Capítulo 5

Toda criatura sapiente necesita una religión de alguna clase.

NOAH ARKWRIGHT

las escrituras básicas de Amel

Umbo Stetson paseaba por el puente de control de aterrizajes de su crucero ligero. Sus pisadas caían sobre un suelo que era la verdadera pared del puente cuando iban en vuelo. Ahora, la nave descansaba en sus aletas de cola los cuatrocientos metros en rojo y negro que medía. Los portillones abiertos del puente miraban hacia el techo de jungla del planeta Gienah III, a unos ciento cincuenta metros por debajo. Un sol color amarillo-manteca estaba colgado sobre el horizonte, quizás una hora antes de su ocaso.

Gienah presentaba una situación asquerosa y a él no le gustaba tener que emplear un agente sin experiencia en un lugar como aquél. Le importaba mucho que este agente concreto hubiera sido alistado en el I-A por un jefe de sector llamado Umbo Stetson.

"Lo alisto y lo mando para que lo maten", pensó en aquel momento Stetson.

Miró a través del puente a Lewis Orne, que era ahora un joven agente de campo del I-A, con un diploma de señorita. Instruido… e inteligente, pero falto de experiencia.

—Deberíamos dejar a este planeta limpio de todo bicho viviente —murmuró Stetson—. ¡Tan pelado como un huevo!

Hizo una pausa en su paseo alrededor del puente y observó desde el portillo de estribor, que estaba abierto, el círculo ennegrecido por el fuego que el crucero había quemado en un claro de la jungla.

El jefe de sector del I-A retiró la cabeza del portillo y se quedó de pie en su habitual posición encorvada. Era una postura que no mejoraba el remendado traje de faena que llevaba, y que parecía un saco.

A pesar de que en esta operación su cometido merecía el banderín de almirante, su traje de faena no llevaba ninguna insignia. En general, tenía un aspecto descuidado y desordenado.

Orne estaba de pie en un portillo opuesto, estudiando el horizonte de jungla. Algo relucía por allí, tan lejos que no se podía identificar; probablemente, era la ciudad. De vez en cuando, miraba hacia la consola de control del puente, al cronómetro que estaba algo más alto, al enorme mapa de translite donde estaba marcada su posición, y que se había colocado inclinado desde su habitual posición en el mamparo superior. Se sentía algo incómodo, demasiado consciente de sus músculos de planeta pesado que eran excesivamente potentes para un planeta que tenía una gravedad de sólo siete octavos de la normal en la Tierra. Le escocían terriblemente las cicatrices quirúrgicas del cuello, donde le habían implantado el micro-equipo de comunicaciones. Se rascó.

—¡Ah! —bostezó Stetson—. ¡Esos políticos!

Un diminuto insecto negro entró por el portillo de Orne y se quedó en su pelo rojo cortado como un cepillo. Orne sacó suavemente el insecto de su pelo y lo soltó. De nuevo intentó posarse en su cabellera. Lo apartó. El insecto atravesó volando el puente y salió por el portillo del lado de Stetson.

La ropa de faena azul, nueva y almidonada, de Orne no podía ocultar la esbeltez del muchacho. Le proporcionaba un aspecto de revista militar, pero algo relacionado con sus facciones macizas y descentradas sugería un payaso.

—Me canso de esperar —dijo Orne.

—¡Tú te cansas siempre! ¡Ah!

—¿Sabes algo de Hamal? —preguntó Orne.

—¡Olvídate de una vez de Hamal! ¡Concéntrate en Gienah!

—Era mera curiosidad, para pasar el tiempo.

Un viento suave movió las copas del océano verde que estaba debajo de ellos. Aquí y allá, las flores rojas y púrpura destacaban entre el verdor, doblándose y dando cabezadas afirmativas como una audiencia atenta. El fuerte olor de podredumbre y de vegetación en crecimiento entraba por las ventanas.

—¡Sólo hay que ver esta maldita jungla! ¡Malditos sean ellos y sus estúpidas órdenes!

Orne escuchó tranquilamente las voces de enfado de su jefe. Era evidente que Gienah era un problema muy especial y muy peligroso. Pero, a pesar de todo, los pensamientos de Orne se dirigían a Hamal.

Las fuerzas de ocupación se habían apoderado del planeta y los acontecimientos se habían complicado, como cabía esperar. Jamás se había podido hallar la forma de evitar que las tropas de ocupación perdieran su actitud protectora y emprendieran ciertas actividades opresivas, tales como conquistar a las mujeres, especialmente a las más bonitas y a las más dispuestas. Cuando las tropas de ocupación se fueran de Hamal, las gentes de aquel planeta ya serían pacíficas, pero tendrían cicatrices que quinientas generaciones no conseguirían borrar.

Una campana de aviso sonó en la consola del puente que estaba sobre Orne. La luz roja del altavoz empezó a parpadear. Stetson lanzó una mirada de enfado hacia el molesto aparato.

—¿Sí, Hal?

—Hola, Stet. Acaban de llegar las órdenes. Vamos a utilizar el plan C. La Comandancia General dice que ya puedes dar al agente de campo la información reservada, y después desaparecer.

—¿Les preguntaste si se podía emplear a otro agente de campo?

Orne levantó la vista y puso mucha atención. Secreto sobre secreto, ¿y ahora salía con esto?

—Negativo. Es una prioridad de emergencia. De todas maneras, la Comandancia General cree que tendrá que hacer volar el planeta.

Stetson miró hacia la rejilla del altavoz.

—Estos políticos cabezotas, de trasero gordo, de cerebro de cerdo, de corazón de hiena. —Respiró dos veces—. Está bien, diles que lo haremos.

—La confirmación ya está en camino. ¿Quieres que vaya para ayudarte a pasarle la información?

—No. Yo…, ¡maldita sea! Pregúntales otra vez si no hay más alternativa que utilizar a éste.

—Stet, me han dicho que hay que utilizar a Orne a causa de los informes del Delfín.

Stetson suspiró y dijo:

—¿Nos van a dar más tiempo para prepararle?

—Prioridad de emergencia, Stet. Estamos perdiendo el tiempo.

—Si uno no fuera…

—¡Stet!

—¿Qué quieres ahora?

—Acabo de tener la confirmación de un contacto.

Stetson se levantó y se balanceó sobre los pies.

—¿Dónde?

Orne miró por la ventana y después volvió a estar pendiente de Stetson. El electrizante ambiente de urgencia y antagonismo que había en el puente le producía calambres en el estómago.

—Contacto…, hace unos diez klicks —roncó el altavoz.

—¿Cuántos son?

—Una turba. ¿Quieres que los cuente?

—No. ¿Qué están haciendo?

—Vienen directamente hacia nosotros. Será mejor que te vayas.

—De acuerdo. Tenednos informados.

—Así lo haremos.

Stetson miró hacia su joven e inexperto agente de campo.

—Orne, si decides que no quieres aceptar esta misión, no tienes más que decirlo. Te apoyaré con todas mis fuerzas.

—¿Por qué habría de renunciar a mi primera misión?

—Atiende y lo sabrás.

Stetson se acercó a un armario basculante que estaba al lado del mapa de translite, tomó un uniforme blanco, tipo buzo, con insignias de oro, y se lo lanzó a Orne.

—Póntelo mientras te lo explico.

—Pero esto es un uniforme del R&R, cómo…

—¡Ponte este uniforme sobre tu feo cuerpo!

—Sí, señor. Almirante Stetson, señor. Enseguida, señor. Pero creía que había acabado con el antiguo asunto del Redescubrimiento & Reeducación cuando usted me alistó en el I-A.

Empezó a cambiarse, pasando del azul del I-A al blanco del R&R. Casi antes de que se le olvidara, añadió:

—…señor.

Una sonrisa de lobo desgarró las facciones de Stetson.

—¿Sabes, Orne? Uno de los motivos por los que te enrolé fue la adecuada actitud de obediencia a los designios de la autoridad.

Orne cerró la larga cremallera del uniforme.

—Oh, sí, señor… señor.

—Bueno, ya está bien, déjalo y atiende.

Stetson hizo un ademán hacia el mapa de translite y a la cuadrícula verde que tenía sobrepuesta.

—Estamos aquí. —Y señaló con un dedo en el mapa—. Aquí está la ciudad que sobrevolamos durante nuestro descenso.

El dedo se desplazó.

—Vas a encaminarte hacia la ciudad, tan pronto como te bajemos al suelo. La ciudad es tan grande que si mantienes un rumbo aproximadamente noreste, no puedes perderte. Vamos a…

De nuevo sonó la campana y se encendió la luz.

—¿Qué pasa ahora, Hal? —ladró Stetson.

—Lo han pasado al plan H, Stet. Hay órdenes nuevas.

—¿Cinco días?

—Es lo máximo que pueden darnos.

—Por todos los santos…

—La Comandancia General dice que no podemos retrasar más el dar la información al Alto Comisionado Bullone.

—Entonces serán cinco días —suspiró Stetson.

Orne se acercó más al mapa y preguntó:

—¿Es éste el método usual de echar la cortina de humo al R&R?

Stetson sonrió.

—Los hay peores, gracias a Bullone y compañía. Sólo estamos a un paso de la catástrofe, pero siguen metiendo en la cabeza de los muchachos el Rah & Rah, allí, en la querida y vieja Uni-Galáctica.

—Se trata de ir a redescubrir los planetas perdidos o bien dejar que ellos nos redescubran —dijo Orne—. Prefiero lo primero.

—Sí, y es posible que algún día redescubramos un planeta más de la cuenta. Pero este Gienah es una clase diferente de pescado. No es, repito no, un redescubrimiento.

Orne advirtió que se le crispaban los músculos.

—¿No son humanos?

—N O —Stetson lo deletreó—. Una especie y una cultura con las que jamás habíamos tomado contacto. Este idioma que se te ha obligado a aprender no es de origen humano. No es completo, pero es todo lo que sabemos por los minis. Hasta ahora no te habíamos dado la información básica, lo poco que sabemos de los nativos, porque confiábamos en arrasar este sitio, y cuantos menos estuvieran enterados, mejor.

—¡Santo cielo! ¿Por qué?

—Hace veintiséis días que un investigador de sector del I-A llegó a este planeta, para hacer un rutinario informe de mini-espionaje. Cuando revisaba su red de espías para comprobar sus informes, descubrió por puro milagro a un extraño.

—¿Uno de ellos?

—No. Uno de los nuestros. Era un mini procedente del Delfín Redescubrimiento. No se había tenido noticias del Delfín durante dieciocho meses patrón. Causa de la desaparición: desconocida.

—¿Supone que se estrelló aquí?

—No lo sabemos. Si se estrelló en Gienah, no hemos podido encontrarlo. Y créame, muchacho: lo hemos buscado a fondo. Y ahora tenemos algo distinto metido en la cabeza. Es la pequeñez que me hace desear hacer desaparecer este planeta y volverme a casa con el rabo entre las piernas. Tenemos un…

La campana volvía a sonar.

—¿Y AHORA QUÉ? —vociferó Stetson.

—He podido meter un mini en esta turba, Stet. Por lo que me dicen, están hablando de nosotros. Al parecer, se trata de una partida de asalto, y va armada.

—¿Con qué clase de armamento?

—Allí está demasiado oscuro para poder tener la seguridad de ello. Los haces de infrarrojo de este mini no funcionan. Parecen rifles de munición dura, de alguna clase. Hasta podrían ser del Delfín.

—¿Se puede acercar más, para estar seguro?

—No vale la pena arriesgarse sin los infrarrojos. Hay muy poca luz. Pero se mueven deprisa.

—No los pierdas de vista, pero no te olvides de los otros sectores —dijo Stetson.

—¿Acaso crees que nací ayer?

En la voz del interlocutor se apreciaba la aspereza del enfado. El sonido desapareció con cierta brusquedad.

—Lo que me gusta del I-A —dijo Stetson— es que eligen a tipos con temperamento tranquilo.

Miró con tristeza el uniforme blanco de Orne, y se pasó una mano por los labios como si hubiera comido algo sucio.

—¿Por qué he de llevar esto? —le preguntó Orne.

—Es como si llevaras un disfraz.

—¿Y dónde están los bigotes postizos?

Stetson sonrió con pocas ganas.

—El I-A está desarrollando su respuesta a estos políticos barrigudos. Tenemos nuestro sistema de búsqueda: encontrar los planetas antes que ellos. Hemos logrado colocar espías en los puestos clave del R&R. Si nuestros espías nos comunican que han encontrado algún planeta de interés, nos quedamos con los registros.

—¡Oh!

—Después, vamos a inspeccionar estos planetas, enviando muchachos listos como tú… disfrazados de R&R.

—Estupendo, y ¿qué pasa si el R&R se tropieza conmigo mientras estoy allí haciendo manitas con estos seres?

—Diremos que no te conocemos.

—¡Mierda! Nunca po… ¡Eh! Usted me ha dicho que una nave I-A encontró este lugar.

—Así es. Entonces, uno de nuestros espías en el R&R interceptó una petición rutinaria para que un agente instructor fuera asignado aquí, con equipo completo. La petición estaba firmada por un oficial de Primer Contacto llamado Riso… del Delfín.

—Pero si él…

—Ya, estaba perdido. La petición rutinaria era una falsificación. Y ahora, ya puedes adivinar por qué quiero convertir todo esto en ruinas. ¿Quién se atrevería a falsificar esta petición, si no estuviera seguro de que el verdadero oficial de P. C. había desaparecido… o muerto?

—Stet, ¿qué diablos estamos haciendo aquí? —preguntó Orne—. Los contactos con los no humanos requieren un equipo completo de especialistas con todos los…

—Éste requiere una bomba capaz de cargarse a todo el planeta. Hay cinco días. A menos que les des boleta blanca antes de este plazo, el Alto Comisionado Bullone tendrá noticias de este planeta. Si al cabo de cinco días Gienah existe todavía, ¿puede usted imaginarse lo que van a divertirse los políticos? ¡Oh, mamma mía! Orne, necesitamos que este planeta esté clasificado para el contacto, o esté muerto, antes de este plazo.

—Nos estamos ganando el tener que salir por pies —dijo Orne—. Esto no me gusta. Fíjese en lo que sucedió en…

—¡A ti no te gusta esto!

—Debe haber otra manera, Stet. Cuando nos aliamos con los Alerinoides, avanzamos unos quinientos años, sólo en lo referente a ciencias físicas; esto sin mencionar…

—Los Alerinoides no se habían cargado ninguna de nuestras naves de exploración.

—¿Y qué pasaría si el Delfín se hubiera estrellado aquí? Esto es una jungla muy grande, y si los indígenas no hicieron más que encontrarse con…

—De esto es de lo que vas a ocuparte, Orne. En esto confío. Tú vas a ser la respuesta a su petición rutinaria: un agente instructor del R&R. Pero, contésteme a esto, señor R&R: ¿cuánto tiempo ha de transcurrir para que una especie que utiliza herramientas pueda representar un peligro para la Galaxia, si puede disponer de la información que lleva usted en la cabeza?

—Usted ya ha visto la ciudad, su tamaño. Es posible ponerles al corriente en unos seis meses, y si no hay…

—Ya.

Orne movió la cabeza.

—Pero considere esto: se trata de dos civilizaciones que se han desarrollado en direcciones contrarias. Piense en todos los distintos caminos por los que se pueden haber enfocado problemas similares. Las posibilidades de progreso…

—Parece como si estuvieras dando una conferencia en la Uni-Galáctica. ¿Te acordarás de lo de entrar cogidos del brazo en el brumoso futuro?

Orne respiró profundamente. Se daba cuenta de que le estaban llevando tan deprisa que no podía tomar decisiones racionales. Preguntó:

—¿Y por qué he de ser yo? Usted me está metiendo en esto. ¿Por qué?

—Las listas y registros generales del Delfín. Tú todavía debes figurar en ellas como un agente de campo del R&R, con identificación completa, imagen de la retina, todo. Esto es importante si has de pasar por…

—¿Pero acaso soy el único con que puede usted contar? Acabo de ingresar en el I-A, pero…

—¿Quieres salirte?

—No he dicho eso. Sólo quiero saber por qué yo…

—Porque los zoquetes del Cuartel General dieron una lista de requisitos a uno de sus monstruos mecánicos. Y tu nombre apareció de pronto. Estaban buscando a alguien que fuera capaz, se pudiera confiar en él y… que se pudiera reemplazar fácilmente.

—¡Ay!

—Por eso estoy aquí dándote estas explicaciones en vez de estar sentado en la nave insignia. Te metí yo mismo en el I-A. Ahora, atiende cuidadosamente: si aprietas el botón de alarma sin un motivo válido, te despellejaré vivo personalmente. Tanto tú como yo conocemos las ventajas de un contacto con los no-humanos. Pero si te metes en un verdadero atolladero y pides socorro, voy a meter este crucero en la ciudad para sacarte de allí. ¿Está claro?

Orne trató de aclarar su seca garganta.

—Sí. Y gracias, Stet, pero si…

—Estaremos en una órbita muy próxima. Y detrás de nosotros estarán cinco transportes llenos de marines I-A, además de un Monitor clase IX con un revienta-planetas. Tú tendrás que cantar las jugadas. ¡Qué Dios te ayude! Primero, hemos de saber si se han apoderado del Delfín, y si fuera así, dónde está. Después, queremos saber cuán guerreros son esos seres. ¿Podemos tratar con ellos? ¿Están demasiado sedientos de sangre? ¿Cuál es su potencial?

—¿En cinco días?

—Ni un segundo más.

—¿Qué sabemos de ellos?

—No mucho. Se parecen a un antiguo chimpancé de la Tierra, pero con el pelaje azul. La cara no tiene pelos, y su piel es de color rojo.

Stetson tocó un botón de su cinturón. El mapa de translite se convirtió en una pantalla en la que se veía una fotografía fija.

—Éste es de tamaño natural.

—Se parece al famoso "eslabón perdido" —dijo Orne.

—Ya, pero ahora es otra clase muy distinta de eslabón la que hay que buscar.

—Sus ojos tienen el agujero de la pupila vertical —comunicó Orne.

Estudió detenidamente la figura. El gienahno había sido tomado desde el frente por un mini-espía. Medía, erguido, un metro y medio. Estaba ligeramente inclinado hacia delante, con los brazos colgantes. La nariz era plana y tenía dos aberturas verticales. La boca era un corte sin labios sobre una barbilla remetida. Tenía cuatro dedos en cada mano. Vestía un ancho cinturón del que colgaban unos bolsillos y lo que parecían ser herramientas, aunque su utilización no estaba clara. Podría tratarse de armas. Algo, que podría ser una cola, aparecía por detrás de una de las cortas piernas.

La criatura estaba de pie en un césped verde, y detrás de él se podían percibir los contornos de la ciudad que habían visto desde el aire.

—¿Colas? —preguntó Orne.

—Sí, son arborícolas. No hemos podido encontrar un solo camino en todo el planeta. Pero hay muchas lianas en la jungla. —Las facciones de Stetson se endurecieron—. Y dime cómo se compagina esto con una ciudad tan avanzada como ésta.

—¿Cultura con esclavitud?

—Probablemente.

—¿Cuántas ciudades tienen?

—Hemos encontrado dos. Ésta y otra en el otro extremo. Esta última está en ruinas.

—¿Guerra?

—Ya nos lo dirás. Aquí hay muchos misterios.

—¿Es muy extensa la jungla?

—Casi en todas las superficies de tierra. Hay océanos polares, y unos pocos lagos y ríos. Una cadena montañosa, baja, va siguiendo el ecuador, por lo menos en dos terceras partes alrededor del planeta. Las señales de su orografía son muy antiguas. La superficie se ha estabilizado hace mucho tiempo.

—Y sólo dos ciudades. ¿Está usted seguro de esto?

—Razonablemente, sí. Sería muy difícil dejar de ver algo tan grande como esto.

Señaló con un dedo la ciudad que se veía en la pantalla, detrás de la figura.

—Medirá unos doscientos kilómetros de longitud, y al menos cincuenta de anchura. Es como un hormiguero de criaturas. Tenemos un buen recuento estimativo por zonas, que nos sitúa la población de esta ciudad en más de treinta millones. En cuanto a población, es la mayor ciudad que conocemos.

—¡Caramba! —suspiró Orne—. Mire el tamaño de estos edificios. ¡Lo que estos gienahnos podrían enseñarnos sobre urbanismo!

—Nunca podremos aprender lo que nos pueden enseñar, Orne. A menos que les des tu visto bueno, sólo van a quedar cenizas para que las estudien nuestros arqueólogos.

—¡Debe haber otra manera!

—De acuerdo, pero…

La campana sonó.

La voz de Stetson parecía cansada.

—¿Decías, Hal?

—Que la turba se halla a sólo cinco klicks, Stet. El equipo de Orne está afuera, en el planeador camuflado.

—Vamos a bajar enseguida.

—¿Por qué un planeador camuflado? —preguntó Orne.

—Es una idea de Hal. Si los gienahnos creen que es un buggy de tierra, pueden andar descuidados cuando más vas a necesitar una ventaja. Siempre podremos recogerte del aire, ya lo sabes.

—¿Sólo cinco días?

—Si para entonces no has regresado, daremos el petardazo.

—Fácilmente reemplazable.

—¿Quieres abandonar esta misión?

—No.

—Estaba seguro de que dirías eso. Mira, hijo, utiliza la regla de la puerta trasera. Déjate siempre una salida de escape.

—Como lo está haciendo usted —observó Orne.

Stetson le miró fijamente durante unos latidos, y al fin dijo:

—Ya. Vamos a comprobar el equipo que los cirujanos te han colocado en el cuello.

—Lo estaba esperando.

Stetson se puso una mano en el cuello. Su boca permaneció cerrada, pero Orne podía oír una voz sibilante y fantasmal que salía del transceptor implantado:

—¿Me recibes, Orne?

—Le recibo. Éste es…

—¡No! —susurró la voz—. Toca el contacto del micrófono y mantén la boca cerrada. Sólo has de usar los músculos de hablar, pero sin hacerlo en voz alta.

Orne obedeció y se llevó la mano a la garganta.

—¿Qué tal va ahora?

—Mucho mejor —contestó Stetson—. Te recibo alto y con claridad.

—¿Puedo transmitir muy lejos?

—Siempre habrá un espía relé muy cerca de ti —dijo Stetson—. Además, aunque no aprietes el contacto, este cacharro nos dirá todo lo que se diga y lo que pase a tu alrededor. Estaremos siempre atentos. ¿Lo has entendido?

—Espero que sí.

Stetson levantó la mano derecha.

—Buena suerte, Orne. Cuando hablaba sobre tirarme de cabeza para rescatarte, lo decía de veras. Tú tienes la palabra.

—Ya sé qué palabra es —dijo Orne—. Es ¡SOCORRO!