Capítulo XXII

Qué inimaginable, murmuró para sí Jeserac, habría resultado aquella conferencia, sólo unos cuantos días antes. Los seis visitantes procedentes de Lys, estaban sentados frente al Consejo de Diaspar, en la abertura de la mesa en forma de herradura de la gran mesa del Consejo de la Ciudad. Resultaba irónico recordar, que Alvin había permanecido en aquel mismo sitio y escuchando al Consejo dictaminar que Diaspar sería cerrada de nuevo para el resto del mundo. Y ahora, el mundo había roto aquella disposición como una especie de venganza, y no sólo el resto de la Tierra, sino del Universo.

El Consejo había cambiado en sí mismo también. Faltaban cinco de sus miembros, incapaces de encararse con las responsabilidades y problemas con que ahora tenían que enfrentarse, habiendo seguido el mismo camino que Khedrom ya había tomado poco antes. Aquello era, según pensó Jeserac, una demostración de que Diaspar había fracasado, si sus más eminentes ciudadanos se sentían faltos de valor para dar cara al desafío que se les planteaba en millones de años. Muchos miles de ellos ya se habían apresurado a dirigirse al breve olvido de los Bancos de Memoria, con la esperanza de que al volver a cobrar vida en el futuro, la crisis hubiera ya pasado y Diaspar les resultase familiar otra vez. Pero se encontrarían, a no dudarlo, totalmente decepcionados.

Jeserac había sido invitado a ocupar uno de los asientos vacantes del Consejo. Su presencia había sido acogida con satisfacción y nadie sugirió la menor idea de excluirle del alto Tribunal de la Ciudad. Tomó asiento a uno de los extremos de la mesa en forma de herradura, dándole ciertas ventajas. No sólo podía estudiar los perfiles de los visitantes, sino ver además las expresiones de sus conciudadanos… y tales expresiones resultaban altamente instructivas.

No existía la menor duda de que Alvin había tenido razón, y el Consejo iba digiriendo la verdad incontrovertible de los hechos. Los delegados de Lys podían pensar con una asombrosa rapidez, superior, en mucho, a las mentes más agudas de Diaspar. No sólo era aquélla su única ventaja, ya que disponían además de un alto grado de coordinación que Jeserac supuso se debería a la utilización de sus poderes telepáticos. Quiso saber si estarían ya leyendo los pensamientos de los Miembros del Consejo; pero decidió finalmente que no romperían su solemne juramento, sin el cual aquella reunión habría sido imposible.

Jeserac no pensó que se harían muchos progresos. El Consejo, que apenas si admitía, ni había admitido nunca la existencia de Lys, todavía parecía incapaz de darse cuenta de lo que estaba sucediendo realmente. El resultado es que se mostraban profundamente afectados con el temor, hecho en sí extensible igualmente a los visitantes, aunque éstos se las arreglaban mucho mejor en tal aspecto.

El propio Jeserac no se hallaba tan aterrado como él mismo supuso de antemano; sus temores aún permanecían latentes; pero se encaró valientemente con ellos al fin. Algo de la propia decisión de Alvin, o tal vez de su mismo valor contagioso había comenzado a cambiar su mentalidad y a ensanchar el perfil de sus concepciones en un nuevo horizonte. Seguía creyendo que no se atrevería a poner un pie fuera de las fronteras de Diaspar; pero entonces comprendió, al menos, qué fuerza era la que había impulsado a Alvin a hacerlo.

La declaración primera del Presidente del Consejo, les cogió de sorpresa, de la que Jeserac se repuso inmediatamente.

—Creo —dijo— que esta situación no se hubiera producido antes por una predeterminada idea. Sabemos que han existido catorce Únicos anteriormente, y que ha debido existir un plan definido y específico tras su creación. Este plan, a mi entender, se concibió para asegurar que Lys y Diaspar no permaneciesen apartados eternamente. Alvin lo ha visto y comprendido por alguna misteriosa intuición; pero además, ha hecho algo que no puedo imaginar que existiese en el propósito original de su personalidad al ser creada. ¿Podría confirmar esto el Computador Central?

La voz impersonal de la maravillosa máquina replicó en el acto.

—El Consejero sabe que no puedo comentar nada respecto a las instrucciones que me dieron mis constructores.

Jeserac aceptó la suave reprobación del Computador Central.

—Sea cual sea la causa, no podemos disputar sobre los hechos. Alvin ha salido al espacio exterior del Universo. Cuando vuelva, podéis impedirle que vuelva a salir de nuevo, aunque dudo mucho que la medida tenga éxito, ya que ha debido aprender muchas cosas. Y si lo que teméis ha sucedido, no hay nada por nuestra parte que podamos hacer. La Tierra se halla totalmente indefensa… como lo ha estado durante millones de siglos.

Jeserac hizo una pausa y miró a los reunidos en la gran asamblea. Sus palabras no parecía haberle gustado a nadie, aunque tampoco había esperado que así sucediera.

—Pero así y todo —continuó— no veo por qué razón deberíamos sentirnos alarmados. La Tierra no está ahora en mayor peligro de lo que lo ha estado antes. ¿Por qué tendrían dos simples hombres que han viajado en una nave espacial traernos la maldición de los Invasores de nuevo sobre nosotros? Si somos honestos con nosotros mismos, tenemos que admitir que los Invasores nos habrían destruido hace ya mucho tiempo.

Se produjo entonces un silencio desaprobador. Aquello era como una herejía, cosa que el propio Jeserac, en otros tiempos, lo habría condenado por sí mismo.

El Presidente interrumpió, frunciendo el ceño pesadamente.

—¿No existe acaso una leyenda que dice que los Invasores dejaron en paz a la Tierra, sólo a condición de que el Hombre no volviese de nuevo al espacio? ¿Y no hemos roto tales condiciones ahora?

—Una leyenda, en efecto —dijo Jeserac—. Aceptamos muchas cosas sin discusión, y ésta es una de ellas. Sin embargo, no tenemos de todo esto la menor prueba. Encuentro difícil de creer que nada de ello se encuentre, siendo de tanta importancia, registrado en los Bancos de Memoria del Computador Central, quien no sabe absolutamente nada de semejante pacto. Lo he preguntado, aunque sólo a través de las máquinas de información. El Consejo puede ahora hacer la pregunta directamente.

Jeserac no vio razón alguna del por qué tendría que arriesgarse a recibir una admonición al traspasar sobre territorio prohibido y esperó la respuesta del Presidente.

No llegó nunca, ya que en aquel momento los visitantes de Lys se removieron en sus asientos, con los rostros nerviosos y como reflejando en ellos una expresión le profunda incredulidad y alarma. Daban la impresión de estar escuchando algo que una voz lejana vertía un mensaje en sus oídos.

Los Consejeros aguardaron, con la aprensión creciendo por instantes, según continuaba aquella conversación silenciosa. Entonces, el jefe de la Delegación de Lys sacudió la cabeza como saliendo de una especie de trance y se volvió como pidiendo excusas al Presidente.

—Acabamos de escuchar algunas noticias extrañas y sorprendentes procedentes de Lys.

—¿Es que Alvin ha vuelto a la Tierra? —preguntó el Presidente.

—No, no es Alvin. Es alguien más.

★★★

Mientras conducía a la fiel espacionave a las llanuras de Airlee, Alvin se preguntó si alguna vez en la historia de la humanidad alguien habrían traído tal cargamento a la Tierra, y si, ciertamente, Vanamonde se hallaría localizado físicamente en el espacio de la máquina. No hubo el menor signo de él durante el viaje de retorno; Hilvar creyó y su conocimiento era más discreto, que la esfera de atención de Vanamonde podría más bien estar situada en cualquier posición del espacio. El propio Vanamonde no podía ser localizado en ninguna parte y probablemente, ni incluso en cualquier momento.

Seranis y cinco senadores, les estaban esperando al emerger de la nave espacial. Uno de los senadores a quien Alvin ya había conocido en su última visita se hallaba presente, así como otros dos de la primera reunión, en cambio, se hallaban en Diaspar.

Se preguntó qué tal le iría a la Delegación enviada a Diaspar y de qué forma habría reaccionado la ciudad a los primeros intrusos del exterior en tantos millones de años de aislamiento.

—Parece, Alvin —le dijo Seranis secamente, tras haber saludado cariñosamente a su hijo— que tienes un notable genio para descubrir entidades tan extraordinarias. Creo, sin embargo, que transcurrirá algún tiempo antes de que sobrepases el logro adquirido ahora.

Por una vez, fue Alvin el sorprendido.

—Entonces… ¿es que ha llegado Vanamonde ya?

—Sí, hace horas. De alguna forma se las ha arreglado para trazar la ruta de vuestra astronave en su viaje cósmico, lo que nos ha planteado una serie fenomenal de problemas filosóficos. Hay alguna evidencia de que llegó a Lys en el preciso momento en que le descubristeis, lo que prueba que es capaz de desarrollar velocidades infinitas. Y eso no es todo. En las últimas horas, nos ha enseñado más historia de lo que nosotros pensábamos que existiera en el mundo.

Alvin la miró maravillado. Y entonces comprendió; no era difícil imaginar el impacto que Vanamonde tuvo que haber producido sobre aquella gente, con sus poderes de percepción y su maravillosa facultad de intercomunicación mental. Habían reaccionado con sorprendente rapidez, apareciéndosele entonces Vanamonde con una súbita imagen, tal vez un tanto temerosa, rodeado por las mentes más finas e inteligentes de todo Lys.

—¿Han descubierto ustedes quién es? —preguntó.

—Sí. Eso ha sido una cosa sencilla, aunque aún desconocemos su origen. Es una mentalidad pura y su conocimiento parece ser ilimitado. Pero es infantil, y quiero recalcarlo así, literalmente.

—¡Claro está! —exclamó Hilvar—. ¡Tuve que haberlo imaginado!

Alvin aparecía desconcertado y Seranis se sintió apenada por él.

—Quiero decir que Vanamonde tiene una mente colosal, tal vez prácticamente infinita; pero es algo inmaturo y sin desarrollar. Su inteligencia actual es menor que la de un ser humano —y sonrió un poco torcidamente—, aunque el proceso de sus pensamientos es mucho más rápido y aprende las cosas con enorme rapidez. Además posee algunos poderes que desconocemos y que no podemos comprender por ahora. Parece que la totalidad del pasado se halla presente y fresco en su mente en una forma difícil de describir. Tiene que haber utilizado tal capacidad para seguir vuestro paso de retorno a la Tierra.

Alvin permaneció en silencio y por una vez como sobrecogido. Se dio cuenta de la razón que había tenido Hilvar de llevarlo a Lys. Supo también la suerte que había tenido siempre en ser más listo que Seranis; pero era algo que se da dos veces a lo largo de toda una vida.

—¿Quiere usted decir —pregunto— que Vanamonde es algo así como un recién nacido?

—Para su propia forma de ser, sí. Su edad actual tiene que ser enorme en el tiempo, aunque aparentemente menor que la del Hombre. Lo extraordinario del asunto, es que insiste en que nosotros le creamos a él y no parece haber duda de que su origen se halla ligado a todos los grandes misterios del pasado.

—¿Qué está ocurriendo ahora con Vanamonde? —Preguntó Hilvar.

—Los historiadores de Grevarn le están haciendo preguntas. Intentan hacer un bosquejo de las líneas más principales de la historia pasada; pero esa tarea llevará años. Vanamonde puede describir con perfecto detalle, pero no comprende bien lo que ve, resulta bastante difícil trabajar con él.

Alvin hubiera querido saber cómo Seranis lo sabía; pero después cayó en la cuenta de que todas las mentes de Lys observaban paso a paso el progreso de la gran búsqueda en aquella mente cósmica. Y sintió el orgullo de haber dejado la impronta de su personalidad de una forma tan grandiosa tanto en Lys como en Diaspar, aunque en cierta forma, tal orgullo se hallaba mezclado con una cierta frustración. Allí existía algo siempre presente con lo que nunca podría enfrentarse ni compartir: el contacto directo entre mentes humanas distintas a la suya. Un misterio para él, como lo es la música para un sordo, o los colores para un ciego. Y con todo, las gentes de Lys intercambiaban entonces sus pensamientos con aquel inimaginable ser extraterrestre a quien había traído hasta la Tierra; pero a quien jamás podría detectar con ninguno de los sentidos que poseía.

Allí no había lugar para él; cuando la encuesta estuviera terminada, se le darían a conocer las respuestas. Él había abierto las puertas de lo infinito y ahora sentía miedo por todo lo que había hecho. Por su propia paz mental, tenía que retornar a su diminuto y familiar mundo de Diaspar, buscando en su refugio un descanso para dejar en paz por algún tiempo sus ambiciones y sus sueños. Aquello era una terrible ironía; el único que había sacado a la Ciudad hacia la aventura y abierto el camino de las estrellas, se volvía a casa como un niño que vuelve corriendo al regazo de su madre, temeroso y asustado.