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Lunes. La nube

Rakel abrió los ojos de repente. El corazón le latía rápido y desbocado. Se había dormido. Oyó el jaleo monótono de niños bañándose en la piscina Frognerbadet. Tenía un sabor algo amargo de hierba en la boca y el calor le pesaba en la espalda como un edredón. ¿Había soñado algo? ¿Sería eso lo que la había despertado?

Una inesperada ráfaga de viento le levantó el edredón y le erizó la piel.

Es curioso cómo a veces los sueños se escapan como pastillas de jabón, pensó dándose la vuelta. Comprobó que Oleg había desaparecido. Se incorporó apoyándose en los codos y miró a su alrededor.

Pero enseguida se puso de pie.

—¡Oleg!

Salió corriendo.

Lo encontró cerca de la piscina del trampolín. Estaba sentado en el borde hablando con un chico al que creía haber visto con anterioridad. Un chico de su clase, tal vez.

—Hola, mamá. —Le sonrió.

Rakel lo cogió del brazo con más fuerza de la que pretendía.

—¡Te he dicho mil veces que no puedes desaparecer así, sin avisarme!

—Pero, mamá, estabas durmiendo. No quería despertarte.

Oleg parecía sorprendido y un tanto apenado. El amigo se apartó un poco.

Ella soltó a Oleg. Dejó escapar un suspiro y miró hacia el horizonte. El cielo estaba azul, a excepción de una nube blanca que apuntaba hacia arriba, como si alguien acabara de lanzar un misil.

—Son cerca de las cinco, nos vamos a casa —dijo con voz ausente—. Hay que cenar.

Ya en el coche, camino a casa, Oleg preguntó si vendría Harry.

Rakel negó con la cabeza.

Mientras esperaban a que el semáforo del cruce de Smestad se pusiera verde, se agachó para ver la nube otra vez. No se había movido, pero estaba más alargada y tenía un toque de gris en el fondo.

Se recordó a sí misma que, cuando llegasen a casa, debía cerrar la puerta con llave.