Capítulo XXVI

En todo objetivo conseguido hay siempre una especial tristeza, en el conocimiento de que una meta largamente deseada se ha logrado al fin, y que la vida tiene entonces que ser moldeada y encaminada en busca de nuevos fines. Alvin conocía aquella tristeza, mientras vagaba por los bosques y los campos de Lys. Ni incluso Hilvar le acompañaba, ya que hay veces en que un hombre necesita hallarse solo y aparte incluso de sus más íntimos amigos.

Alvin no es que caminase sin objetivo determinado, aunque nunca sabía qué próxima población sería su puerto de escala. No se hallaba en busca de ningún lugar determinado sino de un estado de ánimo, una influencia… ciertamente, de una forma de vida. Diaspar ya no le necesitaba, los fermentos que había introducido en la ciudad estaban ya produciendo su efecto rápidamente, y nada que pudiese hacer por su parte, aceleraría o retardaría los cambios que tendrían que llevarse a cabo allá.

Aquella pacífica tierra, cambiaría también. Con frecuencia se preguntaba si habría obrado equivocadamente, en aquel impulso incontrolable de satisfacer su propia curiosidad, al abrir un camino antiguo entre las dos culturas. Pero seguramente sería mucho mejor que Lys conociera la verdad, ya que como Diaspar, en parte había sido fundada y establecida sobre temores y falsedades.

A veces trataba de imaginarse qué forma de nueva sociedad iría a producirse. Creía que Diaspar necesitaba escapar de la prisión de los Bancos de Memoria y restaurar de nuevo el ciclo del nacimiento y de la muerte. Hilvar, según sabía Alvin, estaba seguro de que aquello se llevaría a cabo, aunque sus propósitos eran demasiado técnicos para ser seguidos por Alvin. Tal vez el tiempo llegaría donde el amor en Diaspar no estuviese completamente olvidado y como inexistente.

¿Era eso, se preguntó Alvin, lo que siempre había echado en falta en Diaspar… lo que realmente estaba buscando? Ahora sabía lo que era el haber satisfecho el poder y la ambición, e incluso la curiosidad; pero quedaban todavía los sentimientos pertenecientes al corazón. Nadie había vivido realmente hasta que ellos hubieran logrado aquella síntesis de amor y deseo que jamás pudo haber soñado que existiese, hasta que llegó a Lys.

Alvin había llegado hasta los planetas de los Siete Soles, hazaña realizada por el primer hombre en mil millones de años. Y con todo, ahora le importaba muy poco, a veces pensaba que daría todos los logros obtenidos en sus aventuras, por poder oír el llanto de un niño recién nacido, sabiendo que era suyo, de su propia carne y su propia sangre.

En Lys, podría encontrar un día lo que deseaba, existía una ternura, un calor humano y una comprensión que faltaba por completo en Diaspar. Pero antes de que pudiera descansar y antes de hallar la paz, había aún una decisión que tomar.

Tenía en sus manos el poder, un poder que seguía poseyendo. Era una responsabilidad que había buscado y aceptado con decisión y coraje; pero ahora no habría paz en su corazón mientras fuera suyo. Así y todo, él tirarlo por la borda y despojarse de él, sería como una traición a una confianza puesta en su persona…

Se hallaba en una población de diminutos canales, al borde de un anchuroso lago, cuando tomó la decisión. Las casas de distintos colores, alegres y llenas de luz, parecían flotar como ancladas sobre las suaves olas del lago, formando una escena de belleza irreal. Allí había vida, alegría de vivir, calor humano… todas las cosas que había echado de menos entre la desolada grandeza de los Siete Soles.

Un día la Humanidad estaría de nuevo dispuesta para salir al espacio. Alvin no sabía qué nuevo capítulo iría a escribir el Hombre entre las estrellas. Pero aquello no debía importarle, su futuro yacía en la Tierra.

Pero era preciso hacer un vuelo todavía, antes de volver la espalda definitivamente a las estrellas.

★★★

Cuando Alvin comprobó la ascendiente marcha de la nave, la ciudad se hallaba ya demasiado distante para ser reconocida como producto del hombre, y la curva del planeta aparecía claramente visible. Entonces, comprobó la línea del crepúsculo a millares de millas de distancia en su marcha sin fin a través del desierto. Por encima y a su alrededor, estaban las estrellas, tan brillantes como siempre, con toda la gloria que los hombres habían perdido. Hilvar y Jeserac permanecían silenciosos, imaginando, pero sin saber a ciencia cierta el motivo que impulsaba a Alvin a realizar aquel vuelo del espacio ni del por qué les había pedido que le acompañaran. Ninguno pronunció una palabra, mientras que el desolado panorama se extendía bajo ellos en la distancia. Su vaciedad y quietud oprimieron a ambos y Jeserac sintió un súbito desprecio e irritación por los hombres del pasado que habían permitido que la Tierra perdiese toda su belleza, por negligencia y cobardía.

Esperó que Alvin tuviese razón al soñar que todo aquello podía cambiarse. El poder y el conocimiento aún existía, todo era cuestión de volver hacia el pasado y hacer que los océanos volvieran a cobrar vida. El agua estaba allí, en las profundidades escondidas de mil lugares de la Tierra y de ser preciso, la transmutación de las plantas podían hacerlo posible.

Había mucho que hacer en los años por venir en el futuro. Jeserac se dio cuenta de que se hallaba entre dos edades; a su alrededor podía sentir el pulso del género humano comenzando a despertar de nuevo. Había muchos y graves problemas con que enfrentarse; pero Diaspar lo haría. El rehacer el pasado, se llevaría siglos, sin duda; pero cuando todo estuviese concluido, el Hombre habría recobrado casi todo lo que había perdido.

¿Podría ganarlo todo?, se preguntó Jeserac. Era difícil imaginar que la Galaxia pudiese ser vuelta a conquistar e incluso de llegar a semejante logro ¿a qué propósito podría servir? Alvin pareció salir de su ensoñación y Jeserac se volvió de la pantalla.

—Quiero que veas esto —dijo Alvin con calma—. Puede que nunca tengas otra oportunidad.

—¿No vas a dejar la Tierra?

—No, no quiero nada más del espacio. Incluso en el caso de que hubiese otra civilización superviviente en esta Galaxia, dudo que valiese la pena el esfuerzo de hallarla. Hay muchas cosas que hacer aquí, sé ahora que este es mi hogar, y nunca más volveré a dejarlo.

Miró hacia abajo y a los grandes desiertos; pero sus ojos veían en su lugar las aguas que allí se almacenarían a mil años de distancia en el futuro. El Hombre había redescubierto su mundo, y volvería a hacerlo tan bello como lo fue una vez para permanecer en él. Y después…

—No estamos dispuestos para ir a las estrellas, y pasará muchísimo tiempo todavía antes de que podamos encararnos con ese desafío. He estado preguntándome qué debería hacer con esta astronave, si dejarla aquí en la Tierra, donde siempre me tentará para utilizarla y jamás me dejaría paz en la mente, pero con todo, no puedo desperdiciar esta maravilla. Siento que me ha sido confiada para una gran misión y puede ser utilizada para beneficio del mundo.

»Por esto, he tomado una decisión definitiva. Voy a enviarla a la Galaxia, con el robot en el control, para descubrir qué ha sido de nuestros antepasados… y de ser posible, qué es lo que ha quedado en el Universo digno de ir en su busca. Tuvo que haber sido algo maravilloso para ellos, él haberlo dejado todo para ir en su busca.

»El robot no se cansará jamás, por largas que sean las jornadas que tenga que realizar en el espacio. Un día, nuestros parientes recibirán nuestro mensaje, y sabrán que les estamos esperando en la Tierra. Volverán y espero que para entonces valdrá la pena, por grande que sea lo que hayan conseguido.

Alvin permaneció en silencio, mirando fijamente en el futuro que había conformado en su mente; pero que sin duda nunca podría ver en la realidad. Mientras que el Hombre permaneciese reconstruyendo su mundo, aquella nave estaría cruzando los negros espacios del Universo entre las estrellas y los sistemas y en un millar de años en el futuro, volvería. Quizá aún estaría allí para recibirla; pero de no ser así, se sentiría contento de todos modos.

—Creo que es una postura sabia y prudente, Alvin —le dijo su viejo tutor. Entonces, por última vez, el eco de un antiguo temor volvió a surgir en su mente como una enfermedad crónica—. Pero supongamos —añadió—, que la nave hace contacto con algo que no queramos conocer… —Y su voz se desvaneció al reconocer el origen de su ansiedad y sonrió despectivamente como queriendo barrer para siempre el fantasma de los Invasores.

—Has olvidado —repuso Alvin más seriamente de lo que esperaba— que pronto tendremos a Vanamonde para que nos ayude. No sabemos qué clase de poderes posee en la realidad; pero todos en Lys parecen creer que son potencialmente ilimitados. ¿No es así, Hilvar?

Hilvar no replicó al instante. Era cierto que Vanamonde era otro gran enigma, el gran problema que permanecería latente para el futuro de la Humanidad, mientras residiese en la Tierra. Era cierto, que ya Vanamonde había evolucionado hacia la autoconsciencia en un progreso acelerado por su contacto con los filósofos de Lys. Ellos tenían grandes esperanzas de la futura cooperación con aquella supermente infantil, creyendo que conseguirían ir acortando los eones de tiempo que su natural desarrollo requería.

—No estoy seguro —confesó Hilvar—. En cierta forma, no creo que debiéramos esperar demasiado de Vanamonde. Podemos ahora ayudarle; pero seremos sólo un breve incidente en su total extensión vital, prácticamente infinita. Tampoco creo que su destino último tenga nada que ver con nosotros.

Alvin le miró sorprendido.

—¿Por qué lo crees así?

—No puedo explicarlo. Es sólo una intuición. —Hilvar pudo haber añadido algo más; pero continuó silencioso. Aquellas cuestiones no eran apropiadas para la comunicación y aunque Alvin no se burlaría de su sueño, no se preocupó de discutirlo con su amigo.

Era algo más que un sueño, estaba seguro de ello, y le hechizaría para siempre. De alguna forma algo había quedado impreso en su mente durante la indescriptible toma de contacto que había tenido con Vanamonde, algo por lo demás, imposible de compartir, al no poseer una mente especial como la de Hilvar. ¿Sería Vanamonde solamente, quien supiese en realidad cuál iría a ser su destino?

Un día, las energías del Sol Negro fallarían y dejarían suelto a su prisionero. Y entonces, al fin del Universo, cuando tal vez el propio Tiempo fuese a detenerse también, Vanamonde y la Mente Loca se encontrarían el uno con la otra entre los cadáveres de las estrellas.

Tal conflicto podría afectar a la propia Creación. Pero así y todo, era un conflicto que nada tendría que ver con el hombre y cuya llegada, jamás conocería…

—¡Mira! —exclamó Alvin súbitamente—. Eso es lo que quería enseñaros. ¿Comprendéis lo que significa?

La astronave se hallaba entonces sobre el polo, y el planeta, situado debajo de la astronave, aparecía como un perfecto hemisferio. Mirando el cinturón formado por el crepúsculo, Jeserac e Hilvar pudieron ver en un instante tanto el amanecer como el crepúsculo de la Tierra en sus lados opuestos. El simbolismo era tan perfecto y tan sorprendente, que tendrían que recordarlo por el resto de sus vidas.

★★★

En este universo, la noche está cayendo; las sombras se alargan hacia un oriente, que podría alguna vez no conocer otra aurora. Pero en otros lugares, las estrellas son jóvenes todavía y la luz de la mañana llega despacio; y a todo lo largo del sendero que una vez hubo seguido, el hombre volverá a marchar de nuevo.

F I N