La muerte tiene muchos aspectos: el nirvana, la rueda sin fin de la vida, el equilibrio entre el organismo y el pensamiento considerado como una actividad pura, entre tensión y relajación, entre el dolor y placer, entre la propia ambición y la abnegación. La lista es interminable.
NOAH ARKWRIGHT
Aspectos de la Religión
En el preciso instante en que salió de la protección del transporte al calor del sol de Amel, en la rampa de salida, Orne supo que, en aquel lugar, las fuerzas de Psi jugaban un papel preponderante. Era como estar atrapado entre campos magnéticos antagónicos. Se sujetó a la barandilla de la rampa cuando se sintió mareado. Esta sensación pasó y pudo ya mirar hacia abajo, hacia unos doscientos metros más abajo, hacia el vitrificado pavimento tricapa del puerto espacial. De la reluciente superficie subían olas de calor y recalentaban el aire incluso a aquella altura. Ni el menor viento agitaba el aire, pero ocultos torbellinos de fuerza Psi actuaban sobre sus sentidos recién despertados.
Desde que le había planteado el asunto de Amel, sus problemas se habían encarrilado, de repente y con una misteriosa fluidez, en esta dirección. Le habían proporcionado detectores de Psi y equipos de amplificación que le fueron implantados en la carne.
Nadie había reparado en la desaparición del transceptor de su cuello, y él no había pedido que le pusieran otro.
Un técnico de la sección Psi del I-A había instruido y entrenado a Orne en el uso del nuevo equipo, en cómo sintonizar las primeras señales de identificación de Psi, en cómo concentrarse en elementos concretos de esta nueva gama.
Se habían dado órdenes, firmadas por Stetson y Spencer, incluso por Scottie Bullone, aunque Orne sabía que no dejaban de ser más que una mera formalidad.
Había sido un período de tiempo lleno de actividades: recibir sus nuevas responsabilidades de selección política, preparar su casamiento con Diana, aprender el funcionamiento interno del I-A, que antes tan sólo conocía superficialmente, adaptarse a un nuevo y peculiar tipo de miedo derivado de su propia percepción Psi.
En la escalera de la rampa de aterrizaje, sobre el espaciopuerto de Amel, Orne recordaba este miedo. Se estremeció. Amel se hacía patente produciéndole sensaciones de hormigueo en la piel. Impulsos absurdos le atravesaban la mente como relámpagos instantáneos de calor.
En un momento dado, quería gruñir como una kiriffa revolcándose, y al siguiente notaba que iba a estallar de risa mientras sofocaba un lamento en la garganta.
Pensaba:
"Me advirtieron que, al principio, iba a pasarlo mal."
El entrenamiento Psi no hacía disminuir este miedo, sólo conseguía hacerlo más patente. Sin ese entrenamiento, su mente podría haber confundido las sensaciones concretas, haciendo una mezcla de todas ellas que podría confundirse con las emociones perfectamente lógicas de un acólito desembarcando en el planeta de los sacerdotes.
A su alrededor todo era terreno sagrado, santuario de todas las religiones del universo conocido (y algunos decían que también de las religiones del universo desconocido).
Orne se obligó a prestar atención a su foco interior, tal como le habían enseñado a hacer. Lentamente, fue desapareciendo la percepción agobiante hasta quedar muy amortiguada, como un ligero trasunto de la anterior. Hizo una inhalación profunda del aire caliente y seco. No le satisfizo por completo, era como si echara de menos un elemento esencial al que sus pulmones estuvieran acostumbrados.
Todavía sujeto a la barandilla, esperó a convencerse de que los impulsos fantasmas habían desaparecido. ¿Quién podía saber lo que estas irresistibles sensaciones podían acarrearle? La brillante superficie de la puerta abierta ante él reflejaba su imagen ligeramente distorsionada, de manera que no se apreciaban mucho sus diferencias con las personas menos corpulentas. Su imagen refleja le confería la apariencia de un semidiós reencarnado del remoto pasado de Amel: cuadrado y sólido, con marcados músculos en el cuello. Una ligera cicatriz marcaba la línea de su pelo cortado muy corto. En cuanto a las otras cicatrices de su cara, las podía ver sólo porque sabía dónde buscarlas. Su memoria le recordaba otras cicatrices que había en su pesado cuerpo, pero se sentía completamente curado desde lo de Sheleb, aunque sabía que Sheleb no se había curado todavía de lo de él. Era una observación humorística en el I-A que los agentes de campo de primera clase se podían reconocer por el numero de cicatrices y remiendos médicos que tenían. Jamás alguien había hecho una observación similar referida a los numerosos mundos que la intercesión del I-A había intentado ayudar.
Se preguntaba si Amel podía necesitar ese tratamiento, o si el I-A podía interceder allí. Ninguna de las dos preguntas tenía una respuesta concreta.
Orne se fijaba en lo que le rodeaba mientras esperaba pasar el control Psi. Desde la rampa de transporte se tenía una vista panorámica de torres, campanarios, agujas, monolitos, catedrales, zigurats, pagodas, templos, minaretes…, que llenaban una planicie que llegaba hasta el horizonte y parecían bailar debido a las olas de calor. La dorada luz de sol hacía danzar los brillantes colores primarios y los ya deslucidos colores pastel.
Había edificios construidos en madera y piedra, en hormigón tricapa, en plásticos y sintéticos de un millar de millares de civilizaciones.
El sol amarillo, Dubhe, se hallaba en el meridiano, en un cielo azul sin nubes. Martilleaba a través de la toga de Orne con un calor opresivo. La toga era de un color azul pálido y le molestaba el hecho de que allí no pudiera llevar otra ropa. El color lo identificaba como un estudiante, aunque él no creía que se hallaba allí para estudiar, en el sentido clásico de la palabra. Pero éste había sido un requisito necesario para que le admitieran en Amel. El peso de la vestidura le dejaba el sudor pegado al cuerpo.
Un escalón más abajo de la rampa, el campo descensor zumbaba suavemente, preparado para dejarle en el bullicio que había al pie del transporte. Los sacerdotes y los pasajeros se encontraban allí reunidos para la ceremonia de iniciación de los nuevos estudiantes. Orne no sabía si debía cumplir este rito. El agente del espaciopuerto le había dicho que se tomara bastante tiempo para desembarcar.
¿Qué estaban haciendo allí?
Alcanzaba a oír unos redobles de tambor y un canto monótono que casi se perdían bajo el estruendo de las máquinas del puerto.
Mientras escuchaba, Orne experimentó una brusca sensación de miedo a lo desconocido que le esperaba en las retorcidas calles y el revoltijo de edificios del multitudinario barrio religioso.
Los relatos que se habían filtrado de Amel estaban tan cargados de insinuaciones de misterios prohibidos y de poder, que Orne sabía que sus emociones estaban mediatizadas. Pero Orne ya conocía este miedo. Había empezado en Marak.
Había estado sentado en su ambiente cotidiano, junto a su mesa de despacho, en las viviendas de los oficiales solteros. Sus ojos se habían dirigido, sin enfocar, hacia el paisaje ajardinado que se veía a través de la ventana: los terrenos de la universidad del I-A. El sol verde de Marak, bajo en el cuadrante de la tarde, había parecido lejano y frío. Amel le había parecido igual de distante: un sitio adonde debía ir después de su boda y de su luna de miel. Tenía un empleo permanente en el colegio antiguerra del I-A, como conferenciante experto en "Indicios exóticos de guerra".
De repente, se había apartado de la mesa y pensaba en la rígida normalización de aquella habitación y en que había algo en ella que quedaba fuera del contexto sin que pudiera concretar qué era. Todo parecía igual a lo que cabía esperar: las paredes grises, las esquinas agudas de la litera, la colcha blanca que ostentaba el monograma azul del I-A con la espada y el bolígrafo cruzados, la silla dura cuyo respaldo estaba enfrente de los pies de la cama dejando una separación de tres centímetros para que, por allí, se deslizara la puerta corredera de un armario.
Todo estaba en su sitio y de acuerdo con las normas.
Pero Orne no podía desechar la premonición de que algo había cambiado allí… peligrosamente.
A todo esto, se había abierto ruidosamente la puerta que daba al pasillo y había entrado Stetson. El jefe de sección llevaba su habitual traje de faena remendado. Sus únicas insignias de rango, unos emblemas dorados del I-A en las solapas y en la gorra del uniforme, se veían bastante corroídas.
Orne se preguntaba cuándo habría sido la última vez que habían estado cerca del pulimento, pero desterró este pensamiento de la cabeza porque Stetson necesitaba todo el pulimento para su mente.
Detrás de Stetson, como un animal casero sujeto por una invisible cadena, rodaba un mecanocarro abarrotado de cintas de estudios acelerados, microrregistros e incluso algunos libros primitivos encuadernados en plástico metalizado. El carro entró por sí mismo en la habitación y sus ruedas chirriaron cuando consiguieron salvar la franja antideslizante de la entrada.
Orne se había concentrado en el carro, porque inmediatamente supo que aquello era el objeto de su premonición. Se puso en pie y miró, muy serio, a Stetson.
—¿Qué es esto, Stet?
Éste cogió la silla que estaba a los pies de la litera, y lanzó la gorra hacia la colcha. Su pelo oscuro estaba completamente despeinado. Sus párpados bajaron, y respondió:
—Ya has tenido bastantes misiones para saber lo que son estos cachivaches con sólo verlos.
—¿Es que ya no voy a poder decir nada sobre esto? —preguntó Orne.
—Pues puede ser que las cosas hayan cambiado un poco aquí, un poco allá, o puede que no hayan cambiado en absoluto —contestó Stetson—. Además, esto se refiere a algo que dijiste que querías.
—Me casaré dentro de tres semanas —dijo Orne.
—Tu boda se ha tenido que retrasar —informó Stetson.
Levantó una mano apaciguadora al ver que la cara de Orne enrojecía, y explicó:
—Espera un momento. Retrasar. Nada más.
—¿Y por orden de quién? —preguntó Orne.
—Bien, Diana estuvo de acuerdo en marcharse esta mañana en una misión que nos había preparado el Alto Comisionado.
—¡Teníamos que cenar juntos esta noche! —dijo Orne, molesto.
—También esto ha sido aplazado —le comunicó Stetson—. Diana dice que lo siente mucho. Aquí, en el carro, tienes un videocubo: lo siente, te ama y todo eso, pero confía en que comprendas por qué se ha ido tan de repente.
La voz de Orne, se parecía más a un aullido:
—¿Y por qué se ha ido?
—Para no estorbarte. Te irás a Amel dentro de seis días en vez de dentro de seis meses, y hay verdaderas montañas de preparativos que hacer para que estés en condiciones de partir.
—Será mejor que me expliques algo más acerca de Diana.
—Ella sabe muy bien que te habría hecho perder tiempo, que te habría distraído, que no habrías podido centrar toda tu atención en lo que ahora es absolutamente necesario. Se ha marchado a Franchi Primus para pasar una información personal muy importante, explicando al movimiento clandestino nathiano de allí por qué ya no es clandestino, y por qué el candidato que han seleccionado ha de ser eliminado de la elección tan bruscamente. Se encuentra perfectamente bien y os podréis casar cuando regreses de Amel.
—Suponiendo que no se te ocurra otra emergencia —gruñó Orne.
—Ambos hicisteis el juramento del I-A —le recordó Stetson—. Diana tiene que aceptar las órdenes como todos nosotros.
—Este I-A es muy divertido —masculló Orne—. ¡Lo voy a recomendar siempre que encuentre un amigo que esté buscando empleo!
—Amel, ¿recuerdas? —preguntó Stetson.
—Pero ¿por qué tan de repente?
—Amel… Bien, Lew. Amel no es quizás un sitio ideal para ir de excursión, como quizá te habías imaginado.
—¿Qué no es…? Pero es el sitio indicado para conseguir una formación avanzada en Psi. Tú mismo cursaste mi solicitud, ¿no es cierto?
—Lew, esto no funciona exactamente así.
—¿No?
—Tú no solicitas ir, sino que eres llamado para ir.
—¿Qué se supone que significa esto?
—Sólo hay una manera de ir allí, si no estás en la lista aprobada o eres un sacerdote. Es ir como estudiante. Llamado por ellos.
—¿Y he sido llamado?
—Sí.
—¿Y qué pasa si no quiero ir como estudiante?
Unas duras líneas aparecieron alrededor de la boca de Stetson.
—Se te tomó juramento en el I-A. ¿Recuerdas?
—Voy a redactar de nuevo este juramento —gruñó Orne—. A las palabras "Empeño mi vida y mi sagrado honor en buscar y destruir las semillas de guerra, en dondequiera que puedan hallarse", permítasenos añadir: "y lo sacrificaré todo y a todos en caso necesario".
—No es una mala coletilla —dijo Stetson—. ¿Por qué no lo propones cuando vuelvas?
—Si vuelvo.
—Es verdad que existe esa posibilidad —dijo Stetson—. Pero has sido llamado y el I-A quiere desesperadamente que aceptes.
—Y por eso nadie se opuso a mi petición.
—En parte, sí. Nuestra Sección Psi certificó que tenías verdadero talento… y nuestras esperanzas aumentaron. Queremos que alguien de tu calibre se traslade inmediatamente a Amel.
—¿Por qué? ¿Por qué el I-A tiene interés en Amel? Nunca ha habido guerra cerca de allí. Los altos personajes siempre temen ofender a sus dioses.
—O a sus sacerdotes.
—Nunca había oído decir que nadie tuviera dificultades para ir a Amel —dijo Orne.
—Nosotros siempre hemos tenido dificultades.
—¿El I-A?
—Sí.
—Pero los técnicos de nuestra Sección Psi fueron preparados allí.
—Fueron asignados a nosotros por Amel, proceden de Amel, no fuimos nosotros. Nunca hemos podido enviar a Amel un verdadero agente investigador, de confianza y abnegado.
—¿Piensas que los sacerdotes planean algo?
—Si es así, tendremos dificultades. ¿Cómo podremos manejar los poderes Psi? ¿Cómo podríamos confinar a alguien, como ese fulano de Wessel que puede trasladarse a cualquier planeta del universo sin necesitar una nave? ¿Cómo podemos tratar con un hombre que puede sacar nuestros instrumentos de su carne sin hacer una incisión?
—Así pues, sabías esto.
—Cuando nuestro transceptor dejó de darnos los ruidos de tu alrededor y empezó a mandarnos los gorgoritos de los peces, sí, lo supimos —contestó Stetson—. ¿Cómo lo hiciste?
—No lo sé.
—Es posible que esto sea verdad —dijo Stetson.
—Sólo deseé que sucediera —dijo Orne.
—¡Sólo lo deseaste! Quizás es por eso por lo que irás a Amel.
Orne asintió, pero estaba preocupado pensando:
"Puede ser verdad."
Pero aún tenía la premonición, que ahora no estaba enfocada hacia el carro, sino hacia Amel.
—¿Estás seguro de que es a mí a quien han llamado?
—Estamos seguros y, además, estamos ansiosos.
—Todavía no me has explicado esto, Stet.
Stetson suspiró.
—Lew, hasta esta mañana no hemos recibido la confirmación. En la próxima sesión de la Asamblea se va a presentar una moción para acabar con I-A; todas sus funciones pasarán a Redescubrimiento y Reeducación.
—Debes de estar de broma.
—No.
—¿Bajo el mando de Tyler Gemine y sus muchachos Rah-Rah?
—Nada más ni nada menos.
—¡No! ¡Ese politicastro! La mitad de nuestros problemas derivan de las estupideces del Rah-Rah. Por lo menos una docena de veces ha faltado un pelo para que nos metieran en otra Guerra de Rim. Estaba convencido de que Gemine era nuestro objetivo número uno, para ser apeado de su cargo.
—Hum… Hum… —asintió Stetson—. Y en la siguiente sesión de la Asamblea, a menos de cinco meses vista, va a salir esta moción y tendrá el pleno apoyo de los sacerdotes de Amel.
—¿De todos los sacerdotes?
—Sí, de todos.
—¡Pero esto es una estupidez! Quiero decir, mira el…
—¿Te cabe alguna duda de que el apoyo religioso pueda hacer aceptar esta moción? —le preguntó Stetson.
Orne movió la cabeza.
—Pero en Amel hay miles de sectas religiosas… o millones tal vez. La Tregua Ecuménica no permite que…
—La Tregua no prohíbe tirar contra el I-A —observó Stetson.
—Pero esto no encaja, Stet, Si los sacerdotes van a por nosotros, ¿por qué me invitan como estudiante al mismo tiempo?
—Ahora verás por qué estamos tan ansiosos —dijo Stetson—. Nadie, ¡lo repito, nadie!, ha podido hasta ahora ser capaz de introducir un agente en Amel. Ni el I-A. Ni el antiguo Servicio Secreto Marakiano. Ni siquiera los nathianos. Todos los intentos han acabado en corteses expulsiones. Ningún agente ha podido llegar a más de veinticinco metros de donde había aterrizado.
—¿Qué hay en el carro que has traído? —preguntó Orne.
—Todo lo que se suponía tenías que estudiar en los próximos seis meses. Ahora, dispones de seis días.
—¿Qué previsión habrá para sacarme de Amel, si los asuntos se ponen mal?
—Ninguna.
Orne le miró, incrédulo.
—¿Ninguna?
—La mejor información que poseemos indica que tu preparación en Amel —la llaman "La Ordalía", durará unos seis meses. Si después de este plazo no sabemos de ti, haremos indagaciones.
—Tales como por ejemplo: "¿Qué han hecho con su cadáver?" —saltó Orne—. ¡Diablos! ¡Incluso puede que no haya ningún I-A para hacer indagaciones, dentro de seis meses!
—Por lo menos, habrá unos ciudadanos muy preocupados, tus amigos.
—¡Sí, los amigos, los amigos que me habían mandado allí!
—Estoy seguro de que comprendes que es necesario. Diana lo vio claro.
—¿Sabe ella todo esto?
—Sí. Lloró, pero comprendió que era necesario, y fue a Franchi Primus como se le ordenó.
—¿Soy vuestra última oportunidad, eh?
Stetson asintió.
—Hemos de descubrir por qué el centro de todas las religiones se ha vuelto contra nosotros. Ni siquiera tenemos una oración, y perdona la alusión, con que ir allí y dominarles. Podríamos intentarlo, pero esto desencadenaría levantamientos religiosos en toda la Federación. Ante esto, las Guerras de Rim serían como un partido de pelota en una escuela de niñas.
—Pero no lo habéis descartado del todo, ¿no es cierto?
—Desde luego que no. Pero no creo que encontráramos bastantes voluntarios para hacer el trabajo. Nunca hemos tomado en consideración el aspecto religioso para calificar a la gente. Pero estoy condenadamente seguro de que nos van a calificar en cuanto movamos un dedo contra Amel. Es un terreno muy delicado, Lew. No. ¡Tenemos que saber el porqué! Tal vez podríamos cambiar lo que les incomode, sea lo que sea. Es nuestra única esperanza. Es posible que no comprendan nuestros…
—¿Y si tuvieran planes para lanzarse a una conquista mediante guerras, Stet? Entonces, ¿qué? Podría ser que un nuevo partido haya llegado al poder en Amel. ¿Por qué no?
Stetson parecía triste.
—¡Si pudieras probarlo…!
Y los hombros se le hundieron más.
—¿Qué es lo primero que hay en la agenda? —preguntó Orne.
Con el pulgar, Stetson señaló hacia el carro.
—Zambúllete en ese material. Después, iremos a que los médicos te coloquen un amplificador Psi nuevo y más potente.
—¿Cuándo he de ir a ver a los médicos?
—Ya vendrán ellos tras de ti.
—Siempre ha de haber alguien que vaya tras de mí —hizo constar Orne.