15 Encuentro con el presidente

Hace cincuenta años no éramos más que una pequeña multinacional con apenas 7.000 empleados. Ahora tenemos más de 38.000.000 de empleados distribuidos en 14.000 empresas que se ocupan de 12.000.000 de productos y servicios diferentes. El tamaño de la Goliath nos da estabilidad para declarar con confianza que estaremos cuidando de ti durante muchos años más. En el año 1980 nuestros ingresos igualaban la suma del producto interior bruto del 72% de los países del planeta. Este año hemos presenciado cómo la empresa daba el gran salto adelante para convertirse en una religión oficialmente reconocida con sus propios dioses, semidioses, sacerdotes, lugares de culto y libros de oraciones. Las acciones de la Goliath se canjearán por la entrada en nuestro sistema de gestión empresarial basado en la fe, en el que vosotros (los devotos) nos adoraréis a nosotros (los dioses) a cambio de protección contra los males del mundo y una recompensa en la otra vida. Sé que os uniréis a mí en esta empresa como os habéis unido a todas nuestras pasadas empresas. Pronto estará disponible un folleto explicativo detallado de cómo puede contribuir al cumplimiento de los intereses de la corporación en estos aspectos. Nueva Goliath. Para todo lo que puedas necesitar. Para todo lo que puedas llegar a desear. Para siempre.

Extracto del discurso del presidente de la Goliath en 1988

Fui hasta la recepción y le di mi nombre a la recepcionista quien, alzando las cejas al oír mi petición, llamó al piso 110, manifestó sorpresa y luego me dijo que esperase. Empujé a Friday hasta la zona de espera y le di un plátano que llevaba en el bolso. Me senté y observé como los ejecutivos recorrían rápidamente, de un lado a otro, los relucientes suelos de mármol, todos aparentemente muy atareados pero por lo visto sin hacer nada.

—¿Señorita Next?

Había dos individuos delante de mí. Uno iba vestido con el traje azul oscuro de los ejecutivos de la Goliath; el otro era un lacayo con librea que sostenía una reluciente bandeja de plata.

—¿Sí? —dije, poniéndome en pie.

—Me llamo señor Godfrey, soy el secretario personal del presidente. Si tiene la amabilidad.

Me señaló la bandeja.

Comprendí lo que quería, saqué la automática y la dejé en la bandeja. El lacayo aguardó cortés. Capté el mensaje y dejé también los dos cargadores de repuesto. Hizo una reverencia y se fue en silencio, y el ejecutivo me guio sin decir nada hasta un ascensor acordonado situado en el otro extremo de la sala. Metí dentro a Friday con su cochecito y la puerta silbó al cerrarse.

Se trataba de un ascensor de cristal que subía por el exterior del edificio. Y desde ese punto ventajoso, mientras ascendíamos silenciosamente hacia el cielo, vi todos los edificios de Goliathpolis alzándose por la costa casi hasta Douglas. El inmenso tamaño de la corporación nunca había quedado más de manifiesto: todos esos edificios simplemente se limitaban a administrar las miles de empresas y millones de empleados repartidos por todo el mundo. De haberme encontrado mentalmente dispuesta a la benevolencia, la escala y la grandeza de las posesiones de la Goliath podrían haberme impresionado. Tal y como me sentía, sólo vi ganancias obtenidas con malas artes.

Los edificios más pequeños no tardaron en quedar atrás a medida que seguíamos subiendo, hasta que incluso los otros rascacielos estuvieron más abajo. Miraba fascinada la vista espectacular cuando de pronto una neblina blanca la ocultó. En el exterior se formaron gotitas de agua y no vi nada hasta segundos más tarde, cuando abandonamos las nubes y llegamos al brillo del sol y un cielo azul oscuro. Miré por encima de las nubes, que se extendían hasta perderse en la distancia. Me sentía tan hipnotizada por el espectáculo que no me di cuenta de que el ascensor se había parado.

Ipsum —dijo Friday, también impresionado, y señaló con el dedo por si me lo había perdido.

—¿Señorita Next?

Me volví. Decir que la sala de juntas era impresionante sería no hacerle justicia. Se encontraba en el último piso del edificio. Las paredes y el techo eran de vidrio tintado, y desde allí, en un día despejado, era posible mirar el mundo desde el punto de vista de los dioses. Aquel día daba la impresión de que flotábamos en un mar de algodón. El edificio y su posición, muy por encima del planeta tanto geográfica como moralmente, reflejaban a la perfección el dominio y el poder de la corporación.

En medio de la sala había una larga mesa con unos treinta miembros de la junta de la Goliath de pie, al lado de sus asientos, mirándome en silencio. Nadie dijo nada, y yo estaba a punto de preguntar por el jefe cuando me di cuenta de que un hombre alto miraba por la ventana, con las manos unidas a la espalda.

¡Ipsum!—dijo Friday.

—Permítame que le presente al presidente de la Corporación Goliath, John Henry Goliath V, tataranieto del fundador, John Henry Goliath —dijo mi escolta.

La figura que miraba por la ventana se volvió para recibirme. Debía medir más de dos metros y además era corpulento. Ancho, imponente y dominante. Todavía no había cumplido cincuenta años, tenía unos penetrantes ojos verdes que parecían atravesarme y me dedicó una sonrisa tan cálida que instantáneamente me relajé.

—¿Señorita Next? —dijo con una voz que sonaba como un trueno lejano—. Hace tiempo que deseo conocerla.

El apretón de manos fue cálido y amistoso; era fácil olvidar quién era y lo que había hecho.

—Están de pie por usted —anunció, señalando a los miembros del consejo—. Personalmente nos ha costado más de mil millones de libras en efectivo y al menos cuatro veces esa cantidad en pérdidas. Un adversario así merece admiración y no la injuria.

Los miembros de la junta aplaudieron unos diez segundos y tomaron asiento. Entre ellos vi a Brik Schitt-Hawse; inclinó la cabeza hacia mí con un gesto de reconocimiento.

—Si no supiera ya la respuesta le ofrecería un puesto en el consejo —dijo el presidente con una sonrisa—. Estamos terminando una reunión, señorita Next. En unos minutos estaré a su disposición. Por favor, pídaselo al señor Godfrey si le apetece algo para usted o su hijo.

—Gracias.

Le pedí a Godfrey un zumo de naranja con pajita para Friday, lo saqué de la silla y me senté con él en un sofá cercano para observar la reunión.

—Punto setenta y seis —dijo un hombre diminuto vestido con un traje azul cobalto—. La Antártida. Hay cierto grado de oposición a nuestra compra del continente por parte de una pequeña minoría de supuestos benefactores que creen que nuestra intención está lejos de ser benévola.

—Y eso, señor Jarvis, es un problema ¿por…? —preguntó John Henry Goliath V.

—No es un problema sino una observación, señor. Propongo que compensemos cualquier posible publicidad negativa haciendo saber que simplemente adquirimos el continente para generar nuevos puestos de trabajo relacionados con el ecoturismo en una zona que tradicionalmente se ha considerado pobre en ese tipo de oportunidades de empleo.

—Así se hará —bramó el presidente—. ¿Qué más?

—Bien, dado que adoptaremos muy en serio el papel de «ecoguardianes», propongo enviar una flota de diez buques de guerra para proteger el continente de los vándalos que pretenden dañar la población de pingüinos, extraer hielo y nieve ilegalmente y otras tropelías en general.

—Los buques de guerra disminuyen mucho el margen de beneficios —dijo otro miembro del consejo. Pero el señor Jarvis ya había tenido en cuenta este inconveniente.

—No sucederá tal cosa si subcontratamos la seguridad a una potencia extranjera deseosa de hacer negocios con nosotros. He elaborado un plan según el cual, las Naciones Unidas del Caribe patrullarán el continente a cambio de todo el hielo y toda la nieve que quieran. Con la compra de la Antártida podemos vender nieve más barata que cualquier país de la Alianza Norte. Esa nieve sin vender la compraremos a cuatro peniques la tonelada, la fundiremos y la cambiaremos en Marruecos por arena para construcción, que exportaremos a países con déficit de arena con un beneficio neto del 12 %. Todos los detalles están en mi informe.

Murmullos de acuerdo. El presidente asintió pensativo.

—Gracias, señor Jarvis. La idea parece gustar al consejo. Pero dígame, ¿qué hay del vasto recurso natural que originalmente nos hizo comprar la Antártida para su explotación?

Jarvis chasqueó los dedos y las puertas del ascensor se abrieron para que entrara un chef que empujaba un carrito con una bandeja de plata. Se detuvo junto a la silla del presidente, levantó la tapa y dejó sobre la mesa un platito con lo que parecía una loncha de cerdo. Un lacayo dispuso tenedor y cuchillo junto al plato, así como una servilleta recién planchada, para luego retirarse.

El presidente pinchó un trozo con el tenedor y se lo llevó a la boca. Abrió unos ojos como platos y escupió. El lacayo le pasó un vaso de agua.

—¡Asqueroso!

—Estoy de acuerdo, señor —respondió Jarvis—, casi por completo incomestible.

—¡Maldita sea! ¿Pretende decirme que compramos todo un continente con una producción potencial de comida de diez millones de unidades de pingüinos al año sólo para descubrir que no se pueden comer?

—No es más que un contratiempo pasajero, señor. Si pasan a la página setenta y dos…

Todos los miembros del consejo abrieron simultáneamente los informes. Jarvis tomó el suyo y se acercó a la ventana para leerlo.

—El problema de vender pingüino como carne ideal para tomar el domingo puede dividirse en dos partes: una, los pingüinos saben a creosota y, dos, mucha gente tiene la impresión equivocada de que los pingüinos son «monos», «adorables» y una especie «en peligro». Para solventar la primera parte, propongo que, como parte del lanzamiento de este alimento abundante, financiemos un programa especial sobre cómo cocinar pingüino en el GoliathCanal 16, así como una campaña publicitaria muy divertida con el eslogan: «P…p…p…prepara p…p…p…pingüino.» El presidente asintió muy atento.

—Propongo además —siguió diciendo Jarvis—, que financiemos un estudio independiente sobre los beneficios para la salud de todas las aves marinas. Los resultados de ese estudio independiente y totalmente imparcial incluirán la recomendación de que la ingesta semanal de pingüino para una persona debería ser de… un pingüino.

—¿Y la segunda parte? —preguntó otro miembro del consejo—. Esa idea de la gente sobre los pingüinos, de que no hay que comérselos.

—No es un escollo insuperable, señor. Si recuerda, tuvimos un problema similar al lanzar al mercado la hamburguesa de bebé foca, y ahora es uno de nuestros productos más vendidos. Propongo que pintemos a los pingüinos como criaturas insensibles y crueles que insisten en criar a sus hijos en lo que es básicamente un enorme congelador. Más aún, podemos aprovecharnos del problema de que están «en peligro» con una campaña publicitaria que diga: «¡Cómanlo rápido antes de que desaparezcan!»

—O —dijo otro miembro del consejo—: «Ponga un pingüino en su cocina… dele un bocado antes de que se extinga.»

—No rima muy bien, ¿no? —dijo un tercero—. ¿Qué tal: «Para un sabor muy distinto, come un pájaro casi extinto»?

—Me gusta más el mío.

Jarvis se sentó y esperó los comentarios del presidente.

—Así será. ¿Qué tal «Antártida… el nuevo Ártico» como remate? Que la gente de publicidad monte una campaña. La reunión ha terminado.

Los miembros del consejo cerraron las carpetas en un único movimiento y luego desfilaron hasta el otro extremo de la sala, donde una escalera de caracol llevaba al piso de abajo. A los pocos minutos sólo quedaban el presidente y Brik Schitt-Hawse. Éste dejó su maletín de piel roja sobre la mesa que había delante de mí y me miró desapasionadamente, sin decir nada. Para tratarse de alguien como Schitt-Hawse, que estaba enamorado del sonido de su propia voz, resultaba evidente que el presidente era quien mandaba.

—¿Qué opina? —me preguntó Goliath.

—¿Qué opino? —respondí—. ¿Qué tal que es «moralmente reprobable»?

—Creo que descubrirá que no hay bondad ni maldad moral, señorita Next. La valoración moral sólo puede realizarse retrospectivamente, transcurridos veinte años o más. Los Parlamentos duran demasiado poco para hacer el bien a largo plazo. Son las corporaciones las que deben hacer lo que es mejor para todos. Una administración política puede durar cinco años… en nuestro caso duraremos varios siglos, y sin esa molesta responsabilidad y esa transparencia que siempre se interpone. El salto de la Goliath a religión es el siguiente paso lógico.

—No me convence, señor Goliath —le dije—. Creo que se convierten en religión para escapar de la Séptima Revelación de san Zvlkx.

Me miró con sus penetrantes ojos verdes.

—«Evitarla», no «escapar de ella», señorita Next. Un matiz textual minúsculo pero con grandes repercusiones legales. Legalmente podemos intentar evitar el futuro pero no escapar de él. Siempre que podamos demostrar que hay un 49% de posibilidades de que nuestros intentos de alterar el futuro fracasen, estamos en zona segura legal. La CronoGuardia es muy estricta con las reglas y seríamos unos tontos si intentásemos infringirlas.

—No me ha pedido que venga aquí a hablar sobre matices legales, señor Goliath.

—No, señorita Next. Quería la oportunidad de explicar nuestra postura a una de nuestras oponentes más temibles. Yo también tengo dudas y, si puedo hacer que las comprenda, entonces me habré convencido de que hacemos lo correcto y lo bueno. Tome asiento.

Me senté, demasiado obediente. El señor Goliath poseía una personalidad arrolladora.

—La evolución ha moldeado a los humanos para pensar a corto plazo, señorita Next —continuó. Su voz era profunda y parecía producir eco dentro de mi cabeza—. Para tener éxito en el sentido biológico no tenemos más que lograr que nuestros hijos alcancen la edad reproductiva. Tenemos que superar ese planteamiento. Si nos vemos como residentes a largo plazo de este planeta debemos planificar a largo plazo. La Goliath tiene un plan de mil años para sí misma. La responsabilidad por este planeta es demasiado importante para dejársela a un grupo disperso de Gobiernos que pelean constantemente por las fronteras y se preocupan sólo de sus intereses. En la Goliath no nos consideramos una empresa ni un Gobierno, sino una fuerza del bien. Una fuerza del bien a la espera. Ahora mismo tenemos treinta y ocho millones de empleados; no es difícil apreciar los beneficios de tener tres mil millones. Imagine a todos los habitantes del planeta trabajando en pos de un mismo fin: la abolición de todos los Gobiernos y la creación de un único negocio cuya única función sea la administración del planeta por gente del planeta, para la gente del planeta, de un modo igualitario y sostenible para todos… no la Goliath, sino Tierra, S.A. Una empresa en la que todos los habitantes del planeta sigan una única acción igualitaria.

—¿Es por eso que se convierten en religión?

—Digamos que su amigo el señor Zvlkx nos ha incitado a seguir un camino que deberíamos haber recorrido hace mucho tiempo. Usted emplea la palabra «religión», pero nosotros lo vemos más como una única fe conciliadora que unirá a toda la humanidad. Un mundo, un país, un pueblo, una meta. Estoy seguro de que comprende que tiene sentido.

Lo más extraño era que casi lo comprendía. Sin países no habría disputas fronterizas. La guerra de Crimea había durado casi 132 años, y en todo el planeta había al menos cien pequeños conflictos. De pronto, la Goliath no parecía tan mala, es más, era una amiga. Era una tonta por no haberme dado cuenta antes.

Me froté las sienes.

—Bien —siguió diciendo el presidente en voz baja—. Me gustaría ofrecerle ahora mismo una rama de olivo y deserradicar a su marido.

—A cambio —añadió Schitt-Hawse, hablando por primera vez—, nos gustaría que aceptase nuestra disculpa total, sincera y sin reservas y que firmase nuestro Formulario Estándar de Perdón.

Los miré por turno, luego miré el contrato que me habían puesto delante, luego a Friday, que se había metido los dedos en la boca y me miraba con aire inquisitivo. Tenía que recuperar a mi marido y al padre de Friday. No parecía haber ninguna buena razón para no firmar.

—Quiero su palabra de que le recuperaré.

—La tiene —respondió el presidente.

Acepté la pluma que me ofrecían y firmé el formulario.

—¡Excelente! —dijo el presidente—. Reactualizaremos a su marido tan pronto como sea posible. Que tenga un buen día, señorita Next, ha sido un gran placer conocerla.

—Lo mismo digo —respondí, sonriendo y dándoles la mano—. Debo decir que he quedado muy satisfecha con lo que he oído aquí. Puede contar con mi apoyo cuando se conviertan en religión.

Me entregaron algunos folletos sobre cómo unirme a Nueva Goliath, que acepté agradecida. Unos minutos después me acompañaron a la salida, donde el transbordador al gravepuerto de Tarbuck había sido retenido por mí. Cuando llegué a Tarbuck la sonrisa tonta había desaparecido de mi cara; cuando llegué a Saknussum me sentía confusa; en el camino de regreso a Swindon sospechaba que algo no iba del todo bien; estaba furiosa cuando llegué a casa de mamá. La Goliath me había engañado… una vez más.