10 La señora Bigarilla

LA CEREMONIA DE QUEMA DE LIBROS DE KIERKEGAARD DEMUESTRA LA ESCASA POPULARIDAD DEL FILÓSOFO DANÉS

La pasada noche, el canciller Yorrick Kaine ofició la primera quema de literatura danesa en la que se incineraron ocho ejemplares de Temor y temblor, cantidad situada muy por debajo de las «treinta o cuarenta toneladas» que se esperaban. Cuando se le pidió que comentase la aparente falta de entusiasmo del público por quemar la filosofía danesa, Kaine explicó que «Kierkegaard es claramente menos popular de lo que creíamos, y merecidamente además… El siguiente será… ¡Hans Christian Andersen!». Kierkegaard no pudo hacer ningún comentario porque desconsideradamente se dejó morir hace años.

The Toad, 14 de julio de 1988

Cuando desperté a las dos de la mañana soñaba que un elefante que blandía una sierra mecánica se me había sentado en el pecho. Seguía completamente vestida con un Friday roncando encima. Lo devolví a la cuna y giré la lámpara de la mesa de noche hacia la pared para tamizar la luz. Mi madre, por razones que sólo ella conocía, había conservado mi dormitorio exactamente como yo lo había dejado al irme de casa. Sentía nostalgia e inquietud viendo lo que me interesaba cuando era una adolescente. Los chicos, la música, Jane Austen y las labores policiales; pero no especialmente por ese orden.

Me desvestí y me puse una camiseta larga. Miré la forma dormida de Friday, que emitía ruidos de succión con los labios.

—¡Calla! —dijo una voz cercana. Me volví. Allí, en la penumbra, había un erizo hembra enorme con delantal y gorro. Prestaba atención a la puerta y después de sonreírme de oreja a oreja se acercó a la ventana y miró fuera.

»¡Guau! —exclamó asombrada—. Las luces de la calle son de color naranja. ¡Nunca lo hubiese dicho!

—Señora Bigardía —dije—, ¡sólo he estado fuera dos días!

—Lamento molestarte. —Me hizo una reverencia apresurada y se puso a doblar distraídamente mi camisa, que yo había tirado al respaldo de una silla—, pero están pasando un par de cosas que me ha parecido que debía contarte… y dijiste que si tenía alguna duda…

—Vale… pero aquí no; despertaremos a Friday.

Así que nos escabullimos escaleras abajo, a la cocina. Bajé las persianas antes de encender la luz, porque la presencia de un erizo de metro ochenta con chal y cofia podría haber sido motivo de rumores en el vecindario… Hoy en día nadie lleva cofia en Swindon.

Le ofrecí a la señora Bigardía un sitio a la mesa. Aunque los habían dejado a ella, al emperador Zhark y a Bradshaw a cargo de Jurisficción en mi ausencia, ninguno de ellos poseía las cualidades de liderazgo necesarias para hacer por sí solo el trabajo. Y como el Consejo de Géneros se negaba a aceptar que mi ausencia fuese algo más que una «baja de enfermedad» no elegía a un nuevo Bellman.

—Bien, ¿qué pasa? —pregunté.

—¡Oh, señorita Next! —aulló, sus púas erizadas de disgusto—. ¡Por favor, vuelve!

—Aquí fuera tengo asuntos pendientes —le expliqué—, ¡todos lo sabéis!

Suspiró.

—Lo sé, pero el emperador Zhark tuvo una rabieta cuando le sugerí que pasara menos tiempo conquistando el universo y más en Jurisficción. La Reina Roja no se ocupa de nada posterior a 1867 y Vernham Deane está atado con la última novela de Daphne Farquitt. El comandante Bradshaw hace lo que le apetece, lo que me deja a mí al mando… y esta mañana alguien ha dejado un plato con leche y pan sobre mi mesa.

—Probablemente no ha sido más que una broma.

—Pues no me hace gracia —respondió indignada la señora Bigarilla.

—Por cierto —dije al ocurrírseme una idea—, ¿habéis descubierto de qué libro escapó Yorrick Kaine?

—Me temo que no. Ahora mismo el Gato busca en las novelas sin publicar del Pozo de las Tramas Perdidas, pero podría llevar tiempo. Ya sabes lo caóticas que son las cosas allá abajo.

—Demasiado bien —suspiré, pensando con una mezcla de nostalgia y alivio en mi antiguo hogar en la ficción inédita. En el Pozo es donde se construyen realmente los libros, donde los tramadores crean las historias que los autores creen que escriben. Puedes comprar dispositivos narrativos a precio de saldo y verbos al peso. Un lugar extraño, cierto.

—Vale —dije al fin—, será mejor que me cuentes qué pasa.

—Bien —dijo la señora Bigarilla, contando con la pata—. Esta mañana por el MundoLibro se ha extendido el rumor de un posible cambio en las leyes de copyright.

—No sé cómo empiezan esos rumores —respondí cansada—. ¿Hay algo de cierto?

—Qué va.

Se trata de un asunto delicado para los habitantes de MundoLibro. El paso a ser de dominio público, sin copyright, siempre ha sido una perspectiva temible para un personaje, e incluso contando con grupos de apoyo y cursos de capacitación para aliviar el golpe, la «menopausia narrativa» lleva su tiempo. El problema es que las leyes de copyright tienden a variar de un lugar del mundo a otro, y en ocasiones los personajes son de dominio público en un mercado y no en otros, lo que resulta confuso. Cabe además la posibilidad de que cambie la ley y personajes que se habían acostumbrado a ser de dominio público se encuentran de pronto sometidos a copyright, o viceversa. En el MundoLibro es palpable la inquietud que despiertan estos asuntos; basta con una chispa para provocar un altercado.

—Por tanto, ¿todo bien?

—Básicamente.

—Bien. ¿Algo más?

—Starbucks quiere abrir otro local en la serie los Hermanos Hardy.

—¿Otro? —pregunté sorprendida—. Ya tiene dieciséis. ¿Cuánto café creen que son capaces de beber? Diles que pueden abrir otro en La señora Dalloway y dos más en La era de la razón. Aparte de eso, nada más. ¿Qué más?

—El sastre de Gloucester necesita varios metros de seda rojo cereza para terminar la casaca bordada del alcalde… pero tiene un resfriado y no puede salir.

—¿Quiénes somos? ¿Una empresa de mensajería? Dile que mande a su gato Simplón.

—Vale.

Una pausa.

—No habrás venido hasta aquí para darme malas noticias sobre Kaine y hablarme del pánico por el copyright y la tela color cereza, ¿verdad?

Me miró y suspiró.

—Hay un problemilla con Hamlet.

—Lo sé. Pero ahora mismo le está haciendo un favor a mi madre. Lo enviaré de vuelta dentro de unos días.

—Bueno… —respondió nerviosa la erizo—. Es un pelín más complicado. Tal vez no sea mala idea mantenerlo aquí fuera más tiempo.

—¿Qué pasa? —pregunté suspicaz.

La señora Bigarilla adoptó una expresión triste.

—Bien, sabes que se han producido muchas protestas en Hamlet desde que Rosencrantz y Guildenstern consiguieron su propia obra.

—Sí.

—Justo después de irte, Ofelia dio un golpe de Estado aprovechando la ausencia de Hamlet. Importó un Hamlet B-6 de Shakespeare versionado por Lamb y le convenció para rehacer algunas de las escenas clave favoreciendo a Ofelia.

—¿Y?

—Bien —dijo la señora Bigarilla—, ahora se titula La tragedia de la hermosa Ofelia, enloquecida por el cruel Hamlet, príncipe de Dinamarca.

—Esa mujer siempre está tramando algo, ¿no? Yo la reprendería. Dile que vuelva a la fila o la acusaremos de una infracción de ficción de Clase II a tal velocidad que la cabeza le dará vueltas.

—Lo hemos intentado, pero Laertes volvió de París y apoyó la revolución. Juntos introdujeron algunos cambios más y ahora se llama: La tragedia del noble Laertes, que venga a su hermana, la hermosa Ofelia, enloquecida por el cruel y criminal Hamlet, príncipe de Dinamarca.

Me pasé los dedos por el poco pelo que me quedaba.

—Bien… ¿y arrestarlos a los dos?

—Demasiado tarde. Su padre Polonio tenía ganas de juerga y se les unió. También ha hecho cambios y ahora se titula La tragedia del muy ingenioso y en absoluto aburrido Polonio, padre del noble Laertes, que venga a su hermosa hermana Ofelia, enloquecida por el cruel, criminal y totalmente irrespetuoso Hamlet, príncipe de Dinamarca.

—¿Cómo resulta?

—¿Con Polonio? Muy… farragosa. Podríamos reemplazarlos a todos —añadió la señora Bigarilla—, pero cambiar a tantos personajes principales de golpe podría provocar daños irreparables. Ahora mismo lo último que nos hace falta es que Hamlet regrese y meta mano… ya sabes cómo se enfurece incluso si alguien propone cambiar una palabra.

—Vale —dije—, esto es lo que haremos. Todo esto sucede en la edición en folio de 1623, ¿no?

La señora Bigarilla asintió.

—Vale. Trasladad Hamlet, o como sea que se llame ahora, a un dispositivo narrativo que no se esté usando y activad una edición moderna de Hamlet para que todos en el Exterior la lean. Nos dará cierto margen sin que nadie tenga que ver la versión polonizada. No será la mejor obra, pero tendrá que valer. Horacio seguirá del lado de Hamlet, ¿verdad?

—Por supuesto.

—Entonces nombradle agente provisional de Jurisficción y que intente convencer a la familia de Polonio para que participe en una sesión de arbitraje. Mantenedme informada. Mientras tanto, yo intentaré que Hamlet esté entretenido aquí fuera.

Tomó nota.

—¿Eso es todo? —pregunté.

—A menos que necesites que te hagan la colada.

—Tengo una madre que se pelearía contigo por el derecho a hacer la colada. ¡Ahora, por favor, por favor, señora Bigarilla, debes dejarme resolver lo de Kaine y recuperar a mi marido!

—Tienes razón —dijo tras una breve pausa—. Nosotros controlaremos la situación.

—Genial.

—Vale.

—Bien… buenas noches.

—Sí —dijo la señora Bigarilla—, buenas noches.

Se quedó de pie en el linóleo de la cocina, entrelazando las garras y mirando al techo.

—Biga, ¿qué pasa?

—¡Es el señor Bigarilla! —soltó al fin—. ¡Anoche volvió a casa completamente conmocionado y oliendo a gases de escape dé coche! ¡Estoy preocupadísima!

Eran ya las tres de la mañana cuando me quedé a solas con mis pensamientos, un hijo dormido y un pañuelo empapado de lágrimas de erizo.