Capítulo 20

Venimos del Todo-Uno y volvemos al Todo-Uno. ¿Cómo podemos guardar algo del Origen que fue y del Fin que es?

Dichos de los ABATES

—Ha llegado, Reverendo Abad —dijo el sacerdote—. Ahora Bakrish está con él.

El Abad Halmyrach estaba de pie frente a un pupitre de escriba, sus pies descalzos estaban encima de una alfombra de color naranja, igual al de su largo ropón. La habitación, que tenía las ventanas con cortinas como protección ante la deslumbrante luz del sol de Amel, parecía arcaica y llena de sombras. Una débil luz procedía de unos antiguos globos luminosos que colgaban de los rincones del techo de la habitación. Las paredes eran de madera y había una chimenea con carbones anaranjados detrás del Abad. Su cara estrecha, con la nariz larga y la boca de labios delgados, parecía sosegada, pero el Abad tenía una aguda percepción de todo lo que ocurría en su habitación, de las sombras untuosas de las paredes de madera, del roce de las sandalias de los sacerdotes en el suelo, más allá de la alfombra, de los débiles movimientos del fuego que se extinguía en la chimenea.

El sacerdote que acababa de informarle, Macrithy, era uno de los observadores de más confianza, pero su apariencia, con el cabello largo y negro, con unas enormes patillas que encuadraban una cara suavemente redondeada, con un traje que parecía un oscuro tubo de estufa y con el alzacuello blanco vuelto hacia atrás, molestaba al Abad. Macrithy se parecía demasiado a una ilustración histórica de los episodios de la Segunda Inquisición.

Desde luego, no se discutían los episodios religiosos pasados, que caían en el ámbito de la Tregua Ecuménica.

—He percibido su llegada —dijo el Abad.

Regresó al pupitre donde escribía con pluma sobre papel, porque le gustaba mantener siempre vivos los sistemas antiguos.

—No parece que haya la menor duda de que sea él.

Macrithy dijo:

—Ha logrado subir los tres escalones trascendentes, pero no hay la certeza de que sobreviva a su ordalía y pueda descubrirle a usted, que es quien le ha llamado.

Descubrir tiene muchos significados —dijo el Abad—. ¿Ha leído usted el informe de mi hermano?

—Lo he leído, Reverendo Abad.

Éste alzó la mirada de lo que estaba escribiendo.

—Vi la cajita verde, ya lo sabe usted. La vi en una visión, antes de que se nos apareciera el Shriggar. También vi a mi hermano, y sentí la influencia trascendente que tenía aquel instante en sus emociones. Me fascina la manera como la predicción sigue con tanta precisión las palabras del Shriggar.

El Abad volvió a ocuparse de sus escritos.

—Reverendo Abad —empezó a decir Macrithy—, el juego de la guerra, la ciudad de cristal y el tiempo de los políticos ya han pasado. He estudiado vuestro informe de la génesis del dios. Ha llegado el tiempo de que temamos las consecuencias de nuestro atrevimiento.

—Y yo tengo miedo —dijo el Abad, sin levantar la vista.

—Todos lo tenemos —afirmó Macrithy.

—Pero considera esto —dijo el Abad, poniendo un signo de puntuación en su escrito con un florido ademán—. ¡Este es nuestro primer humano! En el pasado, hemos tratado con una montaña de Talies, con la Piedra Parlante de Krinth, con el Dios Ratón en la Vieja Tierra, siempre con elementos inanimados y algunos animados de esta índole. Ahora, tenemos nuestro primer dios humano.

—Ha habido otros —le recordó Macrithy.

—Pero no creados por nosotros.

—Quizá tengamos que arrepentirnos —dijo Macrithy.

—Ya me arrepiento ahora —le aseguró el Abad—. Pero ahora ya no se puede cambiar, ¿no es cierto?