Capítulo 12

En términos de sistemas humanos, la auto-retroinformación requiere unos procesos inconscientes que son muy complicados, tanto en el sentido individual como en el colectivo o social. Ya hace mucho tiempo que se ha reconocido que los individuos pueden estar influidos por las fuerzas inconscientes. Sin embargo, no se conocen tan bien los procesos a gran escala y lo que puede haberlos influido. En estos últimos tiempos tenemos la tendencia a verlos sólo desde un punto de vista estadístico: por curvas de población, por evolución histórica, por cambios que vienen desde siglos atrás. Con frecuencia, atribuimos estos procesos a las fuerzas religiosas y tendemos a evitar su examen analítico.

Conferencias del ABAD

(difusión restringida)

La señora Bullone se hallaba en el centro de la habitación de huéspedes de su casa. Era obesa, y enlazaba las manos por delante sobre una bata de seda larga y de color apagado.

Orne pensó:

"Debo recordar que me pidió que la llamase Polly."

Tenía unos solemnes ojos grises, una cabellera también gris de abuelita, el pelo estirado hacia atrás y metido en una red negra con pedrería fina, y una sorprendente voz ronca de barítono que surgía de una boca diminuta. El perfil de su cuerpo empezaba por varias papadas, descendía hacia un abundante pecho de matrona, y de allí caía directamente sobre una forma de tonel. El ápice de su cabeza llegaba justo al nivel de las charreteras del traje de Orne.

Ella dijo:

—Queremos que, aquí, con nosotros, te sientas como en tu casa. Debes considerarte como un miembro más de la familia.

Orne repasó visualmente el cuarto de huéspedes de los Bullone: muebles de estilo bajo, tenía un seleccolor clásico para cambiar la combinación de los colores. Una polaventana permitía ver de dentro afuera una piscina de forma ovalada. El cristal (estaba seguro de que era auténtico cristal y no una sofisticada sustancia plástica) se había convertido en azul oscuro. Esto daba a la vista exterior la apariencia de estar a la luz de la luna. Una cama anatómica estaba a la derecha, pegada a la pared, y tenía muchos aparatos incorporados.

Más allá de una puerta entreabierta, a la izquierda, se podía ver parte del enlosado de madera del cuarto de baño.

Todo parecía tradicional y confortable. Era cierto que se sentía como en casa.

Orne dijo:

—Aquí ya me siento como en casa, ¿sabe usted? Su casa se parece mucho a la nuestra de Chargon. Tal como la recuerdo. Tuve una verdadera sorpresa en cuanto la vi desde el aire cuando vinimos. A excepción del emplazamiento, es casi idéntica.

—Tu madre y yo compartíamos muchas ideas cuando estábamos juntas en el instituto —dijo Polly—. Éramos muy amigas, y todavía lo somos.

—Debe usted serlo, a juzgar por lo que hace por mí —observó Orne.

Su propia voz le sonaba como absurdamente lejana. ¡Tantas banalidades! ¡Tal hipocresía! Pero las palabras seguían saliendo:

—No sé cómo podré agradecérselo…

—¡Ah, estáis aquí!

Una profunda voz masculina llegó a través de la puerta abierta situada detrás de Orne.

Se volvió y vio a Ipscott Bullone, Alto Comisionado de la Liga y supuesto conspirador.

Bullone era alto, y su cara, angulosa y de líneas marcadas. Sus ojos oscuros le observaban con mirada de miope. Sus cejas eran muy espesas y el pelo blanco estaba peinado hacia atrás en ondas sucesivas. Irradiaba un aspecto de desmañada torpeza que, probablemente, era una afectación política.

"No me parece que tenga tipo de dictador o de conspirador", pensó Orne.

Bullone entró en la habitación y la inundó, con su voz.

—Me alegro de que hayas llegado bien, hijo. Espero que todo estará a tu gusto. Y si no, no tienes más que decirlo.

—Está… muy bien —dijo Orne.

—Lewis me estaba contando que nuestra casa se parece mucho a la suya de Chargon —le contó Polly.

—Es clásica, pero nos gusta así —dijo Bullone—. No me gustan las tendencias modernas de la arquitectura. Demasiado mecánicas. A mí, que me den siempre el clásico tetrágono montado en un pivote central.

—Me parece que estoy oyendo hablar a mi familia —afirmó Orne.

—¡Bien! ¡Bien! Generalmente, dejamos el salón principal orientado hacia el noreste. Ya sabes que se ve la capital. Pero si prefieres tener sol, sombra o una brisa en tu habitación, eres muy dueño de girar la casa a tu gusto.

—Es usted muy amable —dijo Orne—. En Chargon, tenemos una brisa marina y procuramos que llegue al salón principal. Nos gusta el aire.

—A nosotros también. Sí, señor. Cuando podamos sentarnos, podrás explicarme, de hombre a hombre, todo lo referente a Chargon. Me resultará muy interesante conocer tus opiniones sobre las cosas de allí.

—Estoy segura de que a Lewis le gustará que le dejemos un rato tranquilo —dijo Polly—. Hoy es el primer día que pasa fuera del hospital y no debemos cansarle.

"Lo esta echando fuera —pensó Orne—. Todavía no le ha dicho que no he vuelto a casa desde que tenía diecisiete años."

Polly se acercó a la polaventana, la graduó al gris neutro y giró el seleccolor hasta que el color dominante de la habitación viró al verde.

—Así estará mejor para que descanses —dijo Polly—. Si necesitas algo, toca el timbre que tienes al lado de la cama. El robocriado sabrá lo que tiene que hacer; y si no lo sabe, nos buscará.

—Hasta la hora de comer —dijo Bullone.

Y se fueron.

Orne se acercó a la ventana, y miró hacia la piscina.

La mujer joven aún no había regresado. Cuando el conductor de la limusina volante la posaba en el campo de aterrizaje de la finca, Orne había visto, sobre los azules mosaicos que rodeaban la piscina, una sombrilla y un amplio sombrero que se saludaban mutuamente. El parasol ocultaba a Polly Bullone. El amplio sombrero pertenecía a una bien formada mujer joven en traje de baño. Se había metido en la casa en cuanto vio el volante.

Orne pensaba en la mujer joven. No era más alta que Polly, pero sí era mucho más esbelta y llevaba el pelo, de color dorado rojizo, recogido en un moño de nadadora debajo de su sombrero. No era hermosa: su cara era demasiado estrecha y recordaba a la de su padre. Los ojos eran excesivamente grandes. Pero la boca tenía unos labios carnosos y la barbilla era pronunciada. Toda ella exhalaba un aire de exquisita seguridad. El efecto total era el de una sorprendente elegancia, extremadamente femenina.

Así pues, este era su objetivo: Diana Bullone. ¿Por qué había tenido tanta prisa en marcharse?

Orne levantó la mirada por encima de la piscina: el paisaje que vio era de unas colinas con árboles, y en el horizonte, una quebrada línea de montañas. Los Bullone vivían en un sitio de costoso aislamiento, a pesar de su amor por la simplicidad tradicional…, o quizás a causa de eso. Los centros urbanos no pueden tener esta elegancia de tiempos pasados. Pero allí, en medio de kilómetros de desierto y de un planeado descuido del paisaje, podían ser tal como quisieran. Asimismo, podían estar aislados de los ojos curiosos.

"Ya es hora de mandar mi informe", pensó Orne.

Apretó el mando de control del transceptor que llevaba en el cuello, se puso en contacto con Stetson y se lo contó todo.

Está bien —dijo Stetson— Encuentra a la hija. Su descripción coincide con la de la mujer que viste al lado de la piscina.

Ya lo sé —contestó Orne.

Cortó la comunicación y reflexionó. Le parecía ser varias personas a la vez. Una de ellas seguía el juego de Stetson: otra, sólo sus intereses personales; y al mismo tiempo, había otra que no hacía más que observar y estar en desacuerdo. En medio de todo esto, sentía que algún núcleo esencial de él mismo había regresado de la muerte para estar inmerso en la vida, una vida cálida asociada a la belleza y al movimiento. Su cuerpo realizaba una de aquellas facetas, pero una parte esencial de él, llena de vida y fuerza, flotaba en algún sitio, en algún plano, que interpretaba a la muerte como sólo una parte del tránsito hacia la madurez.

Experimentaba una sensación de distorsión y estiramiento. Huyó de ella. Se puso el traje de faena azul claro y salió desde su habitación a un vestíbulo curvado, de color amarillo. Un ligero toque al repetidor de tiempo de su sien le permitió saber que faltaba poco para el mediodía local. Podía espiar un rato antes de que le llamaran para comer. Sabía, gracias a su breve recorrido por la casa, a su llegada, y por la similitud con la de su infancia, que el vestíbulo-pasillo conducía al salón principal. Las habitaciones públicas y las de los hombres debían de estar en el anillo exterior. Las habitaciones privadas y las de las mujeres debían de ocupar el círculo interior.

Orne se dirigió al salón.

Era un cuarto alargado construido alrededor de dos secciones del tetrágono. Unos divanes bajos ocupaban los espacios que había debajo de las ventanas, que miraban unas hacia dentro y otras hacia afuera. Gruesos montones de alfombras formaban una confusa aglomeración de rojos y marrones por toda la habitación.

En el extremo más alejado del salón, una figura en traje de faena azul, muy parecido al que él llevaba, estaba de pie inclinada sobre una mesa metálica. La figura se movió y un campanilleo musical llenó la habitación.

Orne se quedó en suspenso por el sonido que le resultaba familiar. Hacía retroceder su memoria hasta su infancia. El instrumento era una kaithra. Sus hermanas habían sido muy hábiles tocando un instrumento como ése. Reconoció a la mujer que estaba tocando la kaithra: el mismo pelo rojo-dorado y la misma planta. Era la joven que había visto al lado de la piscina. Sostenía dos martillos en cada mano para tocar el instrumento que se encontraba en una plataforma de madera negra esculpida sobre la mesa de metal; las cuerdas estaban montadas en seis grupos de a cinco.

Orne, melancólico y absorto en sus recuerdos, se colocó detrás de ella y el ruido de sus pasos quedó amortiguado por la gruesa y mullida alfombra. La música tenía un ritmo curioso. Sugería figuras que bailaban salvajemente alrededor de una hoguera; que brincaban, saltaban, caían y golpeaban con los pies. Tocó el ultimo acorde y las cuerdas enmudecieron.

—Esto me produce nostalgia —dijo Orne.

—¡Oh! —dijo la mujer, y se volvió rápidamente—. Me has asustado. Creía que estaba sola.

—Lo siento. Disfrutaba escuchando la música.

Ella sonrió.

—Soy Diana Bullone. Y tú eres Lewis Orne.

—Espero que Lew para todos los miembros de la familia Bullone —dijo él.

A Orne le había gustado el calor de su sonrisa.

—Claro que sí…, Lew.

Dejó los martillos encima de las cuerdas de la kaithra.

—Este es un instrumento muy antiguo. Mucha gente encuentra que su música es… Bueno, algo rara. La habilidad para manejarlo ha pasado de madre a hija durante generaciones, en nuestra familia.

—La kaithra —dijo Orne—. Mi hermana también la toca. Hacía mucho tiempo que no la oía sonar.

—Desde luego —dijo—. Tu madre es…

Se detuvo y pareció estar confusa, prosiguió:

—He de hacerme a la idea que, de hecho, tú eres…, quiero decir que en casa tenemos un hombre extraño, pero que no es exactamente un extraño.

De repente, Orne se dio cuenta de que estaba sonriendo y de que se sentía muy halagado en la parte de su ser correspondiente al observador interno.

A pesar del corte severo de su traje de faena del I-A y de que llevaba el pelo recogido en un pañuelo anudado, Diana era una mujer elegante. Poseía una presencia electrizante. Orne tuvo que recordarse a sí mismo que aquella era la primera sospechosa de Stetson en la conjuración de los nathianos. ¿Diana y Maddie? Era una situación tan excepcional que no se podía aceptar la casualidad. No podía permitir que esta mujer le gustara, pero no podía evitarlo. Diana era la hija de una familia que se había comportado muy bien con él y que le había acogido bajo su techo como un huésped de honor. ¿Y él por su parte, cómo correspondía a esta hospitalidad?: escarbando y espiando.

Tenía muy presente que su primera lealtad pertenecía al I-A y a la paz que representaba. Otra de sus personalidades internas, no obstante, canturreaba burlándose: "Paz como la que ahora reina en Hamal y en Sheleb".

Con muy poca convicción, dijo:

—Confío en que puedas superar la impresión de que soy un extraño.

—Ya lo he hecho —dijo Diana.

Dio un paso hacia él, le cogió de un brazo y dijo:

—Si te apetece —dijo—, voy a obsequiarte con la excursión turística de lujo. Esta casa es muy misteriosa, pero me gusta.