Tal como indicó Orne, el profeta, que hace alzarse a los muertos en realidad lo que hace es hacer volver la materia corporal a un tiempo en que estaba viva. El hombre que va de planeta en planeta ve el tiempo como una localización específica; si no hubiera tiempo que dejar transcurrir, no habría espacio. Orne ha creado nuestro universo como un balón en expansión, de dimensiones irregulares. Por ello aceptó mi desafío y contestó a mis plegarias. Podemos seguir contemplando nuestro universo a través del enrejado de símbolos que construimos nosotros mismos. Podemos seguir leyendo nuestro universo como un anciano, con la nariz pegada a la página.
Informe privado del ABAD HALMYRACH
En su despacho de Marak, Tyler Gemine, director del R&R estaba enfrente de su visitante y separado por una inmensa mesa de madera negra. El mueble olía a pulimento perfumado.
En su amplia superficie superior había una proyección holográfica de la familia de Gemine y una consola de comunicaciones.
Detrás de Gemine, una simulventana permitía mirar hacia los escalones piramidales del Gobierno Central de Marak, una línea descendente de parques y estructuras angulosas que brillaban bajo la luz verde del sol de mediodía. El director aparecía como una redondeada silueta sobre el fondo iluminado de la ventana; tenía un aspecto gordo y genial, una boca sonriente y unos ojos penetrantes. Unas arrugas de preocupación le surcaban la frente.
—Permítame dejar esto bien claro, almirante Stetson —dijo Gemine—. ¿Me está usted diciendo que Orne apareció en su oficina, saliendo de ninguna parte?
Stetson se arrellanó en el sillón anatómico que estaba delante de Gemine, y sus ojos quedaron casi al nivel de la superficie de la mesa. Se fijó en que la pulida superficie de la mesa creaba una ilusión de ondas de calor que danzaban frente al pecho de Gemine.
—Esto es lo que le estoy diciendo, señor: Orne apareció ante mí, no entró por ninguna parte, me sonrió y me entregó este mensaje.
—No me parece que esto sea un cumplido —protestó Gemine.
Sus ojos parecían querer taladrar a Stetson.
Éste escondió su sonrisa bajo una máscara de preocupación.
—Pues bien, señor. Hay muchos de los nuestros, del I-A, que necesitan un nuevo trabajo, ahora que usted se ha hecho cargo del suyo.
—Lo comprendo —dijo Gemine, y su mirada era fría y escudriñadora—. Pero me molesta, me molesta profundamente, la sugerencia, de que el R&R ha estado cometiendo peligrosos errores…
—Hubo el infortunado asunto de Hamal, señor —dijo Stetson—. Y no hablemos de Gienah y…
—No quiero dar a suponer que seamos perfectos, almirante —dijo Gemine—. Pero nuestras posiciones están ahora muy claras. El voto de la Asamblea fue decisivo. El I-A ya no existe y nosotros somos…
—Nada es del todo decisivo, en su último sentido —dijo Stetson—. Sería mejor, señor, que volviera a repasar lo que Orne dice en su mensaje.
—El mensaje es bastante claro —dijo Gemine—. Y puedo decir que va demasiado lejos al sugerir que debo tomarlo como cosa de fe y… Digo, ¿no hace demasiado calor aquí?
Gemine hizo correr un dedo por el cuello de la camisa.
Sin desviar el cuerpo, Stetson señaló hacia la zona que estaba encima de la oreja izquierda de Gemine.
El director del R&R se volvió, y sus ojos casi se desorbitaron cuando su mirada encontró un punto de fuego que danzaba suspendido en el aire. Por su piel corrían sensaciones de quemazón y picor. De repente, la llama aumentó hasta convertirse en una bola de un metro de diámetro.
De un salto, Gemine se puso de pie, y al echarse hacia atrás derribó la silla en que había estado sentado. El calor le dio en la cara.
—¿Y ahora, qué? —preguntó Stetson.
Gemine esquivó lanzándose hacia la derecha y la llama llegó antes que él, cortándole el paso y arrinconándole.
—Está bien —chilló Gemine—. ¡Estoy de acuerdo! ¡Estoy de acuerdo!
La llama se redujo a una chispita y desapareció por fin.
—Tal como lo explica Orne —dijo Stetson—, no hay lugar en el universo donde no haya existido alguna vez la llama. Es sólo cuestión de ir cambiando el espacio y el tiempo hasta que el espacio coincida con el tiempo de fuego. Ya que nos hemos puesto de acuerdo, puede usted sentarse, señor. No creo que vuelva a molestarle, a no ser que…
Gemine puso bien la silla y se hundió en ella. El sudor le corría por la cara. Miró a Stetson y dijo:
—¡Pero usted dijo que yo me quedaría a cargo de este departamento!
A Stetson le tocaba ahora ponerse ceñudo:
—¡Esa condenada tontería sobre azadas y mangos!
—¿Qué?
—Dice que vivimos en un universo en que puede suceder cualquier cosa, y esto significa que la guerra ha de ser una posibilidad. —Stetson se creció—. ¡Usted ha leído el informe! No nos atrevamos a suprimir nada de este mensaje.
Gemine miró lleno de miedo el espacio que estaba sobre su oreja izquierda, y luego a Stetson otra vez.
—Naturalmente.
Se aclaró la garganta, se apoyó en el respaldo y puso las manos delante de él.
Stetson dijo:
—Estaré adjunto a su oficina como ayudante ejecutivo especial. Mis deberes serán los necesarios para facilitar la absorción del I-A dentro del… —dudó y casi se atragantó— R&R.
—Sí… Desde luego.
Gemine se inclinó hacia delante y, adoptando un tono confidencial, preguntó:
—¿Tiene alguna idea de dónde está ahora Orne?
—Ha dicho que se iba de luna de miel —respondió Stetson.
—Pero… —Gemine se encogió de hombros—. Quiero decir, con su poder, con las cosas que parece que puede hacer… Me refiero a eso del Psi y todo lo demás…
—Sólo sé lo que me ha contado —dijo Stetson—. Que se va de luna de miel. Dijo que esto es lo que cualquier hombre normal y de sangre roja debería hacer en estas circunstancias.