Capítulo 28

El uso generalizado del poder puede destruir a un ángel. Esta es la lección de la paz. No basta con amar la paz e ir en pos de ella. Además hay que amar al prójimo. Así podremos comprender el conflicto entre el amor y la dinámica, al que llamamos Vida.

NOAH ARKWRIGHT

La sabiduría de Amel

Orne bajó por una calle estrecha del centro del barrio religioso. Se pegaba a las paredes y evitaba las luces, pero no hacía movimientos furtivos. El hábito del sacerdote le venía grande y largo. Metió un pliegue debajo del cinturón, confiando en que alguien encontraría al sacerdote, pero no demasiado pronto. El hombre estaba atado y amordazado con su misma ropa interior, y escondido entre los arbustos.

"Ahora, a buscar al Abad", pensó Orne.

Procurando que su paso fuera regular y reposado, cruzó por un callejón. Un olor acre de comida atrasada llenaba el estrecho pasaje.

El clap-clap de las sandalias de Orne producía un doble eco en las paredes de piedra.

Se veía luz procedente de otro callejón que estaba directamente delante de él. Orne oyó voces. Se paró cuando vio que unas sombras se proyectaban fuera del callejón y en el cruce de dos calles. Dos sacerdotes se acercaban. Eran delgados, rubios y benignos. Se volvieron hacia Orne.

—Que vuestro dios os dé la paz —dijo Orne.

La pareja se detuvo; sus caras estaban en la sombra porque la luz les llegaba desde atrás. El de la izquierda dijo:

—Ruego para que sigas el camino de la guía divina.

El otro dijo:

—Si vives en tiempos importantes, rezo para que el hecho no te alarme —tosió y prosiguió—: ¿Podemos servirte en algo?

—He sido llamado por el Abad —dijo Orne—. Me parece que no encuentro el camino.

Esperó, atento a cualquier movimiento de los dos sacerdotes.

—Estas callejas son un laberinto —dijo el sacerdote de la izquierda—. Pero estás cerca.

Se volvió, mostrando el perfil largo y ganchudo de su nariz que destacaba contra el fondo de luz.

—Coge la primera a la derecha, sigue este camino hasta la tercera intersección y gira a la izquierda. Sigue recto y llegarás al patio del Abad. No tienes pérdida.

—Os estoy muy agradecido —murmuró Orne.

El sacerdote que le había explicado el camino se volvió hacia Orne y le dijo:

—Sentimos tu gran poder, bienaventurado. Te rogamos que nos des tu bendición.

—Yo os bendigo —dijo Orne de veras.

Ambos se enderezaron y luego le hicieron una reverencia. Aún en posición inclinada, el de la derecha preguntó:

—¿Serás tú el nuevo Abad, bienaventurado?

Orne contuvo su sorpresa y dijo:

—¿Es sabio especular sobre estas cosas?

Los dos sacerdotes se enderezaron, se retiraron y dijeron a dúo:

—No teníamos mala intención. ¡Perdónanos!

—Desde luego —dijo Orne—. Gracias por indicarme el camino.

—Servir al prójimo es servir a Dios —dijeron—. Que encuentres la sabiduría.

Había una curiosa resonancia en sus voces; una adelantaba ligeramente a la otra. Saludaron de nuevo inclinándose, rodearon a Orne y siguieron su camino. Orne se quedó viendo cómo se alejaban hasta que se perdieron en la oscuridad.

"Qué curioso —pensó—. ¿A qué vendrá todo esto?"

Pero ahora ya sabía qué tenía que hacer para encontrar al Abad.