Uno de los problemas esenciales en la ingeniería de una religión para cualquier especie es reconocer y abstenerse de inhibir aquellos sistemas autorreguladores de la especie sobre los que se basa la supervivencia de la misma.
Ingeniería religiosa, Manual de campo.
Ya empezaba a apretar el calor en Pitsiben cuando Orne y Stetson salieron a la calle empedrada. La bandera verde y amarilla pendía lánguidamente del mástil colocado encima de la casa de huéspedes. Toda la actividad parecía haber adquirido un ritmo más lento. Grupos de estólidos hamalitas permanecían de pie junto a los montones de vegetales de colores raros que estaban colocados ante la casa de huéspedes. Miraban melancólicamente hacia el vehículo del I-A, aparcado delante de la puerta.
El go-buggy era un vehículo blanco, de dos asientos que tenía forma de lágrima, ventana acristalada todo alrededor y una turbina en la parte trasera.
Orne y Stetson montaron en él.
Después se ajustaron los cinturones de seguridad.
—Esto es lo que quería decir —dijo Orne.
Stetson puso en marcha la turbina, revolucionándola hasta tener la velocidad de régimen y embragó.
El buggy rebotó algunas veces en los adoquines hasta que el sistema de giróscopo elástico se estabilizó. Pasados los puestos de verduras, hizo un giro perfecto.
Stetson habló por encima del ruido de la turbina:
—¿Qué es lo que quería decir?
—Estos imbéciles de aquí… En cualquier otro sitio del universo habrían estado alrededor del go-buggy agrupados de diez en fondo, manoseando las tomas de aire de la turbina, y agachándose para mirar la suspensión. Estos fulanos no hacían más que quedarse lejos y poner cara de tontos.
—No hay froolap —dijo Stetson.
—¡Eso es!
—¿Por qué cree usted que hacen esto?
—Creo que obedecen órdenes.
—¿No podría ser que fuesen tímidos?
—Olvídese de todo lo que he dicho.
—Veo, por sus informes, que en Hamal no hay pueblos amurallados —dijo Stetson.
Disminuyó la velocidad del vehículo para maniobrar entre dos lentos carretones. Los granjeros sólo le concedieron al buggy una casual mirada cuando los rebasó.
—Ninguno que yo haya visto.
—¿No ha visto grupos importantes que hicieran instrucción militar?
—Ninguno que yo haya visto.
—¿Y no ha visto armas pesadas?
—Ninguna que yo haya visto.
—¿Qué es este sonsonete de ninguna-que-yo-haya-visto? —preguntó Stetson—. ¿Sospecha usted que nos ocultan algo?
—Pues sí, tengo esta sospecha.
—¿Por qué?
—Porque las cosas no parecen encajar en este planeta. Y cuando las cosas no encajan es que faltan piezas.
Stetson dejó de prestar atención a la calle, y lanzó una incisiva mirada a Orne.
—O sea, que usted tiene sospechas.
Orne se agarró de pronto al asa de la puerta porque el buggy derrapó al dar la vuelta a una esquina y se metió a toda velocidad en la ancha carretera de montaña.
—Esto es lo que le dije desde el mismo principio.
—Siempre nos complace mucho investigar las más ligeras sospechas del R&R —dijo Stetson.
—Es preferible que yo me haya equivocado, a que se equivoque usted —advirtió Orne.
—Debe haber observado usted que el tipo de edificación es siempre completamente de madera —dijo Stetson—. En su nivel técnico, la construcción de madera señala más hacia el lado de la paz.
—Suponiendo que sepamos lo que significa todo esto… —Orne indicó con un ademán el paisaje— a nivel técnico.
—¿Esto es todo lo que les enseñan en la querida Uni-Galáctica?
—No. Esta idea es sólo mía. Si disponen de artillería y caballería móvil, las fortalezas de piedra serían inútiles.
—¿Y qué pueden usar como caballería? —preguntó Stetson—. Según sus informes, en Hamal no hay animales de monta.
—¡Porque no he visto ninguno… todavía!
—De acuerdo. Voy a ser razonable. Hablaba usted de armas. ¿De cuáles? No he visto ninguna mayor que las de cazar aves que llevan los cazadores.
—Si tuvieran cañones…, esto nos aclararía muchas cosas —dijo Orne.
—¿Tales como la falta de fortalezas de piedra?
—Está usted en lo cierto. ¡Maldita sea!
—Es una teoría muy interesante. A propósito, ¿cómo construyen las armas de cazar aves?
—Las producen, de una en una, unos hábiles artesanos que forman una especie de gremio.
—¡Una especie de gremio, vaya!
Stetson detuvo el go-buggy en un solitario tramo de la carretera y paró la turbina.
Orne miró a su alrededor sin decir nada. Hacía calor y se tenía una impresión de paz. Algunos insectos saltarines andaban por las polvorientas huellas de la carretera. Orne tuvo la molesta impresión de haber estado antes en la misma situación y en las mismas circunstancias, de que estaba repitiendo su vida, atrapado en una pista circular de la que no se podía salir.
—¿Vio el Primer Contacto alguna señal de cañones? —preguntó Stetson.
—Ya sabe usted que no.
Stetson asintió:
—Hum, hum.
—Pero esto podría ser debido a algo accidental o preparado —dijo Orne—. El estúpido majadero se quitó la careta el primer día y contó a esta gente lo importante que era para nosotros que un planeta redescubierto estuviera habitado por una sociedad pacífica.
—¿Está usted seguro de esto?
—He escuchado la grabación.
—En este caso, tiene usted muuucha razón —dijo Stetson—. Por una vez.
Se salió del buggy.
—Venga. Ayúdeme.
Orne se apeo por su lado.
—¿Por qué hemos parado?
Stetson le pasó el extremo de una cinta métrica.
—Sostenga el extremo tonto de esto en el borde de la carretera, allí, como un buen muchacho, por favor.
Orne obedeció. El enganche metálico del extremo de la cinta era frío y el polvo empezó a extendérsele por los dedos. Aquel sitio olía a tierra y a cosas enmohecidas.
Resultó que la carretera de montaña medía poco menos de unos siete metros de anchura. Stetson anunció el dato mientras lo escribía en su agenda. Refunfuñó algo sobre "líneas de regresión".
Volvieron al go-buggy y reemprendieron la marcha.
—¿Por qué es importante el ancho de la calzada? —preguntó Orne.
—El I-A tiene una filial que vende autobuses —respondió Stetson—. Sólo intentaba ver si nuestros modelos normales podrían ir por aquí.
—¡Muy gracioso! —Orne gruñó—. Supongo que cada vez les resulta más difícil a los del I-A poder justificar lo que les destinan en el presupuesto.
Stetson se rió.
—¡Tiene usted muuuucha razón! Vamos a poner otra filial que venda un tónico para los nervios de los agentes del R&R. Esto nos permitirá salir de los números rojos.
Orne se reclinó en su rincón y se puso melancólico.
"Estoy acabado —pensaba—. Este bromista Jefe de Operaciones no va a encontrar más de lo que yo haya encontrado. No tenía ningún motivo real para hacer intervenir al I-A, excepto que aquí las cosas no encajan."
Stetson desvió el go-buggy cuando la carretera iba a desviarse a la derecha y meterse entre la maleza.
—Al fin hemos dejado la carretera —dijo Stetson.
—Si hubiéramos continuado, habríamos terminado en un pantano —observó Orne.
—¿Cómo?
El camino les llevó hasta el fondo de un amplio valle, que tenía hileras de árboles para cortar el viento. Detrás de los árboles, unas columnas de humo ascendían en espiral por el aire encalmado.
—¿Qué es ese humo que hay allí? —preguntó Stetson.
—Granjas.
—¿Las ha visto usted?
—¡Sí! ¡Las he visto!
—Es usted muy susceptible, ¿no es verdad?
El camino les llevó directamente hasta un río que pudieron cruzar por un puente de madera rústica con pilares de piedra.
Stetson detuvo el vehículo al final del puente, y se fijó en las líneas paralelas de un angosto camino de carro que seguía el sinuoso margen del río.
De nuevo se pusieron en marcha y se dirigieron hacia otra cadena de montañas. Allí vieron vallas con pinchos, detrás de las cunetas que bordeaban el camino.
—¿Por qué tienen vallas? —preguntó Stetson.
—Para señalar los linderos.
—¿Por qué ponen pinchos?
—Para que los venados de los pantanos no puedan pasar —dijo Orne—. Creo que es verosímil.
—Vallas con pinchos y venados de los pantanos —dijo Stetson—. ¿Son muy grandes esos venados?
—Hay abundantes evidencias: libros y ejemplares disecados pueden dar fe de que los ejemplares mayores no miden más de medio metro de altura.
—Y son salvajes.
—Muy salvajes.
—No se puede suponer que sirvan como animales de monta —dijo Stetson.
—Podemos descartar por completo semejante posibilidad.
—Esto significa que usted ya la había estudiado.
—Muy a fondo.
El agente del I-A se tiró de una oreja mientras pensaba; después dijo:
—Volvamos a lo de su sistema de gobierno.
Orne tuvo que elevar el tono de su voz para ser oído sobre el zumbar de la turbina cuando el buggy empezó a ascender por la ladera de otra montaña.
—¿Qué quiere usted decir?
—Que si es hereditario.
—En principio, parece que el derecho a formar parte del Consejo se transmite al hijo mayor.
—¿Lo parece?
Stetson maniobró el buggy para rematar el ascenso y meterse en un camino que giraba y bajaba por el otro lado de la cresta.
Orne se encogió de hombros.
—Bien, me soltaron un cuento de que había un procedimiento electoral en el caso de que el hijo mayor falleciera y no quedara otro heredero varón.
—O sea que podemos decir que es un sistema patriarcal.
—Exactamente.
—¿Con qué juega esa gente?
—Los niños tienen peonzas, tiradores, carros de juguete; pero no pude ver juguetes bélicos.
—¿Y los adultos?
—¿Se refiere a sus juegos?
—Sí.
—Sólo he visto uno que juegan dieciséis hombres, cuatro en cada equipo. Juegan en un terreno cuadrado de unos cincuenta metros de lado. Tienen unas zanjas estrechas, en diagonal, que cruzan de esquina a esquina. Cuatro hombres se ponen uno en cada esquina y por turno juegan con…
—Vamos a ver si acierto —dijo Stetson—. Se arrastran luchando ferozmente por estas zanjas unos contra otros.
—¡Qué divertido! Nada de eso. Lo que hacen es coger dos pesadas pelotas, agujereadas para poder sostenerlas con los dedos. Una pelota es verde y la otra, amarilla. Esta se tira primero por una zanja diagonal. Se supone que la pelota verde ha de ser tirada de tal forma que alcance a la pelota amarilla en la intersección.
—Y nunca puede llegar a tocar a la pelota amarilla.
—Algunas veces, sí. La velocidad es variable.
—Y cuando llega a tocarla, se oye un griterío enorme.
—No hay espectadores —dijo Orne.
—¿Ninguno?
—Ninguno que yo…
—Ya veo —interrumpió Stetson—. De todas maneras, me parece que es un juego pacífico. ¿Lo juegan bien?
—Creo que con la máxima torpeza que se pueda imaginar. Pero parece que se divierten. Y ahora que lo pienso, este juego es una de las pocas cosas que yo haya visto que parezca divertirles.
—Usted es un misionero frustrado —dijo Stetson—. Las gentes no se divierten: usted quiere ir corriendo a organizarles juegos.
—¿Juegos de guerra? ¿Ha pensado usted en eso? —inquirió Orne.
—¿Qué?
Stetson apartó momentáneamente su mirada del camino. El buggy derrapó y fue hacia la cuneta. Volvió a prestar atención a la conducción.
—¿Qué pasaría si algún fulano listo del R&R se estableciera como emperador de este planeta? —preguntó Orne—. Podría encabezar su propia dinastía. La primera noticia que usted tendría sería cuando empezaran a caer las bombas, o cuando su gente empezara a morirse por causas desconocidas.
—Esta es la pesadilla más frecuente del personal del I-A —dijo Stetson, y permaneció callado.
El sol ascendía en el cielo. El camino iba serpenteando y dejaba atrás muros de contención, de piedra, vistas lejanas de granjas, zonas de poco arbolado y monte bajo, árboles nudosos.
En una ocasión, Stetson preguntó:
—¿Qué sabe de la religión de Hamal?
—Busqué algunas pistas de ese asunto —dijo Orne—. Rezan al Superdiós de Amel, que es monoteísta. Había un libro de rezos ordinarios en el bote salvavidas de Tritsahin. Tienen unos cuantos ermitaños peregrinos, pero me parece que son espías del Consejo. Hace unos trescientos años, un santón empezó a predicar una visión del Superdiós. En la actualidad, existe un culto derivado de este visionario, pero no hay evidencia de que se hayan producido fricciones religiosas.
—Todo es dulzura y suavidad —dijo Stetson—. ¿Hay sacerdocio?
—La jefatura religiosa procede del Consejo. Nombran a unos devotos "Mantenedores de la Oración". La norma parece ser un ciclo de nueve días de preceptos religiosos, pero hay una variación completa cuando llegan los días santos, a los que suelen llamar "Días de Regocijo"; y también celebran el aniversario de la fecha en que el visionario, que se llamaba Arune, fue transportado en cuerpo y alma al cielo. Los sacerdotes de Amel han mandado una Carta de Dispensa Temporal, y cabe esperar las usuales conferencias, que, estoy seguro de ello, acabarán con la declaración final de que el Superdiós vigila hasta a la más insignificante de sus criaturas.
—¿Hay una nota de sarcasmo en sus palabras? —preguntó Stetson.
—Lo que usted advierte es una nota de precaución —respondió Orne—. Yo soy nativo de Chargon. Nuestro profeta fue Mahmud, que fue aceptado debidamente por el clero de Amel. Cuando se trata de Amel, me ando con cuidado.
—El hombre sabio reza una vez a la semana y estudia el Psi cada día —murmuró Stetson.
—¿Qué?
—Nada.
El camino bajó hasta una pequeña depresión que estaba situada entre las colinas, cruzó un arroyuelo y ascendió por una ladera, y al llegar arriba giró hacia la derecha siguiendo la cresta. En lontananza pudieron ver otro pueblo, en terreno elevado. Pero, desde donde estaban, pudieron ver la bandera amarilla y verde que ondeaba sobre el edificio del gobierno. Stetson hizo alto, abrió su ventana y paró el motor. El ruido fue bajando de tono hasta quedar en silencio. Con la ventana abierta y el aire acondicionado desconectado, notaron que hacía un calor opresivo.
Orne empezó a sudar copiosamente. El sudor se acumulaba donde su trasero entraba en contacto con la depresión del asiento de plástico.
—¿No hay aviones en Hamal? —preguntó Stetson.
—Ni señal de ellos.
—Es raro.
—En realidad, no. Tienen una superstición acerca de perder el contacto con el suelo. Sin duda se trata de una reminiscencia de lo justo que escaparon del accidente espacial. Son bastante opuestos a la técnica, a excepción de los miembros del Consejo que se interesan mucho por la propensión del hombre a fabricar herramientas.
—El síndrome de la oscura cuadrilla —murmuró Stetson.
—¿Qué?
—La tecnología es peligrosa para las criaturas sabias —dijo Stetson—. Muchas culturas y sub-culturas creen esto. Y hay veces que yo también lo creo.
—¿Por qué nos hemos parado aquí? —preguntó Orne.
—Para esperar.
—¿Y a qué hay que esperar?
—A que suceda algo —dijo Stetson—, ¿Qué sienten los hamalitas en relación con la paz?
—Creen que es maravillosa. El Consejo está encantado por las actividades pacíficas del R&R. Los ciudadanos de a pie tienen una respuesta en un aforismo. Dicen: "Los hombres encuentran la paz en el Superdiós." Todo es muy congruente.
—Orne, ¿puede decirme por qué pulsó el botón de alarma? —preguntó Stetson.
La boca de Orne se abrió en silencio y, por fin, respondió:
—¡Ya se lo he dicho!
—Pero ¿qué fue lo que le puso en el disparador? —preguntó Stetson—. ¿Cuál fue la paja que impidió que el cohete despegara?
Orne tragó saliva, y contestó en voz baja:
—Un par de cosas. La primera fue que ofrecieron un banquete…
—¿Quién ofreció un banquete?
—El Consejo. Ofrecieron un banquete en mi honor. Y… Hum…
—Y sirvieron froolap —dijo Stetson.
—¿Quiere usted que se lo explique, o no?
—Mi querido muchacho. Soy todo oídos.
Orne miró intencionadamente los oídos de Stetson, y dijo:
—Bien. En el banquete del Consejo había un caldo de colas de porjo que…
—¿Porjo?
—Es un roedor indígena. Aquí, lo consideran un bocado exquisito, de un modo especial, las colas.
—O sea, que sirvieron esto en el banquete.
—Exacto. Lo que hicieron fue que… bien, el cocinero, un poco antes de servir mi tazón de caldo, amarró un porjo vivo con alguna clase de cordel que se disolvió rápidamente en el caldo caliente. El animal salió como la lava de un volcán y me cayó encima.
—¿Y qué pasó?
—Los comensales se rieron durante cinco minutos. Es la única vez que he podido ver a los hamalitas reírse de verdad.
—¿Quiere usted decir que le gastaron una broma, y que usted se enfadó tanto que apretó el botón de alarma? Me parece que usted decía que esta gente no tenía el menor sentido del humor.
—¡Mire, sabiondo! ¿Se ha parado usted a pensar qué clase de gente ha de ser la que meta a un animal vivo en un líquido hirviente, sólo para gastar una broma?
—Sí, es un poco fuerte, para una broma —reconoció Stetson—. Pero, al fin, era por jugar. ¿Y esto explica el motivo de que llamara al I-A?
—En parte, sí.
—¿Y el resto?
Orne describió el incidente de la caída en el montón de frutos blandos.
—O sea, que se quedaron plantados allí, sin reírse, y esto despertó en usted las más profundas sospechas —dijo Stetson.
El enfado oscureció la cara de Orne.
—¡O sea que me cabreé por el truco del porjo! ¡Pues siga usted! ¡Haga lo que quiera! ¡Pero que conste que tengo razón en lo que opino de este lugar! ¡A ver qué hace usted referente a esto también!
—Pues voy a hacerlo —dijo Stetson.
Rebuscó debajo del salpicadero del buggy, sacó un micrófono y habló por él:
—Aquí, Stetson.
"Pues me la he cargado", pensó Orne.
Sentía un vacío en el estómago y notó un gusto agrio en la garganta.
El zumbido de un transceptor al espacio salió de debajo del panel de instrumentos, y después se oyó una voz que decía:
—Aquí, la nave. ¿Qué pasa?
La voz tenía el eco monótono de las transmisiones hechas con decodificador.
—Tenemos un caso muy grave, Hal —dijo Stetson—. Lanza una llamada de emergencia, prioridad uno, solicitando una fuerza de ocupación.
Orne pegó un brinco y se quedó con la vista fija en el agente del I-A.
El transceptor emitió unos chasquidos y luego la voz preguntó:
—¿Es muy grave, Stet?
—Uno de los peores que he visto. Lanza una perquisitoria de Primer Contacto, algún majadero que se llama Bullone. Haz que le despidan. ¡No me importa que sea la madre del Comisionado Bullone! ¡Hay que estar ciego, y además ser estúpido, para poder decir que Hamal es pacífico!
—¿Tendrás dificultades para regresar? —preguntaron por el altavoz.
—Creo que no. El agente del R&R ha sido muy cauto, y es muy probable que no sepan todavía de qué va.
—Dame tus coordenadas, por si acaso.
Stetson miró un indicador del panel de instrumentos.
—A-Ocho.
—Lo tengo.
—Haz esa llamada enseguida, Hal —le dijo Stetson—. ¡Mañana mismo quiero tener aquí una fuerza de ocupación completa!
—La llamada ya está en camino.
El zumbido del transceptor al espacio cesó. Stetson guardo el micrófono, y se volvió hacia Orne.
—¿O sea que no hiciste más que seguir una corazonada?
Orne meneó la cabeza.
—Yo…
—Mira detrás de nosotros —ordenó Stetson.
Orne se volvió y contempló el camino por donde habían llegado hasta allí.
—¿Ves algo que sea curioso? —pregunto Stetson.
Orne luchó para librarse de una sensación de vértigo, y contestó:
—Veo un granjero que llega tarde y un cazador y su aprendiz que se mueven aprisa.
—Me refiero al camino —dijo Stetson—. Puedes considerar esto como una primera lección sobre técnicas del I-A: un camino ancho que sigue las cimas de las montañas es una vía militar. Siempre. Los caminos de las granjas son estrechos, y van siguiendo a nivel del curso del agua. Las rutas militares son más anchas, huyen de los pantanos y cruzan los ríos en ángulo recto. Este mismo cumple todos estos supuestos.
—Pero… —Orne no siguió porque el cazador les había alcanzado y pasaba por el lado de su vehículo mirándoles casualmente de soslayo.
—¿Qué es este estuche de cuero que lleva a la espalda? —preguntó Stetson.
—Un catalejo.
—Lección número dos —dijo Stetson—. Los telescopios se desarrollaron como aparatos astronómicos. Los catalejos se han desarrollado como complementos de las armas de largo alcance. Aceptemos que estas armas para matar aves tienen un alcance efectivo de cien metros aproximadamente. De lo que se deduce que puede darse por probado que disponen de artillería.
Orne asintió. Aún estaba mareado por la rapidez con que se desarrollaban los acontecimientos y todavía no era capaz de sentirse relajado.
—Ahora, consideremos el pueblo que está aquí delante —dijo Stetson—. Fíjate en la bandera. Casi inevitablemente las banderas derivan de los pendones y estandartes que hay que seguir en las batallas. No siempre. Pero, no obstante, puede tomarse esto como una evidencia circunstancial considerando todas las otras cosas.
—Ya comprendo.
—Hay la docilidad de la gente civil —dijo Stetson—. Es axiomático que esto anda codo con codo con un poderío militar y/o con una aristocracia religiosa que suprime los cambios tecnológicos. El Consejo Rector de Hamal no es nada más que una aristocracia, muy versada en el uso de la religión como un recurso político, y en el empleo de espías, que es otra consecuencia inevitable cuando hay ejércitos y guerras.
—Son aristócratas, de acuerdo —corroboró Orne.
—Regla primera de nuestro manual —dijo Stetson—. "Siempre que haya una división entre ricos y pobres, habrá posiciones que defender." Esto significa siempre ejércitos, aunque se les llame tropas, o policías, o guardias. Podría apostar, hasta el límite de mi crédito, que estos campos de juego, de las pelotitas amarillas y verdes, no son más que los terrenos para hacer la instrucción militar camuflados.
Orne tragó saliva.
—Debería haber caído en ello.
—Pues lo hiciste —dijo Stetson—. Inconscientemente. Captaste todo lo que estaba mal, inconscientemente. Esto te atormentaba de mala manera. Por esto pulsaste el botón de alarma.
—Supongo que tiene usted mucha razón.
—Otra lección —dijo Stetson—. El punto más importante en el índice de agresión es la gente pacífica; los tipos pacíficos de verdad nunca discuten sobre la paz. Han desarrollado una dinámica de no-violencia en la que ni tan siquiera entra el concepto de paz. Ni tan sólo pueden pensar en ella. La única manera en que se puede desarrollar un interés casual en la paz, tal como la entendemos nosotros, es a través del recurrente y violento contraste con la guerra.
—Desde luego.
Orne respiró profundamente, y miró hacia la población que estaba en el terreno alto, delante de él.
—Pero ¿qué me dice de la falta de fortificaciones? ¿Y de animales para la caballería? ¿Y…?
—Podemos estar seguros de que tienen artillería —dijo Stetson—. ¡Hum! —Se rascó la mejilla—. Bien, esto es suficiente. Sin duda llegaremos a descubrir el sistema que define lo de la caballería, y la ecuación que descarta los fuertes de piedra.
—Supongo que sí.
—Aquí debe de haber sucedido algo parecido a esto —dijo Stetson—: Primer Contacto, ese majadero, que así se pudra en una prisión militar, se precipitó en tomar una decisión equivocada acerca de Hamal. Explicó nuestro juego. Los hamalitas se enteraron, concedieron una tregua, escondieron o camuflaron todos los indicios de guerra que conocían, dieron instrucciones a los ciudadanos y se dedicaron a ordeñar todo cuanto pudieran sacar de nosotros. ¿Ya han mandado una delegación a Marak?
—Sí.
—Tendremos que agarrarlos también.
—Por descontado —dijo Orne.
Empezaba a sentir cierto alivio espiritual, pero con un regusto de inquietud que le perseguía. Su carrera estaba a salvo, pero pensaba en las consecuencias que sufriría Hamal a causa de lo que iba a suceder. ¡Una fuerza de ocupación completa! Una ocupación militar resulta tan repugnante para los ocupantes como para los ocupados.
—Creo que serás un agente del I-A muy bueno —dijo Stetson.
Orne salto de golpe fuera de su ensueño.
—¿Qué yo seré un… qué?
—Te estoy enrolando —dijo Stetson.
Orne le miró fijamente.
—¿Puede hacerlo usted?
—Todavía quedan en nuestro gobierno algunas cabezas lúcidas —respondió Stetson—. Puedes estar seguro de que tengo este poder en el I-A.
Frunció el ceño y prosiguió:
—Así es como encontramos a muchos de nuestros agentes: a un paso del desastre.
Orne se aclaró la garganta.
—Esto es…
Se calló cuando el granjero empujó su carrito para pasar por el lado del vehículo del I-A.
Desde el go-buggy, los dos hombres observaron el peculiar movimiento oscilante de la espalda del granjero, la seguridad con que sus pies se posaban sobre el polvoriento camino y el suave desplazamiento del alto montón de vegetales que estaba encima del carro.
—¡Soy un froolap zurdo! —murmuró Orne.
Señaló hacia la espalda que se alejaba.
—Aquí está su animal de caballería. El condenado carrito no es más que un vehículo militar.
Stetson se golpeó la palma de la mano izquierda con el puño derecho.
—¡Maldita sea! ¡Siempre lo hemos tenido delante de nuestras narices!
Sonrió inexorablemente.
—Cuando mañana llegue nuestra fuerza de ocupación, por aquí habrá muchos hombres sorprendidos y enfadados.
Orne asintió silenciosamente, deseando que hubiera otra manera de prevenir las desastrosas excursiones militares por el espacio, y pensó:
"Lo que Hamal necesita es una nueva especie de religión que le enseñe a equilibrar felizmente sus vidas en su planeta, y a equilibrar su planeta en el universo."
Pero como Amel controlaba el desarrollo de todas las religiones, esto quedaba fuera de la cuestión. No existía una religión con semejantes equilibrios. No existía en Chargon… ni siquiera en Marak.
Y mucho menos en Hamal.