Capítulo 21

El día es corto y el trabajo es largo, y los trabajadores son perezosos, pero la recompensa es grande y nuestro Amo nos acucia.

Escritos del ABAD HALMYRACH

—Esto se llama "la celda de la meditación sobre la fe" —dijo Bakrish señalando hacia la puerta que había abierto para que Orne entrara—. Debe yacer de espaldas en el suelo. No se siente ni se ponga de pie hasta que yo le conceda permiso. Sería muy peligroso.

Orne se asomó para estudiar la habitación.

—¿Por qué?

Se trataba de una habitación alta y estrecha. Las paredes, el techo y el suelo parecían ser de piedra blanca con vetas de delgadas líneas pardas como huellas de insectos. Una pálida luz blanca que no se sabía de dónde salía y tan mate como la leche descremada llenaba la habitación.

Un olor de piedra mojada y de hongos flotaba en el ambiente.

—Esta es una máquina Psi de gran potencia —dijo Bakrish—. Acostado de espaldas, estará usted relativamente a salvo. Acepte mi palabra: he visto los resultados de la incredulidad.

Se estremeció.

Orne se aclaró la garganta. Sentía frío. El vacío de su estómago era un saco hinchado que le prevenía de un terrible peligro. Preguntó:

—¿Qué pasaría si no quisiera pasar por todo esto?

—Por favor —respondió Bakrish—. Estoy aquí para ayudarle. Es más peligroso retroceder que seguir. Mucho más.

Orne notó que había sinceridad en estas palabras, se volvió y descubrió una mirada suplicante en los oscuros ojos del sacerdote.

—Por favor —repitió Bakrish.

Orne respiró hondo y entró en la habitación. Notó que la señal de peligro disminuía algo, pero que seguía siendo fuerte e insistente.

—De espaldas, al suelo —dijo Bakrish.

Orne se estiró en el suelo. La piedra le helaba la espalda a través de la toga.

Bakrish dijo:

—En cuanto se inicie la ordalía, la única salida es seguir todo el proceso. Recuérdelo.

—¿Ha pasado usted por esto? —le preguntó Orne.

Le parecía sumamente estúpido estar tendido de esta forma en el suelo. Bakrish, visto desde este ángulo, parecía alto y poderoso en el vano de la puerta.

—Desde luego —respondió Bakrish.

Si su percepción Psi era de fiar, Orne pensó que descubría una profunda simpatía en la base emotiva del sacerdote.

—¿Qué hay al final de esta ordalía? —preguntó Orne.

—Cada uno tiene que descubrirlo por sí mismo.

—¿De verdad es más peligroso echarse atrás ahora? —preguntó Orne.

Se alzó sobre uno de sus codos.

—Creo que usted únicamente me está utilizando, quizá en un experimento.

Un sentimiento de pesar irradiaba a Bakrish. Dijo:

—Cuando un científico ve que su experimento ha fallado, no queda necesariamente incapacitado para seguir experimentando… usando un instrumental nuevo. Usted, ciertamente, no tiene otra opción. Póngase de espaldas, plano. Es más seguro.

Orne obedeció y dijo:

—En este caso, empecemos.

—Como usted mande —dijo Bakrish.

Dio un paso hacia atrás y la puerta desapareció sin dejar ninguna señal en la pared.

Orne advirtió que la garganta se le quedaba seca y se dedicó a estudiar su celda. Parecía tener cuatro metros de largo, dos de ancho y unos diez de alto. El jaspeado techo de piedra se veía borroso, y pensó que la habitación aún podía ser más alta. Quizá la iluminación fuera tan débil para confundir sus sentidos.

El aviso presciente seguía estando presente, como una tensa advertencia de peligro.

De repente, la voz de Bakrish llenó el cuarto, sin origen determinado y retumbante. Estaba en todas partes, dentro y fuera de Orne. Bakrish dijo:

—Está usted dentro de la máquina Psi. Le rodea por doquier. La ordalía que empieza ahora es antigua y ardua. Sirve para valorar la calidad de su fe. El fracaso significa la pérdida de su vida, la pérdida de su alma… o de ambas cosas a la vez.

Orne crispó los puños. Tenía las palmas de las manos llenas de sudor. Notó un brusco aumento en la actividad Psi de fondo.

—¿Fe?

Se acordaba de su ordalía en la incubadora y del sueño que en tiempos pasados le había obsesionado. Los dioses se hacen, no nacen. En la incubadora había reconstruido su propio ser, regresando de la muerte, desprendiéndose de los antiguos conceptos, de las Viejas pesadillas.

¡Un test sobre la fe!

¿En qué podía tener fe? ¿En sí mismo? Recordó los días de la incubadora y su sensación sobre las preguntas.

Entonces, había puesto en duda el I-A, cuando las percepciones danzaban locamente. En algún sitio dentro de él había notado una antigua función, algo de tendencias arcaicas.

Recordó entonces su definición de la existencia en un solo párrafo: Soy un ente. Existo. Esto es suficiente. Me doy la vida a mí mismo.

En esto había algo que tenía que ser aceptado por la fe.

La voz de Bakrish resonó de nuevo en la habitación:

—Sumérjase en la corriente mística, Orne. ¿Qué puede causarle miedo?

Orne notó que las presiones Psi se enfocaban en él, todos los ocultos y profundos intentos de las fuerzas Psi le resultaban evidentes.

Dijo:

—Me gustaría saber adónde voy, Bakrish.

—Algunas veces sólo vamos por el mero hecho de ir —dijo Bakrish.

—¡Narices!

—Cuando aprieta el botón que enciende la luz de una habitación, actúa movido por la fe —dijo Bakrish—. Cree que se va a encender la luz.

—Tengo fe en mis experiencias pasadas —afirmó Orne.

—¿Y qué paso la primera vez, cuando no tenía ninguna experiencia?

—Debí de sorprenderme mucho.

—¿Tiene conocimiento de todas las experiencias que están al alcance de la humanidad? —preguntó Bakrish.

—Supongo que no.

—En este caso, prepárese para tener sorpresas. Debo decirle ahora que en este cuarto no hay ningún dispositivo de iluminación. La luz que ve, existe porque usted la desea y no por otra razón.

La oscuridad se apoderó de la habitación, una oscuridad de muerte y que excluía los sentidos. La percepción presciente de peligro era clamorosa.

Los roncos susurros de Bakrish llenaron la oscuridad.

—Tenga fe, estudiante.

Orne luchó contra el ansia urgente de saltar a la pared para aporrearla. ¡Allí debía haber una puerta! Pero notó la falta de severidad que había en las palabras del sacerdote, sólo eran lógicas. Si luchaba, había de esperar la Muerte. No podía retroceder. Un humo resplandeciente apareció en lo alto de la celda y descendía en espiral hacia donde estaba Orne. ¿Luz? No encajaba en la definición de luz, más bien parecía tener vida propia, ser una fuente interna de resplandor.

Orne se puso una mano delante de los ojos. Sólo podía verla en silueta frente al resplandor. La radiación no creaba ninguna luz en la celda. La sensación de presión aumentaba a cada latido de su corazón.

Pensó:

"Cuando dudé, se oscureció. ¿Es que la luz lechosa que había en la celda representaba una oposición a la oscuridad, un miedo a la oscuridad?"

Una iluminación iba creándose a destellos, pero sin sombras, en la celda. Era más tenue que la de antes, y una nube negra se agitaba cerca del techo. La nube se comportaba como la profunda negrura del espacio más profundo.

Orne se quedó mirando fijamente aquella nube, horrorizado por ella.

La oscuridad que anulaba los sentidos volvió.

Otra vez, el humo resplandeciente apareció cerca del techo.

El terror presciente aullaba dentro de Orne. Cerró los ojos intentando dominar este terror para poder concentrarse. Al cerrarlos, el temor disminuyó.

Abrió los ojos: ¡Miedo!

El resplandor fantasmal se acercaba más.

Cerró los ojos: ¡Oscuridad!

La sensación de peligro inminente se alejaba.

Pensó:

"El miedo es igual a la oscuridad. La oscuridad atrae aunque haya luz."

Normalizó el ritmo de su respiración, y se concentró en su foco interno.

"¿Fe? ¿Eso quería significar fe "ciega"?"

El miedo le había traído la oscuridad. ¿Qué era lo que querían de él?

"Yo existo. Esto es suficiente."

Se esforzó para abrir los ojos, y miró hacia lo alto de la celda, hacia el vacío sin luz. El peligroso resplandor bajó en espiral hacia él. Incluso en la más profunda oscuridad había una luz falsa. No era una luz verdadera porque no podía ver con ella. Era antiluz. Podía notar su presencia, incluso estando en la oscuridad.

Orne recordó desde un tiempo muy lejano, durante su infancia en Chargon, un tiempo de oscuridad en su dormitorio. Las sombras lunares se habían transformado en monstruos. Había apretado los ojos con todas sus fuerzas temiendo que pudiera ver cosas demasiado horribles si los abría.

"Luz falsa."

Orne miró hacia arriba, hacia la radiación que se enroscaba.

"¿Equivalía la luz falsa a la fe falsa?"

La radiación se enroscó hacia atrás, sobre ella misma.

"¿Equivalía la oscuridad absoluta a la absoluta ausencia de fe?"

La radiación parpadeó y desapareció.

"¿Basta con que tenga fe en mi propia existencia?", se preguntaba Orne.

La celda seguía estando oscura y siendo peligrosa. Orne olía la humedad de la piedra. Sonidos reptantes corrompían la oscuridad: de garras que escarbaban, de siseos y rasgueos, de arrastres y de chirridos. Orne atribuía a cada sonido las imágenes aterradoras que su imaginación podía presentar: lagartos venenosos, monstruos locos, serpientes mortales, seres que se arrastraban y tenían colmillos. Extraídos de sus pesadillas. La sensación de peligro le envolvía, estaba pendiente de ella.

El áspero susurro de Bakrish se arrastró por la oscuridad:

—Orne, ¿tiene los ojos abiertos?

Los labios de Orne temblaron por el esfuerzo de poder hablar.

—Sí.

—¿Qué ve?

La pregunta creó una imagen que bailaba en el fondo oscuro que estaba delante de Orne. Vio que era Bakrish envuelto en una horripilante luz roja, con la cara contraída en una expresión de agonía; su cuerpo brincaba y saltaba.

—¿Qué ve usted? —repitió Bakrish.

—Le veo a usted. Le veo en el infierno de Sadun.

—¿En el infierno de Mahmud?

—Sí. ¿Por qué veo esto?

—¿No prefiere la luz, Orne?

El terror se reflejaba en la voz de Bakrish.

—¿Por qué le veo en el infierno, Bakrish?

—¡Se lo suplico, Orne! ¡Elija la luz! ¡Tenga fe!

—Pero ¿por qué le veo a usted en…?

Orne se interrumpió porque experimentaba la impresión de que algo había estado mirando dentro de él deliberadamente. Había puesto a prueba sus pensamientos, examinado sus procesos vitales y todos sus deseos ocultos, había pesado su alma, y la había catalogado.

Le había quedado una nueva clase de seguridad. Orne se hallaba seguro de que lo había querido así, había querido que Bakrish fuera echado al pozo de tortura más profundo de las pesadillas de Mahmud.

Le bastaba con desearlo.

"¿Por qué no?", se preguntaba.

Y otra vez:

"¿Por qué?"

¿Quién era él para tomar semejante decisión? ¿Había merecido Bakrish una eternidad llena del odio de Mahmud? ¿Era Bakrish el que había decidido la destrucción del I-A?

"Bakrish era sólo un peón, un simple sacerdote. Sin embargo, el Abad Halmyrach…"

Gruñidos y crujidos llenaban la celda. Una lengua de fuego saltó desde las tinieblas por encima de Orne, como una feroz lanza apuntada hacia la pared que empezó a brillar.

El aviso presciente clavaba sus garras en el estómago de Orne.

¿Quién era el objetivo más adecuado para la fanática violencia de Mahmud? Si se realizaban los deseos, ¿sería sólo uno el objetivo? ¿Qué le sucedería al que hubiera deseado esto? ¿Era posible que hubiera un rebote?

"¿Tendré que estar junto al Abad en el infierno?"

Orne estaba plenamente convencido de que, en aquel momento, podía hacer algo peligroso y diabólico. Podía condenar a un ser humano como él a una eterna agonía.

"¿A qué humano y por qué?"

"El tener la capacidad de hacerlo, ¿representaba una licencia para usar de ella?"

Se dio cuenta de que estaba asqueado por la tentación momentánea de hacer aquella cosa.

"Ningún humano lo merecía. Nunca un humano lo había merecido."

"Yo existo —pensó—. Esto es suficiente. ¿Voy a tener miedo de mí mismo?”

La llama danzante se extinguió. Quedaron las tinieblas y los ruidos de garras que escarbaban, de pies que se arrastraban, de silbidos, de chillidos, de gruñidos.

Orne percibió que sus uñas temblaban en contacto con el suelo. La comprensión le alcanzó de repente. ¡Garras! Inmovilizó las manos, y empezó a reír a carcajadas cuando cesó el ruido de garras. Notó que sus pies se movían haciendo involuntarios esfuerzos de lucha. Inmovilizó los pies. La sugestión del arrastre se desvaneció.

Sólo quedaban los ruidos de silbidos, chillidos y gruñidos.

Comprobó que no era más que la lucha que sostenía su respiración para abrirse paso a través de sus apretados dientes.

Tuvo convulsiones provocadas por la risa.

¡Luz!

Una brillante luz iluminaba la celda.

Con repentina perversidad, Orne rechazó la luz y volvieron las tinieblas, pero ahora la oscuridad era cálida y silenciosa.

Sabía que la máquina Psi que le rodeaba estaba respondiendo a sus deseos más recónditos, a aquellos deseos que no tenían la censura de una conciencia dubitativa, a aquellos deseos en que él tenía fe.

"Yo existo."

Para tener la luz le bastaba con desearla, pero había elegido esta oscuridad. Con la súbita liberación de sus tensiones, Orne había hecho caso omiso del aviso de Bakrish y se había puesto en pie. Mientras yacía sobre su espalda, le había resultado más fácil comprender su propia pasividad más profunda, las asunciones y admisiones que nublaban su ser. Las nubes ya habían desaparecido. Orne sonrió en la oscuridad, y llamó:

—Bakrish, abra la puerta.

Una sonda Psi miró dentro de Orne, lenta y pesada. Reconoció a Bakrish en ella.

—Ya puede ver que tengo fe —dijo Orne—. Abra.

—Abra usted mismo —dijo Bakrish.

Orne deseó:

"Quiero ver a Bakrish"

Un crepitar arenoso llenó la celda. La luz entró cuando todo el lado de la pared se abrió. Orne vio a Bakrish como una sombra enmarcada por la luz, como una estatua vestida.

El Hynd dio un paso adelante, pero se detuvo cuando vio a Orne en pie, en la oscuridad.

—¿No prefiere la luz, Orne?

—No.

—Pero usted está en pie, sin tener miedo a mi advertencia. Ya debe haber comprendido la prueba.

—La he comprendido —admitió Orne—. La máquina Psi obedece a mi pensamiento no censurado. Esto es la fe: el pensamiento no censurado.

—Lo comprende. ¿Y todavía elige la oscuridad?

—¿Le molesta a usted, Bakrish?

—Sí.

—Por el momento, la encuentro útil —dijo Orne.

—Ya lo veo. —Bakrish inclinó su afeitada cabeza—. Le doy las gracias por haberme salvado.

—¿Sabe usted esto?

Orne estaba sorprendido.

—Sentí las llamas y el calor. Olí a quemado. Oí mis propios alaridos de agonía. —Bakrish movió la cabeza—. La vida de un gurú en Amel no es una vida fácil. Aquí pueden pasar muchas cosas.

—Usted estaba a salvo —dijo Orne—. Censuré mi deseo.

—Precisamente en esto está el más preclaro grado de fe —murmuró Bakrish.

Alzó las manos con las palmas juntas y le hizo una reverencia a Orne.

Éste salió de la oscura celda.

—¿Esta es toda mi ordalía?

—Oh, esto ha sido tan sólo el paso inicial —dijo Bakrish—. Hay siete pasos: la prueba de la fe, la prueba del milagro con sus dos facetas, la prueba del dogma y ceremonia, la prueba de la ética, la prueba del ideal religioso, la prueba del sentido a la vida y la prueba de la mística personal. No es preciso que estén en este orden y algunas veces no están completamente separadas unas de otras.

Orne quería reír, notaba que el presciente conocimiento del peligro había desaparecido. Dijo:

—Pues sigamos.

Bakrish suspiró y dijo a su vez:

—Sagrado Rama, defiéndeme.

Y luego:

—Muy bien. Las dos facetas del milagro es la siguiente prueba.

La sensación de peligro volvió a hacerse manifiesta en Orne. Luchó por hacer caso omiso de ella pensando:

"Tengo fe en mí mismo. Puedo vencer a mi miedo."

Molesto, Orne dijo:

—Cuanto antes acabemos, antes podré ver al Abad. Para esto he venido.

—¿Es ésta la única razón? —pregunto Bakrish.

Orne dudó un momento y respondió:

—Claro que no. Pero él es quien está en contra del I-A; cuando haya resuelto todas las eliminatorias, todavía tendré que resolver la suya.

—Él es quien le ha llamado aquí, es cierto —dijo Bakrish.

—Pensé meterlo en el infierno —aseguró Orne.

Bakrish palideció.

—¿Al Abad?

—Sí.

—¡Rama, protégenos!

—Que Lewis Orne te proteja a ti —dijo Orne—. Vamos a continuar con todo esto.