Capítulo 16

Hay un demonio en todo lo que no entendemos. El último término del universo aparece negro para los ojos cerrados. Así, percibimos un fondo satánico del que se originan todas las inseguridades. De esta área de amenaza constante nos llega la imagen del infierno. Para vencer a este demonio, luchamos intentando alcanzar el conocimiento total. Frente al inminente universo infinito que está detrás del telón de fondo satánico, el Todo inacabable debe seguir siendo una ilusión y nada más. Si se acepta esto, el telón de fondo desaparece.

El ABAD HALMYRACH

Religión y Psi

Había un grupo de gente muy enfadada en un rincón del salón principal de la casa de los Bullone. El resplandor verde del sol de mediodía quedaba amortiguado por las cortinas y por la graduación de las polaventanas. Se oían los lejanos ruidos del acondicionador de aire y de los robocriados, que preparaban la fiesta de la noche de elecciones.

Stetson se apoyó contra la pared, junto al diván, con las manos metidas en los bolsillos de su rugoso y remendado traje de trabajo. Unas marcadas arrugas surcaban su elevada frente. Cerca de Stetson, el almirante Sobat Spencer, el Comandante Galáctico de Operaciones, no cesaba de dar pasos de uno a otro lado de la habitación.

Era un hombre calvo, que tenía cuello de toro, ojos azules y una engañosa voz dulce. Andaba como un animal enjaulado: tres pasos hacia aquí, tres pasos hacia allá.

Polly Bullone estaba sentada en el diván; sus labios, fuertemente apretados hasta convertirse en una línea, demostraban su enfado y disconformidad. Se oprimía las manos en el regazo, tan fuertemente que los nudillos se le habían quedado blancos.

Diana estaba de pie, al lado de su madre, con los puños apretados. Se estremecía de furia. Su mirada permanecía clavada en Orne.

—Es decir, suponen que ha sido mi estupidez la que ha organizado esta reunión —dijo Orne.

Estaba a cinco pasos de Polly, con las manos apoyadas en las caderas. Los paseos del almirante empezaban a ponerle nervioso.

—Pero es mejor que me escuchen…

Miró al paseante y acabó la frase:

—…todos ustedes.

El almirante Spencer dejó de pasear, miró duramente a Orne y dijo:

—Todavía espero oír una razón que justifique el que no estemos destrozando este sitio para llegar al fondo de esta situación.

—Tú… tú eres un traidor, Lewis —dijo Polly, con voz ronca.

—Me inclino a estar de acuerdo con usted, señora —dijo Spencer—. Pero desde un punto de vista diferente.

Miró a Stetson.

—¿Se sabe algo de Scottie Bullone?

—Me llamarán cuando le encuentren —respondió Stetson, y su voz era cauta y triste.

—Almirante, usted estaba invitado a la fiesta de esta noche, ¿no es cierto? —preguntó Orne.

—¿Qué tiene que ver eso? —preguntó a su vez Spencer.

—Almirante, ¿está usted dispuesto a encarcelar a su mujer y a sus hijas bajo la acusación de conspiración? —inquirió Orne.

Una reprimida sonrisa bailaba en los labios de Polly.

Spencer abrió la boca, pero la cerró sin decir palabra.

—La mayor parte de los nathianos son mujeres —dijo Orne—. Las mujeres de su casa lo son, almirante.

Este parecía un hombre al que le hubiesen propinado una patada en el estómago.

—¿Qué… evidencia tiene usted? —preguntó con voz débil.

—Tengo las pruebas —respondió Orne—. Se las daré enseguida.

—Es absurdo —fanfarroneó el almirante—. No es posible que pueda usted…

—Será mejor que le escuche, almirante —dijo Stetson—. Una de las cosas que se pueden decir de Orne es que siempre vale la pena escucharle.

—Entonces, será conveniente que lo que diga tenga sentido —gruñó Spencer.

—Pues las cosas son así —dijo Orne—: Casi todos los nathianos son mujeres y hay muy pocos hombres; unos nacieron accidentalmente y otros fueron planeados, como yo. Por esto no pudimos investigar los apellidos; sólo hay una pequeña sociedad femenina, muy cerrada, de mujeres que alcanzan posiciones de poder por medio de sus hombres.

Spencer se aclaró la garganta y deglutió. Parecía incapaz de perder de vista la boca de Orne.

—Mi análisis —prosiguió éste— deduce que, hace treinta o cuarenta años, al principio, los conspiradores empezaron por engendrar algunos varones, y los prepararon para que alcanzaran las posiciones más elevadas. Otros nathianos varones, los fallos accidentales de la predeterminación del sexo, no se enteraron de la conspiración. Los varones programados, cuando llegaban a la madurez, eran miembros con todos los derechos y responsabilidades. Creo que esto es lo que habían planeado para mí.

Polly le miró fijamente, y después volvió a contemplarse las manos.

Diana desvió la mirada cuando Orne intentaba captarla.

Orne prosiguió diciendo:

—Esta parte de su plan tenía que culminar, según su programa, en las elecciones de hoy. Si las ganaban, ya podrían operar con mayor audacia.

—Estás desbordado, muchacho —dijo Polly—. Ya es demasiado tarde para que alguien pueda hacer nada contra nosotros. ¡Nadie! ¡Y nada!

—¡Eso ya lo veremos! —saltó Spencer.

Parece ser que había recuperado el autocontrol.

—Algunas detenciones importantes, al airear públicamente todo este asunto…

—No —dijo Orne—. Almirante, usted no lo ha pensado bien. Polly tiene razón. Ya es muy tarde para todo eso. Probablemente, ya lo era hace cien años. Las mujeres estaban firmemente atrincheradas incluso entonces.

Spencer se cuadró y miró duramente a Orne.

—Joven, basta una orden mía para que esto quede arrasado.

—Lo sé —dijo Orne—. Otro Hamal. Otro Sheleb.

—¡Es que no podemos ignorarlo! —rugió Spencer.

—Ignorarlo, no —dijo Orne—. Pero podemos hacer algo parecido. No tenemos elección. Ha llegado el momento de que aprendamos lo de la azada y el mango.

—¿Qué? —retumbó la voz de Spencer.

—Lo encontrará en el currículo del I-A —dijo Orne—. Las sociedades primitivas descubrieron este modo de vencer la constante y fatal tentación de utilizar la violencia. Una población sólo hacía los hierros de las azadas, y la población vecina sólo hacía los mangos. Ninguno podía pensar en invadir el área especial de manufactura del otro.

Polly levantó la vista y estudió la cara de Orne. Diana, al parecer, estaba confusa.

—¿Sabe usted lo que pienso? —preguntó Spencer—. Que en su intento de enredar el asunto acaba de probar que si se es nathiano una vez, se es nathiano siempre.

—Eso no es cierto —dijo Orne—. Quinientos años de cruzamientos con otros pueblos lo demuestran. Ahora, sólo hay una sociedad secreta de técnicos políticos sumamente astutos.

Sonrió irónicamente a Polly, y miró de nuevo a Spencer.

—Piense en su esposa, señor. Con toda honestidad, ¿sería usted Comandante Galáctico, si ella no le hubiera guiado en su carrera?

La cara de Spencer se oscureció. Proyectó la barbilla hacia delante, intentó hacer bajar la mirada a Orne, en lo que fracasó, y después soltó una risita irónica.

—Sobie empieza a recuperar el sentido común, tal como yo esperaba —dijo Polly—. Tú ya has terminado, Lewis. Vamos a tratar con quienes debemos tratar, y tú no eres uno de ellos.

—Cuidado, Polly, no subestime a su futuro yerno —dijo Orne.

—¡Ah! —chilló Diana—. ¡Te odio, Lewis!

—Lo superarás —dijo Orne con voz melosa.

—¡Ohhhhh!

Diana se estremeció furiosamente.

—Pienso que tengo casi todos los triunfos —dijo Spencer dirigiéndose a Polly.

—Tiene muy poca cosa si no comprende del todo la situación —dijo Orne.

Spencer le lanzó una mirada especulativa.

—Explíquese.

—El gobernar es una gloria muy dudosa —dijo Orne—. Se ha de pagar por el poder y la riqueza haciendo equilibrios sobre el cortante filo de la navaja. Esta cosa grande y amorfa, el pueblo, se ha levantado y ha devorado muchos gobiernos. Puede hacerlo por medio de una revolución-relámpago. La manera de evitar esto es dándole un buen gobierno: un gobierno que no sea perfecto, pero que sea bueno. Si no es así, tarde o temprano, la institución se derrumba. Este es un punto que un gran genio político, mi madre, me explicaba con mucha frecuencia, y que se me quedó grabado en el cerebro.

Arrugó el entrecejo y continuó diciendo:

—Mis objeciones a la política se basaban en que no me gustaban los compromisos que había que aceptar para ser elegido… Y en que nunca me gustó que las mujeres dirigieran mi vida.

Stetson se separó de la pared y dijo:

—Está perfectamente claro.

Todas las cabezas se volvieron hacia él.

—Para conseguir mantenerse en el poder, los nathianos han de darnos un gobierno bueno y honrado. Lo admito. Es obvio. Por otra parte, si los denunciamos, ofrecemos en bandeja a una bandada de políticos aficionados, fanáticos y hambrientos de poder, demagogos universales, precisamente las armas que necesitan para lograr los cargos.

—Y después de esto: el caos —dijo Orne—. O sea que vamos a dejar que los nathianos sigan, pero con dos pequeños cambios.

—No cambiaremos nada —afirmó Polly.

—Ustedes no se han enterado de la lección de la azada y el mango —dijo Orne.

—Y ustedes no han aprendido la lección del verdadero poder político —contraatacó Polly—. Pienso, Lew, que no tienes ningún apoyo. Me tienes a mí, pero de mí nada sacarás. El resto de la organización puede seguir sin mí. No puedes atreverte a denunciarnos porque tendrías que desacreditar a demasiada gente importante. Tenemos el látigo en la mano.

—Lo que tienen ustedes es la azada y el mango —dijo Orne—. El I-A puede poner en custodia de protección al noventa por ciento de su organización en un plazo de diez días.

—¡No podríais encontrarlos! —rebatió Polly.

—¿Cómo lo harías, Lew? —preguntó Stetson.

—Nómadas —respondió Orne—. Esta casa es una tienda nómada glorificada. Los hombres, en el exterior; las mujeres, dentro. Fíjense en la construcción del patio interior. Debe de ser instintivo para los de sangre nathiana.

—¿Bastaría con esto? —preguntó Spencer.

—Añadamos una inclinación hacia los instrumentos raros —dijo Orne—. La kaithara, el tambor, el oboe: todos son instrumentos nómadas. Añadamos aún la dominación de las mujeres dentro de la familia, algo raro dentro de la herencia nómada, pero no es el único caso. Busquemos, en la política, aquellos casos en que las mujeres han guiado a sus hombres hasta el poder. Se iban a escapar muy pocos.

Polly le miraba boquiabierta.

Spencer dijo:

—Las cosas van demasiado deprisa, para mí. Sólo sé una cosa con toda seguridad: me he consagrado a evitar otra Guerra de Rim. Lo he jurado. Aunque tuviera que meter en la cárcel a…

—Una hora después de que se conociera esta conspiración, usted no estaría en condiciones de encerrar a nadie en la cárcel —dijo Orne—. ¡El marido de una nathiana! Sería mucho más probable que el que estuviese preso fuese usted, o tal vez muerto a manos del populacho.

Spencer palideció.

Stetson asintió con la cabeza. Estaba totalmente de acuerdo con Orne.

—Explícanos lo de la azada y el mango —pidió Polly—. ¿Cuál sugieres que podría ser el compromiso?

—Primero: poder de veto sobre cualquier candidato que ustedes puedan presentar —respondió Orne—. Segundo: ustedes no podrán tener más de la mitad de los cargos importantes.

—¿Quién tendría el poder de vetar a nuestros candidatos? —preguntó Polly.

—El almirante Spencer, Stet, yo mismo… Cualquiera a quien se juzgue digno de confianza —contestó Orne.

—¿Crees que eres Dios, o algo parecido? —le preguntó Polly.

—Lo mismo que usted —respondió Orne—. Recuerdo muy bien las enseñanzas de mi madre. Este es un sistema de control y equilibrio. Ustedes cortan el pastel y nosotros escogemos la primera tajada. Un grupo hace el hierro de la azada, el otro hace el mango. Entre todos podremos cavar.

Hubo un largo silencio, hasta que Stetson lo rompió:

—No me parece justo que…

—Ningún compromiso político puede ser nunca completamente justo —dijo Orne.

—Por más que remiendes las cosas, siempre quedan agujeros que tapar —aseguró Polly—. Esto es el gobierno.

Rió cínicamente y miró a Orne.

—De acuerdo, Orne, lo aceptamos.

La mujer miró a Spencer, que se encogió de hombros, malhumorado.

Polly volvió a dirigirse a Orne, y le dijo:

—Lewis, contéstame, por favor, a una sola pregunta: ¿Cómo supiste que yo era la Primera Dama?

—Fue fácil saberlo —respondió Orne—. En los registros que encontramos constaba que la familia… nathiana (estuvo a punto de decir traidora) de Marak tenía el nombre en clave de "La cabeza". Su nombre, Polly, contiene el antiguo vocablo Poli, que significa "cabeza".

Polly lanzó una mirada inquisidora a Stetson:

—¿Es siempre tan agudo?

—Siempre —contestó Stetson.

—Si quieres dedicarte a la política, Lewis —dijo Polly—, tendré mucho gusto en…

—Ya estoy demasiado metido en la política —refunfuñó Lewis—. Lo que quiero es establecerme con Di y recuperar el tiempo de vida que he perdido.

Diana se puso rígida y habló hacia la pared que estaba detrás de Orne.

—¡Nunca más quiero ver u oír a Lewis Orne, ni que me hablen de él! ¡Jamás! ¡Y esto es definitivo, absolutamente definitivo!

Los hombros de Orne se derrumbaron, dio la vuelta, tropezó y cayó al suelo sobre las gruesas alfombras. El grito de Diana fue coreado por los gritos de los demás.

Stetson chilló:

—¡Llamen a un médico! Ya me dijeron en el hospital que todavía estaba muy débil.

A continuación, se oyeron los pesados pasos de Polly que corrían hacia el cuarto de comunicaciones.

—¡Lew!

Era la voz de Diana, que se había puesto de rodillas a su lado y con sus blancas manos le frotaba el cuello y la cara.

—Denle la vuelta y aflójenle el cuello. Denle aire.

Suave y cuidadosamente, le pusieron de espaldas. Estaba muy pálido.

Diana le aflojó el cuello de la ropa, y se abrazó a él.

—Oh, Lew, lo siento —sollozaba—. No es verdad, no quería decir eso. ¡Por favor, Lew… por favor, no te mueras, por favor!

Orne abrió los ojos, miró a través de la desmelenada cabellera de color rojo-dorado de Diana hacia Spencer y Stetson. Se oía la voz de Polly dando rápidas instrucciones en el centro de comunicaciones. Orne notó en su cuello el calor de la mejilla de Diana y la humedad de sus lágrimas. Lenta y deliberadamente, Orne guiñó un ojo hacia los dos hombres.

Diana se agitaba convulsivamente cogida al cuello de Orne. Sus movimientos activaron el transceptor. Orne oyó la onda portadora que silbaba en sus oídos. Este sonido le llenó de enfado, y pensó:

"¡Este maldito chisme tenía que ponerse en marcha ahora! ¡Quisiera que estuviera, sin mí, en el más profundo océano de Marak!"

En ese preciso momento, mientras pensaba esto, Orne experimentó una sensación de vacío en su carne, donde había estado el transceptor. El silbido de la onda portadora se había apagado de repente. Sintiendo un espanto repentino, Orne se percató de que el diminuto instrumento había desaparecido.

Una lenta y desconocida sensación le recorría de pies a cabeza.

De repente, pensó:

"¡Psi! ¡Por el amor de todo lo que es sagrado! ¡Soy un Psi!"

Suavemente, se soltó de Diana y dejó que esta le ayudara a sentarse.

—Oh, Lew —le susurraba la mujer acariciándole la mejilla.

Polly apareció detrás de ellos.

—El doctor ya está en camino. Dice que tengamos al paciente caliente y quieto. ¿Por qué está sentado?

Orne sólo les escuchaba a medias. Pensaba:

"He de ir a Amel. No tengo más remedio."

No sabía cómo, pero sabía que tenía que ir.

A Amel.