enviarle de vuelta y, si no consigo que Swindon gane la Superhoop, el mundo se acabará. La Goliath ha logrado engañarme de alguna forma para lograr mi perdón, tengo mi propio acechador y debo encontrar una forma de sacar del país los libros prohibidos que debería perseguir. Y Landen sigue sin volver.
—¿De veras? —dijo ella, sin haberme prestado ni la más mínima atención—. Creo tener un plan para lidiar con ese molesto vástago de Pickwick.
—¿Una inyección letal?
—No tiene gracia. No, mi amiga la señora Beatty conoce a un hombre que susurra a los dodos y hace milagros con los malcriados.
—Estás de broma, ¿no?
—En absoluto.
—Supongo que debemos probar lo que sea. No comprendo por qué se porta así… Pickers es una ricura.
Guardamos silencio un momento.
—¿Mamá? —dije al fin.
—¿Sí?
—¿Qué opinas de Bismarck?
—¿De Otto? Bien, la mayoría de la gente le recuerda por su retórica de «sangre y hierro», la unificación y las guerras… pero muy pocos reconocen que fue el creador del primer sistema de seguridad social de Europa.
—No, me refiero a… es decir… tú no…
Pero en ese preciso instante oímos juramentos y un portazo. Tras algunos golpes y choques, Hamlet entró en el salón seguido de Emma. Se detuvo, recuperó la compostura, se frotó la frente, miró al cielo, suspiró desde el fondo del alma y dijo:
—¡Oh, que esta carne tan sólida se fundiese, se deshiciese y se transformase en rocío![1]
—¿Va todo bien? —pregunté.
—¡O que el eterno no hubiese impuesto su ley contra el suicidio![2]
—Voy a preparar una taza de té —dijo mi madre, que tenía instinto para estas cosas—. ¿Le gustaría un poco de Battenberg, señor Hamlet?
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Qué imposibles, qué rancias, qué hueras, qué inútiles… Sí, por favor… me parecen las pantomimas de este mundo![3]
Mi madre asintió y siguió con lo suyo.
—¿Qué pasa? —le pregunté a Emma mientras Hamlet se paseaba por el salón, golpeándose la cabeza por la frustración y la pena.
—Bueno, hemos ido a ver Hamlet en el Alhambra.
—¡Mecachis! —musité—. No… no ha ido demasiado bien, ¿verdad?
—Bueno —reflexionó Emma mientras Hamlet recorría el salón con su histrionismo—, la obra está bien, excepto que Hamlet ha gritado un par de veces que Polonio no era un personaje cómico y que Laertes no era ni remotamente guapo. A la dirección no parecía importarle demasiado… había al menos doce «Hamlets» entre el público y todos manifestaban su opinión.
—¡Qué asco! ¡Qué vergüenza! —siguió diciendo Hamlet—. ¡Es un jardín de malas hierbas que crecen para producir semilla; poseído totalmente por productos groseros y malditos…![4]
—Ha sido cuando nosotros y otros doce Hamlets hemos ido a tomar una copa tranquilamente con la compañía teatral cuando las cosas se han puesto feas —prosiguió Emma—. Piarno Keyes, que interpreta a Hamlet, se ha ofendido por las críticas de Hamlet a su interpretación; Hamlet le ha dicho que su caracterización era demasiado indecisa. El señor Keyes ha dicho que Hamlet se equivocaba, que era un hombre consumido por la incertidumbre. Luego Hamlet ha dicho que él es Hamlet y que algo sabe del asunto; uno de los otros «Hamlets» se ha mostrado en desacuerdo y ha dicho que Hamlet era él y que el señor Keyes le había parecido excelente. Varios «Hamlets» han estado de acuerdo, y todo podría haber acabado aquí si Hamlet no hubiese dicho que, si el señor Keyes insistía en seguir interpretando a Hamlet, debería ver cómo lo había hecho Mel Gibson y mejorar su interpretación con lo que aprendiese.
—Oh, cielos.
—Sí —dijo Emma—, oh cielos. El señor Keyes ha perdido por completo los estribos. «¿Mel Gibson? ¿El p*t* Mel Gibson? ¡Es la única j*d*d* mierda que me repiten todos los días!», ha rugido, y ha intentado darle un puñetazo a Hamlet en la nariz. Hamlet ha sido demasiado rápido, claro, y tenía el estilete en la garganta de Keyes en menos que canta un gallo, así que uno de los otros «Hamlets» ha propuesto un concurso de Hamlets. Las reglas eran simples: todos interpretarían el monólogo de ser o no ser y los parroquianos de la taberna los puntuarían de cero a diez.
—¿Y?
—Hamlet ha quedado último.
—¿Ultimo? ¿Cómo ha podido quedar último?
—Bien, insistió en interpretar el soliloquio no tanto como una indagación existencial sobre la vida y la muerte y la posibilidad de un más allá, sino como si un mundo ficticio postapocalíptico donde punks armados con ballestas en motocicleta intentan matar a la gente para robarle la gasolina.
Miré a Hamlet, quien se había tranquilizado un poco y repasaba la colección de vídeos de mi madre en busca del Hamlet de Olivier para comprobar si era mejor que el de Gibson.
—No me sorprende que esté fuera de sí.
—¡Aquí estamos! —dijo mi madre volviendo con una bandeja grande con todos los elementos del té—. ¡Cuando las cosas van mal no hay nada como una buena taza de té!
Hamlet gruñó mirándose los pies y dijo:
—No tendrá un poco de ese pastel, ¿verdad?
—¡Especialmente hecho para usted! —Mi madre sonrió mostrando con una floritura el Battenberg. También tenía razón. Tras unas tazas y un trozo de pastel, Hamlet casi volvía a ser humano.
Dejé a Emma y a Hamlet discutiendo con mi madre si debía ver el Hamlet de Olivier o poner la tele para los Grandes momentos deportivos del cróquet y me fui a fregar a la cocina. Allí estuve preguntándome qué técnica de lavado cerebral había usado la Goliath para hacerme firmar el formulario de perdón. Curiosamente, todavía sentía ramalazos de benevolencia hacia la Goliath. En cuanto me despistaba me parecía que no eran tan malos y tenía que hacer un esfuerzo consciente para recordarme que sí lo eran. Lo positivo era la posibilidad de que me devolviesen a Landen, pero no sabía cuándo sería eso ni cómo.
Me disponía a considerar si el agua fría sería más efectiva para quitar las manchas de kétchup que la caliente cuando se oyó un chasquido en el aire, como si arrugasen celofán. El sonido aumentó y tentáculos verdes de electricidad fueron rodeando la batidora Kenwood, para luego hacerse más intensos hasta que un resplandor verdoso, como un fuego fatuo, bailó alrededor del microondas. Hubo una luz brillante y el retumbar del trueno cuando tres figuras se empezaron a materializar en la cocina. Dos iban vestidas con armadura completa y sostenían armas de rayos ridículamente grandes; la otra figura era alta, con una túnica de cuello alto totalmente negra hasta los pies y abotonada hasta la garganta. Tenía la piel pálida, pómulos marcados y llevaba una perilla pequeña y muy precisa. Con los brazos cruzados, me miraba con una ceja levantada. Era verdaderamente un tirano entre tiranos, un cruel líder galáctico que había asesinado a miles de millones para satisfacer su imperioso deseo, no del todo bien explicado, de conseguir el dominio absoluto de la galaxia. Era… el emperador Zhark.