Cualquiera que haya sentido su piel estremecerse con la electrizante certidumbre de una presencia invisible, conoce la sensación primaria de Psi.
HALMYRACH, ABAD DE AMEL,
Psi y Religión, Prefacio
Lewis Orne cerró fuertemente los puños detrás de la espalda hasta que los nudillos se quedaron blancos.
Desde una ventana de un segundo piso, miraba fijamente a lo lejos. Era una mañana de Hamal. El gran sol amarillo cruzaba en el cielo sin nubes por encima de las lejanas montañas. Todo hacía esperar que el día sería demasiado caluroso.
Detrás de él se oía el sonido del estilo que rascaba sobre el papel transmisor, mientras el agente de Investigaciones y Arreglos iba tomando notas sobre la entrevista que acababan de sostener.
El papel estaba transmitiendo un registro de las palabras al vehículo del operador que se hallaba a la espera.
"Quizá me equivoqué cuando decidí pulsar el botón de alarma —pensó Orne—. ¡Esto no ha de dar a este individuo el derecho a portarse conmigo como un déspota! Después de todo, éste es mi primer trabajo. No pueden pretender que la primera vez todo salga a la perfección."
Unas arrugas se formaron en la cuadrada frente de Orne. Apoyó la mano izquierda en el rugoso marco de madera de la ventana, mientras con la derecha se acariciaba los hirsutos cabellos de su roja cabellera, cortados muy cortos, el corte suelto de su blanco ropón, que era el uniforme habitual de los agentes del R&R, acentuaba su apariencia maciza. La sangre acudía a su cara mofletuda.
Supo que estaba debatiéndose entre la ira y la necesidad de dar salida a los impulsos de rebeldía que normalmente mantenía bajo control.
Pensó:
"Estoy equivocado en lo de este lugar, me echarán del servicio. Hay demasiada mala voluntad entre el R&R y la sección de Investigaciones y Arreglos. Este burlón del I-A estaría más que contento si nos hiciera parecer estúpidos. Pero ¡por Dios! ¡Aquí se va a armar la gorda, si estoy en lo cierto en lo de Hamal!"
Orne meneó la cabeza:
"Pero, probablemente, estoy equivocado."
Cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba de que había cometido una estupidez al llamar al I-A. Probablemente, Hamal no era de naturaleza agresiva. No era muy verosímil que el R&R contribuyera con la base tecnológica para armar a un potencial creador de guerras.
"Pero…"
Orne suspiró. Notaba una inquietud vaga, como en sueños. Esta sensación le recordaba la fluida percepción antes de despertarse, los momentos de lucidez en que se combinaban la acción, el pensamiento y la emoción.
Alguien pateaba bajando los escalones del otro extremo del edificio. El suelo tembló bajo los pies de Orne. La casa de huéspedes del gobierno era un edificio viejo construido con maderos bastos. La habitación conservaba el olor agrio de muchos ocupantes anteriores, debido a unas limpiezas poco frecuentes.
Desde su ventana, Orne veía parte de la plaza del mercado, empedrada, de este pueblo de Pitsiben. Podía distinguir, detrás del mercado, el ancho pavimento de la carretera de montaña que ascendía desde los Llanos de Rogga. A lo largo de la carretera se extendía una doble hilera de figuras que se movían: granjeros y cazadores que acudían a Pitsiben el día de mercado. Un polvo ambarino cubría el camino, y suavizaba la imagen, dándole un romántico aspecto desenfocado.
Los granjeros empujaban inclinados sobre las varas de sus bajos carros de dos ruedas, y marchaban con un pesado movimiento de vaivén. Llevaban unas largas chaquetas verdes, unas boinas amarillas inclinadas uniformemente sobre la oreja izquierda, pantalones amarillos con las vueltas ensuciadas por el polvo del camino y sandalias abiertas que permitían ver los callosos pies desarrollados como las patas de los animales de tiro. Sus carros estaban cargados con altos montones de vegetales verdes y amarillos, que parecían haber sido dispuestos para que armonizaran con el conjunto general de colores pastel.
Los cazadores, que vestían ropas de color oscuro, se desplazaban paralelamente, pero al otro lado, como si fueran guardias de flanco. Marchaban con las cabezas altas, agitando las plumas de sus gorras. Cada uno llevaba un arma de boca acampanada para cazar aves apoyada en su brazo en posición de viaje y un catalejo metido en su funda de cuero sobre el hombro izquierdo. Detrás de los cazadores, trotaban sus aprendices empujando carros de tres ruedas para transportar las piezas de caza, que principalmente eran pequeños gamos de los pantanos, patos pintos y porjos, los roedores con cola de serpiente que los hamalitas consideraban algo exquisito.
En un valle distante, Orne podía ver la espiral roja oscura de la nave I-A que había aterrizado, entre llamaradas, un poco antes del amanecer de aquel día, dirigida por su transmisor. También la nave aparecía borrosa como en un sueño, su forma quedaba nublada por los humos azules de las cocinas de las granjas que salpicaban aquel valle. La forma roja de la nave destacaba por encima de las casas, como si estuviera fuera de lugar, como si fuera un adorno que hubiera quedado de unas galas festivas para gigantes.
Mientras Orne contemplaba este paisaje, uno de los cazadores se detuvo en la carretera, descolgó su catalejo y estudió la nave I-A. El cazador parecía ser sólo vagamente curioso. Su acción no se adaptaba a lo que cabía suponer: sencillamente, estaba fuera de lugar.
El humo y el caliente sol amarillo contribuían a dar al campo un aspecto estival: una exuberancia de color iba apareciendo sobre un cálido tono pastel. Era una escena esencialmente pacífica, que provocaba en Orne un profundo sentimiento de amargura.
"¡Maldita sea! No me importa lo que digan los del I-A. Tenía razón cuando les llamé. Estos hamalitas esconden algo. No son pacíficos. ¡El verdadero error lo cometió aquel torpe de Primer Contacto que hablaba como una cotorra sobre la importancia de un lugar que tuviera una historia pacífica!"
Orne se percató de que el rasgueo del estilo se había detenido. El hombre del I-A carraspeó.
Orne se dio la vuelta y, a través del largo cuarto, miró al operador. El agente del I-A estaba junto a una mesa rústica al lado de la cama de Orne. Papeles y carpetas se hallaban extendidos por la mesa, a su alrededor. Una pequeña grabadora estaba colocada sobre una pila de papeles. El hombre del I-A se repatingó en una voluminosa silla de madera. Tenía una cabeza grande, era desgarbado y desproporcionado de miembros, y su piel era correosa. Su cabello era oscuro y desordenado. Los párpados caídos daban a su cara aquella mirada con las cejas alzadas que era como una marca de origen del I-A. Llevaba un mono azul remendado, sin insignias. Se había presentado a sí mismo como Umbo Stetson, jefe de operaciones del I-A en aquel sector.
"El jefe de operaciones —pensó Orne—. ¿Por qué mandan al jefe de operaciones?"
Stetson notó que Orne le miraba, y dijo:
—Creo que casi lo tenemos todo. Vamos a repasarlo una vez más para estar seguros. Usted aterrizó aquí hace diez semanas, ¿no es verdad?
—Sí, me trajo un bote de aterrizaje del transporte R&R, Redescubrimiento de Arneb.
—¿Es ésta su primera misión?
—Ya se lo he dicho. Me gradué en la Uni-Galáctica, con el curso del 07, y efectué mi aprendizaje en Timurlain.
Stetson arrugó el entrecejo.
—Entonces, ¿le mandaron a usted directamente a este atrasado planeta acabado de redescubrir?
—Así es.
—Ya lo veo. Y usted estaba embargado por el antiguo rollo, el antiguo espíritu misional para elevar a la humanidad, y todas esas cosas.
Orne enrojeció y torció el gesto.
Stetson asintió.
—Veo que en la querida y vieja universidad todavía enseñan el bla-bla-bla del "renacimiento cultural".
Se puso una mano en el pecho, alzó la voz para hacer una imitación caricaturesca y recitó:
—¡Debemos reunir los planetas perdidos con los centros de la cultura y de la industria, y continuar la gloriosa marcha hacia delante de la humanidad, que fue tan brutalmente cortada por las Guerras de Rim! —Escupió en el suelo.
—Pienso que podríamos dejar esto aparte —murmuró Orne.
—Usted tiene muuucha razón —dijo Stetson—. Pasemos a otra cosa. ¿Qué se trajo usted a este delicioso centro de vacaciones?
—Tengo un diccionario compilado por el Primer Contacto, pero es muy esquemático en…
—¿Quién fue este Primer Contacto?
—En el diccionario dice que Andre Bullone.
—Ah… ¿Sabe si es algún pariente del Alto Comisionado Bullone?
—Lo ignoro.
Stetson escribió algo en sus papeles.
—¿Y hace constar este Primer Contacto que éste es un sitio especial, un planeta pacífico que tiene una primitiva economía agrícola y de caza, eh?
—Es cierto.
—Hum, hum… Y además de esto, ¿qué trajo a este hermoso vergel?
—Lo acostumbrado en estos trabajos e informes… Y un transmisor, desde luego.
—Y así pues, hace dos días que usted pulsó en el transmisor el botón de alarma, ¿es cierto? ¿Cree usted que hemos venido lo bastante deprisa?
Orne miró hacia el suelo. Stetson dijo:
—Supongo que usted posee la usual memoria fotográfica atiborrada de información cultural-médica-industrial y tecnológica.
—Soy un agente del R&R plenamente cualificado.
—En este caso, mantengamos un minuto de reverente silencio —dijo Stetson. Bruscamente, dio un puñetazo sobre la mesa—. ¡Es una completa estupidez! ¡Nada más que un truco político!
—¿Qué? —Orne saltó, muy molesto.
—Todo este truco del R&R, hijo mío. Es demagogia, esto es perpetuar unas pocas vidas políticas poniéndonos en peligro a todos. Tome nota de mis palabras: ¡Vamos a redescubrir un planeta más de la cuenta; vamos a dar a su pueblo la formación industrial que no se merece; y vamos a tener otra Guerra de Rim para acabar con todas las Guerras de Rim!
Orne dio un paso adelante, enfurecido.
—¿Por qué diablos supone usted que apreté el botón de alarma?
Stetson se volvió a sentar, el estallido de cólera le había devuelto la calma.
—Mi querido compañero, esto es lo que tratamos de determinar.
Se golpeó rítmicamente los dientes delanteros con el estilo.
—Veamos, dígame exactamente por qué nos llamó.
—¡Ya se lo dije! Es que… —Agitó una mano en dirección a la ventana.
—Se sentía solo y quería que el I-A viniera a sostenerle la mano, ¿no es cierto?
—¡Oh, váyase al infierno! —ladró Orne.
—A su debido tiempo, hijo, a su debido tiempo.
Los caídos párpados de Stetson cayeron todavía más.
—Veamos, ¿qué es lo que los fantoches del R&R les enseñan a buscar ahora?
Orne se tragó otra réplica airada, y sólo replicó:
—Señales de guerra.
—¿Y qué más? Pero cuéntelo con detalles.
—Buscamos fortificaciones, vemos si los niños juegan a guerras, si hay gente haciendo la instrucción militar y otros signos bélicos de actividades de grupo…
—¿Por ejemplo, uniformes?
—¡Naturalmente! Y además, buscamos si hay heridas de guerra, heridas en la gente y en los edificios, el nivel de conocimiento de los médicos en el tratamiento de las heridas, señales de destrucción total. En fin, ya sabe usted, cosas como éstas.
—La macroevidencia. —Stetson movió la cabeza a derecha e izquierda—. ¿Cree usted que esto es lo adecuado?
—¡No, maldita sea, creo que no!
—Usted tiene muuuucha razón —dijo Stetson—. ¡Hum! Profundicemos algo más. No llego a comprender qué es lo que le preocupa de los honestos ciudadanos que viven aquí.
Orne suspiró y se encogió de hombros.
—No tienen alma, no tienen reflejos, no tienen humor. Viven en una perpetua seriedad que raya en la melancolía.
—¿Ah, sí?
—Sí. Yo…, yo…, hum… —Orne se mojó los labios con la lengua—. Yo…, hum…, dije a los Líderes del Consejo que nuestro pueblo tenía interés en conseguir un suministro permanente de huesos de froolap para la fabricación de platos de porcelana de hueso, de la mano izquierda.
Stetson saltó hacia delante.
—¿Qué dice usted que hizo?
—Pues bien, se lo tomaban tan en serio que aguanté todo lo que pude, y yo…, hum…
—¿Qué sucedió?
—Me pidieron una descripción detallada del froolap y del método adecuado para preparar los huesos a fin de proceder a su embarque.
—¿Y usted, qué les dijo?
—Pues, yo…, bien, según la descripción que les di decidieron que en Hamal no existían los froolaps.
—Ya lo veo —dijo Stetson—. Lo malo de este lugar es que no hay froolaps.
"Pues ahora sí que la he organizado —pensó Orne—. ¿Por que no habré mantenido cerrada la bocaza? Ahora se ha acabado de convencer de que estoy loco."
—¿Tienen grandes cementerios, monumentos nacionales y cosas por el estilo? —preguntó Stetson.
—Ni uno sólo. Pero tienen la costumbre de plantar verticalmente a sus muertos y poner un árbol de huerta sobre ellos. Y hay huertos muy grandes.
—¿Cree usted que esto significa algo?
Stetson respiró profundamente y se reclinó en la silla. Golpeó la mesa con el estilo, miró a lo lejos y volvió a preguntar:
—¿Cómo se toman lo de la reeducación?
—Están muy interesados en la parte industrial. Por esta razón estoy en este pueblo, en Pitsiben. Hemos localizado una mina de volframio muy cerca de aquí y…
—¿Y qué hay relativo a sus médicos? —interrumpió Stetson—. ¿Conocimientos sobre heridas y cosas por el estilo?
—Es difícil decirlo —contestó Orne—. Ya sabe usted lo que pasa con los médicos. Creen que lo saben todo, y es muy difícil llegar a saber qué es lo que saben en realidad. A pesar de todo, voy haciendo progresos.
—¿Cuál es el nivel general médico?
—Tienen unos buenos conocimientos básicos de anatomía, cirugía y reducción de dislocaciones. Pero carezco de datos concretos sobre su conocimiento de las heridas.
—¿Tiene usted alguna idea de por qué este planeta está tan atrasado? —preguntó Stetson.
—Su historia relata que Hamal fue sembrado accidentalmente con dieciséis supervivientes (once mujeres y cinco hombres) de un crucero de Tritsahin, destruido en una batalla que tuvo lugar en la primera parte de las Guerras de Rim. Aterrizaron con una lancha de salvamento, con muy poco equipo y aún menos conocimientos prácticos. Supongo que eran, en gran parte, una oscura pandilla que pudo escapar.
—Y estuvieron sentaditos aquí hasta que llegaron los del R&R —dijo Stetson—. Precioso. Precioso de verdad.
—Esto ocurrió hace unos quinientos años tipo —dijo Orne.
—Y estos caballeros todavía se dedican a cultivar plantas y a cazar —murmuró Stetson—. Oh, precioso.
Miró hacia Orne y preguntó:
—¿Cuánto tiempo podría tardar este planeta, en el supuesto de que tenga el necesario empuje agresivo, para llegar a ser una amenaza de guerra?
Orne contestó:
—Bien. En este sistema, hay dos planetas deshabitados que podrían utilizar como fuentes de primeras materias. Oh, yo diría que de veinte a veinticinco años tipo, en cuanto dispongan de los fundamentos científicos en su planeta base.
—¿Y cuánto tiempo más habrá de pasar para que el núcleo agresivo tenga los conocimientos necesarios para pasar a la clandestinidad y nos obligue a hacer volar el planeta para llegar hasta ellos?
—Cuente usted un año más o menos, tal como van por el momento.
—Ahora debe estar usted empezando a ver los problemitas que los fantoches del R&R nos estáis creando. —Stetson apuntó con un dedo acusador hacia Orne—. ¡Dejadnos cometer un pequeño desliz! ¡Dejadnos declarar que un planeta es agresivo y llevar hasta él una fuerza, de ocupación, para que vuestros condenados espías descubran que nos hemos equivocado!
Levantó un puño amenazador y concluyó:
—¡Aja!
—Ya han empezado a edificar las fábricas que habrán de producir las máquinas-herramienta —dijo Orne—. Van bastante aprisa. —Se encogió de hombros—. Parecen esponjas que lo embeben todo.
—Muy poético —refunfuñó Stetson.
Levantó su largo cuerpo de la silla y dio unos pasos hasta el centro de la habitación:
—Vamos a verlo de cerca. Y le advierto, Orne, que el I-A tiene muchas cosas más importantes que hacer que ir por ahí dando el biberón al R&R.
—A usted le gusta demasiado hacer que todos parezcamos un rebaño de cabezas locas —dijo Orne.
—Tiene usted muuuuuucha razón, hijo. No voy a perder el sueño por eso.
—¿Y qué pasa si cometí un error? Si a la primera vez que…
—Veremos, veremos… Vámonos. Usaremos mi cochecito.
"Y en total, nada —pensó Orne—. Este majadero no se va a esforzar en buscar nada, porque le resulta más fácil quedarse sentado y reírse del R&R. Ya estoy acabado, antes de que empecemos "