La música representa una parte esencial en muchas experiencias Psi, que están calificadas como religiosas. Mediante la fuerza del éxtasis creada por los sonidos rítmicos, podemos percibir una llamada dirigida a los poderes que están más allá del tiempo y carecen de la amplitud y la longitud propias del limitado ámbito de nuestro rincón material en el reino de las dimensiones sin fin.
NOAH ARKWRIGHT
Las formas de Psi
A la caída de la tarde, Orne se hallaba en un estado de confusión. Había descubierto que Diana no sólo era excitante y fascinadora, sino que, además, era el más confortable compañero hembra que jamás había encontrado. A ella le gustaba nadar, la caza no sangrienta de paloika, el sabor de las manzanas ditar. Al hablar con él, daba muestras de una actitud desdeñosa hacia la generación anterior y hacia la oficialidad del I-A, que le aseguró no haber revelado nunca antes a nadie.
Se habían reído como locos por cosas que eran solemnes tonterías.
Orne volvió a su habitación para cambiarse de ropa, y se acercó a la polaventana para cambiarla a transmisión diáfana clara. El rápido anochecer de aquellas latitudes había tendido un negro manto sobre el paisaje. El lejano resplandor de la ciudad teñía de amarillo el horizonte en una corta zona, hacia la izquierda. Un halo naranja se veía ya en los picos por donde aparecerían las tres lunas de Marak.
"¿Estoy enamorándome de esta mujer?", se preguntaba Orne.
Otra vez notaba la fragmentación de su ser, y ahora percibía que las vivencias de su aprendizaje infantil se sumaban a las demás influencias que luchaban dentro de él. Las enseñanzas rituales de Chargon volvían a hacerse presentes en él con todo su misterio.
Pensó:
"Yo soy esto. Soy la conciencia de mí mismo, que percibe lo Absoluto y conoce la Suprema Sabiduría. Yo soy el impersonal omnímodo Yo, que es Dios."
Esto derivaba directamente de los antiguos ritos que traducían los poderes regios a términos religiosos, pero se percataba de que los viejos conceptos habían adquirido un nuevo significado.
—Yo soy Dios —susurró.
Y notó que había fuerzas que se agitaban dentro de él. Incluso mientras hablaba advirtió que las palabras no se referían a su propia identidad del ego. El Yo de su percepción estaba fuera del alcance de las inquietudes humanas.
Sin comprender el alcance de su significado, Orne comprendía que había experimentado un evento religioso. Conocía las definiciones Psi que le habían enseñado en el I-A, pero esta experiencia le sobresaltó.
Quería llamar a Stetson, no para informar sino para poder librarse de la confusión que experimentaba acerca del papel que desempeñaba en aquella casa. Este pensamiento le hizo reparar en que Stetson, o algún ayudante, habían escuchado durante todo el tiempo que había pasado en compañía de Diana.
El robomayordomo le avisó para comer, consiguiendo con ello hacer desaparecer en Orne la sensación de haber caído en pecado. Se puso apresuradamente un uniforme limpio de calle y atinó con el camino para dirigirse a un saloncito situado al otro lado de la casa. Los Bullone ya estaban sentados alrededor de una mesa antigua puesta con velas auténticas (olían a incienso) y con un servicio shardi de oro. Por la ventana se podían ver dos de las tres lunas de Marak que descollaban sobre las montañas.
—Sé bienvenido, y ojalá puedas encontrar la salud en esta casa —dijo Bullone alzándose y esperando en pie a que Orne se hubiese sentado.
—Hemos dado una vuelta por la casa —dijo Orne.
—Nos gusta ver la salida de las lunas —confesó Polly—. Es muy romántico, ¿no crees? —Y miró a Diana.
Ésta miró hacia su plato. Llevaba un traje corto de malla de fuego, que hacía destacar su pelo rojo. En la garganta, brillaban las perlas Reinach de su collar de una sola vuelta. Orne, que había ocupado el asiento que se hallaba enfrente de Diana, pensó:
"Señor, esa es una mujer elegante."
Polly, a la derecha de Orne, parecía más joven y más ligera porque llevaba un traje largo con una estola verde que difuminaba su silueta de tonel. Bullone, a la izquierda, vestía unos pantalones cortos de etiqueta y una chaqueta kubi, en tela con perlas doradas, que le llegaba a las rodillas. Tanto el ambiente como las personas denotaban riqueza y poder.
Por un momento, Orne vio una confirmación de las sospechas de Stetson. Bullone llegaría a cualquier extremo para poder mantener todos aquellos lujos.
La llegada de Orne había interrumpido una discusión entre Polly y su marido. Tan pronto como Orne se hubo sentado prosiguieron con ella…
Lejos de ponerle en una posición embarazosa, esta falta de inhibición hizo que Orne se sintiese más aceptado en la intimidad de la familia.
La mirada de Diana encontró la de Orne, miró a izquierda y derecha, a sus padres, y le sonrió.
—Pero, esta vez, no me presento para el cargo —decía Bullone, con voz grave como si se le acabara la paciencia—. ¿Por qué tenemos que agobiarnos toda la noche con esta gente sólo para…?
—Nuestras fiestas de la noche de elecciones son ya una tradición —decía Polly.
—Por una vez, preferiría descansar tranquilamente en casa —decía Bullone—. Me gusta sentirme cómodo con mi familia y no tener que…
—No es como si fuese una gran fiesta —decía Polly—. He reducido la lista a sólo cincuenta.
Bullone gruñó.
Diana dijo:
—Papaíto, estas elecciones son importantes. ¿Cómo es posible que puedas sentirte cómodo? Hay setenta y tres escaños en juego, y son decisorios. Si las cosas fueran mal tan sólo en el sector de Aikes… pues… podrías encontrarte en el suelo. Perderías tu cargo de… es decir, que otro ocuparía tu lugar y…
—Le daría la bienvenida al condenado cargo —dijo Bullone—. Es una gran preocupación.
Sonrió a Orne.
—Me duele que tengas que aguantar esta inacabable disputa, muchacho, pero las mujeres de mi familia me harían ir de cabeza, si las dejara. Por lo que he oído, también has tenido un día bastante pesado. Espero que no te estemos fatigando.
Sonrió paternalmente a Diana.
—Además es tu primer día fuera del hospital.
—Diana iba a buen paso, pero lo he pasado bien —dijo Orne.
—Mañana saldremos con el volante pequeño para ver el área desértica —dijo Diana—. Yo pilotaré, y así Lew podrá descansar.
—Aseguraos de que vais a llegar a tiempo a la fiesta —recomendó Polly.
Bullone se dirigió a Orne.
—¿Ves lo que te decía?
—Vamos, Scottie —dijo Polly—. No puedes…
Se interrumpió porque había sonado un timbre en una alcoba que estaba detrás de ella.
—Debe ser para mí. Excusadme, por favor. No os levantéis.
Diana se inclinó hacia Orne y le dijo:
—Si quieres, podemos prepararte una comida especial. Lo pregunté en el hospital, y me dijeron que no tenías restricciones en tu dieta.
Señaló con la cabeza hacia la cena de Orne, que no había tocado y que había aparecido en la mesa, a su lado, en la trampilla de la burbuja de transporte.
—Oh, esto está muy bien —dijo Orne.
No podía oír lo que Polly hablaba en la alcoba. Estaba seguro de que usaba un cono de seguridad.
Se dedicó a su comida: carne con una salsa exótica que no podía identificar, champaña de Sirik, ataloka au semil… lujo tras lujo.
Polly regresó a su sitio en la mesa.
—¿Era algo importante? —le preguntó Bullone.
—Sólo una cancelación para mañana por la noche. El profesor Wingard está enfermo.
—Sería preferible que cancelaras lo de nosotros cuatro —dijo Bullone—. Necesito un poco de tiempo para hablar con Lewis.
"A menos que esto sea una pose estudiada, no parece que este hombre desee conseguir más poder", pensó Orne.
Por primera vez, Orne empezó a pensar si Stetson había mentido, si todo esto no formaba parte de algún elaborado plan de lucha política en cuyo corazón estuvieran Stetson y sus amigos. ¿Por qué no podía suceder que algún cargo importante del I-A estuviera preparando un golpe? ¡No! Sabía que tenía que dejar de buscar fantasmas, y actuar tal como le habían enseñado: dato a dato.
Polly miro a su esposo.
—Deberías estar más orgulloso de tu cargo, Scottie. Te lo juro. Tú eres un hombre muy importante, y algunas veces te ayudaría el recordarlo.
—Si no fuese por ti, querida, yo sería un don nadie, y lo preferiría así —dijo Bullone, sonriendo cariñosamente a su mujer.
—¡Oh, vaya, Scottie! —dijo ella.
Bullone le sonrió a Orne y le confesó:
—Comparado con mi mujer, Lewis, soy un político idiota. Nunca he conocido a nadie como ella para dar la vuelta a las cosas. Le viene de familia. Su madre era igual. ¿Y su abuela? Era un verdadero genio en política.
Orne se le quedó mirando con el tenedor en el aire. Una idea había explotado en su mente.
"¡No podía ser! —pensó—. ¡No podía ser de ninguna de las maneras!"
—Tú debes saber algo de esta vida política, Lew —dijo Diana—. ¿Tu padre no era Miembro por Chargon?
—Sí —murmuró Orne—. Murió siéndolo.
—Lo siento —dijo ella—. No quería abrir antiguas heridas.
—Está bien —dijo Orne.
Hizo oscilar la cabeza de lado a lado, todavía cautivado por su explosiva idea.
"No podía ser, pero… el esquema era casi idéntico. "
—¿Te encuentras bien, Lewis? —preguntó Polly—. Te has puesto pálido de repente.
—Solo estoy cansado —respondió Orne—. Supongo que no estoy acostumbrado a tanta actividad.
Diana soltó el tenedor; en su cara había una expresión avergonzada.
—¡Oh, Lew! ¡Qué tonta he sido! No te he dejado parar en todo el día, y era el primero que pasabas fuera del hospital.
Bullone le dijo:
—No te andes con ceremonias en esta casa, Lewis.
Polly parecía preocupada, y dijo:
—Has estado muy enfermo y nos hacemos cargo de ello. Si estas cansado, Lewis, vete enseguida a la cama. Más tarde te daremos un poco de caldo caliente.
Orne miro alrededor de la mesa y vio en todas las caras una ansiosa atención. Estaban muy preocupados por él, no cabía la menor duda. Había estallado una lucha entre su deber y sus sentimientos. En su propio contexto, aquellas personas eran honradas, pero si… Confuso, Orne empujó la silla hacia atrás y dijo:
—Señora Bullone… —Entonces recordó que debía llamarla Polly—. Polly, si de verdad no le importa…
—¡Importa! —gritó ella—. Tú te acuestas inmediatamente.
—¿Necesitas alguna cosa? —le preguntó Bullone.
—No, no. De verdad.
Orne estaba de pie y notaba mucho el mejor ajuste de su nueva rodilla.
—Hasta mañana, Lew, y que descanses —le deseó Diana.
Consiguió que sus palabras expresaran tanto la preocupación por un huésped como algo cálido y personal, como un mensaje íntimo. Orne no estaba seguro de si deseaba esa intimidad.
—Hasta mañana, gracias —contestó.
Se fue, pensando:
"¡Señor! ¡Qué mujer más deseable!"
Cuando se iba por el pasillo, oyó que Bullone decía con un tono paternal de voz:
—Di, quizá sería mejor que mañana no te llevaras a este chico por ahí. A fin de cuentas, ha venido aquí para reponerse de una convalecencia.
No pudo enterarse de la respuesta, porque se había cerrado la puerta.
En la intimidad de su habitación, Orne apretó el mando del transceptor del cuello y transmitió:
—¿Stet?
Una voz le silbó en el oído traída por la onda especial.
—Aquí, el relevo del señor Stetson. Es Orne, ¿verdad?
—Sí, soy Orne. Necesito que se vuelvan a comprobar enseguida esos registros que los arqueólogos recuperaron en Dabih. Busquen si Sheleb fue uno de los planetas que ellos sembraron.
—Entendido. Corto.
Hubo un largo silencio, y luego:
—Lew, soy Stet. ¿Por qué has preguntado lo de Sheleb?
—¿Estaba en las listas nathianas?
—Negativo. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Estás seguro? Eso explicaría muchas cosas.
—Sheleb no está en las listas…, pero espera un minuto.
Silencio, y luego:
—Sheleb está en el cono de rumbos a Auriga, y Auriga está en la lista. Tenemos razones para dudar que pusieran a alguien en Auriga. Pero si su nave tuvo dificultades…
—Esto es —saltó Orne.
—¡No uses la viva voz! —ordenó Stetson—. Sólo subvocaliza. No pueden pinchar este sistema, pero saben que existe. No nos conviene que entren en sospechas porque tú hables solo.
—Lo siento —dijo Orne—. Es que sabía que había de ser Sheleb.
—¿Por qué? ¿Qué has descubierto?
—He tenido una idea que me da escalofríos —explicó Orne—. Recuerda que las mujeres que mandaban en Sheleb podían criar machos o hembras controlando el sexo en el momento de la concepción. De hecho, fue la desnivelación de…
—No deberías recordarme algo que sería mejor que estuviera enterrado y olvidado —interrumpió Stetson—. ¿Por qué es tan importante ahora?
—Stet, ¿qué pasaría si tu clandestinidad nathiana sólo estuviera compuesta por mujeres engendradas de aquella manera? ¿Y si sus hombres ni siquiera tuvieran conocimiento de ello? ¿Y si Sheleb fuera precisamente un lugar que se hubiera ido de la mano porque las mujeres habían perdido contacto con el resto de la trama? Fueron un descubrimiento del R&R.
—¡Por la Santa Madre Marak! —exclamó Stetson—. ¿Tienes evidencia, para…?
—No tengo más que una corazonada —contestó Orne—. ¿Podéis tener la lista de los huéspedes invitados a la fiesta de elecciones de los Bullone de mañana?
—Sí, podremos conseguirla, ¿Por qué?
—Buscad en ella las mujeres que dirigen a sus maridos en la política. Decidme cuántas y quiénes son.
—Lew, esto no es suficiente para…
—Es todo lo que tenemos hasta aquí —dijo Orne.
Hizo una pausa, y se le ocurrió otra idea.
—Puede haber otra cosa. No olvides que los nathianos tienen unos antepasados nómadas. Las pistas pueden estar todavía allí.