Hilvar y Alvin volvieron en reflexivo silencio hacia la nave estelar que les aguardaba. Despegaron y al instante, la fortaleza de Shalmirane era de nuevo una oscura sombra hundida en el gigantesco embudo del cráter. Durante unos segundos, dio el aspecto de un enorme ojo sin párpados que mirase fija y eternamente hacia el espacio, hasta que pronto se perdió en el gran panorama del territorio de Lys.
Alvin no hizo nada para controlar la nave; continuaron subiendo hasta que la totalidad de Lys yacía extendida a sus pies, como una isla verde en un mar ocre. Jamás en su vida se había visto Alvin a tanta altura, y cuando finalmente detuvo la marcha ascensional de la nave del espacio, toda la Tierra era visible como un creciente lunar a sus pies. Lys era entonces algo demasiado pequeño, sólo una esmeralda contra un rojizo desierto; pero en la lejanía y en la curvatura del globo terrestre, algo brillaba como una joya tallada en mil facetas. Y así por primera vez, Hilvar contempló la ciudad de Diaspar.
—Permanecieron un buen rato contemplando la Tierra girando bajo ellos. De todos los antiguos poderes de la Tierra, aquél era tal vez el único que se hallaba en poder de ambos jóvenes. Alvin deseó haber mostrado al mundo real, tal y como lo veían ellos desde la nave del espacio, a los que gobernaban la vida de Lys y Diaspar.
—Hilvar —dijo Alvin al fin—, ¿crees que está bien lo que estoy haciendo y que tengo razón? —La pregunta sorprendió a Hilvar, quien no había sospechado de las dudas que a veces sobrecogían a su amigo, sin saber nada tampoco todavía del encuentro de Alvin con el Computador Central y el impacto tremendo que había sufrido la mente de éste. No era una pregunta fácil de responder desapasionadamente; al igual que Khedrom, aunque con menos motivos, Hilvar se daba cuenta de que su propio carácter se iba poco a poco sumergiendo y cambiando. Sin poderlo evitar, estaba sintiéndose arrastrado por la vorágine que Alvin iba dejando detrás de sí en su paso por la vida.
—Creo que tienes razón —repuso Hilvar con calma—. Nuestros dos pueblos han estado separados demasiado tiempo. —Aquello, pensó, era cierto, aunque sintiendo que la respuesta soslayaba un tanto el fondo de la cuestión, Alvin continuaba preocupado.
—Existe un problema que me atormenta —continuó con voz turbada— y es la diferencia tan grande que hay en la duración de nuestras vidas. —No añadió nada más, pero tanto el uno como el otro sabían muy bien el alcance de las palabras de Alvin.
—Yo también me he preocupado profundamente del problema —admitió Hilvar—; pero supongo que este problema se resolverá por sí mismo, cuando nuestra gente vuelva a tomar contacto. No podemos ambos tener razón. Nuestras vidas son demasiado cortas y las vuestras demasiado largas. Eventualmente, podrá instrumentarse una solución de compromiso, tender un puente entre ese abismo.
Alvin continuó pensativo. En aquella forma, era cierto que yacía la única esperanza; pero las edades de transición serían realmente muy difíciles. Recordó entonces otra vez las amargas palabras de Seranis: Mi hijo y yo habremos muerto siglos antes, mientras que tú seguirás siendo joven. Muy bien, aceptaría las condiciones. Incluso en Diaspar todas las amistades permanecían bajo la misma sombra; el hecho de que fuesen cien años o un millón, al fin, la cuestión no establecía una diferencia fundamental.
Alvin sabía, con una certidumbre que sobrepasaba toda lógica, que el bienestar de la raza humana exigía la mezcla de aquellas dos culturas; en cualquier caso, la felicidad individual no era importante. Por un momento Alvin vio a la humanidad como algo más que el fondo egoísta y ventajoso de su propia existencia y aceptó sin rechistar mentalmente, la infelicidad que tal elección pudiese acarrearle un día.
Bajo ellos, el mundo continuaba su eterno giro. Comprendiendo el estado de ánimo de su amigo, Hilvar no dijo nada, hasta que Alvin rompió el silencio reinante.
—Cuando abandoné Diaspar por primera vez, no sabía qué iría a encontrar. Lys pudo haberme satisfecho y lo cierto es que lo hizo en grado extremo; pero así y todo, todas las cosas de la Tierra parecen tan pequeñas y tan sin importancia… A cada descubrimiento que hago, se alzan mayores interrogantes y se abren más vastos horizontes. Quisiera saber dónde acabará todo esto…
Hilvar no había visto nunca antes a Alvin en semejante estado de espíritu y no quiso interrumpir su soliloquio. En pocos minutos había aprendido muchas cosas de su amigo.
—El robot me dijo —continuó Alvin— que esta nave puede llegar hasta los Siete Soles en menos de un día. ¿Crees que debería ir hasta allá?
—¿Y crees tú que soy yo quien va a impedirlo?
Alvin sonrió.
—Eso no es una respuesta, querido Hilvar. ¿Quién sabe lo que hay en el espacio exterior? Los Invasores pudieron dejar en paz un día al Universo; pero tienen que existir otras inteligencias hostiles al Hombre.
—¿Y por qué tendría que suceder así? Esa es una de las cuestiones que nuestros filósofos han debatido por edades enteras. Una raza verdaderamente inteligente no tiene necesariamente que ser hostil o inamistosa.
—Pero los Invasores…
—He de admitir que fueron un enigma. Si ciertamente fueron perversos y crueles, tuvieron ya que haberse destruido a sí mismos para la época presente. Y si no lo fueron… —Hilvar apuntó entonces al desierto sin fin existente bajo ellos—. Una vez tuvimos un Imperio. ¿Qué tenemos nosotros ahora que ellos codiciaron?
Alvin se halló un poco sorprendido de que alguien más compartiese su punto de vista y tan íntimamente aliado.
—¿Piensa toda tu gente de esa misma forma?
—Sólo una minoría. La gente de término medio no se preocupa por la cuestión y probablemente digan que si los Invasores hubieran deseado realmente destrozar la Tierra, lo habrían hecho ya hace mucho tiempo. Creo que nadie tiene por ahora miedo de ellos.
—En Diaspar las cosas son muy diferentes —dijo entonces Alvin—. Mi gente son unos grandes cobardes. Se sienten aterrados de dejar su ciudad y no sé qué ocurrirá cuando oigan que he localizado y puesto en uso esta nave estelar. Jeserac lo habrá contado ya al Consejo y me gustaría realmente saber qué están haciendo…
—Puedo decírtelo. Se está preparando a recibir la primera delegación procedente de Lys. Seranis acaba de decírmelo.
Alvin miró a la pantalla. Pudo medir la distancia de Lys a Diaspar de un simple vistazo y aunque uno de sus objetivos había sido ya logrado, parecía sin embargo una cuestión de muy pequeña importancia. Se alegró, no obstante, ya que por entonces las inmensas edades de aislamiento tocaban a su fin.
El conocimiento de haber triunfado en sus propósitos, aclaró las dudas aún existentes en su cerebro. Ya había cumplido su propósito en la Tierra, con mucha más rapidez y amplitud de lo que se hubiese atrevido a esperar. El camino se abría claro ahora para lo que podría ser ciertamente su más grandiosa aventura.
—¿Quieres venir conmigo, Hilvar? —dijo entonces, totalmente consciente de lo que estaba pidiendo a su amigo.
Hilvar le miró rectamente a los ojos.
—Eso no tenías necesidad de habérmelo preguntado, Alvin. Le dije a Seranis y a todos mis amigos que iría contigo… hace ya más de una hora.
Se hallaban a una gran altura, cuando Alvin dio al robot las instrucciones finales. La nave se había detenido en el espacio y la Tierra estaría a unas mil millas a sus pies, casi llenando todo el espacio de la pantalla. Mostraba así un aspecto poco invitador y Alvin imaginó cuántas naves espaciales, en tiempos remotos, la habrían contemplado de igual manera y habrían continuado su camino sin detenerse en ella.
Se produjo una pausa apreciable, como si el robot estuviese comprobando los controles y circuitos que estaban sin utilizar desde edades geológicas. Después, se produjo un leve zumbido, el primero que Alvin percibía procedente de la nave. Después, se oyó un murmullo vibrante que fue subiendo de escala en escala hasta perderse en la gama de los ultrasonidos. No se apercibía sensación de cambio o de movimiento; pero de repente, Alvin se dio cuenta de que las estrellas pasaban raudas a través de la pantalla. La Tierra reapareció, y rodó alejándose… después volvió a aparecer en una posición ligeramente distinta. La nave parecía moverse en el espacio como la aguja de una brújula que busca el norte. Durante minutos, los cielos parecieron revolverse y dislocarse retorciéndose alrededor de ellos, hasta que al final, la nave adoptó una posición de reposo se lanzó como un gigantesco proyectil al encuentro de las estrellas.
Centrado en la pantalla, el anillo formado por los Siete Soles aparecía como un arco iris de incomparable belleza. De la Tierra aún se vio algo en el borde iluminado por el sol, para desaparecer casi al instante. Algo estaba ocurriendo entonces, pensó Alvin, que se hallaba más allá de toda experiencia suya. Esperó, agarrotado en su asiento nerviosamente, mientras que los segundos iban pasando y los Siete Soles resplandecían en la pantalla visora. No se apercibía ningún sonido, sólo una súbita arrancada que parecía nublar un tanto la visión. La Tierra había desaparecido como barrida por la mano de un gigante. Se hallaban ya solos en el espacio, a solas con las estrellas un extraño sol lejano y borroso. La Tierra había desaparecido como si jamás hubiera existido.
De nuevo se produjo aquel tirón y con él, un nuevo y ligero zumbido, como si por primera vez los generadores de la nave estuvieran ejerciendo alguna apreciable fracción de su grandiosa energía. Con todo, pareció como si nada hubiese ocurrido; después Alvin comprobó que el Sol también había desaparecido y que las estrellas iban quedando atrás al paso de la nave estelar.
Miró hacia atrás por un instante y vio… nada. Todo el cielo existente tras él, se había desvanecido por completo, como cerrado por un hemisferio de noche. Continuó mirando, apreciando solamente las estrellas surgir como chispas de luz que caen a un lago y desvanecerse al instante. La nave viajaba a velocidad superior a la de la luz. Alvin comprendió entonces, que el espacio familiar de la Tierra y del Sol, ya no le envolvía.
Cuando llegó el súbito y vertiginoso tercer tirón, pareció que su corazón se le paralizaba. Aquel extraño fenómeno de su visión borrosa era ahora inequívoco; por un momento su entorno fue distorsionado fuera de todo posible reconocimiento. El significado de semejante distorsión le pasó como un relámpago por la mente y que no pudo explicar. Era algo real y no una ilusión de sus ojos. De alguna forma, se hallaba captando, conforme pasaba a través de la película del Presente, un vistazo de lo que estaba ocurriendo en el espacio de su entorno.
En el mismo instante, el murmullo de los generadores se elevó hasta un rugido que estremeció a toda la nave, sonido doblemente impresionante ya que era el primer grito de protesta que Alvin jamás hubiera escuchado de una máquina. Después, todo se desvaneció y el súbito silencio pareció sorprender su sentido de la audición. Los grandes generadores de la astronave habían cumplido su trabajo, no tendrían ya que repetirlo mientras durase el viaje. Las estrellas que tenía ante sí en la pantalla, flameaban en un blanco azulado para desvanecerse en el ultravioleta. Y con todo, algo mágico de la Ciencia o de la Naturaleza, hacía posible que los Siete Soles continuasen visibles, aunque su posición y sus colores hubiesen cambiado notablemente de aspecto. La nave se dirigía hacia ellos como un rayo a lo largo de un túnel de oscuridad, más allá de las fronteras del espacio y del tiempo a tan enorme velocidad, que resultaba imposible de contemplar a cualquier mente humana.
Resultaba difícil creer que habían salido muy lejos ya del sistema solar a una velocidad, que a menos que pudiera ser controlada, pronto les llevaría a través del corazón de la Galaxia y hacia el vacío cósmico que se extendía más allá. Ni Hilvar ni Alvin podían concebir la real inmensidad de aquella jornada; las grandes leyendas de las exploraciones del espacio habían cambiado completamente la perspectiva del Hombre hacia el Universo, que incluso entonces, millones de siglos más tarde, no habían muerto totalmente en las viejas tradiciones. Una vez había existido una nave, según decía la leyenda, que había circunnavegado el Cosmos entre la salida y la puesta del sol. Los miles de millones de millas entre las estrellas nada significaban ante tales velocidades. Para Alvin, aquel viaje era muy poco más grande y tal vez menos peligroso que su primera jornada hacia Lys.
Fue Hilvar el que habló en palabras con los pensamientos de ambos conforme los Siete Soles brillaban más y más frente a ellos.
—Alvin —hizo notar— esa formación no es posible que sea natural.
El otro asintió con un gesto.
—Lo he estado pensando durante mucho tiempo; pero todavía sigue pareciéndome fantástico.
—Ese sistema puede no haber sido construido por el Hombre —convino Hilvar— pero puede haber sido creado por la inteligencia. La Naturaleza nunca ha podido crear tan perfecto círculo de estrellas, todas igualmente brillantes. Además, no existe nada en el Universo visible como ese Sol Central.
—Entonces ¿por qué pudo haber sido hecha semejante cosa?
—Oh, para mí pueden existir varias razones. Tal vez sea una señal, para que cualquier nave extraña que entrara en nuestro universo supiese dónde buscar la Vida. Quizá marque el centro de la administración galáctica. O, quien sabe, y creo que ésta sea la única plausible explicación, es sencillamente la más grande de las obras de arte. Dentro de pocas horas conoceremos la verdad.
"Conoceremos la verdad". Tal vez, pensó Alvin; pero ¿qué parte de esa verdad y en qué cuantía podremos conocerla? Le pareció extraño, que entonces, cuando había abandonado a Diaspar y por supuesto la propia Tierra, a una velocidad más allá de toda comprensión, su mente se volviera una vez más hacia el misterio de su origen. Así y todo, tal vez no fuese tan sorprendente, había ya aprendido muchas cosas desde su primera llegada a Lys; pero desde entonces no había tenido un momento de respiro para la reflexión serena de las cosas.
No había nada que pudiera hacer, sino permanecer sentado y esperar; su inmediato futuro estaba controlado por aquella maravillosa máquina… seguramente uno de logros supremos de la ingeniería de todos los tiempos, y que entonces le transportaba hacia el propio corazón del universo. Entonces era llegada la hora de la reflexión y los pensamientos, tanto si lo deseaba como si no. Pero primero quiso decirle a Hilvar todo lo que le había ocurrido desde su escapada apresurada de Lys tan sólo dos días antes.
Hilvar absorbió todo el relato, sin hacer ningún comentario, y sin exigir explicaciones; daba la impresión de comprenderlo todo en el acto en que Alvin lo iba describiendo, sin mostrar signos de sorpresa incluso cuando escuchó la conversación sostenida con el Computador Central y la operación que había realizado sobre la mente del robot. No es que fuese incapaz de maravillarse; pero aquella historia del pasado estaba tan llena de maravillas que podían emparejarse muy bien con el relato de Alvin.
—Resulta evidente —dijo, al acabar Alvin— que el Computador Central tiene que haber recibido instrucciones especiales con respecto a ti cuando fue construido. Tienes ya que haber imaginado el porqué.
—Creo que sí. Khedrom me dio parte de la respuesta cuando explicó de qué forma los hombres hubieron diseñado y concebido a Diaspar y tomaron las medidas necesarias para prevenir que se convirtiera en algo sujeto a la decadencia.
—¿Crees, pues, que tú y los otros Únicos anteriores a ti sois parte del mecanismo social que preserva el estancamiento completo de Diaspar? Claro; de esa forma, los Bufones son los factores correctores de ese defecto a corto plazo y tú y tus congéneres a otro mucho más largo.
Hilvar había expresado la idea mucho mejor que Alvin hubiera podido hacerlo aunque no era exactamente lo que tenía en el pensamiento.
—Creo que la verdad es algo mucho más complicado que todo eso. Parece como si hubiese existido un conflicto de opinión cuando se construyó la ciudad, entre aquellos que deseaban cerrarla totalmente del mundo exterior y los que deseaban mantener ciertos contactos con él. Debió ganar la primera facción, pero los otros no admitieron la derrota. Creo que Yarlan Zey tuvo que haber sido uno de sus líderes; aunque no tuvo suficiente poder como para poder haber actuado abiertamente. Hizo cuanto pudo en tal sentido, dejando en funcionamiento el sistema subterráneo de comunicaciones, de tal forma que se asegurase de que a largos intervalos alguien de los que fueran saliendo de la Sala de la Creación, que no compartiese los temores de sus conciudadanos, pudiera utilizarlo y escapar. De hecho, estoy pensando si… —Y Alvin se detuvo, con los ojos velados por un pensamiento que por un momento le abstrajo de su entorno.
—¿En qué estás pensando ahora? —preguntó Hilvar.
—Acaba de ocurrírseme… que tal vez sea yo Yarlan Zey. Es perfectamente posible. Tuvo muy bien que haber insertado su personalidad en los Bancos de Memoria confiando en romper el molde de Diaspar antes de que se hallase firmemente establecido. Un día puede que descubra lo que ha sido de esos otros Únicos anteriores a mí; ello ayudaría a llenar la laguna existente en la imagen completa de todo el misterio.
—Y Yarlan Zey, o quienquiera que fuese, daría también instrucciones al Computador Central para que prestase especial ayuda a los Únicos, cuando fuesen creados —musitó Hilvar, siguiendo aquella línea de razonamiento.
—Exactamente. Lo irónico del caso, es que pude haber obtenido toda la información que precisaba, directamente del Computador Central, sin especial asistencia por parte de Khedrom. Me habría dicho más de lo que me dijo. Pero no hay duda de que el Bufón me ahorró mucho tiempo y de que me enseñó muchas cosas de las que yo pude haber aprendido por mí mismo.
Creo que tu teoría cubre muy bien los hechos conocidos —intervino Hilvar con cautela—. Desgraciadamente, deja abierta la mayor de todas las interrogantes; el propósito original de Diaspar. ¿Por qué trató tu pueblo de pretender que el mundo exterior no existía? Esta es la pregunta que quisiera ver contestada.
—Es precisamente la pregunta a la que intento hallar su réplica justa —replicó Alvin—. Pero no sé dónde… ni cómo.
Y así continuaron argumentando y soñando, mientras que hora tras hora los Siete Soles iban aproximándose hasta llenar por completo aquel misterioso túnel oscuro como la noche en donde la nave volaba como el pensamiento. Después, una por una, las seis estrellas se desvanecieron en el anillo exterior, al borde de la oscuridad, quedando únicamente el Sol Central a la vista. Aunque podía hallarse evidentemente en su propio espacio, seguía brillando con la luz perlada que la distinguía de las otras seis que formaban el anillo. Minuto tras minuto, fue incrementando su brillo hasta que dejó de ser un punto para transformarse en un pequeño disco. Y a poco, el disco fue ensanchándose…
Se produjo el más breve de los avisos: por un instante, una nota profunda y vibrante como la de una campana, resonó por la cabina. Alvin se aferró con los brazos al asiento, aunque fuese un gesto inútil.
De nuevo, los grandes generadores de la nave estelar estallaron llenos de vida y con una brusquedad casi cegadora, las estrellas reaparecieron en el cielo. La nave había surgido del hiperespacio al espacio normal, al universo de soles y planetas, al mundo natural en que nada podía moverse a velocidad mayor que la de la luz.
Se encontraban ya dentro del sistema de los Siete soles, ya que el gran anillo de globos multicolores dominaba el firmamento visible. ¡Y qué firmamento! Todas las estrellas que habían conocido, todas las constelaciones familiares, habían desaparecido. La Vía Láctea ya no era la banda lechosa que podía apreciarse a un lado de los cielos; los cosmonautas se encontraban ahora en el centro de la creación y su gran círculo dividía el universo en dos. La nave se dirigía rectamente hacia el Sol Central, y las seis otras estrellas que formaban el círculo a su alrededor eran como joyas de colores diversos dispuestas alrededor del cielo. No lejos de la más próxima de ellas, se observaban ya las diminutas chispas de luz de sus planetas en órbita; mundos que deberían tener un enorme tamaño para ser apreciados desde tan colosal distancia.
La causa de la luz nacarada característica del Sol Central, resultaba entonces claramente visible. La gran estrella se hallaba envuelta por una cobertura de gas que suavizaba su radiación proporcionándole tan peculiar coloración. La nebulosa envolvente podía ser vista indirectamente, retorcida en extrañas formas que escapaban a la simple visión del ojo humano. Pero allí estaba, y cuanto más se la miraba, más grande parecía ser.
—Bien, Alvin —dijo Hilvar— tenemos ahora muchos mundos para elegir. ¿O es que esperas explorarlos todos?
—Será mucha suerte el no tener que hacerlo —admitió Alvin—. Si podemos hacer algún contacto en cualquier parte, creo que podremos obtener la información que necesitamos. La cosa más lógica sería dirigirse al planeta más grande del Sol Central.
—Sí, a condición de que no sea demasiado grande. Algunos planetas, según tengo entendido, que son tan enormes que la vida humana no podría sostenerse en ellos; un hombre sería aplastado bajo su propio peso gravitatorio.
—Dudo que esta circunstancia pueda darse aquí, puesto que tengo la seguridad de que este sistema es totalmente artificial. En cualquier caso, estaremos en condiciones de apreciar desde el espacio si existen ciudades o edificaciones de algún tipo.
Hilvar señaló al robot.
—Creo que el problema se nos resolverá solo. No olvides que nuestro guía ha estado ya antes aquí. Nos está llevando a su hogar y francamente, me gustaría saber qué está pensando en este momento.
Aquello era algo que también le habría gustado saber a Alvin. Pero… ¿resultaba cuerdo, y no sería un completo absurdo imaginar que el robot sintiese algo que tuviese parecido con las emociones humanas ahora que estaba de vuelta al viejo hogar del Maestro, tras tantos eones de tiempo pasado?
En todos sus tratos con él, el robot no había mostrado el menor signo de sentimientos ni de emoción alguna. Había contestado a sus preguntas y obedecido sus órdenes, pero su personalidad real había resultado absolutamente inaccesible. De que tenía una personalidad definida, Alvin estaba más que seguro.
Ahora estaría, sin duda, trazando de nuevo sus recuerdos inmemoriales hacia atrás en su origen. Casi perdido en el resplandor del Sol Central, apareció una pálida chispa de luz y a su alrededor, los leves puntos luminosos de otros tantos pequeños mundos. Aquella enorme jornada llegaba a su fin; dentro de bien poco, sabrían los dos cosmonautas si había sido en vano.