Duermes. Te pongo una mano en la mejilla. ¿Me has echado de menos? Te planto un beso en la barriga. Voy bajando y tú empiezas a moverte, un baile ondulante de elfos. Guardas silencio, finges estar dormida. Ya te puedes despertar, mi amor. Te he descubierto.
Harry se incorporó de golpe. Pasaron unos segundos hasta que comprendió que lo habían despertado sus propios gritos. Escrutó la penumbra, estudió las sombras que se proyectaban junto a las cortinas y el armario.
Volvió a descansar la cabeza en el almohadón. ¿Qué es lo que había soñado? Se vio en una habitación a oscuras. Había dos personas en una cama. Se acercaron la una a la otra. Tenían la cara oculta. Él encendió una linterna y acababa de enfocarlos cuando le despertó el grito.
Miró los números del reloj de la mesilla. Todavía faltaban dos horas y media para las siete. En ese tiempo, cualquiera puede ir y volver del infierno en sueños. Pero tenía que dormir. Tenía que hacerlo. Tomó aire como si fuese a bucear y cerró los ojos.