Capítulo 9

Cuando, a partir del repertorio mitológico, se desarrolló nuestra comprensión de Psi, tuvo lugar una transformación. De lo inexorable se pasó a la curiosidad y lo que era temor se convirtió en experimentación. Los hombres se atrevieron a explorar las fronteras del terror con los mecanismos analíticos de la mente.

De estos tanteos, muy sencillos, surgieron los primeros libros pragmáticos de los que hemos desarrollado la Religión Psi.

HALMYRACH, ABAD DE AMEL

Psi y Religión

En el centro médico del I-A, en una habitación privada, la incubadora oval que contenía la carne de Orne pendía de unos ganchos que bajaban del techo. En la penumbra verdosa del cuarto se oían zumbidos y sonidos rítmicos de suspiros de golpes y de máquinas. De vez en cuando, una puerta se abría silenciosamente y entraba una figura vestida de blanco que comprobaba las gráficas de los instrumentos de la incubadora, revisaba las conexiones vitales y se iba.

Empleando un eufemismo médico, Orne tardaba.

Se había convertido en el principal tema de conversación de los internos en los períodos de descanso.

—Este agente que fue herido en Sheleb, todavía está con nosotros. ¡Hombre, estos tíos deben estar hechos de un material distinto del nuestro! Sí. Me han dicho que sólo le quedaba la octava parte de las vísceras: hígado, riñones, estómago, todo había desaparecido… Calculad las posibilidades que debe tener de llegar a fin de mes… Ya sabéis que se puede apostar sobre seguro en este caso.

La mañana del día número ochenta y ocho de estancia en la incubadora, la enfermera de día entró en la habitación de Orne para efectuar su primera comprobación rutinaria. Levantó la tapa de inspección y dejó caer la mirada sobre él. La enfermera de día era una profesional, alta y de cara enjuta, que había aprendido a ver milagros y fracasos con la misma inexpresividad. Ella estaba allí sólo para observar. La rutina diaria con los moribundos (o los que ya habían muerto) la había llevado al estado psicológico de no estar preparada para otra cosa que poner el punto final a las fichas.

"Cualquiera de estos días, pobre chico…", pensaba.

Orne abrió el único ojo que le quedaba y ella pegó un brinco cuando oyó que le preguntaba en un susurro:

—¿Les dieron una buena paliza a esas damas de Sheleb?

—¡Sí, señor! —tartamudeó la enfermera—. ¡Les dieron una de las buenas, señor!

—Otro condenado lío —dijo Orne.

Cerró el ojo. El aparato de respiración asistida trabajó con más profundidad porque había aumentado la demanda del corazón.

La enfermera llamaba frenéticamente a los doctores.