2 Nada como el hogar

Swindon, Wessex, Inglaterra, fue el lugar donde nací y viví hasta que me marché para unirme a los detectives literarios de Londres. Regresé diez años más tarde y me casé con mi antiguo novio, Landen Parke-Laine. La Corporación Goliath le asesinó a la edad de dos años para chantajearme. Surtió efecto, los ayudé… pero no recuperé a mi esposo. Curiosamente, conservé a mi hijo, Friday; ése es uno de los aspectos extraños y paradójicos del viaje en el tiempo que mi padre comprende pero yo no. Dos años después Landen seguía muerto y, a menos que yo lo resolviese pronto, tal vez permaneciese así para siempre.

THURSDAY NEXT,

Thursday Next, una vida en OpEspec

Dos semanas más tarde, en una luminosa y despejada mañana de mediados de julio, me encontraba en la esquina de Broome Manor Lane, en Swindon, en la acera de enfrente de casa de mi madre, con un niño pequeño en una sillita, dos dodos, el príncipe de Dinamarca, un corazón inquieto y el pelo demasiado corto. El Consejo de Géneros no se había tomado demasiado bien mi renuncia. Es más, se negaron a aceptarla y a cambio me ofrecieron un permiso indefinido, con la esperanza algo ilusoria de que pudiera volver si lo de actualizar a mi esposo «no salía bien». También sugirieron que podía intentar resolver lo del ficcionauta huido Yorrick Kaine, con quien ya me había encontrado dos veces en el pasado.

Hamlet había sido añadido a última hora al plan. Cada vez más preocupado por las noticias de que en el Exterior se le podía considerar «indeciso», había solicitado permiso para comprobarlo personalmente. Era algo muy raro, ya que a los personajes ficticios rara vez les importa la opinión pública, pero si Hamlet no tuviese nada de lo que preocuparse se preocuparía de no tener nada de lo que preocuparse, y ya que se trataba de la estrella indiscutible de Shakespeare y había perdido una vez más el galardón anual al protagonista romántico más turbulento frente a Heathcliff en los premios MundoLibro de ese año, el Consejo de Géneros consideraba que debía hacer algo para calmarle. Además, Jurisficción llevaba tiempo intentando convencerle para que fuese la fuerza policial en el drama isabelino desde que sir John Falstaff se había retirado por motivos de «buena salud», y se consideraba que un viaje al Exterior podría contribuir a persuadirle.

—¡Es extraño! —comentó, mirando el sol, los árboles, las casas y el tráfico—. ¡Haría falta una rapsodia desenfrenada y turbulenta para hacer justicia a todo lo que presencio!

—Aquí fuera vas a tener que hablar en inglés.

—¡Harían falta —me explicó Hamlet, señalando con las manos una calle de Swindon bastante inocua— millones de palabras para describir correctamente todo esto!

—Tienes razón. Así es. Ésa es la magia de la tecnología libresca de ImaginoTransferencia —le dije—. Un par de docenas de palabras conjuran una imagen completa. Pero sinceramente, es el lector quien hace la mayor parte del trabajo.

—¿El lector? ¿Qué tiene que ver?

—Bien, cada interpretación de un acontecimiento, entorno o personaje es única para la persona que lo lee porque dicha persona reviste la descripción del autor con recuerdos extraídos de su propia experiencia. Todo personaje que leen es en realidad una amalgama compleja de personas que han conocido, leído o visto… mucho más real de lo que es posible crear simplemente a partir del texto de la página. Dado que las experiencias de cada lector son diferentes, cada libro es único para cada lector.

—Por tanto —respondió el danés concentrándose—, ¿dice que cuanto más complejo y aparentemente contradictorio es un personaje, mayores son las interpretaciones posibles?

—Sí. Es más, yo diría que cada vez que la misma persona lee el mismo libro, éste es diferente… ¡porque las experiencias del lector han cambiado o se encuentra en un estado mental diferente!

—Bien, eso explica por qué nadie logra interpretarme. Después de cuatrocientos años nadie puede decidir, exactamente, cuáles son mis motivaciones —dejó de hablar un momento y suspiró con tristeza—. Ni siquiera yo. Uno diría que soy religioso, verdad, con todo eso de no querer matar al tío Claudio cuando reza y demás.

—Sí.

—Yo también lo creía. Por tanto, ¿por qué empleo esa frase atea de «no existe lo bueno y lo malo, es sólo el pensamiento el que decide»? ¿A qué viene eso?

—¿Quieres decir que no lo sabes?

—De veras, estoy tan confundido como cualquiera.

Miré fijamente a Hamlet y éste se encogió de hombros. Había tenido la esperanza de que me aclarase algunas de las contradicciones de la obra, pero ya no estaba tan segura.

—Quizá —dije pensativa— por eso nos gusta. Hay un Hamlet para cada uno.

—Bien —bufó apenado el danés—, para mí es un misterio. ¿Crees que me vendría bien ir a terapia?

—No estoy segura. Mira, ya casi estamos en casa. Recuerda: para todo el mundo excepto para mi familia eres… ¿quién eres?

—El primo Eddie.

—Genial. Vamos.

La casa de mamá era una propiedad de buenas proporciones situada en el sur de la ciudad, pero sin otro encanto que el que se deriva de una larga relación. Había pasado mis primeros dieciocho años allí, y todos los aspectos de la gran casa me resultaban familiares. Desde el árbol del que me había caído, rompiéndome la clavícula, hasta el sendero del jardín donde había aprendido a montar en bicicleta. Nunca me había dado cuenta, pero la empatía con lo familiar se incrementa con la edad. La casa me resultaba más cálida que en ningún otro momento de mi vida.

Respiré hondo, levanté la maleta y crucé la carretera empujando la silla. Pickwick, mi dodo de compañía, me seguía acompañada de su desobediente hijo Alan, anadeando de mal humor.

Llamé al timbre de mamá y, al cabo de un minuto, un párroco con algo de sobrepeso, pelo castaño corto y gafas abrió la puerta.

—¿Ésa es Bodoque…? —dijo al verme, sonriendo de pronto—. ¡Por la DEG, es Bodoque!

—Hola, Joffy. Cuánto tiempo.

Joffy era mi hermano. Era pastor de la religión de la Deidad Estándar Global, y aunque habíamos tenido nuestras diferencias, ya estaban más que olvidadas. Estaba encantada de verle. Y él de verme a mí.

—¡Guau! —dijo—. ¿Qué es eso?

—Eso es Friday —le expliqué—. Tu sobrino.

—¡Guau! —respondió Joffy, soltando a Friday de la silla y levantándolo—. ¿Siempre tiene el pelo así?

—Probablemente sea un efecto secundario del desayuno.

Friday miró a Joffy un momento, se sacó los dedos de la boca, se los pasó por la cara, se los volvió a guardar y le ofreció a Joffy su oso polar, Poley.

—Qué mono, ¿no? —dijo Joffy, subiendo y bajando a Friday y dejando que le tirase de la nariz—. Aunque un poco, bueno, pegajoso. ¿Habla?

—No mucho. Pero piensa un montón.

—Como Mycroft. ¿Qué te ha pasado en la cabeza?

—¿Te refieres al corte de pelo?

—¡Eso es! —comentó Joffy—. Creía que te habías bajado las orejas o algo parecido. Es un poco… eh… un poco exagerado, ¿no?

—Tuve que sustituir a Juana de Arco. Siempre es difícil encontrar sustitutos.

—Comprendo la razón —exclamó Joffy, mirando todavía incrédulo mi corte tazón de leche—. ¿Por qué no te rapas al cero y empiezas de nuevo?

—Este es Hamlet —dije, presentándole antes de que empezase a sentirse incómodo—, pero estamos aquí de incógnito, así que estoy diciendo que es mi primo Eddie.

—Joffy —dijo Joffy—, hermano de Thursday.

—Hamlet —dijo Hamlet—, príncipe de Dinamarca.

—¿Danés? —dijo Joffy sorprendido—. Yo no lo iría contando por ahí si fuese tú.

—¿Por qué?

—¡Cariño! —dijo mi madre apareciendo detrás de Joffy—. ¡Has vuelto! ¡Por todos los… qué pelo!

—Es cosa de Juana de Arco —explicó Joffy—, está de moda. A las pasarelas les encantan los mártires, ya sabes… ¿Recuerdas el look de Edith Cavel/Tolpuddle en el número de Femole del mes pasado?

—Vuelve a decir tonterías, ¿verdad?

—Sí —dijimos mamá y yo al unísono.

—Hola, mamá —dije, abrazándola—, ¿recuerdas a tu nieto?

Lo tomó en brazos y comentó lo mucho que había crecido. Era de lo más improbable que hubiese encogido pero sonreí igualmente. Intentaba visitar el mundo real tan a menudo como podía, pero llevaba seis meses sin lograrlo.

Cuando casi se hubo desmayado hiperventilando de tanto exclamar «oooh» y «aaah» y Friday había dejado de mirarla dubitativamente, nos invitó a pasar.

—Tú te quedas aquí —le dije a Pickwick—, y no dejes que Alan se porte mal.

Era demasiado tarde. Alan, a pesar de su pequeño tamaño, ya había aterrorizado a Mordecai y a los otros dodos para que le obedeciesen. Todos temblaban de miedo bajo las hortensias.

—¿Vas a quedarte mucho tiempo? —preguntó mi madre—. Tu cuarto está como lo dejaste.

Se refería a como lo dejé cuando tenía diecinueve años, pero consideré que sería descortés decirlo. Le expliqué que me gustaría quedarme hasta al menos haber conseguido un apartamento, le presenté a Hamlet y le pregunté si él también se podía quedar durante unos días.

—¡Claro que sí! Lady Hamilton ocupa el dormitorio de invitados y el encantador señor Bismarck está en el ático, así que puede usar el trastero.

Mi madre tomó la mano de Hamlet y le saludó de corazón.

—¿Cómo está usted, señor Hamlet? ¿De dónde ha dicho que es príncipe?

—De Dinamarca.

—¡Ah! Nada de visitas a partir de las siete y el desayuno se acaba a las nueve en punto. Espero que los invitados se hagan la cama y, si tiene colada, puede dejarla en el cesto de mimbre del descansillo. Encantada de conocerle. Soy la señora Next, la madre de Thursday.

—Yo tengo madre —respondió Hamlet con tristeza mientras se inclinaba para besar la mano de mi madre—. Comparte la cama de mi tío.

—En ese caso, deberían comprar otra —respondió mi madre, tan práctica como siempre—. Dicen que en IKEA hay muy buenas ofertas. Yo no compro allí, porque no me gusta eso de tener que montarlo… es decir, ¿qué sentido tiene pagar por algo que debes fabricar tú? Pero a los hombres les gusta precisamente por esa razón. ¿Le apetece Battenberg?

—¿Wittenberg?

—No, no. Battenberg.

—¿Sobre el río Eder? —preguntó Hamlet, confundido por el salto conversacional de mi madre de los muebles que montas tú mismo al pastel.

—No, tonto, sobre una blonda… cubierto de mazapán.

Hamlet se inclinó hacia mí.

—Tengo la impresión de que es posible que tu madre esté loca… y yo sé de eso.

—Acabarás acostumbrándote a su forma de hablar —dije, dándole una palmada en el brazo.

Recorrimos el pasillo hasta llegar al salón, donde, tras lograr separar los dedos de Friday de los abalorios de mamá, conseguimos sentarnos.

—¡Cuéntame las novedades! —exclamó mi madre mientras yo recorría el salón con la mirada, intentando descubrir todos los peligros potenciales para un niño de dos años.

—¿Por dónde empiezo? —pregunté, retirando un jarrón de flores que había sobre la tele antes de que Friday tuviese la oportunidad de echárselo por encima—. He tenido que hacer un montón de cosas antes de venir. Hace dos días estaba en Camelot intentando resolver algunos problemas matrimoniales y el día anterior… cariño, eso no se toca… negociaba un problema de compensación laboral con el sindicato de orcos.

—¡Cielo! —respondió mi madre—. Debes estar muriéndote por una taza de té.

—Por favor. Puede que MundoLibro sea el mejor lugar para encontrar caracterizaciones o narrativa explosiva, pero allí no se puede conseguir una taza de té decente ni por todo el bourbon de Hemingway.

—¡Yo lo preparo! —dijo Joffy—. Vamos, Hamlet, háblame de ti. ¿Tienes novia?

—Sí… pero está majara.

—¿En el sentido positivo o negativo?

Hamlet se encogió de hombros.

—En ninguno de los dos… simplemente majara. Pero su hermano… ¡por todos los cielos! ¡Salta a la mínima…!

La conversación se perdió en la cocina.

—¡No olvides el Battenberg! —gritó mi madre.

Abrí la maleta y saqué algunos juguetes que me había dado la señora Bradshaw. Melanie había cuidado en muchas ocasiones de Friday porque ella y el comandante Bradshaw no tenían hijos, con eso de que Melanie era una gorila de montaña, así que había mimado a Friday. Tenía sus aspectos positivos: siempre se comía la verdura y le encantaba la fruta, pero sospechaba que se subían a los muebles cuando yo no estaba por allí, y en una ocasión me había encontrado a Friday intentando pelar un plátano con los pies.

—¿Cómo te trata la vida? —pregunté.

—Mejor ahora que te he visto. Me siento muy sola con Mycroft y Polly de viaje en la decimocuarta Conferencia Anual de Científicos Locos. Si no fuese por Joffy y su compañero Miles, que se pasan todos los días, Bismarck y Emma, la señora Beatty de aquí al lado, Erradicaciones Anónimas, mi clase de repujado en metal y esa terrible señora Daniels, estaría completamente sola. ¿Es normal que Friday esté subido al aparador?

Me volví, di un salto, agarré a Friday por los tirantes de los pantalones y delicadamente le quité las dos copas de vino de cristal de sus manos inquisitivas. Le enseñé los juguetes y le senté en medio de la sala. Allí se quedó tres segundos antes de irse hacia DH82, el tilacino holgazán de mamá, que dormía en un sofá cercano.

DH82 gritó cuando Friday le tiró juguetonamente de los bigotes. A continuación el tilacino se puso en pie, bostezó y se fue en busca de la cena. Friday le siguió. Y yo seguí a Friday.

—¿… en la oreja? —decía Joffy cuando entramos en la cocina—. ¿Eso funciona de verdad?

—Aparentemente —respondió el príncipe—, le encontramos muerto como una piedra.

Recogí a Friday, que estaba a punto de servirse parte de la comida de DH82, y me lo llevé al salón.

—Lo siento —me expliqué—, está en la época de querer tocarlo todo. Háblame de Swindon. ¿Ha cambiado mucho?

—La verdad es que no. La decoración navideña ha mejorado mucho, hay una línea de Skyrail que pasa por el centro Brunel y ahora tiene veintiséis supermercados diferentes.

—¿Los residentes comen tanto?

—Hacemos lo que podemos.

Joffy regresó con Hamlet y colocó la bandeja en el centro.

—Ese pequeño dodo tuyo es terrorífico. Ha intentado atacarme cuando no miraba.

—Probablemente lo has asustado. ¿Cómo está papá?

Joffy, para el que ése era un tema delicado, decidió no participar y se puso a jugar con Friday.

—¡Venga, jovencito! —dijo—, vámonos de borrachera y a jugar al billar.

—Hace tiempo que tu padre quiere hablar contigo —dijo mi madre tan pronto como Joffy y Friday se fueron—. Como probablemente has supuesto, vuelve a tener problemas con Nelson. A veces regresa apestando a cordita, y la verdad es que no me apetece mucho que esté relacionándose con esa Emma Hamilton.

Mi padre era una especie de caballero andante que viajaba en el tiempo. Había sido miembro de OE-12, la agencia encargada de vigilar la línea temporal: la CronoGuardia. Había renunciado por diferencias sobre cómo se controlaba la línea temporal histórica y se había convertido en un renegado. La CronoGuardia decidió que era demasiado peligroso y le erradicó por medio de una muy precisa llamada a la puerta la noche de su concepción; en su lugar nació mi tía April.

—Por tanto, ¿Nelson murió en la batalla de Trafalgar? —pregunté, recordando los anteriores problemas de papá con la línea temporal.

—Sí —respondió—, pero no estoy segura de que eso fuese lo que debía pasar. Por eso tu padre «dice» que debe trabajar tan estrechamente con Emma.

Emma, evidentemente, era lady Emma Hamilton, la consorte de Nelson. Había avisado a mi padre de la erradicación de Nelson. Llevaba diez años casada con lord Nelson y sin solución de continuidad era una alcohólica arruinada que vivía en Calais. Tuvo que ser una conmoción. Mi madre se inclinó hacia mí.

—Entre nosotras, empiezo a pensar que Emma es un poco… ¡Emma! ¡Qué agradable verte!

En la puerta había una mujer alta de cara rubicunda vestida con un traje de encaje que había visto tiempos mejores. A pesar de los estragos de una larga y dañina relación con la botella, se apreciaban en ella los restos de un gran encanto y una tremenda belleza. De joven debía de ser deslumbrante.

—Hola, lady Hamilton —dije, levantándome para darle la mano—, ¿cómo va el marido?

—Sigue muerto.

—El mío también.

—Jopé.

—¡Ah! —exclamé, preguntándome dónde habría aprendido lady Hamilton esa palabra, aunque, pensándolo bien, probablemente conociese algunas bastante peores—. Éste es Hamlet.

—Emma Hamilton —dijo, echando una ojeada al incuestionablemente guapo danés y ofreciéndole la mano—, lady.

—Hamlet —respondió él, besando la mano ofrecida—, príncipe.

Las pestañas de Emma aletearon brevemente.

—¿Un príncipe? ¿De algún lugar que yo conozca?

—Pues de Dinamarca.

—Mi… antiguo novio bombardeó Copenhague sin piedad en 1801. Dijo que los daneses habían resistido muy bien.

—A los daneses nos gusta una buena pelea, lady Hamilton —respondió el príncipe con grandes dosis de encanto—, aunque yo no soy de Copenhague. Soy de una pequeña ciudad costera… Elsinore. Allí tenemos un castillo. No es muy grande. Apenas tiene sesenta habitaciones, una guarnición de menos de doscientos hombres. Un poco deprimente en invierno.

—¿Está encantado?

—Tiene un fantasma, que yo sepa. ¿Qué hacía su antiguo novio cuando no bombardeaba a los daneses?

—Oh, no mucho —dijo ella despreocupadamente—. Luchaba contra los franceses y los españoles. Fue dejando partes de su cuerpo por toda Europa… era lo que se consideraba normal en su época.

Se produjo una pausa mientras se miraban. Emma se puso a abanicarse.

—¡Cielos! —murmuró—. ¡Lo de hablar de partes del cuerpo me ha acalorado!

—¡Alto! —dijo mi madre, poniéndose en pie de un salto—. ¡Ya basta! ¡No voy a permitir ese tipo de insinuaciones sexuales en mi casa!

Hamlet y Emma parecieron sorprendidos por el estallido de mi madre, pero yo logré llevarla a un lado y susurrarle:

—¡Madre! No seas tan dura… Después de todo, los dos están solteros y, si Hamlet se interesa por Emma, ella podría perder el interés en otra persona.

—¿Otra… persona?

Casi podían oírse los engranajes de su cabeza. Después de una larga pausa respiró profundamente, se volvió hacia ellos y les dedicó una amplia sonrisa.

—Queridos, ¿por qué no hablan en el jardín? Hay una agradable brisa fresca y el niche d'amour del jardín de rosas es muy bonito en esta época del año.

—¿Quizás es un buen momento para tomar una copa? —preguntó Emma esperanzada.

—Quizá —respondió mi madre, quien evidentemente intentaba mantener a lady Hamilton lejos de la botella.

Emma no respondió. Simplemente le ofreció el brazo a Hamlet, que lo aceptó graciosamente y estaba a punto de dirigirla hacia las puertas abiertas que daban al patio cuando Emma le detuvo con un murmullo de:

—Son puertas francesas. —Y se lo llevó por la cocina.

—Como decía —dijo mi madre al sentarse—, Emma es una chica encantadora. ¿Pastel?

—Por favor.

—Aquí tienes —dijo pasándome el cuchillo—, sírvete tú misma.

—Cuéntame —dije mientras me cortaba un trozo de Battenberg—, ¿Landen ha regresado?

—Ése es tu marido erradicado, ¿no es así? —respondió con dulzura—. No, me temo que no. —Me sonrió para darme ánimo—. Deberías venir a una de mis veladas de Erradicaciones Anónimas… tenemos reunión mañana por la noche.

En común con mi madre, yo tenía un marido cuya realidad había sido eliminada del aquí y el ahora. Al contrario que mi madre, cuyo marido aparecía de vez en cuando en el flujo temporal, yo tenía un marido, Landen, que sólo existía en mis sueños y recuerdos. Nadie más le recordaba o sabía de él. Mamá sólo sabía lo que yo le había contado. Para todos los demás, incluidos los padres de Landen, yo sufría una demencia extraña. Pero el padre de Friday era Landen, a pesar de no existir, de la misma forma que mis hermanos y yo habíamos nacido a pesar de que mi padre no existía. El viaje en el tiempo es así. Está repleto de paradojas inexplicables.

—Le recuperaré —murmuré.

—¿A quién?

—A Landen.

Joffy entró del jardín con Friday, quien, al igual que todos los niños de su edad, no comprendía por qué los adultos no podían jugar al avión todo el día. Le di un trozo de Battenberg, que dejó caer por las ganas que tenía de comérselo. El habitualmente letárgico DH82 abrió un ojo, se comió el pastel y se volvió a quedar dormido en menos de tres segundos.

Lorem ipsum dolor sit amet! —gritó Friday indignado.

—Sí, ha sido impresionante, ¿verdad? —admití—. Apuesto a que jamás has visto a Pickwick moverse a tal velocidad… ni siquiera por un malvavisco.

Nostrud laboris nisi et commodo consequat —respondió Friday todavía más indignado—. Excepteur sint cupidatat non proident!

—Te está bien empleado —le dije—. Toma un sándwich de pepino.

—¿Qué ha dicho mi nieto? —preguntó mi madre mirando fijamente a Friday, que intentaba comerse el sándwich de un bocado mientras ofrecía un espectáculo desagradable.

—Oh, simplemente recita el Lorem ipsum. No dice nada más.

—El Lorem… ¿qué?

—El Lorem ipsum. Es texto falso que los impresores y tipógrafos usan en los ejemplos de diseño. No sé dónde lo aprendió. Es una consecuencia de vivir dentro de los libros, supongo.

—Comprendo —dijo mi madre, sin entender nada.

—¿Cómo están los primos? —pregunté.

—Wilbur y Orville dirigen conjuntamente MycroTech —respondió Joffy mientras me pasaba una taza de té—. Cometieron algunos errores mientras Mycroft estuvo fuera, pero creo que ahora los tiene bien controlados.

Wilbur y Orville eran los dos hijos de mis tíos. A pesar de tener los padres más inteligentes que se pudiese desear, ellos eran casi madera maciza de cuello para arriba.

—Pásame el azúcar, por favor. ¿Algunos errores?

—La verdad es que muchos. ¿Recuerdas el dispositivo para borrar la memoria de Mycroft?

—Sí y no.

—Bien, abrieron una cadena de centros de borrado llamada Recuerdos Fuera. Ibas y te quitaban los recuerdos desagradables.

—Supongo que era lucrativo.

—Muy lucrativo… hasta cometer el primer error. Lo que era, teniendo en cuenta quiénes son esos dos, no tanto una posibilidad como una cuestión de cuándo sucedería.

—¿Puedo preguntar qué pasó?

—Creo que fue el equivalente de hacer que accidentalmente una aspiradora se ponga a expulsar. Una tal señora Worthing fue a la sucursal de Swindon para borrar todo recuerdo de su primer matrimonio fallido.

—¿Y…?

—Bien, accidentalmente la cargaron con los recuerdos indeseados de setenta y dos rolletes de una noche, varias discusiones a consecuencia del alcohol, quince vidas malgastadas y casi mil episodios de ¡Nombra esa fruta! Iba a poner una demanda, pero llegó a un acuerdo a cambio del nombre y la dirección de uno de los hombres cuyas aventuras tenía en la mente. Por lo que sé, se han casado.

—Me gustan las historias con final feliz —intervino mi madre.

—En cualquier caso —añadió Joffy—, Mycroft les prohibió que lo volviesen a usar y a cambio les dio el coche camaleón para que lo vendiesen. Pronto estará en los concesionarios… si la Goliath no les roba la idea.

—¡Ah! —dije, tomando otro bocado de pastel—. ¿Y qué tal está mi multinacional más odiada?

Joffy puso los ojos en blanco.

—Tramando nada bueno, claro. Intentan pasarse a un sistema de gestión empresarial basado en la fe.

—¿Convertirse en… religión?

—Lo anunciaron el mes pasado, a propuesta de su propio precog corporativo, la hermana Bettina de Stroud. Planean cambiar la jerarquía corporativa a una estructura de múltiples deidades con sus propios dioses, semidioses, sacerdotes, lugares de culto y libros de oración. En la nueva Goliath, los empleados no recibirán como paga algo tan terrenal como el dinero, sino fe: en forma de cupones que podrán cambiar por bienes y servicios en cualquier tienda de la Goliath. Cualquiera que tenga acciones de la Goliath las canjeará, en términos muy favorables, por esos «cupones de fe», y todos adorarán a los miembros de los escalafones superiores de la Goliath.

—¿Y qué obtienen a cambio los «devotos»?

—Bien, la cálida sensación de pertenecer a algo, protección frente a los males del mundo y una recompensa en la otra vida… oh, y creo que también se incluye una camiseta.

—Muy típico de la Goliath.

—¿Verdad que sí? —Joffy sonrió—. Adorando en los santos lugares del consumo. Cuanto más gastes, más cerca estarás de su «dios».

—¡Horrible! —exclamé—. ¿Hay alguna buena noticia?

—¡Claro que sí! Los Mazos de Swindon van a derrotar a los Machacadores de Reading y ganarán la Superhoop de este año.

—¡Estás de broma!

—En absoluto. La victoria de Swindon en la Superhoop es parte de la Séptima Revelación, incompleta, de san Zvlkx. Dice así: «Se producirá una victoria local en los campos de juego de Swindonne en diecinueve cien y ochenta y ocho, y en consecuencia…» El resto se ha perdido, pero está muy claro.

San Zvlkx era el santo de Swindon, y todo niño educado le conocía, incluyéndome a mí. Sus Revelaciones habían sido objeto de muchas conjeturas a lo largo de los años, por una muy buena razón: eran asombrosamente precisas. Aun así, yo me sentía escéptica… sobre todo en lo concerniente a los Mazos de Swindon ganando la Superhoop. El equipo de la ciudad, a pesar de una actuación sorprendente en la final de hacía unos años y al talento innegable del capitán del equipo, Roger Kapok, era probablemente el peor del país.

—Es muy improbable, ¿no? Es decir, san Zvlkx desapareció… ¿en 1292?

Pero ni a Joffy ni a mi madre les pareció gracioso.

—Sí —dijo Joffy—, pero podemos preguntárselo para confirmarlo.

—¿Podemos? ¿Cómo?

—Según su Sexta Revelación, resucitará espontáneamente a las nueve y diez de pasado mañana.

—¡Pero eso es asombroso!

—Asombroso pero no existen precedentes —respondió Joffy—. Los videntes del siglo XIII han estado apareciéndose por todas partes. Dieciocho veces en los últimos seis meses. Zvlkx despertará el interés de los fieles y los Amigos, pero probablemente las cadenas de televisión no le presten mucha atención. Los índices de audiencia del regreso del hermano Velobius la semana pasada ni siquiera se acercaron a los de la reposición de Bonzo el perro maravilla en otro canal.

Pensé un momento de silencio.

—Ya basta de Swindon —dijo mi madre, que tenía buen olfato para los chismes… sobre todo si eran los míos—. ¿Qué te ha pasado a ti?

—¿Cuánto tiempo tienes? Lo que he estado haciendo daría para varios libros.

—Entonces… empecemos por la razón de tu regreso.

Así que les expliqué la presión de ser la responsable de Jurisficción y lo molestos que podían ser a veces los libros, y Friday y Landen, y las raíces ficticias de Yorrick Kaine. Al oírlo, Joffy dio un respingo.

—Kaine… ¿es ficticio?

Asentí.

—¿A qué viene el interés? La última vez que estuve aquí era un antiguo miembro caído en desgracia del partido whig.

—Ya no lo es. ¿De qué libro ha salido?

Me encogí de hombros.

—Ya me gustaría saberlo. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Joffy y mamá intercambiaron miradas nerviosas. Cuando mi madre se interesa por la política está claro que las cosas van mal.

—Algo huele a podrido en Inglaterra —murmuró mi madre.

—Y ese algo es el canciller inglés Yorrick Kaine —añadió Joffy—, pero no te lo aseguro. A las ocho de esta noche sale en La hora de esquivar las preguntas de la Toad News Network, aquí mismo, en Swindon.

Les conté más cosas sobre Jurisficción y Joffy, a cambio, me informó con alegría de que la asistencia a la iglesia de la Deidad Estándar Global se había incrementado después de aceptar el patrocinio de la Toast Marketing Board, una empresa que parecía haber duplicado su tamaño e influencia desde mi última visita. Habían diversificado su producción y, además de pan caliente, tenían mermeladas, cruasanes y pastas en el catálogo. Mi madre, para no dejarse superar, me contó que ella misma había ganado un poco de dinero patrocinando los pasteles del señor Rudyard, aunque en privado admitió que el Battenberg que nos había servido era el suyo. Luego me contó con todo detalle las intervenciones quirúrgicas de sus amigos ancianos, que no puedo decir que me apeteciese oír, y mientras recuperaba el aliento entre la apendicetomía de la señora Stripling y los problemas de «tuberías» del señor Walsh, una figura alta e imponente entró en la sala. El hombre llevaba una bonita chaqueta de mañana del siglo XVIII, lucía un bigote impresionante que hubiese avergonzado al del comandante Bradshaw y poseía un aire imperioso y de propósito vital que me recordó el del emperador Zhark.

—Thursday —anunció mi madre casi en un suspiro—, éste es el canciller prusiano, herr Otto Bismarck… tu padre y yo estamos intentando resolver la cuestión Schleswig-Holstein de 1863-1864; ha ido a buscar a su homólogo danés para que hablen. Otto… quiero decir, herr Bismarck, ésta es mi hija, Thursday.

Bismarck entrechocó los talones y me besó la mano de una forma cortésmente fría.

Fräulein Next, el placer es todo mío —entonó con un marcado acento alemán.

Los curiosos invitados largo tiempo muertos de mi madre deberían haberme sorprendido, pero no era así. Ya no. No desde que a los nueve años me había topado con Alejandro Magno. Muy buen tipo… pero tenía unos modales horribles en la mesa.

—Bien, ¿qué le parece 1988, herr Bismarck?

—Me interesa en particular la idea de la limpieza en seco —respondió el prusiano—, y preveo un gran futuro para el motor de gasolina. —Se volvió hacia mi madre—. Pero sobre todo deseo hablar con el primer ministro danés. ¿Dónde podría estar?

—Creo que estamos teniendo unos problemillas para dar con él —respondió mi madre, agitando el cuchillo del pastel—. ¿Le apetece un poco de Battenberg?

—¡Ah! —respondió Bismarck, ablandado. Pasó delicadamente por encima de DH82 para sentarse junto a mi madre—. ¡El mejor Battenberg que he probado!

—Oh, herr B —dijo nerviosa mi madre—, ¡me halaga en exceso!

Sin que Bismarck la viese nos hizo gestos para que nos fuésemos y, como hijos obedientes que éramos, nos marchamos del salón.

—¡Bien! —dijo Joffy cerrando la puerta—. ¿Qué te ha parecido? ¡Mamá está desesperada por un poco de marcha teutona!

Alcé las cejas y le miré.

—No te confundas, Joff. Simplemente papá no aparece muy a menudo y la compañía masculina inteligente es difícil de encontrar.

Joffy rio.

—Buenos amigos, ¿eh? Vale. Éste es el acuerdo: te apuesto uno a diez a que mamá y el canciller de hierro estarán dedicándose al mambo a estas alturas de la semana que viene.

—Acepto.

Nos dimos la mano y, como Emma, Hamlet, Bismarck y mamá estaban ocupados, le pedí a Joffy que cuidase de Friday para poder salir a tomar un poco el aire.

Giré a la izquierda y subí por Marlborough, observando los cambios tras dos años de ausencia. Durante casi ocho años había seguido este mismo camino para ir al colegio, y todos los muros, árboles y casas me resultaban tan familiares como viejos amigos. En la calle Piper's habían levantado un hotel nuevo y algunas de las tiendas de la ciudad vieja habían cambiado de manos o habían sido remodeladas. Todo me resultaba muy familiar, y me pregunté si conservaría la sensación de pertenencia a algún lugar o si se disiparía como mi aprecio por Caversham Heights, el libro que había sido mi hogar durante los últimos años.

Bajé por Bath, giré a la derecha y me encontré en la calle donde Landen y yo habíamos vivido antes de su erradicación. Una tarde había vuelto a casa para encontrarme a su madre y padre viviendo allí. Dado que no me habían reconocido y me habían tomado —bastante razonablemente— por una loca peligrosa, decidí no arriesgarme y pasar por el otro lado de la calle.

Nada parecía muy diferente. En el porche seguía la maceta de Tickia orologica, junto a un saltador, y las cortinas de las ventanas eran claramente las de su madre. Seguí andando, luego retrocedí. Mi decisión de recuperarle se mezclaba con cierto fatalismo, con la sensación de que al final no lo conseguiría y que debía prepararme. Después de todo, había muerto cuando tenía dos años, y yo no recordaba cómo habían sido las cosas, sólo cómo podrían haber sido de haber vivido.

Me encogí de hombros y me reprendí por esas ideas tan morbosas. Luego me dirigí al Asilo Crepuscular Goliath, donde Yaya vivía.

Cuando la enfermera me acompañó, Yaya Next estaba en su cuarto viendo un documental de naturaleza llamado Caminando entre patos. Vestía un camisón de guinga azul, tenía el pelo gris ralo y daba la impresión de tener los ciento diez años que tenía. Se le había metido en la cabeza que no podía deshacerse de su envoltura mortal hasta no haber leído los diez libros más aburridos pero, dado que «aburrido» es tan imposible de cuantificar como «divertido», costaba saber qué hacer para ayudarla.

—¡Calla! —masculló en cuanto entré—. ¡Este programa es fascinante! —Miraba la televisión con toda la atención—. Piénsalo —añadió—. Estudiando los huesos del extinto Anas platyrhynchos pueden deducir cómo caminaba ese pato.

Miré la pequeña pantalla, donde un extraño pájaro animado anadeaba extrañamente hacia atrás mientras el narrador explicaba cómo habían logrado deducir tal cosa.

—¿Cómo pueden saberlo simplemente examinando los huesos? —pregunté dubitativa, porque había aprendido hacía mucho que un «experto» rara vez lo es.

—No te burles, joven Thursday —respondió Yaya—. Un grupo de paleontólogos aviares expertos incluso ha logrado deducir que la llamada del pato sonaría más o menos como «cuoc, cuoc».

—¿«Cuoc»? No parece muy probable.

—Quizá tengas razón —respondió, apagando la tele y lanzando el control remoto—. ¿Qué sabrán los expertos?

Al igual que yo, Yaya podía saltar al interior de la ficción. Yo no estaba muy segura de cómo lo hacíamos, pero estaba muy contenta de que así fuese… Ella me había ayudado a no olvidar a mi marido, algo que en cierto momento corrió peligro de suceder gracias a Aornis, la mnemonomorfa. Pero Yaya me había dejado hacía más o menos un año, anunciando que yo podía defenderme sola y que no malgastaría más tiempo cuidando continuamente de mí, lo que era un poco exagerado, ya que habitualmente era yo quien cuidaba de ella. Pero daba igual. Era mi yaya y la quería mucho.

—¡Cielo! —dije, mirando la piel arrugada y suave, que extrañamente me recordaba un bebé de equidna que había visto una vez en National Geograpbic.

—¿Qué? —preguntó de pronto.

—Nada.

—¿Nada? Pensabas que parezco muy vieja, ¿no es cierto?

Era difícil negarlo. Cada vez que la veía pensaba que no podía aparentar más edad, pero a la siguiente ocasión, con sorprendente regularidad, lo lograba.

—¿Cuándo has vuelto?

—Esta mañana.

—¿Y qué tal las cosas?

La puse al día. Hizo un gesto de desaprobación cuando le conté lo de Hamlet y lady Hamilton, y luego otro más intenso cuando mencioné a mi madre y Bismarck.

—Eso es muy arriesgado.

—¿Mamá y Bismarck?

—Emma y Hamlet.

—Él es ficticio y ella es histórica… ¿Qué tiene de malo?

—Pensaba —dijo lentamente, alzando las cejas— en lo que pasaría si Ofelia se enterase.

—Siempre he creído que la principal razón por la que sir John Falstaff dejó la vigilancia del drama isabelino fue alejarse todo lo posible de las exigencias de Ofelia, como lo de tener animales para acariciar y un buen suministro de agua mineral y sushi fresco en Elsinore siempre que le tocase trabajar a ella. ¿Crees que debería insistir en que Hamlet regrese a Hamlet?

—Quizá no enseguida —dijo Yaya, tosiendo en el pañuelo—. Deja que vea cómo es el mundo real. Podría convenirle recordar que no hacen falta cinco actos para tomar una decisión.

Se puso a toser de nuevo, así que llamé a la enfermera, que me dijo que probablemente sería mejor que me fuese. Le di un beso de despedida y salí del asilo sumida en profundas reflexiones, intentando encontrar una estrategia para los próximos días. Temía pensar en la cuantía de mi descubierto y, si quería atrapar a Kaine, sería mejor estar dentro de OpEspec que fuera. No había otra forma: debía recuperar mi trabajo. Lo intentaría al día siguiente y ya se vería. Desde luego había que lidiar con Kaine y esa noche tocaría de oído en el estudio de televisión. Probablemente debía buscar un logopeda para Friday e intentar hacer que abandonase el Lorem ipsum, y claro está, quedaba lo de Landen. ¿Por dónde empezar para intentar devolver a alguien al aquí y ahora después de ser borrado del allí y entonces por un agente cronupto de la supuestamente incorruptible CronoGuardia?

Abandoné súbitamente mis reflexiones al acercarme a la casa de mamá. Parecía que había alguien parcialmente oculto en el callejón de enfrente. Me metí en el jardín delantero más cercano, corrí entre las casas, atravesé dos patios traseros y luego me subí a un cubo de basura para poder mirar por encima de un muro alto. Tenía razón. Había alguien vigilando la casa de mi madre. Alguien demasiado vestido para ser verano estaba semioculto en la Buddleja davidii. El pie me resbaló del cubo e hice ruido. El individuo miró a su alrededor, me vio y salió corriendo. Salté el muro y le di caza. Fue mucho más fácil de lo que creía. Estaba en bastante mala forma y le atrapé cuando intentó patéticamente escalar un muro. Cuando lo obligaba a bajar se le cayó la bolsa de lona, de la que salieron varios cuadernos de notas, una cámara, unos binoculares pequeños y varios ejemplares de la gaceta de OpEspec 27, muy subrayados en rojo.

—¡Ah, ah, ah, suélteme! —dijo—. ¡Me hace daño!

Le retorcí el brazo a la espalda y se puso de rodillas. Estaba registrándole los bolsillos en busca de armas cuando se acercó a la carga otro hombre, vestido de forma similar al primero, que salió de detrás de un coche abandonado con una rama de árbol en ristre. Me volví, esquivé el golpe y, mientras la inercia de su embestida ejercía su efecto, le empujé con fuerza con el pie, se dio de cabeza contra el muro y quedó inconsciente.

El primer individuo iba desarmado, así que me aseguré de que su amigo inconsciente también lo estuviese… y de que no se ahogara con su propia sangre, un diente, o algo así.

—Sé que no sois de OpEspec —comenté—, porque sois muy malos. ¿De la Goliath?

El primer hombre se puso lentamente en pie. Me miraba de forma extraña y se frotaba el brazo que le había retorcido. Era un hombre corpulento, pero no parecía malo. Llevaba el pelo negro corto y tenía un enorme lunar en la barbilla. Le había roto las gafas; no parecía de la Goliath, pero ya me había equivocado otras veces.

—Encantado de conocerla, señorita Next. Hace mucho que espero este momento.

—He estado fuera.

—Desde enero de 1986. He esperado pacientemente casi dos años y medio para verla.

—¿Y por qué ha hecho algo así?

—Porque —dijo el hombre, sacando una placa de identificación y pasándomela—, soy su acechador asignado oficialmente.

Miré la placa. Era cierto, me lo habían asignado. Todo cien por cien legal, y yo no podía decir nada. De las licencias de acechadores se ocupaba OpEspec 33, el Departamento de Entretenimiento, que había establecido reglas muy específicas con la Unión Fusionada de Acechadores sobre quién podía acechar a quién. Ayudaba a regular una situación históricamente muy peliaguda y también graduaba a los acechadores según habilidad y perseverancia. El mío era un impresionante Grado 1, a los que dejan acechar a los famosos de verdad. Lo que me hizo sospechar.

—¿Un Grado 1? —pregunté—. ¿Debo sentirme halagada? No creía estar por encima de Grado 8.

—No tanto —admitió el acechador—, más bien de Grado 12. Pero tengo la corazonada de que va a prosperar. Me ocupé de Lola Vavoom en los años sesenta, cuando sólo había tenido un pequeño papel en Las calles de Wootton Bassett, y la aceché durante diecinueve años. Sólo la abandoné para dedicarme a Buck Stallion. Cuando se enteró, me envió una jarra de cristal grabada con las palabras: «Gracias por ser tan buen acechador. Lola.» ¿La conoce?

—La vi una vez, señor… —Miré el permiso antes de devolvérselo— De Floss. Un nombre interesante. ¿Algún parentesco con Candice?

—¿La autora? Ojalá —respondió el acechador, mirando al cielo—. Pero dado que me gustaría que fuésemos amigos, por favor, llámame Millon.

—Bien, Millon pues.

Nos dimos la mano. El hombre del suelo gimió y se sentó, frotándose la cabeza.

—¿Quién es tu amigo?

—No es mi amigo —dijo Millon—, es mi acechador. Y también un incordio.

—Espera… ¿eres acechador y tienes acechador?

—¡Por supuesto! —Millon rio—. Desde que publiqué mi autobiografía, Acechando en el lado salvaje, me he convertido en una pequeña celebridad. Incluso tengo un acuerdo de patrocinio con trencas CompassRose™. Es mi fama lo que permite a Adam, este de aquí, acecharme. Ahora que lo pienso, es un acechador de Grado 3, por lo que posiblemente tenga a su vez un acechador… ¿Conoces el poema?

Antes de poderlo detener, se puso a recitar:

Y eso hace la prensa amarilla,

pero dicen que los acechadores

que a otros acechan

a su vez tienen quien los vigila,

y nunca se termina.

—No, no lo conocía —comenté mientras el segundo acechador se ponía un pañuelo sobre el labio ensangrentado.

—Señorita Next, éste es Adam Gnusense. Adam, la señorita Next.

Me hizo un gesto con la mano, miró el pañuelo ensangrentado y gimió apenado. De pronto me arrepentí de mis actos.

—Lamento haberle pegado, señor Gnusense —me disculpé—. No sabía lo que hacían.

—Es un peligro laboral, señorita Next.

—Eh, Adam —dijo Millon, súbitamente entusiasmado—, ¿ya tienes a tu propio acechador?

—Anda por alguna parte —dijo Gnusense mirando a su alrededor—, un perdedor de Grado 34. El pobre bastardo revisaba mi basura anoche mismo. Mira que está pasado de moda…

—Estos chicos de hoy… —dijo Millon—. Puede que fuese lo habitual en los años sesenta, pero el acechador moderno es mucho más sutil. Largas vigilancias, muchas notas, horas de entradas y salidas, teleobjetivo.

—Vivimos unos tiempos muy tristes —admitió Adam, cabeceando compungido—. Debo irme. Yo diría que habría que echar un ojo a Adrian Lush como amigo.

Se puso en pie y se alejó tambaleándose un poco, tropezando con las latas de cerveza del suelo.

—No es muy parlanchín el amigo Adam —dijo Millon en un susurro—, pero se pega al blanco como una lapa. No le encontraría revolviendo en la basura… a menos que esté dando clase a alguno de los cachorrillos. Cuéntame, señorita Next, ¿dónde has estado durante dos años y medio? Las cosas han sido un poco aburridas… A los dieciocho meses de tu desaparición reduje mi acecho a sólo tres noches por semana.

—No me creerías nunca.

—Te sorprendería todo lo que puedo creer. Además de acechar he terminado mi primer libro: Breve historia de la Red de Operaciones Especiales. También soy editor de la revista Teorías conspiratorias. Entre el artículo sobre la relación tangible entre la Goliath y Yorrick Kaine y el de la existencia de una bestia misteriosa conocida como Guinzilla, hemos publicado varios artículos sobre ti y el caso Jane Eyre. También nos encantaría publicar un artículo sobre el trabajo de tu tío Mycroft. A pesar de que no sabemos casi nada, la red de conspiraciones está llena de verdades a medias, mentiras y suposiciones. ¿Es verdad que inventó un dispositivo de camuflaje para coches?

—Más o menos.

—¿Y papel carbón traductor?

—Lo llamaba rosettapapel.

—¿Y qué hay del ovinador? Teorías conspiratorias dedicó varias páginas a rumores sin fundamento sólo sobre ese invento.

—No sé. ¿Se trata de una máquina para cocer huevos, tal vez? ¿Hay algo que no sepas sobre mi familia?

—No mucho. Estoy pensando en escribir tu biografía. ¿Qué te parece: Thursday Next: una biografía?

—¿Cómo título? Es excesivamente imaginativo.

—Entonces, ¿tengo tu permiso?

—No, pero si me preparas un informe sobre Yorrick Kaine te hablaré de Aornis Hades.

—¿La hermanita de Acheron? ¡Hecho! ¿Estás segura de que no puedo escribir tu biografía? Ya he empezado.

—Totalmente segura… Si descubres algo, llama a mi puerta.

Suspiré.

—Vale, hazme un gesto cuando me veas salir.

De Floss aceptó ese plan y le dejé ordenando cuadernos, binoculares, cámaras y escribiendo un montón de anotaciones sobre su primer encuentro conmigo. No podía librarme de ese pobre loco, pero un acechador quizá llegara a ser un aliado.