Aterrizaron junto al escenario de aquella antigua tragedia, y caminaron despacio, manteniendo la respiración, hacia el inmenso y destrozado casco que sobresalía por sobre sus cabezas. Sólo una corta sección, que podía ser la proa o la popa, quedaba de la hermosa nave del espacio; presumiblemente el resto había sido destrozado por completo a causa de aquella explosión. Conforme se aproximaban a los restos de la catástrofe, un pensamiento comenzó a cobrar vida en la mente de Alvin, haciéndose más y más fuerte, hasta llegar al estado de la certidumbre.
—Hilvar —dijo a su amigo, encontrando difícil hablar y caminar al mismo tiempo—. Creo que esta nave es la que aterrizó en el primer planeta que visitamos.
Hilvar estuvo de acuerdo con un sencillo gesto, prefiriendo no gastar aire. La misma idea le había ocurrido a él. Era una buena lección aquel objeto y esperó que Alvin no la menospreciara.
Llegaron hasta el casco y miraron con atención al expuesto interior de la nave destrozada. Era como mirar en un gran edificio abierto a la curiosidad de cualquiera, partido en dos, con sus paredes, techo y suelo rotos en el punto de la explosión, proporcionando una visión distorsionada de la sección central de la nave. ¿Qué extraños seres, imaginó Alvin, se hallarían allí cuando murieron en la catástrofe de su nave?
—No comprendo esto —dijo bruscamente Hilvar—. Esta porción de la nave se halla seriamente destrozada; pero por lo demás aparece claramente intacta. ¿Dónde se halla el resto? ¿Se partiría en dos en el espacio y caería aquí esto aplastándose al estrellarse?
La respuesta la hallaron, después de que hubieron enviado el robot a explorar la zona alrededor de la catástrofe. No existía sombra de duda; cualquier reserva que pudiera haber hecho Alvin mentalmente, quedó del todo desvanecida cuando halló la línea de bajos montones de tierra, cada uno de diez pies de largura, sobre la pequeña colina existente junto a la nave.
—Así que aterrizaron aquí —murmuró Hilvar— ignorando la advertencia… Debieron ser gentes inquisitivas, como eres tú. Intentaron abrir aquella cúpula. —Y apuntó al otro lado del cráter y hacia la suave y aún intacta envoltura dentro de la cual, los regidores exiliados de aquel mundo habían sellado sus tesoros. Pero ya no era una cúpula hemisférica, aparecía casi como una esfera completa, ya que el terreno en que había estado asentada, había sido lanzado a gran distancia.
—Debieron destrozar la nave, habiendo debido resultar muertos muchos de ellos. Pero a despecho de tal circunstancia, se las arreglaron para hacer las debidas reparaciones y marcharse de nuevo cortando esta sección y despojándola de todo su valor. ¡Vaya tarea que debió haber sido!
Alvin, apenas si oía a su compañero. Estaba mirando al curioso marcador que le había conducido hacia aquel lugar… una esbelta columna con un anillo horizontal situado en el último tercio de su altura. Aunque fuese algo extraño y nada familiar, pudo responder al mudo mensaje que había llevado a cabo al paso de los tiempos.
Bajo aquellas piedras, de haberse preocupado de buscar entre ellas, estaba la respuesta a una pregunta, al menos. Podía permanecer incontestada, quienes hubieran sido las criaturas que lo hubieran sufrido se habían ganado el derecho a descansar para siempre en aquel mundo perdido.
Hilvar apenas si oyó las pocas palabras que Alvin iba murmurando de vuelta a la nave.
—Espero que llegaran a su patria —dijo.
★★★
—¿Y a dónde ahora? —preguntó Hilvar cuando se hallaron de nuevo en el espacio.
Alvin se quedó fijamente mirando la pantalla antes de responder.
—¿Crees que debería volver?
—Creo que sería una cosa sensata. Nuestra buena suerte puede que deje de acompañarnos por mucho tiempo y ¿quién sabe qué otras sorpresas tienen esos planetas que nos están esperando?
Aquélla era la voz de la cordura y la prudencia y Alvin estaba preparado para prestarles mucha más atención que la que hubiera prestado días antes. Pero había hecho un largo viaje y esperado toda su vida para aquel momento; no debería volver la espalda y correr a refugiarse en la Tierra cuando tanto había que ver todavía.
—Permaneceremos en la nave de ahora en adelante —dijo— y no tocaremos en ninguna superficie, ni en ninguna parte. Esto será suficientemente seguro, espero.
Hilvar se encogió de hombros como si rehusara aceptar cualquier responsabilidad que volviera a presentarse en lo sucesivo. Ahora que Alvin demostraba poseer un cierto sentido de la prudencia, pensó que sería imprudente por su parte el admitir que se hallaba igualmente ansioso de continuar su exploración, aunque hubiese abandonado ya hacía tiempo toda esperanza de encontrarse una vida inteligente en aquellos planetas.
Frente a ellos, aparecía ahora un doble mundo; un gran planeta con uno más pequeño como satélite en órbita. El principal, debería ser seguramente un planeta gemelo del anteriormente visitado, se mostraba recubierto por una capa de verde lívido de parecidas características. No era preciso esforzarse mucho para rechazar la idea de tomar contacto con él; era ya una historia bien aprendida.
Alvin condujo a la nave a escasa altura sobre el satélite, y apenas si necesitó consejo de los complejos mecanismos de la astronave para comprobar que no existía atmósfera alguna. Las sombras se recortaban con agudeza, sin penumbras, sin gradaciones entre el día y la noche. Era el primer cuerpo celeste, en donde al menos, se veía algo que se pareciese a un anochecer próximo, ya que sólo uno de los soles más distantes, se hallaba sobre el horizonte en la zona en que hicieron primeramente contacto en aquel sistema. El panorama que les ofrecía el satélite estaba bañado de un rojo sombrío, como si estuviera coloreado de sangre.
Durante muchas millas volaron bajo sobre las montañas que aparecían tan dentadas como agudas en sus picos, desde los lejanos orígenes de su nacimiento. Se trataba de un mundo que nunca habría conocido ni el cambio ni el desgaste, al no haber sufrido nunca la acción de las lluvias ni de los vientos. No eran precisos ningunos circuitos de eternidad para conservarlo en la pureza de su primitiva conformación.
Pero si no existía aire; no existiría vida… ¿o es posible que la hubiera de algún modo?
—Por supuesto —respondió Hilvar cuando le fue hecha la pregunta—. Biológicamente, no hay nada de absurdo en tal idea. La vida no puede originarse en un espacio sin aire; pero sí que pueden evolucionar formas vivientes que sobrevivan en tales condiciones. Eso tiene que haber sucedido millones de veces, allí donde cualquier planeta ha perdido su atmósfera.
—Pero… ¿podría esperarse vida inteligente, o formas vivientes sensibles en el vacío? ¿Tal vez podrían protegerse de algún modo contra la pérdida de aire…
—Eso es probable; pero tras haber logrado bastante inteligencia para detener tal acción, si es que ha ocurrido así. Pero si la atmósfera se marchó cuando se hallaban todavía en un estado primario, tendrían que adaptarse o perecer. Después de haberse adaptado, han podido desarrollar una muy alta inteligencia. De hecho, probablemente ha podido ocurrir así… el incentivo es de lo más interesante.
El argumento, según decidió Alvin, era puramente teórico por lo que a aquel planeta concernía. Por ninguna parte se advertía el menor signo de haber nacido la vida, inteligente o de otra forma. Pero en tal caso… ¿cuál era el propósito de semejante mundo? La totalidad del sistema múltiple de los Siete Soles era artificial, ahora estaba seguro Alvin; y aquel mundo necesitaba ser parte de su gran diseño.
Podía ser, concebiblemente, dispuesto allí puramente por fines ornamentales, como el proveer de una luna en el cielo de su gigantesco compañero. Incluso en semejante caso, no obstante, parecía verosímil, que debería haber sido dispuesto para algún uso.
—Mira —le advirtió Hilvar apuntando hacia la pantalla—. En aquella parte, hacia la derecha…
Alvin cambió el curso de la astronave y el panorama pareció inclinarse ante ellos. Aquellas rocas teñidas de rojo, se borraron con la velocidad del movimiento; la imagen se estabilizó después y allá abajo, sobre el terreno, se hallaba la inequívoca presencia de la vida.
Inequívoca… y con todo, sorprendente. Tenía el aspecto de un amplio espacio con hileras de esbeltas columnas, cada una a cien pies de su vecina más próxima y dos veces tal altura. Se extendían en la distancia, alejándose en una hipnótica perspectiva, hasta desaparecer en el horizonte lejano.
Alvin condujo a la nave hacia la derecha y comenzó a correr a lo largo de aquella hilera de columnas, tratando de imaginar para qué propósito estarían dispuestas así y a qué fin podrían servir.
Resultaban absolutamente uniformes, alineadas y marchando en una fila continua a través de valles y colinas. No aparecían en ellas signos de soportar o haber soportado alguna cosa, sino de un aspecto completamente liso y ligeramente agudizadas en la parte alta.
De una manera abrupta, la línea cambió de curso en ángulo recto. Alvin sobrevoló algunas millas sobre aquella extraña alineación por la nueva dirección. Las columnas continuaban con la misma imperturbable alineación a través del paisaje, sin romper ni alterar su regular emplazamiento a trechos regulares también. Después, a cincuenta millas desde el último cambio de dirección, volvieron a torcer rápidamente en otro ángulo recto. Siguiendo aquella pauta, pensó Alvin, tendría que volver al punto de partida.
Aquella secuencia sin fin de columnas, les había hipnotizado de tal forma, que cuando la encontraron rota, y la habían pasado algunas millas antes de que Hilvar lo hiciese advertir a Alvin que por lo visto ni siquiera lo había notado, y volvieron la nave hacia atrás. Descendieron lentamente y mientras planeaban sobre el terreno, la sospecha que había concebido Hilvar, tomo cuerpo en su mente, aunque al principio no se atrevió a comunicarla a su amigo.
Dos de las columnas habían sido destrozadas por casi la misma base y yacían tumbadas a trozos sobre las rocas de la superficie y en el mismo lugar en que habían caído. Aquello no era todo, ya que las dos columnas rotas y tumbadas por el suelo, habían sido derribadas por alguna fuerza colosal.
No había escape para llegar a una conclusión aterradora. Ahora ya sabía Alvin lo que habían estado sobrevolando; era algo que con frecuencia había observado en Lys; pero hasta aquel momento el súbito cambio de escenario, le había impedido comprenderlo bien.
—Hilvar —dijo a su camarada, todavía no atreviéndose a poner sus pensamientos en palabras—, ¿puedes figurarte lo que significa esto?
—Resulta difícil creerlo; pero hemos estado dándole vueltas a un gigantesco corral. Eso es una valía… una valía colosal que parece no haber sido lo suficientemente fuerte.
—La gente que guarda animales domésticos —repuso Alvin con la risa nerviosa con que los hombres muchas veces ocultan su miedo— deberían asegurarse de que saben guardarlos bajo control.
Hilvar no hizo comentario alguno, limitándose a mirar fijamente la barricada rota, con el ceño fruncido.
—No lo comprendo —dijo al fin—. ¿Dónde han podido encontrar alimento en un planeta como éste? ¿Y por qué rompería este refugio? Daría cualquier cosa por averiguar qué clase de animal era éste…
—Tal vez fue abandonado aquí y rompió la valla por hallarse hambriento. O puede que algo le haya trastornado…
—Descendamos más —dijo Hilvar—. Quiero echarle un vistazo al terreno.
Bajaron hasta que la astronave casi rozaba el terreno rocoso y desnudo y fue entonces cuando se dieron cuenta de que la llanura estaba salpicada con innumerables pequeños agujeros de no más de una o dos pulgadas de anchura. Al exterior de la estacada, sin embargo, el terreno aparecía libre de aquellas misteriosas mareas. Sé detuvieron en seco en la misma línea de la valía.
—Tienes razón —dijo Hilvar—. Estaba hambriento. Pero no era un animal, creo que sería más atinado considerarlo una planta. Sin duda había agotado el suelo del interior de su refugio vallado y ha tenido que salir a buscar nuevo alimento al exterior. Probablemente ha debido moverse con lentitud; es posible que le haya llevado años el romper el cerco.
La imaginación de Alvin comenzó a divagar con los detalles relativos a aquel fantástico suceso, que nunca le serían conocidos con exactitud. No puso en duda que el análisis de Hilvar era básicamente correcto, y que alguna especie de monstruo botánico, tal vez moviéndose de forma tal que apenas si el ojo pudiera apreciarlo, había ido deslizándose lentamente, pero sin descanso, luchando contra las barreras que le habían tenido confinado.
Es posible que aún estuviese vivo en alguna parte, incluso después de aquel inmenso período de tiempo transcurrido, corroyendo otro lugar del planeta y buscando en su superficie su especial alimento mineral. Él haberse dedicado a buscarlo, no obstante, habría resultado una tarea imposible, ya que sería preciso rastrear la totalidad del planeta. Hicieron un inútil intento de buscarlo durante algunas millas cuadradas y localizaron una gran zona circular moteada con aquellos mismos agujeros, en una distancia de casi quinientos pies de anchura, donde obviamente aquella criatura tuvo que haberse detenido en busca de alimento… si podía aplicarse tal término a un organismo que de algún modo obtenía sus elementos nutritivos de la roca al desnudo.
Al elevarse una vez más en el espacio, Alvin sintió una extraña fatiga adueñarse de toda su persona. Había visto muchas cosas, y con todo, aprendido muy poco. Existían muchas otras maravillas en aquellos planetas. Pero su búsqueda resultaba un proyecto sin límites de tiempo y el resultado les hubiera sido inútil, en seguir visitando aquellos mundos de los Siete Soles. De existir inteligencia en alguna parte del Universo, ¿a dónde ir a buscarla? Miró a las estrellas esparcidas como un polvo brillante en la pantalla de la astronave y pensó que no disponían de tiempo para poder explorar ni una millonésima de todo aquello, ni una porción infinitesimal.
Una sensación de soledad y de opresión pareció sobrecogerle, como jamás la había sentido en su vida. Entonces comprendió el temor de las gentes de Diaspar, ante la contemplación de los inmensos espacios del Universo, el terror que había hecho que su pueblo se reuniese en el pequeño microcosmos de su ciudad. Era duro creerlo; pero después de todo, tenían razón y por primera vez tuvo que admitirlo.
Se volvió hacia Hilvar como buscando apoyo en su amigo. Pero Hilvar aparecía con los puños cerrados, tenso y con una brillante mirada en sus ojos. La cabeza la tenía ladeada hacia un lado y parecía escuchar, como queriendo captar el menor sonido que pudiese existir en aquella soledad y en aquel vacío que les rodeaba por doquier.
—¿Qué ocurre, Hilvar? —preguntó Alvin. Tuvo que repetir la pregunta hasta que Hilvar mostrase algún signo de haberle escuchado.
—Hay algo que se aproxima —repuso Hilvar lentamente—. Algo que no comprendo…
A Alvin le pareció que la cabina de la astronave se volvía repentinamente muy fría y que la pesadilla racial de los Invasores resurgía para enfrentarse a ellos en todo su inmenso terror. Con un esfuerzo de voluntad que agotó sus fuerzas, forzó a su mente a no caer presa del pánico.
—¿Es… amistoso? —preguntó—. ¿Deberé poner proa a la Tierra?
Hilvar no contestó a la primera pregunta… sólo a la segunda. Su voz apenas si era audible; aunque sin mostrar signos de miedo ni temor. Más bien parecía sorprendido y fascinado por la curiosidad, como si se hubiese encontrado tan sorprendente que le resultase imposible satisfacer la curiosidad de Alvin.
—Demasiado tarde —contestó—. Ya está aquí.
★★★
La Galaxia había girado varias veces sobre su eje, desde que la consciencia llegó por primera vez a Vanamonde. Apenas si podía recordar algo de los primeros eones de tiempo y de las criaturas que le habían cuidado entonces… aunque recordaba todavía su desolación cuando se habían marchado y le dejaron solo entre las estrellas. Desde entonces y al paso de las edades, había ido errando de sol en sol, evolucionando lentamente e incrementando sus poderes y facultades. Una vez había soñado el encontrar a aquellos que le atendieron en su nacimiento y aunque el sueño ya se había desvanecido, no había muerto del todo de sus inmensos recuerdos y su fabulosa capacidad mental.
Sobre incontables mundos, había ido encontrando la catástrofe y las ruinas que la vida había dejado tras de sí, pero sólo encontró la inteligencia una vez… y desde el Sol Negro había escapado presa del terror. Pero el Universo era demasiado grande y su búsqueda apenas si había comenzado para él…
Desde la inmensa lejanía del espacio y el tiempo, aquel inmenso y aterrador despliegue de energías surgidas del corazón de la Galaxia, parecía hacerle señales de aliento a Vanamonde a través de los años luz de distancia. Fue algo totalmente desemejante de la radiación de las estrellas y había aparecido en el campo de su consciencia tan súbitamente como la traza de un meteoro a través de un cielo sin nubes. Se movió hacia aquella llamada a través del Espacio y el Tiempo y así lo haría hasta el último momento de su existencia, desprendiéndose de él en la forma que conocía la muerte, como una pauta incambiada del pasado.
Aquella forma metálica alargada, con sus infinitas complejidades de estructura, era algo que se escapaba a su comprensión, ya que le resultaba tan extraño como casi todas las cosas del mundo físico. A su alrededor notaba el aura del poder que le había lanzado a través del Universo; pero no era aquello precisamente lo que tenía entonces interés para Vanamonde. Cuidadosamente, con la delicada nerviosidad de una bestia solitaria, se dirigió hacia las dos mentes que acababa de descubrir.
Y entonces comprendió que su larga búsqueda había terminado.
★★★
Alvin cogió a Hilvar por los hombros y le sacudió varias lentamente, tratando de sacarle del mundo de los sueños hacia el de la realidad.
—¡Dime qué es lo que está ocurriendo! —suplicó a su amigo—. ¿Qué es lo que quieres que haga?
Aquella remota mirada de los ojos de Hilvar, se desvaneció de su vista.
—Todavía no lo comprendo muy bien; pero no es preciso asustarse. De eso estoy bien seguro. Sea lo que sea, no nos hará ningún daño. Parece simplemente… interesado.
Alvin estuvo a punto de replicar a su amigo, cuando se sintió súbitamente sobrecogido por una sensación como jamás hubiese experimentado antes en su vida. A través de su cuerpo pareció extenderse una oleada de ternura y de calor que sólo duró algunos segundos, pero cuando desapareció, ya había dejado de ser el Alvin de siempre. Algo compartía ahora su cerebro, envolviéndole como un círculo puede encerrar a otro en su interior. Se dio perfecta cuenta también de que Hilvar tenía su mente igualmente hechizada por la criatura, cualquiera que fuese, invisible pero perfectamente perceptible, que había descendido sobre ellos. La sensación era extraña más que desagradable y proporcionó a Alvin su primera experiencia de la telepatía… el poder que su pueblo había perdido, habiendo degenerado tanto que sólo sabían utilizarla las máquinas con su control ultrasensible.
Alvin se había rebelado una vez, cuando Seranis había intentado dominar su mente; pero no había luchado contra su intrusión. Habría resultado un esfuerzo infructuoso y supo que aquella criatura, cualquiera que pudiera ser, no era hostil ni inamistosa. Se dejó relajar, aceptando sin resistencia el hecho de que una inteligencia infinitamente más grande que la suya, estaba explorando su mente. Pero en aquella creencia no tuvo toda la razón.
Una de aquellas inteligencias, según pudo comprobar en el acto Vanamonde, era más afín y accesible que la otra. Pudo darse cuenta de que ambas se hallaban asombradas con la maravilla de su presencia, lo que le sorprendió extraordinariamente. Resultaba difícil creer que ellos hubieran olvidado; el olvido, como la mortalidad, era algo más allá de la comprensión de Vanamonde la comunicación era muy difícil; muchas de las imágenes-pensamientos eran tan extrañas que apenas si pudo reconocerlas. Se encontró confuso y un tanto asustado por la insistente idea de los Invasores, entre el tumulto de pensamientos de los jóvenes en sus respectivas consciencias y le recordó su primera emoción cuando el Sol Negro llegó la primera vez al campo de su conocimiento.
Pero aquellos dos lo ignoraban todo respecto al Sol Negro y entonces sus propias preguntas comenzaban a tomar forma en su mente.
—¿Quién eres tú?
Y suministró la única respuesta que tenía a mano.
—Yo soy Vanamonde.
Entonces se produjo una pausa. ¡Cuánto tiempo tardaban aquellas criaturas en dar forma a sus pensamientos! Después repitieron la pregunta. Ellos no habían comprendido; aquello resultaba extraño, ya que seguramente aquella especie de inteligencias vivas le habían dado sus nombres que podían hallarse entre las memorias y recuerdos de su nacimiento. Aquellos recuerdos eran escasos, y comenzaron como un simple punto en el tiempo; pero resultaban ya claras y diáfanas como el cristal.
De nuevo sus débiles pensamientos lucharon por abrirse paso en su consciente cósmico.
—¿Dónde está la gente que construyó los Siete Soles? ¿Qué les ocurrió en el paso del tiempo?
Vanamonde lo ignoraba; ellos apenas si podían creerle y la decepción de Alvin e Hilvar le llegó clara y aguda a través del abismo que separaba su mente de la de los otros. Pero parecían pacientes y contentos de ayudarle y Vanamonde también sintió la alegría de saberse acompañado en su soledad eterna a través del Universo ya que al fin le proporcionaban la única compañía que jamás hubiera conocido.
Por tanto tiempo como viviera, Alvin no hubiera podido creer de nuevo el sufrir tan extraña experiencia ni aquella conversación sin palabras y sin sonidos. Le resultaba duro de imaginar que apenas si él contaba allí poco menos que un simple espectador de algo inasible, ya que no se preocupó de admitir, incluso para sí mismo, que la mente de Hilvar era en ciertos aspectos mucho más capaz que la suya propia. Sólo podía esperar y sentirse maravillado, medio hechizado por el torrente de ideas y pensamientos que se escapaban fuera de los límites de su comprensión normal.
A poco, Hilvar, más bien pálido y bajo una inmensa tensión interior, rompió aquel contacto mental y se volvió hacia Alvin.
—Alvin —le dijo con voz cansada—. Aquí hay algo muy extraño. No acabo de comprenderlo del todo.
Aquellas palabras devolvieron un poco de confianza a la capacidad mental de Alvin y su rostro mostró una sonrisa de simpatía hacia su camarada de aventuras.
—No puedo descubrir bien qué es Vanamonde… —continuó—. Es una criatura que posee un tremendo conocimiento; pero da la impresión de poseer una pequeña inteligencia. Por supuesto —añadió— su mente puede ser de un orden tan diferente que no podamos comprenderla muy bien y con todo, de alguna forma, no creo que esta sea la explicación correcta de los hechos.
—Bien ¿y qué es lo que has aprendido? —preguntó Alvin con cierta impaciencia—. ¿Sabe algo respecto a los Siete Soles?
La mente de Hilvar daba la impresión de hallarse todavía muy alejada de allí.
—Fueron construidos por muchas razas, incluida la nuestra —dijo como ausente—. He podido sacar eso en consecuencia; pero no parece comprender su significación. Creo que es la consciencia del Pasado sin tener la capacidad para interpretarlo. Todo lo que ha ocurrido, parece bullir conjuntamente en su mente como algo caótico y sin ordenación comprensible.
Se detuvo pensativamente por unos instantes y después su rostro se iluminó.
—Hay sólo una cosa que debemos hacer, de una u otra forma, y es llevarle a la Tierra para que nuestros filósofos puedan estudiarlo.
—¿Sería eso una medida razonable y segura? —preguntó Alvin.
—Sí. Vanamonde es una criatura amistosa. Más que eso, de hecho, parece incluso afectiva.
Y súbitamente, el pensamiento que durante todos aquellos momentos había estado rondando por el borde de la consciencia de Alvin, se hizo claro como la luz del día. Recordó a Krif y a todos los animales que escapaban continuamente para molestia o alarma de los amigos de Hilvar. Y recordó —¡qué lejos le parecía aquello!— el propósito zoológico que se escondía detrás de su expedición a Shalmirane.
Hilvar había encontrado otro animal doméstico.