EL MINISTRO KAINEANO AFIRMA QUE LOS COCHES DANESES SON «UNA TRAMPA MORTAL»
Robert Edsel, el ministro kaineano de Seguridad Vial, atacó ayer al fabricante danés Volvo, afirmando que los vehículos pesados y feos antes considerados los coches más seguros del mercado son realmente todo lo contrario: una trampa mortal para cualquiera tan estúpido como para comprar uno. «El Volvo obtuvo muy malos resultados en la prueba de granada impulsada por cohete —afirmó el señor Edsel en el comunicado de ayer—, y los propietarios y sus hijos se arriesgan a sufrir daños permanentes en la columna cuando el coche cae de tan poca altura como treinta metros.» El señor Edsel siguió desdeñando el orgullo de la industria automovilística danesa al revelar que los filtros de aire de los Volvo «apenas ofrecen protección» contra los flujos piroclásticos, los gases venenosos y otros fenómenos habituales en las erupciones volcánicas. «La verdad es que recomendaría a cualquiera que estuviese pensando en comprar este lamentable producto danés que lo pensase bien», dijo el señor Edsel. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores danés puntualizó que los Volvo son, en realidad, suecos, el señor Edsel acusó una vez más a los daneses de intentar culpar a sus vecinos de sus propios fracasos industriales.
The Toad on Sunday, 16 de julio de 1988
La Isla de Man era un Estado empresarial independiente dentro de Inglaterra desde que en 1963 se apropiaron de ella en nombre del bien mayor fiscal. El mar irlandés que la rodeaba estaba abarrotado de minas para rechazar a los visitantes indeseados y sus cielos estaban protegidos por los sistemas antiaéreos más avanzados conocidos por el hombre. Disponía de hospitales y escuelas, una universidad, su propio reactor de fusión y además, desde Douglas hasta el gravepuerto Kennedy en Nueva York, el único tramo privado de gravetubo del mundo. La isla acogía a casi 200.000 residentes que no hacían más que dar apoyo, o dar apoyo a los que daban apoyo, a la empresa que controlaba enteramente la pequeña isla: la Corporación Goliath.
El viejo pueblo manés de Laxey había sido rebautizado como Goliathpolis y era el Hong Kong del archipiélago británico, un bosque de torres de vidrio que cubría las colinas hacia Snaefell. El mayor de tales rascacielos sobrepasaba los picos montañosos de fondo y se le veía reluciendo al sol incluso desde Blackpool, si las condiciones climáticas lo permitían. Ese edificio acogía el núcleo de toda la vasta multinacional, la flor y nata de los ingenieros corporativos de Goliath. Un empleado podía pasar toda su vida en la isla sin cruzar jamás su puerta principal.
Fue en la planta baja de ese edificio, en el corazón mismo de la corporación, donde encontré el Disculpatorio de la Goliath.
Me coloqué al final de una pequeña fila, delante de una moderna mesa de cristal donde dos sonrientes empleados de Goliath iban repartiendo cuestionarios y números.
—¡Hola! —dijo uno de los empleados, una joven con una sonrisa torcida—. Bienvenida al Emporio de Disculpas de la Corporación Goliath. Lamento que haya tenido que esperar. ¿En qué puedo ayudarla?
—La Goliath asesinó a mi marido.
—¡Qué horrible! —respondió con una muestra lamentable e insincera de compasión—. Lo lamento muchísimo. La Goliath, como parte del proceso de cambio a un sistema de gestión basado en la fe, está decidida a corregir cualquier error desagradable en el que haya podido incurrir. Tiene que rellenar este formulario, este otro y la sección D de éste… y luego tomar asiento. Haremos que uno de nuestros disculpadores especializados la reciba lo antes posible.
Me entregó varios formularios largos y un número, para luego señalarme una puerta lateral. La abrí y entré en el Disculpatorio. Era una sala enorme con ventanales del suelo hasta el techo que ofrecían una panorámica impresionante del mar de Irlanda. A un lado había una fila de unos veinte cubículos que ocupaban disculpadores trajeados.
Todos ellos permanecían sentados prestando mucha atención a lo que les decían con la misma expresión contrita. Al otro lado, filas y filas de asientos de madera ocupados por los ciudadanos alguna vez maltratados, que agarraban ansiosamente su número y esperaban turno pacientemente. Miré el mío. Era el 6.174. Miré el panel, que indicaba que atendían al número 836.
—¡Querido y dulce pueblo! —dijo una voz por megafonía—. La Goliath lamenta profundamente todo el daño que pueda haberles causado inadvertidamente en el pasado. Aquí, en el Disculpatorio™ de Goliath, estamos deseosos de ayudarlos con sus problemas, por pequeños que sean.
—¡Oiga! —le dije a un hombre que cojeaba hacia la salida—. ¿La Goliath se ha arrepentido satisfactoriamente?
—Bien, la verdad es que no era necesario —respondió de un modo bastante insulso—. Fue responsabilidad mía… de hecho. ¡Yo me he disculpado por malgastar su precioso tiempo!
—¿Qué hicieron?
—Contaminaron mi barrio de radiación ionizante, algo que negaron durante diecisiete años, incluso cuando a la gente se le cayeron los dientes y a mí me creció un tercer pie.
—¿Y los ha perdonado?
—Claro. Ahora comprendo que fue simplemente un accidente y que el pueblo debe aceptar los riesgos si quiere disponer de energía limpia abundante, comida en cantidad ilimitada y electrodesfragmentadores caseros.
Cargaba con un montón de papeles que no eran los formularios que yo había tenido que cumplimentar, sino folletos sobre cómo unirse a la Nueva Goliath. No como consumidor, sino como adorador. Siempre había desconfiado profundamente de la Goliath, pero todo aquello del «arrepentimiento» olía peor que cualquier otro montaje que hubiese visto. Me volví, rompí el número y me encaminé a la salida.
—¡Señorita Next! —dijo una voz conocida—. ¡Vaya, la señorita Next!
Un hombre bajito de rasgos apretados y cabeza redonda con un corte de pelo agresivamente militar me miraba. Vestía un traje oscuro, llevaba pesadas joyas de oro y podía decirse que era la persona que peor me caía del mundo: era Jack Schitt, en su época el gurú de armas avanzadas de la Goliath y ex prisionero de El cuervo. Era el hombre que había intentado prolongar la guerra de Crimea para ganar una fortuna con la última superarma de la Goliath, el rifle de plasma.
En mi interior se desató la furia. Le di la vuelta a Friday para que mirara hacia otra parte y en su mente infantil no arraigaran extrañas ideas sobre el uso de la violencia y, a continuación, agarré a Schitt por la garganta. Él dio un paso atrás, tropezó y cayó a mis pies con un gritito. Con la experiencia de haberme encontrado ya antes en aquella situación, le solté y coloqué la mano en la empuñadura de mi automática, esperando recibir el ataque de los guardaespaldas de Jack. Pero no pasó nada. Simplemente nos miraban los ciudadanos tristes.
—Aquí no hay nadie para ayudarme —dijo Jack Schitt, poniéndose despacio de pie—. Hoy me han atacado ocho veces… Me considero afortunado. Ayer fueron veintitrés.
Le miré y vi, por primera vez, que tenía un ojo a la funerala y el labio roto.
—¿Nada de guardaespaldas? —repetí—. ¿Por qué?
—Mi penitencia consiste en verme con aquellos a los que intimidé y maltraté en el pasado, señorita Next. Cuando nos vimos por primera vez, yo era el jefe de la División de Armamento Avanzado de la Goliath y ocupaba el puesto 329 en la escala corporativa —suspiró—. Ahora, gracias a su denuncia más que pública de las limitaciones del rifle de plasma, la corporación ha decidido degradarme. Soy Agente de Facilitación de Disculpas de segunda clase, puesto 12.398.219 en la escala. Los poderosos han caído, señorita Next.
—Se equivoca —respondí—, simplemente le han trasladado a un nivel más acorde con su competencia. Es una vergüenza. Se merece algo mucho peor.
Los ojos le temblaron de furia. El viejo Jack, el homicida, regresó por un breve momento. Pero el sentimiento duró poco y dejó caer los hombros al comprender que, sin el servicio de seguridad de la Goliath para respaldarle, no tenía más que un poder mínimo.
—Quizá tenga razón —se limitó a decir—. No tendrá que esperar su turno, señorita Next. Me encargaré personalmente de su caso. ¿Es su hijo? —Se inclinó para mirarle mejor—. Guapo, ¿no?
—Eiusmod tempor incididunt adipisicing elit —dijo Friday, mirando a Jack con extrema suspicacia.
—¿Qué ha dicho?
—Ha dicho: «Toca a mi madre y te rompo la nariz.» Jack se puso rápidamente en pie.
—Comprendo. La Goliath y yo mismo le ofrecemos una completa disculpa, sincera y sin reservas.
—¿Por qué?
—No lo sé. Lo tengo en el informe. ¿Viene a mi despacho?
Me indicó una puerta y cruzamos un patio con una enorme fuente central, dejamos atrás a algunos ejecutivos de la Goliath que charlaban en una esquina, atravesamos luego un arco y recorrimos un pasillo ancho lleno de oficinistas que iban de un lado a otro con carpetas bajo el brazo.
Jack abrió una puerta, me invitó a pasar, me ofreció una silla y se sentó. Era una oficinita patética, sin otro adorno que un gastado calendario de Lola Vavoom en la pared y una planta muerta en una maceta. La única ventana daba a un muro. Ordenó algunos papeles que tenía sobre la mesa y habló por el intercomunicador.
—Señor Higgs, ¿me haría el favor de traer el expediente de Thursday Next, por favor?
Me miró con seriedad y dispuso la cabeza en un ligero ángulo, como si estuviese intentando adoptar alguna postura de disculpa.
—Ninguno de nosotros se dio cuenta —dijo con la voz suave que los empleados de pompas fúnebres emplean para intentar convencerte de que compres el ataúd de lujo— de lo horriblemente que nos habíamos portado hasta que nos pusimos a preguntar a la gente si a todos les parecía mal nuestra conducta.
—Por qué no nos dejamos de mier… —miré a Friday, quien me miró a mí—. Dejamos esta… estas… tonterías y pasamos directamente al punto en que expían sus crímenes.
Suspiró, me miró un momento y dijo:
—Muy bien. ¿Qué es lo que hicimos mal?
—¿No lo recuerda?
—Hago muchas cosas malas, señorita Next, me disculpará si no recuerdo todos los detalles.
—Erradicó a mi marido —dije entre dientes.
—¡Por supuesto! ¿Y cómo se llamaba el erradicado?
—Landen —respondí con frialdad—. Landen Parke-Laine.
En ese momento llegó el oficinista con un expediente marcado como «extremadamente secreto» y lo dejó sobre la mesa. Jack lo abrió y lo hojeó.
—El expediente dice que, en el momento en que asegura que fue erradicado su marido, el agente encargado de su caso era Schitt-Hawse. Dice aquí que la presionó para liberar al agente Schitt, ése soy yo, de las páginas de El cuervo utilizando a un agente desconocido de la CronoGuardia que ofreció voluntariamente sus servicios. Dice aquí que usted cumplió con su parte pero que la promesa fue revocada debido a una situación de continuación imprevista y comercialmente necesaria del chantaje.
—Quiere decir codicia empresarial, ¿no?
—No menosprecie la codicia, señorita Next… es la gran fuerza que mueve el comercio. En este contexto, probablemente se debiese a nuestro plan de emplear el MundoLibro como lugar al que arrojar residuos nucleares y donde vender productos y servicios de gran calidad a los personajes de ficción. Luego la encerramos en nuestra bóveda más inaccesible, de la que escapó por un medio desconocido. —Cerró el expediente—. Esto quiere decir, señorita Next, que la secuestramos, que intentamos matarla y que la tuvimos más de un año en la lista de aquellos a los que hay que «disparar en cuanto lo veas». Parece que le corresponde una generosa compensación en efectivo.
—No quiero dinero, Jack. Mandaron a alguien al pasado para matar a Landen, ¡ahora envíen a alguien a desmatarlo!
Jack Schitt dejó de hablar y tamborileó un momento con los dedos sobre la mesa.
—No es así como se hace —respondió exasperado—. Las reglas de disculpa y restitución son muy precisas: para que nos arrepintamos debemos estar de acuerdo en lo que hemos hecho mal, y en nuestros archivos no hay mención alguna a ningún tejemaneje ilegal con el tiempo por parte de la Goliath. Considerando que los archivos de la Goliath se someten periódicamente a una auditoría temporal, creo que eso demuestra de manera concluyente que, de haber habido alguna mala jugada en el tiempo, ha sido por iniciativa de la CronoGuardia. El registro cronológico de la Goliath es impecable.
Golpeé la mesa con el puño y Jack dio un respingo. Sin sus secuaces no era más que un cobarde, y cada vez que se estremecía yo me hacía más fuerte.
—Es una completa y total mier… —Volví a mirar a Friday—. Un asco, Jack. La Goliath y la CronoGuardia erradicaron a mi esposo. Usted tenía el poder de eliminarle… Es usted quien debe restituirle.
—No es posible.
—¡Devuélvanme a mi marido!
La furia de Jack regresó. También se puso en pie y me apuntó con un dedo acusador.
—¿Tiene la más mínima idea de lo que cuesta sobornar a la CronoGuardia? Más dinero del que nos interesa malgastar en el estúpido perdón a medias que nos puede ofrecer. Y otra cosa, yo… disculpe.
El teléfono había sonado y respondió, echándome ojeadas mientras hablaba.
—Sí, así es… Sí, aquí está… Sí, lo hemos hablado… Sí, lo haré. —Abrió los ojos como platos—. Es realmente todo un honor, señor… No, no sería ningún problema, señor… Sí, estoy seguro de poder convencerla, señor… No, es lo que todos deseamos… Buenos días, señor. Gracias. —Dejó el auricular y con vigor renovado sacó una caja de cartón vacía del armario—. ¡Buenas noticias! —exclamó metiendo en la caja las fruslerías de la mesa—. El presidente de la Nueva Goliath se ha interesado especialmente por su caso y le garantiza personalmente el retorno de su marido.
—¿No había dicho que esos tejemanejes temporales no tenían nada que ver con la Goliath?
—Aparentemente me informaron mal. Estaremos más que encantados de reactualizar a Libner.
—Landen.
—Eso.
—¿Dónde está la trampa? —pregunté suspicaz.
—No hay ninguna trampa —respondió Jack, recogiendo la placa con su nombre y colocándola en la caja junto al calendario—. Sólo queremos que nos perdone y caerle bien.
—¿Gustarme usted?
—Sí. O al menos, fingirlo. No es tan difícil, ¿verdad? Simplemente firme este Formulario Estándar de Perdón al pie, aquí, y reactualizaremos a su queridito. Fácil, ¿no?
Seguía suspicaz.
—No creo que tengan la más mínima intención de devolverme a Landen.
—Vale —dijo Jack, sacando algunas carpetas del archivador y metiéndolas en la caja de cartón—, no firme y no lo sabrá nunca. Como dice usted, señorita Next… nos libramos de él y podemos traerle de nuevo.
—Ya me engañó una vez, Jack. ¿Cómo sé que no lo volverá a hacer?
Jack dejó de guardar cosas y me miró algo aprensivo.
—¿Va a firmar?
—No.
Jack suspiró y se puso a sacarlo todo de la caja y a colocarlo en su sitio.
—Bien —musitó—, ahí va mi ascenso. Pero escuche: firme o no saldrá de aquí convertida en una mujer libre. La Nueva Goliath no tiene nada pendiente con usted. Además, ¿qué puede perder?
—Sólo quiero —respondí— recuperar a mi esposo. No voy a firmar nada.
Jack sacó la placa con el nombre y la colocó sobre la mesa.
Volvió a sonar el teléfono.
—Sí, señor… No, no lo hará, señor… Ya lo he intentado, señor… Muy bien, señor.
Dejó el auricular y volvió a coger la placa con el nombre; la sostuvo sobre la caja.
—Ese era el presidente. Quiere disculparse personalmente. ¿Irá usted?
Me lo pensé. Ver al jefazo de la Goliath era un acontecimiento casi sin precedentes incluso para los ejecutivos de la Goliath. Si alguien podía recuperar a Landen era él.
—Vale.
Jack sonrió, dejó caer la placa en la caja y luego se apresuró a meter todo lo demás.
—Bien —dijo— debo darme prisa… me han ascendido tres puestos en la escala. Vaya al mostrador principal de recepción y alguien la escoltará. No olvide su Formulario Estándar de Perdón, y si pudiese mencionar mi nombre le estaría muy agradecido.
Me entregó los formularios sin firmar mientras se abría la puerta y entraba otro agente de Goliath, cargando también con una caja de cartón llena de efectos personales.
—¿Qué pasa si no le recupero, señor Schitt?
—Bien —dijo mirando la hora—, si tiene alguna queja con respecto a la calidad de nuestra contrición, será mejor que se la plantee a su disculpador asignado. Yo ya no trabajo aquí. —Me dedicó una sonrisa desdeñosa, se puso el sombrero y se fue.
—¡Bien! —dijo el nuevo disculpador esquivando la mesa y repartiendo sus cosas por todo el despacho—. ¿Hay algo por lo que quería que nos disculpásemos?
—Por su empresa —musité.
—De corazón, sinceramente, sin reservas —respondió el disculpador con una voz que parecía sincera.