Capítulo 11

El ser humano opera bajo los dictados de un complejo de superioridad que se autoafirma mediante el ritual, en la necesidad racional de aprender, en el esfuerzo para alcanzar las metas que se autoimpone, en la manipulación de su entorno, mientras niega sus capacidades de adaptación sin quedar satisfecho jamás.

Conferencias de HALMYRACH,

publicación privada de los archivos de Amel

Orne empezó a mostrar pequeñas, pero continuas señales de mejoría. Al cabo de un mes, los médicos se aventuraron a hacer un trasplante de intestinos, que activó su capacidad de recuperación.

Dos meses después, lo sometieron a un régimen de atlotl y gibiril que forzaba la transferencia de la energía necesaria para desarrollar de nuevo los dedos y el ojo que había perdido, reponer el cabello y borrar las lesiones internas y externas.

Mientras pasaba por todo esto, Orne estuvo luchando con su alma. Se sentía estrangulado por las normas que antes había aceptado, como si hubiera sufrido una profunda transformación que lo hubiera desconectado de su pasado. Todas las asunciones de su existencia anterior adquirieron un carácter de sombras desapasionadas y contrarias a la carne nueva que se estaba desarrollando en él.

Tenía la impresión de haber sido sorprendido por su propia muerte y haber aceptado una total negación de su vida. Ahora se estaba reconstruyendo, aceptaba con pleno conocimiento una definición de la existencia que no pasaba del primero párrafo:

"Soy un ser —pensó—. Existo. Esto es suficiente. Yo mismo me doy la vida."

Este pensamiento se apoderó de él como un fuego que le empujaba hacia delante para que saliera de una cueva ancestral. La rueda de su vida empezaba a girar y sabía que iba a dar una vuelta completa.

Sabía que había ido a los intestinos del universo para ver de qué estaba hecho todo.

"Se acabaron los viejos tabúes —pensó—. He estado vivo y también he estado muerto."

Catorce meses, once días, cinco horas y dos minutos después de que le hubieran recogido en Sheleb "más muerto que vivo", Orne salió del hospital, sobre las dos piernas y acompañado por un excepcionalmente callado Umbo Stetson.

Debajo del capote de campo azul oscuro del I-A, el buzo de uniforme de Orne le sentaba a su otrora musculoso cuerpo como un saco vacío. Pero la mirada burlona volvía a estar en sus ojos, incluso en su nuevo ojo, que se había desarrollado a la par que su nueva manera de ser. Excepción hecha de la pérdida de peso, parecía ser el Lewis Orne de siempre. El parecido estaba tan bien logrado que muchos de los que le conocían de antes le podían reconocer después de una ligera vacilación. Las diferencias internas no se podían reconocer con una simple mirada.

Fuera del hospital, las nubes oscurecían el verdoso sol de Marak. Era media mañana. Un viento frío de primavera abatía el césped que estaba sembrado muy apiñado en los bordes de las plantaciones de flores exóticas que se habían desarrollado alrededor del campo de aterrizaje del hospital.

Orne descansó en los escalones que llevaban hasta allí, y respiró profundamente el gélido aire.

—Hermoso día —dijo.

Su nueva rótula se le antojaba rara porque ajustaba mejor que la vieja. Era completamente consciente de sus nuevas partes, lo que formaba parte del "síndrome del retoño", que hacía que a los graduados de la incubadora se les atribuyera la etiqueta, y no era broma, de "nacidos dos veces".

Stetson alargó una mano para ayudar a Orne a bajar los escalones, dudó y se la volvió a meter en el bolsillo. Detrás de la mirada severa del jefe de sección se escondía una nota de ansiedad. Sus grandes elementos fisonómicos estaban crispados en una mueca de desaprobación. Sus párpados caídos no llegaban a ocultar su aguda mirada indagadora.

Orne miró al cielo, hacia el suroeste.

—El volante debe llegar pronto —dijo Stetson.

Una ráfaga de viento levantó la capa de Orne. Dio un traspié para recuperar el equilibrio.

—Me siento bien.

—Pareces algo de lo que ha sobrado de un funeral —comentó Stetson.

—Será de mi funeral —dijo Orne, y sonrió—. De todas maneras, ya empezaba a cansarme de esto que llaman hospital y que es tan divertido como un depósito de cadáveres. Todas mis enfermeras estaban casadas o ya tenían pareja.

—Apostaría mi vida a que puedo confiar en ti —dijo Stetson.

Orne le miró, intrigado por esa observación.

—¿Qué?

—Apostaría mi vida.

—No, no, Stet, apostarías la mía. Ya estoy acostumbrado.

Stetson movió la cabeza de un lado a otro, como un oso.

—¡No quieras hacerte el gracioso! Confío en ti, pero te mereces una convalecencia pacífica.

—Suéltalo ya. Desembucha —dijo Orne—. ¿Qué estás tramando?

—En estas circunstancias, no tenemos ningún derecho a encargarte una misión —respondió Stetson.

La voz de Orne salió baja y divertida:

—¿Stet?

Éste le miró.

—¿Qué?

—Ahórrate la función de teatro, de la nobleza, para otro que no te conozca —dijo Orne—. Tienes un trabajo para mí. De acuerdo. Ya has hecho la comedia para tranquilizar tu conciencia.

Stetson consiguió iniciar una sonrisa de circunstancias. Dijo:

—El problema es que estamos desesperados y no disponemos de mucho tiempo.

—Esto me suena a algo conocido —le dijo Orne—. Pero no estoy seguro de querer jugar al juego de siempre. ¿En que estás pensando?

Stetson se encogió de hombros.

—Bien… Puesto que serás huésped de los Bullone, de todas maneras, hemos pensado… Bueno, sospechamos que Ipscott Bullone encabeza una conspiración para apoderarse del gobierno, y si tú…

—¿Qué significa para ti apoderarse del gobierno? —pidió Orne—. El Alto Comisionado Galáctico es el gobierno, sujeto a la Constitución y a los asambleístas que le eligieron.

—No es eso lo que yo quería decir.

—¿Pues qué es lo que querías decir?

—Orne, es posible que tengamos una situación interna que podría explotar y conducirnos a otra Guerra de Rim. Creemos que Bullone está en el centro de esto —dijo Stetson—. Hemos encontrado dieciocho planetas dudosos, todos ellos han estado en la Liga Galáctica durante siglos y tenemos razones para creer que en cada uno de esos condenados planetas hay un atajo de traidores que se han conjurado para derrocar la Liga. Incluso en tu planeta: Chargon.

—¿En Chargon?

El rostro de Orne expresaba incredulidad.

—Esto es lo que he dicho.

Orne movió la cabeza.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Deseas que me vaya a casa para pasar allí mi convalecencia? No he estado allí desde que tenía diecisiete años, Stet. No estoy seguro de que yo pueda…

—¡No, maldita sea! Queremos que estés en casa de los Bullone como huésped. Y hablando de esto, ¿te importaría explicarme por que les escogieron para que no te quiten el ojo de encima?

—Sí, es algo raro. Verás —dijo Orne quedándose pensativo—. Después de todas las triviales bromitas que hacíamos en el I-A sobre el viejo Upshook Ipscott… y luego me entero de que su mujer fue al instituto con mi madre, que fueron compañeras de habitación. ¡Por todo lo más sagrado!

—¿Tu madre nunca te había dicho nada?

—No recuerdo que esto saliera a relucir en la conversación.

—¿Te has encontrado con él?

—Ha traído a su mujer al hospital un par de veces. Me parece muy agradable, pero algo tieso y reservado.

Stetson se tiraba del labio de arriba mientras pensaba, miró al suroeste y de nuevo a Orne.

Dijo:

—Todos los escolares saben que los nathianos y la Liga de los marakianos lucharon en las Guerras de Rim y que la antigua civilización se desmoronó. Ahora todo esto parece muy lejano y la Liga Marakiana se ha convertido en la Liga Galáctica que intentamos aglutinar de nuevo.

—Cinco siglos es mucho tiempo —dijo Orne—. Si me permites que haga afirmaciones obvias.

—Quizá daría igual que hubiera sido ayer —observó Stetson.

Se aclaró la garganta y lanzó su penetrante mirada a Orne.

Éste se preguntaba por qué Stetson se movía con tanta precaución. ¿Qué significaba su referencia a los nathianos y a los marakianos? Algo muy hondo debía preocuparle. ¿Por qué hablaba de confianza?

Stetson suspiró y desvió la mirada.

Orne dijo:

—Antes hablabas de confiar en mí. ¿Por qué? ¿Es que esta supuesta conspiración involucra al I-A?

—Creemos que sí —afirmó Stetson.

—¿Por qué?

—Hace un año, un equipo de arqueólogos del R&R estaba metiendo sus narices en unas ruinas de Dabih. El lugar había sido completamente vitrificado durante las Guerras de Rim, pero se había salvado todo un banco de datos que estaba en un puesto avanzado nathiano.

Miró de soslayo a Orne.

—¿Y qué? —preguntó éste cuando el silencio se prolongó demasiado.

Stetson hizo señales afirmativas con la cabeza, como si hablara consigo mismo, y dijo:

—Los chicos del Rah-Rah no pudieron sacar nada en claro de su descubrimiento. Esto no ha de sorprendernos. Llamaron a un criptoanalista del I-A. Descifró un código muy complicado con el que se habían cifrado los textos. Cuando lo que estaba descifrando empezaba a tener sentido, pulsó el botón de alarma sin que se enteraran los del R&R.

—¿Por algo que los nathianos habían escrito quinientos años antes?

Los caídos párpados de Stetson se alzaron y abrió los ojos para dirigir una mirada fría e inquisidora. Dijo:

—Dabih era una estación de escape para los elementos más selectos de las familias nathianas más poderosas.

—¿Una estación de escape?

—Para refugiados importantes —aclaró Stetson—. Una antigua escapatoria. Se ha usado desde que…

—¡Pero, quinientos años, Stet!

—No me importaría, así fueran cinco mil —saltó Stetson—. Este último mes hemos interceptado fragmentos de mensajes que estaban escritos con el mismo código. ¿Quién podía imaginarse esto? ¿No es para preocuparse?

Sacudió la cabeza.

—¡Y todo cuanto hemos interceptado se refiere a las próximas elecciones!

Orne se encontró prendido en el rompecabezas de Stetson; excitado, interpretaba todo aquello aplicando la primera directiva del I-A: evitar otra Guerra de Rim, a toda costa.

—Las próximas elecciones son cruciales —dijo Stetson.

—¡Pero sólo faltan dos días! —protestó Orne.

Stetson tocó el repetidor de tiempo de su sien, esperó a que consiguiera el cronosincronismo y dijo:

—Cuarenta y dos horas y cincuenta minutos, para ser exacto. Como plazo máximo no es mucho.

—¿Había nombres en esas fichas de Dabih? —preguntó Orne.

Stetson asintió.

—Nombres de planetas, sí. Y apellidos también, pero éstos habían sido cifrados con otro sistema de código que no hemos roto y que no podremos romper. Demasiado sencillo.

—¿Qué significa demasiado sencillo?

—Es evidente que son apodos que se refieren a un entendimiento social interno de Nathian. Podemos traducir las fichas de Dabih a palabras, pero la manera como estos nombres se han pasado a apodos no está a nuestro alcance. Por ejemplo, el nombre en código de Chargon era Ganador. ¿Te suena a algo?

Orne movió la cabeza de lado a lado.

—No.

—Ya lo sabía —dijo Stetson.

—¿Cuál es el nombre en código de Marak? —preguntó Orne.

—La Cabeza —dijo Stetson—. ¿Puedes relacionarlo con Bullone?

—Ya comprendo lo que quieres decir. Entonces, ¿cómo podremos…?

—De todas maneras, es seguro que ya habrán cambiado los nombres —dijo Stetson.

—Puede ser que no —objetó Orne—. No han cambiado el sistema de cifrado.

Movió la cabeza, intentando capturar un pensamiento que sabía estaba agazapado en su conciencia. No pudo. Se sentía agotado por el esfuerzo que le exigía seguir las cautelosas revelaciones de Stetson para explicar la conjura.

—Tienes razón —murmuró Stetson—. Seguiremos con ello. Algo puede salir de todo esto.

—¿Sobre qué pistas estáis trabajando? —preguntó Orne.

Sabía que Stetson le ocultaba algo vital.

—¿Pistas? Hemos vuelto a nuestros libros de historia. Cuentan que los habitantes de Nathian eran unos expertos de primer orden en estrategia política. Los informes de Dabih nos relatan algunos hechos, que son suficientes para hacernos caer en una frustración.

—¿Tales como…?

—Los nathianos escogían con diabólico cuidado los escondites para sus refugiados importantes. Cada uno era un planeta tan desgarrado por las guerras que sus habitantes sólo querían reconstruirlo y olvidarse de la violencia. Las instrucciones que recibían las familias nathianas eran bastante explícitas y claras: implantarse, crecer con la cultura de adopción, desarrollar los puntos políticos más débiles, organizar una fuerza clandestina, preparar a sus descendientes para ponerse al frente.

—Me parece que estos nathianos tienen mucha paciencia —observó Orne.

—Según tu manera de apreciar las cosas, sí. Se dispusieron para escarbar desde dentro, para extraer la victoria de la misma derrota.

—Refréscame la memoria —pidió Orne.

—La rama original humana procedía de Nathian II. Su mitología los llama Arbs o Ayrbs. Sus costumbres resultan peculiares: son vagabundos del espacio, pero dotados de un fuerte sentido de lealtad para su familia y su gente. Temperamentales, muy volubles, si es que se puede decir así. Si revisases tu historia de séptimo curso, sabrías tanto como yo.

—En Chargon —dijo Orne—, nuestros libros de texto de historia se refieren a los nathianos como "una de las facciones que se vieron envueltas en las Guerras de Rim." Saqué la impresión de que compartían equitativamente la culpa con la Liga Marakiana.

—Hay sitios en que estas palabras podían sonar como sediciosas —dijo Stetson.

—Y a ti, ¿cómo te suenan?

—La historia la escriben siempre los vencedores —respondió Stetson.

—Quizá Chargon sea una excepción —indicó Orne— ¿Qué es lo que te obliga a correr tras el Alto Comisionado Upshook? Y ya que estamos en esta pregunta, ¿por qué vas soltando la información gota a gota, como un pobre que da dinero a un yerno malgastador?

Stetson se mojó los labios con la lengua, y contestó:

—Una de las siete hijas de Upshook viene a su casa con frecuencia. Se llama Diana. Es un jefe de campo de las mujeres del I-A.

—Me parece que he oído hablar de ella —dijo Orne—. Creo que la señora Bullone mencionó el hecho de que estaba en casa.

—Sí, bien… Uno de los mensajes escrito en código nathiano que hemos interceptado tenía su nombre como destinataria.

—¡Yupiii! —exclamó Orne, sorprendido—. ¿Quién enviaba el mensaje? ¿Cuál era su contenido?

Stetson tosió.

—Ya lo sabes, Orne. Nosotros lo comprobamos todo.

—O sea, ¿que hay más?

—Ese mensaje era manuscrito e iba firmado por MOS.

Como Stetson no proseguía, Orne dijo:

—Y tú sabes quién es MOS, ¿no es cierto?

—Nuestras comprobaciones nos dieron un MOS en una nota rutinaria de contestación de un "pariente más próximo". Seguimos la pista hasta llegar al original. La escritura era la misma. El nombre es Madrena Orne Standish.

Orne se quedó frío.

—¿Maddie?

Se volvió lentamente para encararse con Stetson.

—Así que era eso lo que te roía por dentro.

—Estamos seguros de que no has vuelto a tu casa desde que tenías diecisiete años —dijo Stetson—. Podemos dar cuenta de todos los períodos importantes de tiempo de tu vida. Con nosotros, tu ficha está limpia. La cuestión es…

—Permíteme —le interrumpió—. La cuestión es: ¿entregaría yo a mi propia hermana, si se diera el caso?

Stetson no decía nada, se limitaba a mirar fijamente.

—Leo tus pensamientos —dijo Orne—. Recuerdo el juramento que hice, y conozco mi trabajo: procurar que no pueda haber otro estallido como las Guerras de Rim. Pero ¿está Maddie metida en esto?

—No tengo la menor duda —replicó Stetson, rechinando los dientes.

Orne se acordaba de su niñez. ¿Maddie? Recordaba la pelirroja chicarrona que siempre estaba dispuesta a ser su compañera de aventuras y de conspiraciones cuando los mayores se acercaban demasiado al mundo secreto de los jóvenes.

—¿Y bien? —apremió Stetson.

—Mi familia no es uno de esos clanes traidores a los que te referías antes —dijo Orne—. ¿Cómo puede ser que Maddie se haya mezclado en esto?

—En política, todas las cosas están siempre enredadas —sentenció Stetson—. Creemos que es a causa de su marido.

—Ahhhh… Ya el miembro representante de Chargon —dijo Orne—. Nunca me he encontrado con él, pero he seguido su carrera con interés… Y cuando Maddie se casó, me escribió y me mandó una foto.

—A ti te gusta mucho esta hermana, en particular —observó Stetson; era una afirmación, no una pregunta.

—Guardo… entrañables recuerdos —dijo Orne—. Me ayudó cuando me escapé de casa.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó Stetson.

Orne notó el peso y las implicaciones que llevaba esta pregunta, y luchó para mantener la voz tranquila.

—Cosas de familia. Yo sabía lo que quería, y mi familia se oponía a ello.

—¿Querías alistarte en los marines?

—No. Este no era más que un primer paso para llegar al R&R. No me gusta la violencia. Y tampoco que las mujeres gobiernen mi vida.

Stetson miró hacia el suroeste, por donde se acercaba un volante. La luz verdosa se reflejaba en él. Preguntó:

—¿Quieres… infiltrarte en la familia Bullone para…?

—¡Infiltrarme!

—Para descubrir todo lo que puedas referente a esta conspiración que se centra en las próximas elecciones.

—¡En cuarenta y dos horas!

—O en menos.

—¿Quién es mi contacto? —preguntó Orne—. Estaré atrapado en la residencia.

—Aquel minitransceptor que te implantamos en el cuello para que llevaras a cabo la misión en Gienah —dijo Stetson—. Los médicos volvieron a implantártelo, porque yo se lo pedí, cuando estaban juntando todas tus piezas.

—Fueron muy amables.

—Funciona —dijo Stetson—. Oímos todo cuanto sucede a tu alrededor.

—Esto mantendrá mi lealtad —dijo Orne.

Mientras hablaba, no dejaba de pensar que le bastaba desear que el transceptor saliera de su carne para que el cacharro saliera disparado fuera de su piel, como la semilla estrujada de una fruta madura. Movió la cabeza. ¡Qué idea más loca!

—Ese no es el motivo de que esté ahí —protestó Stetson. Asustado por sus alocados pensamientos, Orne tocó el contacto escondido en su cuello y habló interiormente. Sabía que una voz sibilante era captada por un monitor del I-A en alguna parte a una distancia de alcance.

—¡Eh, querido oyente! Fíjate cuando camele a esta Diana Bullone, ¿oyes? Puedes aprender algo sobre cómo opera un experto.

Stetson le sorprendió cuando le contestó:

—No tomes demasiado interés en esta operación y olvides el motivo por el que estás allí.

Así, Stetson también llevaba uno de esos malditos chismes. ¿Es que el I-A no se fiaba de nadie?