GOLIATH APOYA A KAINE Y AL PARTIDO WHIG
Ayer la Corporación Goliath reafirmó su apoyo al canciller Kaine en una fiesta para honrar al líder inglés. Durante una cena lujosa a la que asistieron más de quinientas personalidades importantes del comercio y los departamentos gubernamentales, Goliath aseguró su inquebrantable apoyo al canciller. En respuesta, Kaine agradeció cortésmente ese apoyo y anunció el proyecto de un paquete de medidas destinadas a ayudar a la Goliath en su cambio, muy deseable aunque difícil, a corporación basada en la fe, así como a financiar varios programas actuales de armamento, cuyos detalles han sido declarados secretos.
The Toad, 13 de julio de 1988
Cuando Hamlet y yo llegamos a casa un equipo de televisión de Swindon5 me esperaba en la acera.
—Señorita Next —dijo el periodista—, ¿puede decirnos dónde ha estado estos dos últimos años?
—Sin comentarios.
—Pueden entrevistarme a mí —dijo Hamlet, que había comprendido que allí fuera era un famoso.
—¿Y quién es usted? —preguntó el periodista, sin entender nada.
Yo le miré y se desinfló.
—Soy… soy… su primo Eddie.
—Muy bien, primo Eddie, ¿puedes decirnos dónde ha estado la señorita Next durante los últimos dos años?
—Sin comentarios.
Y recorrimos el camino del jardín hasta la puerta principal.
—¿Dónde has estado? —exigió saber mi madre en cuanto cruzamos el umbral.
—Siento llegar tarde, mamá. ¿Cómo le ha ido al pequeñín?
—Agotador. Dice que su tía Mel es una gorila que puede pelar plátanos con los pies colgada de una lámpara.
—¿Ha hablado?
Friday empleaba la ancestral e internacional señal infantil para pedir que lo cogiesen —levantar los brazos— y, cuando lo hice, me estampó un beso húmedo en la mejilla y se puso a parlotear de un modo ininteligible.
—No es que haya dicho mucho —admitió mamá—, pero me ha hecho un dibujo de la tía Mel bastante explícito.
—¿La tía Mel una gorila? —Reí, mirando el dibujo, que era claramente de… bien, un gorila—. ¡Vaya imaginación!
—Vaya que sí. Me lo encontré subido al aparador, dispuesto a columpiarse de las cortinas. Cuando le dije que eso no se hace me señaló el dibujo de la tía Mel, con lo que entiendo que ella le deja.
—Te deja, ¿eh? Es decir, que se columpió, vaya.
Pickwick entró con cara de disgusto, ataviado con un gorro de papel pegado con cinta adhesiva.
—Pickwick es un compañero de juegos muy tolerante —dijo mi madre, a quien evidentemente no se le daba muy bien entender las expresiones de los dodos.
—Tengo que buscarle una guardería. ¿Le has cambiado el pañal?
—Tres veces. Sale todo directamente, ¿no?
Olisqueé las perneras de sus pantalones.
—Sí. Directamente.
—Bien, tengo reunión con mi grupo de metal repujado —dijo, poniéndose el sombrero y cogiendo el bolso y las gafas de protección para soldar—, pero será mejor que te busques alguna cuidadora de confianza. Yo puedo ocuparme una hora de vez en cuando, pero no puedo días enteros… y la verdad es que no quiero cambiar más pañales.
—¿Crees que lady Hamilton cuidaría de él?
—Es posible. —Lo dijo en un tono que daba a entender todo lo contrario—. Puedes preguntárselo.
Abrió la puerta y recibió un plun furioso de Alan, que estaba algo de malas y arrancaba flores del jardín delantero. Con velocidad increíble, mi madre lo agarró por el cuello y entre plunes y a pesar de su resistencia furiosa le metió sin contemplaciones en el cobertizo y cerró la puerta con llave.
—¡Pajarraco horrible! —dijo mi madre, dándole un beso a Friday—. ¿Tengo el monedero?
—En el bolso.
—¿Llevo el sombrero?
—Sí.
Sonrió, me dijo que no debía molestar a Bismarck ni comprar nada a ningún vendedor puerta a puerta a menos que fuese una verdadera ganga, y se fue.
Cambié a Friday, luego le dejé que fuese a buscar algo que hacer. Preparé té para Hamlet y para mí. Hamlet había puesto la tele y miraba el canal Shakespeare de MOLE-TV. Yo me senté en el sofá y miré el jardín. Un mamut lo había destruido la última vez que había estado allí y comprobé que mi madre lo había replantado con especies no demasiado agradables al paladar de los Proboscidea; muy conveniente, teniendo en cuenta las migraciones. Mientras miraba, Pickwick pasó anadeando, posiblemente preguntándose dónde se había ido Alan. En términos de un día de trabajo, había logrado muy poco. Seguía siendo detective literario pero debía 20.000 libras y no estaba más cerca de recuperar a Landen.
Mi madre volvió como a las ocho y el primero de sus amigos de Erradicaciones Anónimas apareció a las nueve. Eran diez, y tan pronto como atravesaron la puerta se pusieron a charlar sobre los que describían como sus «perdidos». Emma Hamilton y yo no estábamos solas en eso de tener a cónyuges con problemas de existencia. Pero aunque daba la impresión de que Landen y el Horacio de Emma persistían en forma de recuerdos intensos, mucha gente no tenía tanta suerte. Algunos sólo tenían la vaga sensación de que debería haber alguien que no estaba. Para ser sincera, la verdad es que no quería estar allí, pero se lo había prometido a mi madre y vivía en su casa, por lo que no había más discusión.
—Gracias, damas y caballeros —dijo mi madre dando una palmada—. Si toman asiento podremos comenzar la reunión.
Todos se sentaron, provistos de té y Battenberg, y pusieron cara de expectación.
—Primero, me gustaría dar la bienvenida a un nuevo miembro de nuestro grupo. Como saben, mi hija ha estado fuera un par de años… ¡Me gustaría dejar claro que no ha estado en la cárcel!
—Gracias, madre —murmuré entre dientes mientras el grupo reía cortésmente, dando instantáneamente por supuesto que precisamente allí era donde había estado.
—Y ha aceptado amablemente unirse a nuestro grupo y decir unas palabras. ¿Thursday?
Respiré hondo, me puse en pie y dije apresuradamente:
—Hola a todos. Me llamo Thursday Next y mi esposo no existe.
Aplausos y alguien dijo:
—Así se hace, Thursday.
No se me ocurrió nada más que pudiese, o quisiese, decir, así que me senté. En silencio, todos me miraron, esperando con amabilidad a que siguiese hablando.
—Eso es todo. Final de la historia.
—¡Brindo por ello! —dijo Emma, mirando con tristeza el armarito cerrado de las bebidas.
—Eres muy valiente —dijo la señora Beatty, que estaba sentada a mi lado. Me tocó la mano con amabilidad—. ¿Cómo se llamaba?
—Landen. Landen Parke-Laine. La CronoGuardia lo asesinó en el año 1947. Mañana iré al Disculpatorio de Goliath para intentar invertir la erradicación.
Murmullos.
—¿Qué pasa?
—Debes comprender —dijo un hombre alto y dolorosamente delgado que hasta el momento había guardado silencio—, que para avanzar en este grupo debes empezar a aceptar que se trata de un problema de memoria… no hay Landen; simplemente piensas que lo hay.
—Aquí todo está muy seco, ¿no? —musitó Emma sin la menor sutileza, mientras seguía mirando el armario de las bebidas.
—Yo era como tú —dijo la señora Beatty, que había dejado de tocarme la mano y se había puesto a hacer punto otra vez—. Tenía una vida maravillosa con Edgar y luego, una mañana, me despierto en otra casa con Gerald a mi lado. No me creyó cuando le expliqué el problema, y tomé medicación durante diez años hasta que llegué aquí. Sólo ahora, en compañía de vosotros, estoy empezando a comprender que no es más que una enfermedad de mi cabeza.
Me sentí horrorizada.
—¿Madre?
—Es algo a lo que debemos enfrentarnos, querida.
—Pero papá te visita, ¿no?
—Bien, creo que lo hace —dijo, concentrándose—. Pero, por supuesto, cuando se va no es más que un recuerdo. No hay ninguna prueba real de que exista.
—¿Qué hay de mí? ¿Y de Joffy? ¿Incluso de Anton? ¿Cómo nacieron sin papá?
Se encogió de hombros, enfrentada a la paradoja.
—Quizá, después de todo, no se trate más que de una indiscreción juvenil que luego expurgué de mi mente.
—¿Y Emma? ¿Y Bismarck? ¿Cómo explicas que estén aquí?
—Bien —dijo mi madre, concentrándose de veras—, estoy segura de que hay una explicación racional… en algún lugar.
—¿Eso es lo que enseña este grupo? —pregunté indignada—. ¿A negar los recuerdos de los seres queridos?
Miré a los reunidos, que aparentemente se habían rendido a la desesperada paradoja en la que vivían cada minuto de sus vidas. Abrí la boca para intentar describir con elocuencia cómo sabía yo que había estado casada con Landen cuando comprendí que perdía el tiempo. No había nada, nada en absoluto, que indicase que era algo más que un estado de mi mente. Suspiré. Para ser sincera, estaba en mi mente. No había sucedido. Sólo tenía recuerdos de cómo podría haber pasado. El hombre alto y delgado, el realista, empezaba a convencerlos a todos de que no eran víctimas de un deslizamiento temporal sino que estaban locos.
—Quieren pruebas…
Me interrumpió una llamada insistente a la puerta principal. Quienes fuesen, no perdieron el tiempo; se limitaron a entrar en casa hasta el salón. Era una mujer de mediana edad vestida con un traje estampado de flores que sostenía la mano de un hombre confundido y bastante avergonzado.
—¡Hola, grupo! —dijo con alegría—. ¡Es Ralph! ¡Le he recuperado!
—¡Ah! —dijo Emma—. ¡Eso es digno de celebrarse!
Todos pasaron de ella.
—Lo siento —dijo mi madre—, ¿no se ha equivocado de casa? ¿O de grupo de autoayuda?
—No, no —aseguró la mujer—. Soy Julie, Julie Aseizer. ¡Todas las semanas, desde hace tres años, participo en este grupo!
Se hizo el silencio. Sólo se oía el tintineo de las agujas de calceta de la señora Beatty.
—Bien, yo no la he visto nunca —anunció el hombre alto y delgado. Miró al grupo—. ¿Alguien la reconoce?
Todos cabecearon.
—Supongo que se cree muy graciosa, ¿no? —dijo con furia el hombre delgado—. Este es un grupo de autoayuda para personas con graves aberraciones de la memoria y, la verdad, no me parece ni divertido ni constructivo que se burle de nosotros. ¡Por favor, váyase!
La mujer se quedó inmóvil un momento, mordiéndose el labio, pero habló su marido.
—Vamos, querida, te llevo a casa.
—¡Pero espera…! —dijo ella—. Ahora que él ha vuelto todo es como era y yo no habría tenido necesidad de venir a este grupo, así que no lo hice… sin embargo, lo recuerdo…
Dejó de hablar lentamente y su marido la abrazó cuando se echó a llorar. La llevó fuera, deshaciéndose en disculpas.
Tan pronto como se hubieron marchado el hombre delgado se sentó indignado.
—¡Una situación lamentable! —gruñó.
—Mucha gente considera esta vieja broma divertida —añadió la señora Beatty—. Ésta es la segunda vez en lo que va de mes.
—Me ha dado una sed terrible —añadió Emma.
—Quizá —sugerí—, deberían formar un grupo de autoayuda para ellos… Podrían llamarlo Erradicaciones Anónimas Anónimas.
Nadie le vio la gracia y oculté la sonrisa. Después de todo, era posible que Landen y yo tuviésemos nuestra oportunidad.
A partir de aquel momento ya no participé demasiado en el grupo, y la verdad es que la conversación se alejó pronto de las erradicaciones y se centró en cuestiones más mundanas, como la última tanda de programas de televisión que había florecido en mi ausencia. ¡Nombra esa fruta con famosos! Presentado por Frankie Saveloy tenía uno de los mayores índices de audiencia, como Tostadoras del infierno y ¡Te han grapado!, una recopilación de los accidentes de papelería más graciosos de Inglaterra. Emma había renunciado a toda sutileza y atacaba la cerradura del armarito con un destornillador cuando Friday emitió los gritos ultrasónicos que sólo oyen los padres —te hace comprender cómo es posible que las ovejas sepan qué cordero es el suyo— y, agradecida, me disculpé. Estaba de pie en la cuna agitando los barrotes, así que lo saqué y le leí hasta que los dos nos quedamos dormidos.
«¿Pretende decirme, señor Holmes, que nos hemos confundido de libro?»