Capítulo XXIII

En Diaspar no había nadie a quien agradase volver a ver nuevamente a Alvin. La ciudad parecía inmersa en una verdadera ebullición, tal y como una colmena que ha sido removida con un palo. Seguía con repugnancia frente al hecho de encararse con la realidad; pero aquellos que rehusaban admitir la existencia de Lys y el mundo exterior ya no tenían lugares en donde poder esconderse. Los Bancos de Memoria habían rehusado ya aceptarlos y los que buscaban refugio en el sueño y el olvido haciendo una inmersión hacia el futuro, caminaban inútilmente a la Sala de la Creación. Aquella flama disolvente sin calor, rehusaba él darles la bienvenida y ya no serían de nuevo despertados con sus mentes en blanco, frescas y recién nacidas a mil años de distancia en el fluir del tiempo futuro. De nada servía el llamamiento al Computador Central, quien por lo demás tampoco explicaba la razón de sus acciones.

Los que intentaban tal refugio, tuvieron que volver nuevamente a la vida de la ciudad, con el rostro compungido y obligados a dar frente a los problemas de su época.

Alvin había tomado tierra en la periferia del Parque, no lejos de la Sala del Consejo. Hasta el último momento, no estuvo cierto de poder llevar la astronave a la ciudad, y a través de las pantallas misteriosas que aislaban a Diaspar del resto del mundo en su cielo artificial. El firmamento de la ciudad, como las demás cosas, era un producto de alta tecnología y naturalmente artificial o al menos en su mayor parte. La noche, con su cielo estrellado era como un recuerdo permanente de lo que el Hombre había perdido por lo que no se la permitía introducirse en la ciudad, por lo mismo que estaba protegida de las tormentas que a veces se desencadenaban a través del desierto y llenaban el cielo con sus móviles cortinas de arena.

Los invisibles guardianes de su cielo dejaron pasar a Alvin y Diaspar apareció extendida a sus pies. Sintió un inmenso alivio al estar ya seguro de encontrarse nuevamente en el hogar. No obstante la grandiosidad del Universo que había contemplado y los misterios que le atraían, era donde en definitiva había nacido, y a donde pertenecía. Podría ser que nunca se sintiera satisfecho; así y todo, debía volver. Había sido preciso que recorriera media Galaxia para aprender aquella simple verdad.

Las multitudes de gente de la ciudad se habían arracimado mucho antes de que tomase tierra y Alvin sé preguntó de qué forma le recibirían sus conciudadanos. Le resultaba fácil leer en sus rostros, al observarlos a través de la pantalla visora de la astronave y antes de descorrer la cámara de compresión. La emoción dominante parecía ser la curiosidad… en sí misma, algo nuevo en Diaspar. Entremezclada con tal sentimiento, se hallaba la aprensión, y de tanto en tanto, los inequívocos signos del temor y la ansiedad. Parecía que nadie se alegrase de verle volver a Diaspar.

El Consejo, por otra parte, le dio la bienvenida positivamente, aunque no sólo por pura amistad. Aunque era el responsable de la crisis, él solo podría suministrar la evidencia y los hechos sobre los cuales se debería asentar la futura política a seguir.

Fue escuchado con una profunda atención mientras describió el viaje hacia los Siete Soles y su encuentro con Vanamonde. Después, contestó a innumerables preguntas con una tal paciencia que sin duda debió sorprender a sus mismos interrogadores. Oculto en sus mentes, cosa que pronto descubrió Alvin, se hallaba siempre latente el terror de los Invasores, aunque nunca mencionaron su nombre y aparecieron claramente confusos, cuando se atacó el sujeto directamente.

—Si los Invasores se encuentran todavía en el Universo —dijo Alvin al Consejo— debería haberlos hallado en alguna parte y desde luego en el centro. Pero no existe traza alguna de vida inteligente entre los Siete Soles; esto es cosa que ya habíamos supuesto antes de encontrarnos con Vanamonde y que éste lo confirmará. Yo creo que los Invasores partieron hace muchos siglos ya; y desde luego, Vanamonde que por lo menos tiene que tener la misma edad que Diaspar, no sabe absolutamente nada de ellos.

—Una sugerencia, Alvin —interrumpió repentinamente uno de los Consejeros—. Vanamonde puede ser un descendiente de los Invasores, y en cierta forma que se halla más allá de nuestra comprensión actual. Ha olvidado su origen; pero eso no significa que un día pueda volver a ser peligroso.

Hilvar, que estaba presente y como un simple espectador, no esperó el permiso adecuado para tomar la palabra. Era la primera vez que Alvin le vio tan irritado.

—Vanamonde ha mirado en el interior de mi mente —dijo— y yo tengo a mi vez una visión general de su ser. Mi pueblo ya ha aprendido muchísimo de él, aunque no haya terminado de descubrir quién es. Pero una cosa es cierta: es amistoso y pareció muy contento de hallarnos. No tenemos nada que temer de él.

Tras aquella explosión de Hilvar, se produjo un corto silencio e Hilvar se relajó un tanto de su expresión apasionada. Pudo notarse a partir de entonces, que la tensión del Consejo fue menguando paulatinamente, como si se hubiese apartado una nube sombría del espíritu de aquellos honorables miembros del Consejo de la Ciudad. Y el Presidente no hizo nada, como era de esperar, para censurar a Hilvar por su inesperada interrupción.

Para Alvin estuvo claro, conforme continuaba el debate, que allí se hallaban presentes, tres escuelas de pensamiento, representadas en el Consejo de Diaspar. Los conservadores, que se hallaban en minoría, aún esperaban que las cosas volvieran a su punto de partida y que de algún modo se restaurase el viejo orden. Contra toda razón, mantenían la esperanza de que Diaspar y Lys se persuadieran de que deberían volver a olvidarse para siempre unos a otros.

Los progresistas estaban igualmente en una notable minoría; y el hecho de que algunos de ellos estuviesen presentes en el Consejo fue una circunstancia que agradó y sorprendió a Alvin. Ellos no son que diesen exactamente a la invasión procedente del mundo exterior, pero estaban en cambio, determinados a hacer lo mejor que pudiesen en favor de la realidad presente. Algunos de ellos fueron tan lejos, que sugirieron que podría existir un medio de romper las barreras psicológicas que por tanto tiempo habían mantenido apartadas a Diaspar y a Lys, de forma más efectiva que las puramente físicas.

La mayor parte del Consejo, reflejando claramente el estado de ánimo de la Ciudad, había adoptado una actitud de prudente espera y observación de los hechos, mientras se preparaban para encararse con las nuevas disposiciones a seguir en el futuro que tenían a la vista, pronto a emerger a la superficie. Se dieron cuenta de que no podrían hacer planes generales, ni poner en práctica una política definida, hasta que la tormenta hubiera pasado.

Jeserac se reunió con Alvin e Hilvar una vez que la sesión hubo terminado. Parecía haber cambiado ostensiblemente desde la última vez que le vieron en la Torre de Loranne, con el desierto extendido a sus pies. El cambio no era el que Alvin había esperado, aunque lo tendría que ver en días sucesivos, conforme el tiempo fuese pasando.

Jeserac parecía más joven, como si el fuego de la vida hubiese encontrado un nuevo combustible y estuviera quemándose en sus venas. A despecho de su edad, era uno de los que habían aceptado abiertamente el desafío que Alvin había llevado a Diaspar.

—Tengo noticias para ti, Alvin —le dijo—. Creo que conoces al Senador Gerane.

Alvin le miró confuso por el momento; pero después recordó.

—Ah, sí, por supuesto, fue uno de los primeros hombres con quien me encontré en Lys. ¿No es un miembro de la delegación?

—Sí, hemos llegado a incrementar nuestra amistad bastante. Es un hombre brillante y tiene un conocimiento de la mente humana que me hubiera resultado imposible concebir antes, aunque me ha dicho que para los usos y costumbres de Lys sólo es un principiante. Mientras permanece aquí, ha comenzado un proyecto que estará muy cerca de tu corazón. Está esperando analizar la compulsión que nos mantiene en la ciudad y cree, que una vez que haya descubierto cómo fue impuesta, estará en condiciones de suprimirla. Unos veinte de nosotros estamos cooperando sinceramente con él.

—¿Y usted es uno de ellos?

—Así es, hijo —dijo Jeserac, con un aire de juventud que a Alvin le resultó increíble—. No es nada fácil y ciertamente poco agradable… pero resulta estimulante.

—¿Y cómo trabaja Gerane?

—Está actuando e investigando a través de las Leyendas. Tiene a su disposición una buena serie de ellas y estudia la reacción que nos produce cuando experimenta con ellas. ¡Nunca pensé que a mi edad, pudiera encontrar un nuevo entretenimiento como en mi infancia!

—¿Qué son las Leyendas? —preguntó Hilvar, curioso.

—Sueños de mundos imaginarios —explicó Alvin—. Cuando menos, muchos de ellos, son puramente imaginarios, aunque probablemente muchas de esas leyendas estén basadas en hechos históricos. Existen millones de esas Leyendas almacenadas en las células de los Bancos de Memoria de la ciudad; puedes elegir cualquier clase de experiencia o de aventura que te agrade y aparecerá tan absolutamente real que no podrás distinguirlo de la ficción mientras que los impulsos convenientes están siendo alimentados en tu mente. —Y se volvió hacia Jeserac—. ¿Con qué clase de Leyendas está operando Gerane?

—La mayor parte de ellas son las relativas al hecho de abandonar Diaspar. Algunas llevan casi hasta los principios de la construcción de la ciudad. Gerane está seguro de que cuanto más nos aproximemos al origen de esa compulsión miedosa de abandonar Diaspar más fácilmente estará en condiciones de determinar su causa y erradicarla.

Alvin se sintió inyectado de un nuevo valor frente a aquellas noticias. Su trabajo sólo estaría hecho a medias, si después de haber abierto las puertas de Diaspar, nadie quisiera pasar por ellas.

—¿Usted desea realmente salir de Diaspar? —le preguntó Hilvar al anciano maestro de Alvin.

—No —repuso Jeserac sin vacilar—. La sola idea de hacerlo, me aterra. Pero me doy cuenta de que estuvimos equivocados al pensar que Diaspar era todo lo que importaba del mundo y la lógica me dice que hay que hacer algo para enmendar semejante equivocación. Emocionalmente, yo aún continúo incapaz de abandonar la ciudad; tal vez lo haya estado siempre. Gerane piensa que puede conseguir que algunos de nosotros vayamos a Lys y quiero sinceramente ayudarle en tal experimento… aunque la mitad de las veces me parece que sería un fracaso.

Alvin miró a su tutor con un nuevo respeto. No descontaba ya más el poder de la sugestión, ni subestimaba las fuerzas que compelían a un hombre a actuar con tal desafío frente a la lógica de los hechos. No pudo evitar el comparar el valor tranquilo de Jeserac, con el pánico incoercible de Khedrom volando hacia el futuro y hurtando el bulto al peso de la realidad presente, aunque con su nuevo conocimiento de la naturaleza humana, ya había dejado de preocuparse por condenar al Bufón por lo que había hecho.

Gerane llevaría a cabo lo que se había propuesto, parecía no quedarle duda alguna a Alvin al respecto. Jeserac era demasiado viejo como para echar por la borda una forma de vivir de toda una vida, a pesar de su gran deseo de recomenzar una nueva. Pero aquello no importaba, ya que otros tendrían éxito con la diestra inteligencia y hábil guía de los psicólogos de Lys. Y una vez que unos cuantos escapasen del molde de mil millones de años todo se reduciría a una cuestión de tiempo en que el resto siguiera los mismos pasos.

Se preguntó qué ocurriría a Diaspar y a Lys cuando las barreras hasta entonces existentes entre dos mundos tan diversos cayeran. De algún modo, los mejores elementos de ambos mundos subsistirían, mezclándose y creando una nueva cultura, más saludable y poderosa. Era una tarea formidable y necesitaría toda la sabiduría y toda la paciencia que todos y cada uno pudiera aportar.

Ya se habían encontrado algunas de las dificultades de los reajustes que tendrían que tener lugar en el futuro. Los visitantes de Lys, aunque cortésmente, habían rehusado vivir en los hogares que se pusieron a su disposición en la ciudad. Dispusieron una acomodación temporal en el Parque, entre un entorno que les recordaba algo de la tierra de Lys. Hilvar fue la única excepción, aunque le disgustaba vivir en una casa con paredes indeterminadas y mobiliario fantasmal y efímero, aceptó de buen grado la hospitalidad que le brindó Alvin, con la seguridad de que no sería por mucho tiempo.

Hilvar no había sentido la soledad en toda su vida; pero la conoció en Diaspar. La ciudad le resultaba más extraña que Lys para Alvin, sintiéndose oprimido y sobrecogido por su infinita complejidad y las miradas de seres extraños que parecían colmarlo todo a rebosar en cada pulgada de espacio que le rodeaba por doquier. Hilvar estaba acostumbrado a conocer más o menos directamente a todo el mundo en Lys, tanto si le había saludado o no. Pero en mil vidas que tuviera, creyó que jamás llegaría a conocer a nadie en Diaspar y aunque supuso que era un sentimiento irracional en el fondo, se sintió vagamente deprimido. Sólo su lealtad a Alvin le sostuvo en un mundo que nada tenía en común con él.

Había tratado muchas veces de analizar sus sentimientos respecto a Alvin. Su amistad había surgido de la misma fuente que inspiraba su simpatía hacia todas las pequeñas criaturas que luchaban por la vida. Aquello habría sorprendido a los que pensaban que Alvin era un hombre voluntarioso, tenaz y dueño de sí mismo, sin necesitar afecto de nadie e incapaz de devolverlo en el caso de que le fuese ofrecido tal afecto.

Hilvar conocía el problema mejor; lo había sentido instintivamente desde el principio. Alvin era un explorador, y todos los exploradores están buscando algo que creen haber perdido. Suele ser raro que lo encuentren y más infrecuente todavía, que el hallazgo y el logro de sus propósitos les haga más felices que la búsqueda y la exploración. Hilvar ignoraba qué era lo que Alvin buscaba, en realidad. Se sentía impulsado por fuerzas puestas en juego, edades antes, por los hombres geniales que planearon Diaspar con tal perversa destreza… o por los grandes hombres igualmente de genio que se habían opuesto a ellos. Como cualquier ser humano, sus acciones estaban predeterminadas por su herencia. Aquello no alteraba su necesidad por comprensión y simpatía, ni le hacían tampoco inmune a la soledad y a la frustración. Para su propia gente, era una criatura insólita y que era incapaz de compartir sus emociones. Necesitaba la presencia de un extraño procedente de un entorno totalmente distinto para verse como otro ser humano.

A los pocos días de haber llegado a Diaspar, Hilvar conoció a más personas de las que hubo conocido en toda su vida anterior. Las había conocido, aunque prácticamente lo ignoraba todo respecto a ellas. A causa de su vivir multitudinario y de proximidad como en una colmena, los habitantes de la ciudad mantenían paradójicamente una reserva que resultaba difícil penetrar. La única sensación de vida privada que conocía era de su mente, y aun así resultaba difícil mantenerla a través de las actividades sin fin en el aspecto social de la vida en Diaspar. Hilvar sintió pena por ellos, aunque se dio cuenta de que para nada necesitaban su simpatía.

Sin duda, no sabían lo que se perdían; ellos no podían comprender el sentido de la comunidad, la sensación de pertenecer y que como un eslabón encadenado ligaba a cada miembro con los demás en la sociedad telepática de Lys. Naturalmente, aunque procuraban comportarse con extremada cortesía, la gente de Diaspar, a su vez, miraba a Hilvar con cierta lástima, aunque procuraban ocultarlo, al considerarle como a un ser extraño que arrastraba una existencia sombría y monótona.

Eriston y Etania, los guardianes de Alvin, fueron descartados rápidamente por Hilvar como perfectas nulidades como personas. Halló algo confuso el oír a su amigo referirse a ellos como a padre y madre; palabras que en Lys seguían teniendo su viejísimo sentido biológico, tan profundo y emotivo. Requería para Hilvar, un continuo esfuerzo de imaginación el recordar que las leyes de la vida y de la muerte habían sido cambiadas por los constructores de Diaspar y había veces, en que Hilvar encontraba la ciudad medio vacía, a pesar del bullicio y sus multitudes, sencillamente por la ausencia de niños en ella.

Se preguntó qué sería ahora de Diaspar, cuando su larguísimo aislamiento había terminado. Lo mejor que podría hacerse, pensó, sería el destruir los Bancos de Memoria que la habían tenido petrificada durante tantos siglos. Milagrosos como eran en realidad, tal vez el supremo triunfo de la ciencia que jamás hubieran producido, eran las creaciones de una cultura enfermiza, una cultura que había tenido miedo de tantas cosas. Algunos de tales temores tenían una sólida base en la realidad; pero otros eran sólo producto de la imaginación. Hilvar tenía algún conocimiento de la pauta general y que iba emergiendo de la exploración de la mente de Vanamonde. En poco tiempo, Diaspar lo sabría también, y entonces descubriría cuánto de su pasado era realmente un puro mito.

Pero con todo, de ser destruidos los Bancos de Memoria, dentro de mil años, la ciudad entera estaría muerta, puesto que sus habitantes ya habían perdido el poder de reproducirse por sí mismos. Aquél era el tremendo dilema con que había que encararse y ya Hilvar había oteado una posible solución. Siempre había existido y existirá la respuesta a cualquier problema técnico y sus gentes eran maestros de las Ciencias Biológicas. Lo que podía ser hecho, podía deshacerse, si es que Diaspar así lo deseaba.

Primero, sin embargo, la ciudad debería aprender lo que había perdido. Su educación en tal aspecto llevaría muchos años, tal vez siglos. Pero sería el principio; muy pronto, el impacto de la primera lección sacudiría a Diaspar hasta los cimientos en cuanto tomase contacto con la propia Lys.

Lys, a su vez, también se sentiría profundamente sacudida en sus estructuras de vida. No había que olvidar que las raíces profundas de ambas culturas, procedían del mismo árbol y en tiempos habían compartido las mismas ilusiones y esperanzas. Y ambas resurgirían con más riqueza y saludables efectos, cuando llegara el momento de mirar, con ojos tranquilos, en el pasado que habían perdido en el decurso de cientos de siglos de apartamento y separación.