Era exactamente el mismo lugar en que se había encontrado con Hilvar, teniendo ante él el gigantesco embudo de ébano bebiendo la luz del sol, sin reflejar nada para el ojo humano. Permaneció entre las ruinas de la fortaleza, mirando a través del lago de aguas inmóviles, donde el enorme pólipo era ahora sólo una nube de animáculos dispersos, no siendo ya un animal sensible ni organizado.
El robot continuaba junto a él; pero de Hilvar no había ni el menor signo. No tuvo tiempo de calcular lo que aquello significaba, ni de lamentar la ausencia de su amigo, ya que casi al instante se produjo algo tan fantástico que todas las demás sensaciones y pensamientos quedaron barridos de su mente.
El cielo comenzó a rajarse en dos. Una delgada hendidura de total oscuridad abarcaba desde el horizonte hasta el cenit, ensanchándose lentamente, como si la noche y el caos fueran a precipitarse sobre el mundo. Inexorablemente, la hendidura se expandió hasta abarcar una cuarta parte del cielo. Por todos sus conocimientos de los hechos reales de la Astronomía, Alvin no pudo luchar contra la abrumadora impresión de que él y su mundo se encontraban protegidos bajo una gran cúpula azul… y que algo estaba entonces introduciéndose por aquella cúpula, procedente del exterior del espacio cósmico.
Aquella hendidura negra como la más negra noche, había cesado de aumentar. Los poderes que la habían causado escudriñaban dentro de aquel universo de juguete que habían descubierto, tal vez conferenciando entre ellos respecto a sí valía la pena dedicar su atención. Bajo tal cósmico escrutinio, Alvin no sintió ni alarma ni terror. Sabía que se hallaba cara a cara con el poder y la sabiduría, ante cuyas fuerzas un hombre puede sentir asombro, pero nunca temor.
Y pareció que hubieron decidido… gastar algunos fragmentos de eternidad sobre la Tierra y sus habitantes. Llegaban a través de aquella ventana que habían abierto en el cielo.
Como chispas procedentes de alguna forja celestial, comenzaron a caer sobre la Tierra. Se fueron haciendo más y más espesas hasta que una catarata de fuego parecía desprenderse desde los cielos y llegar a la Tierra aplastándose en charcos de luz líquida al tocar el suelo. Alvin no tuvo necesidad de oír las palabras que sonaron en sus oídos como una bendición.
—"Los Grandes han Llegado".
El fuego le alcanzó; pero sin quemarle. Se hallaba por todas partes, llenando el gran embudo de Shalmirane con un rojo resplandor. Maravillado por el espectáculo, Alvin vio que no se trataba de una inundación de luz sin formas; sino que tenían una determinada estructura. Comenzó a resolverse en formas distintas y a reunirse en puntos separados y animados de una fuerza especial. Aquellas manchas luminosas giraban más y más rápidamente sobre sus ejes respectivos, con sus centros elevándose hasta formar columnas dentro de las cuales, Alvin captó un vistazo de configuraciones evanescentes. De aquella especie de postes totémicos resplandecientes, surgió una leve nota musical, infinitamente distante y cautivadoramente dulce.
Los Grandes han llegado.
El tiempo fue la réplica en tal situación. Al oír Alvin las palabras: "Los sirvientes del Maestro te saludan. Hemos estado esperando tu llegada", el joven supo que la barrera había caído. En aquel mismo momento, Shalmirane y sus extraños visitantes desaparecieron de la vista, y de nuevo se encontró de pie y frente al computador Central de las profundidades de Diaspar.
Todo había sido una pura ilusión, no más real que el mundo de fantasía de las Leyendas en las cuales había empleado tantas horas de su juventud. Pero… ¿cómo había sido creado aquello y de dónde habrían procedido las extrañas imágenes que había visto?
—Se trataba de un problema fuera de lo corriente —dijo la tranquila voz del Computador Central—. Sabía que el robot precisaba tener alguna concepción visual de los Grandes en su mente. Si podía convencerle de que las impresiones sensoriales recibidas coincidían con tal imagen, el resto era muy sencillo.
—¿Y cómo lo hiciste?
—Básicamente, preguntando al robot cómo eran los Grandes y después manejando la pauta formada en sus pensamientos. Esa pauta era algo incompleta y tuve que improvisar bastante. Una o dos veces, la imagen que creé comenzó a apartarse peligrosamente de la propia concepción del robot; pero cuando tal cosa ocurrió, pude sentir la creciente perplejidad de la máquina y modificar la imagen antes de que concibiera sospechas. Tendrás que apreciar que he empleado cientos de circuitos allí donde él suele emplear uno solo y desconectar una imagen de la otra tan rápidamente que su cambio no pudiese ser apercibido. Ha sido una especie de artimaña para producir un conjuro, y tuve que saturar los circuitos sensoriales del robot y desbordar también sus facultades críticas. Lo que tú has visto ha sido sólo la imagen corregida y final… la única que encajaba con la revelación del Maestro. Fue algo en bruto; pero ha sido suficiente. El robot se ha convencido de su autenticidad lo suficiente, para que el bloqueo de su mente haya sido suprimido y en ese instante, estuve en condiciones de completar el contacto con su mente. Ya ha dejado de estar fuera de razón; ahora contestará a cuantas preguntas quieras hacerle.
Alvin estaba inmerso en una pura maravilla; el resplandor de aquel falso Apocalipsis todavía le quemaba la mente, y no intentó llegar a comprender en toda su extensión la explicación que acababa de darle en detalle el Computador Central. Pero no importaba; se había llevado a cabo un milagro terapéutico y las puertas del conocimiento se le abrían de par en par para entrar por ellas.
Después recordó la advertencia que el Computador Central le había hecho.
★★★
Jeserac y los agentes aún seguían esperando pacientemente cuando se les unieron. En lo alto de la rampa, y antes de entrar en el corredor, Alvin volvió la vista atrás por aquella enorme caverna y la ilusión aún fue más fuerte que antes. A sus pies, se extendía una ciudad muerta de extraños edificios blancos bañados por una potente luz no apropiada para ojos humanos. Podría estar muerta, ya que nunca había vivido; pero se estremecía misteriosamente con el pulso de energías más potentes que cualquiera de las que pudiera haber liberado jamás la materia orgánica. Mientras el mundo existiese, aquellas silenciosas máquinas seguirían allí, sin apartar sus mentes de los pensamientos que aquellos hombres geniales les habían proporcionado tiempo atrás, en el pasado remoto.
Aunque Jeserac le hizo preguntas en su vuelta hacia la Sala del Consejo, no pudo captar nada de la conversación que Alvin había sostenido con el Computador Central. No se trataba de una mera discreción por parte de Alvin, el joven estaba demasiado perdido en la maravilla de lo que había visto y demasiado intoxicado con el éxito, para llevar adelante ninguna conversación coherente. Jeserac comprendió en parte lo que ocurría a su discípulo y aguardo con paciencia a que el joven saliese de aquella especie de trance en que estaba sumido.
Las calles de Diaspar estaban bañadas con una luz que parecía pálida y descolorida en comparación con la observada en el fulgor que bañaba la máquina de la ciudad. Pero Alvin, apenas si se dio cuenta de su entorno, no tuvo apenas interés en fijarse en la familiar belleza de las grandes torres que encontraba al paso, como otras veces, ni hacer caso de las miradas de sus conciudadanos, curiosas y sorprendidas. Resultaba extraño, pensó, cómo todas las cosas que le habían ocurrido, le habían llevado al momento presente. Desde que encontró a Khedrom, todo parecía haberse movido automáticamente hacia un objetivo predeterminado. Los Monitores… Lys… Shalmirane, cada una de cuyas fases pudo muy bien haberle apartado de su inconsciente propósito; pero algo le había impelido a continuar hacia delante. ¿Era él el constructor de su propio destino, o estaría especialmente favorecido por el Hado? Quizá todo fuese una sencilla cuestión de probabilidades, o resultado de las leyes del azar. Cualquier hombre puede encontrar las huellas de sus pisadas trazadas en el camino seguido, y seguramente, que en incontables veces en el pasado, otros hombres habrían llegado tan lejos. Aquellos raros y antiguos Únicos por ejemplo… ¿qué habría sido de ellos? Tal vez sería él el único favor merecido con la suerte y la fortuna.
Por todo el camino de regreso a través de las calles de Diaspar, Alvin fue estableciendo un contacto más y más íntimo con el robot que había sido desligado de su traba tan antiguamente impuesta. Ya estaba en condiciones de sostener una completa comunicación con el robot; pero aún dudaba de sí obedecería sus instrucciones o no. Ahora que la incertidumbre había desaparecido; podía hablarle como si se tratase de otro ser humano cualquiera, aunque no estando solo no podía utilizar el discurso verbal sino mediante el empleo de imágenes mentales de pensamientos que pudiese comprender. Alvin se sentía resentido a veces por el hecho de que los robots pudiesen entenderse entre sí mediante la telepatía, cosa que él no podía, ni el resto de los demás hombres… excepto en Lys. Aquélla era otra fuerza que Diaspar había perdido o que había dejado deliberadamente perder.
Continuó silenciosamente su conversación con el robot, mientras que aguardaban de nuevo en la antecámara de la Sala del Consejo. Era imposible dejar de comparar aquella situación con aquella otra de Lys, cuando Seranis y sus colegas habían tratado de inclinar su voluntad hacia ellos. Esperó que no se presentaran ulteriores conflictos de aquella especie; pero de surgir alguno, ahora estaba bien preparado para enfrentarse a él con nuevas armas.
Su primera mirada a los miembros del Consejo, le dijo qué la decisión había sido ya tomada. No se encontraba ni sorprendido ni particularmente decepcionado y no mostró ninguna emoción particular que los Consejeros hubieran esperado ver reflejada en su rostro al tener que escuchar el resumen del Presidente, en forma de veredicto:
—Alvin —comenzó a decir el Presidente—. Hemos considerado con gran atención la situación causada por tus descubrimientos y hemos llegado a una decisión unánime. Como quiera que ninguno de nosotros deseamos cambio alguno en nuestras vidas y porque sólo una vez en muchos millones de años hay alguien capaz de abandonar Diaspar, aunque exista el medio de hacerlo, el sistema de túneles conducentes a Lys va a ser cerrado para siempre, ya que puede constituir un peligro. La entrada a la Cámara de las Vías Rodantes ya ha sido sellada a partir de este momento. Por lo demás, puesto que existe la posibilidad de que haya otra forma de escape en la ciudad, se está llevando a cabo una búsqueda sistemática por los monitores.
»Hemos estado considerando qué acción sé tomaría contra ti, de haber alguna. En vista de tu juventud y de las peculiares circunstancias de tu origen, creemos que no puedes ser censurado por lo que has hecho. Ciertamente también, al descubrir un peligro potencial para nuestra forma de vivir, has prestado a la ciudad un gran servicio, que reconocemos y que constará en acta por tal hecho.
Se produjo un murmullo de aplausos y la satisfacción se extendió por todos los rostros de los Consejeros. Se había tratado una difícil situación, se había evitado la necesidad de una reprimenda hacia Alvin, y ya podían irse, como ciudadanos de Diaspar, seguros de haber cumplido con sus deberes. Con una razonable buena suerte, podían contarse que transcurrirían siglos antes de que tuvieran que reunirse de nuevo.
El Presidente miró expectante hacia Alvin; tal vez esperase que éste, en reciprocidad, se expresase en un sentido de aprecio por haberle permitido el Consejo salir tan bien librado del asunto. Pero pareció sentirse decepcionado.
—¿Puedo hacer una pregunta? —dijo Alvin cortésmente.
—Por supuesto.
—El Computador Central… ¿ha aprobado su decisión?
Corrientemente, aquélla era una impertinencia casi inadmisible. Se suponía que el Consejo no tenía que justificar sus decisiones o explicar de qué forma había llegado a sus juicios finales. Pero Alvin había gozado de la confianza del Computador Central por alguna extraña razón. Se encontraba en una posición privilegiada.
La pregunta causó un cierto embarazo y la réplica llegó a sus oídos con cierta reluctancia.
—Naturalmente, hemos consultado con el Computador Central. Nos ha dicho que actuásemos según nuestro propio juicio.
Alvin había esperado aquello. El Computador Central pudo haber estado conferenciando con el Consejo en el preciso momento en que estuvo hablando con él, de hecho en el mismo instante como si atendiese a cualquiera de las otras millones de tareas que le estaban asignadas en una ciudad como Diaspar. El gran cerebro sabía, como Alvin ahora, que la decisión que tomase el Consejo no tenía apenas importancia. El futuro había pasado totalmente más allá de su control en el preciso instante, en que con una feliz ignorancia, decidió que la crisis con la que se había enfrentado, había sido resuelta con seguridad.
Alvin no sintió ninguna idea de superioridad, ni ninguna de las dulces anticipaciones de un triunfo inmenso, mientras observaba a aquellos viejos ilusos que se creían rectores de la ciudad. Alvin sí que había visto al verdadero rector de los destinos de Diaspar y había hablado con él en el silencio de su brillante y oculto mundo. Aquél había sido un encuentro que había quemado la mayor parte de la arrogancia de su espíritu; pero dejándole la suficiente para una aventura final que sobrepasaría todo cuanto había hecho hasta entonces.
Al abandonar la Sala del Consejo, se imaginó si sus miembros se hallarían sorprendidos respecto a su quieta aquiescencia y a su falta de indignación por haber cerrado el paso hacia Lys. Los agentes dejaron ya de acompañarle; ya no estaba bajo observación ni vigilancia, al menos, de una forma abierta. Sólo Jeserac le siguió fuera de la Cámara del Consejo y a las calles llenas de gente y multicolores, de la gran ciudad.
—Bien, Alvin —dijo el anciano tutor—. Estuviste en tu mejor forma; pero a mí no puedes decepcionarme. ¿Qué es lo que estás planeando?
Alvin se sonrió.
—Sabía que estarías sospechando algo; pero si vienes conmigo te mostraré que el subterráneo que conduce a Lys ha dejado de tener importancia. Hay otro experimento que voy a intentar; no te hará el menor daño, pero puede que no te guste.
—Está bien. Se supone todavía que sigo siendo tu tutor; pero parece que los papeles se hayan invertido. ¿Adónde vas a llevarme?
—Vamos a ir a la Torre de Loranne y voy a mostrarte el mundo que existe al exterior de Diaspar.
Jeserac palideció; pero disimuló su emoción. Después, como si no diese crédito a las palabras del joven, hizo un rígido gesto de aprobación y siguió a Alvin por la suave y deslizante superficie de la vía rodante.
Jeserac no mostró miedo mientras se dirigían a lo largo del túnel a través del cual, el viento soplaba eternamente en el interior de Diaspar. El túnel había cambiado entonces, la rejilla de piedra que había bloqueado el acceso al mundo exterior había desaparecido. No servía para ningún propósito estructural y el Computador Central la había suprimido sin comentario alguno a petición de Alvin. Más tarde, daría instrucciones a los Monitores para recordar de nuevo la rejilla, que aparecía otra vez en su lugar. Pero por el momento el túnel desembocaba sin valía alguna y sin defensa ni guardia, a la muralla exterior de la ciudad y a su profundidad casi cortada a pico desde su gran altura.
Jeserac no se dio cuenta de que el mundo exterior se hallaba sobre él, basta casi haber llegado al fin del aeroducto. Miró el círculo de cielo que se extendía ante sus ojos y sus pasos se hicieron más y más inciertos hasta que finalmente se detuvo. Alvin recordó cómo Mystra había salido corriendo desde aquel mismo lugar y pensó en cómo induciría a Jeserac a avanzar un poco más.
—Sólo te estoy pidiendo que mires —suplicó Alvin—, no a que dejes la ciudad. ¡Creo que podrás hacerlo!
Durante su breve estancia en Airlee, Alvin había visto a una madre enseñar a andar a su hijito. Sin poderlo evitar, se le vino aquella escena a la memoria, al tener que coger por el brazo a su viejo tutor y ayudarle a seguir adelante por el corredor, dándole ánimos, mientras Jeserac avanzaba paso a paso con evidente resistencia contraria a su voluntad. Pero Jeserac, a diferencia de Khedrom, no era cobarde. Estaba preparado a luchar contra su compulsión y fue una lucha desesperada. Alvin estaba casi agotado al igual que el anciano en el momento en que llegaron a un punto desde donde se podía ver la totalidad de aquel inmenso e ininterrumpido océano del desierto que se extendía ante sus ojos.
Una vez allí, el interés y la extraña belleza de la escena, tan extraña para Jeserac y para todos los recuerdos de todas sus anteriores existencias, que pareció sobreponerse a sus temores. Estaba claramente fascinado por aquella inmensa vista de las dunas ondulantes y de las lejanas y distantes colinas, casi perdidas en la lejanía Eran ya las horas del atardecer y dentro de muy poco toda aquella tierra sería visitada por la noche que jamás llegaba a Diaspar.
—Te rogué que vinieses aquí —le dijo Alvin, hablando rápidamente como si apenas pudiese controlar su impaciencia— porque sé que te tienes merecido más derecho que ninguna otra persona a ver dónde me conducen mis viajes. Quería también que vieras el desierto y además que seas un testigo para que el Consejo sepa lo que he hecho.
»Como le dije al Consejo, traje este robot de Lys en la esperanza de que el Computador Central fuese capaz de quebrantar el bloqueo que le fue impuesto una vez en sus recuerdos, por el hombre que fue conocido por el Maestro. Mediante un truco que todavía no he comprendido muy bien del todo, el Computador lo hizo. Ahora, tengo acceso a todas las memorias de esta maravillosa máquina, lo mismo que a los sutiles dispositivos que se diseñaron en su interior. Voy a utilizar ahora una de sus habilidades. Observa.
Bajo una orden silenciosa que ni siquiera Jeserac pudo imaginar el robot flotó y salió volando fuera del túnel, a una velocidad enorme cada vez mayor, hasta que a los pocos segundos, sólo era perceptible como una mácula brillante de metal, a la luz del sol, en la distancia sobre el desierto. Volaba a baja altura sobre las dunas, con su aspecto de olas inmóviles y heladas, zigzagueando a veces pero dando la impresión de que buscaba algo, que Jeserac no podía ni imaginar siquiera.
Después, bruscamente, aquella manchita brillante, se elevó rápidamente hacía el cielo y quedó inmóvil a un millar de pies de altura. En el mismo momento. Alvin dejó escapar un suspiro de alivio y de satisfacción. Echó una mirada de reojo a Jeserac, como si quisiera decir: ¡Allí está!
Al principio, no sabiendo qué esperar, Jeserac no pudo apreciar ningún cambio en la escena. Después, y casi no dando crédito a sus propios ojos, vio que una nube de polvo comenzaba a levantarse lentamente del desierto.
No hay nada más terrible que el movimiento, allí donde no se espera movimiento alguno; pero Jeserac estaba ya desbordado por lo fantástico, cuando las dunas comenzaron a abrirse en un largo trecho como queriendo dejar algo al descubierto. Bajo las arenas del desierto, algo se movía, como un gigante despierto de un largo sueño y en el acto llegó a los oídos de Jeserac el ruido estruendoso de la tierra que se desploma y la conmoción de las rocas que se parten en dos por una fuerza irresistible. Entonces, súbitamente, un gran géiser de arena surgió en erupción a cientos de pies por el aire, escondiendo el terreno existente debajo.
Poco a poco, el polvo comenzó a sedimentarse, mostrando como una enorme herida dentada que se hubiese abierto en pleno desierto. Pero Jeserac y Alvin todavía tenían los ojos puestos en el cielo abierto donde hacía tan poco rato sólo permanecía suspendido el robot. Por fin Jeserac comprendió por qué Alvin se había mostrado tan indiferente a la decisión del Consejo y por qué no había mostrado emoción alguna cuando le dijeron que se había condenado la única salida de Diaspar.
Las capas de arena y tierra emborronaron algo; pero no pudieron ocultar las orgullosas líneas de una espléndida nave espacial que ascendía del hendido desierto. Mientras Jeserac observaba atónito, la nave espacial giró suavemente hacia ellos en su propia dirección. Hasta dirigirse rectamente hacía Alvin, comenzó a hablar rápidamente, como sí le faltase tiempo.
—Este robot fue designado para ser el acompañante del Maestro y servirle y más que todo, como el piloto de esa nave espacial. Antes de ir a Lys, ya había aterrizado en el Puerto de Diaspar que ahora yace bajo esa tumba de arena. Incluso en aquella época ya debió hallarse bastante abandonado, creo que la nave del Maestro fue tal vez una de las últimas que llegaron a la Tierra. Vivió algún tiempo en Diaspar antes de ir a Shalmirane; el camino debía estar abierto normalmente en aquella época lejana. Pero ya no volvió jamás a necesitar la nave espacial y durante todas estas edades pasadas ha permanecido oculta en la arena del desierto. Como la propia Diaspar, y como este mismo robot, y como todas las cosas a las cuales concedieron importancia los constructores del pasado, fue preservada por sus propios circuitos de eternidad. Teniendo sus propios recursos energéticos, nunca ha podido ser estropeada o destruida; las imágenes que llevan sus células de memoria no se han desvanecido nunca y esa imagen controla su estructura física.
La nave se encontraba ya muy próxima a la boca del túnel sobre el precipicio, yendo controlada por el robot y dirigida lentamente hacia la Torre. Jeserac pudo apreciar que tendría unos treinta metros de longitud y agudamente afilada en punta en ambos extremos. No se apreciaban aberturas ni ventanas de ningún género, aunque la espesa capa de tierra que la recubría hacía imposible el estar cierto de aquello.
Bruscamente, se abrió toda una sección de la nave, arrojando con ella la tierra que la recubría al exterior, y Jeserac captó un vistazo de una pequeña cabina con una segunda puerta al otro extremo. La nave estaba suspendida en el aire a un pie escaso de la entrada del aeroducto y se aproximaba suave y cautelosamente como un ser sensible.
—Adiós, Jeserac —le dijo Alvin—. No puedo volver a Diaspar para despedirme de mis amigos: por favor, hazlo por mí. Di a Eriston y a Etania que volveré pronto; de no ser así, les quedaré muy reconocido por cuanto han hecho por mí. También te quedo a ti muy agradecido, aunque no hayas aprobado la forma en que he aprendido muchas de tus lecciones. Respecto al Consejo… ¡diles de mi parte que un camino que se abre una vez no puede cerrarse de nuevo por el simple hecho de aprobar una resolución!
★★★
La nave era ya sólo una simple manchita perdida en el cielo, hasta que Jeserac la perdió de vista. Apenas si vio cómo desaparecía; pero a sus oídos llegó el eco procedente de los cielos del más aterrador ruido de cuantos el Hombre había producido… el trueno lejano y persistente del aire que cae, milla tras milla, a lo largo de un túnel al vacío súbitamente en la distancia del firmamento.
Aún después de haberse perdido todo eco lejano de la nave espacial y quedar nuevamente el desierto con su calma infinita, Jeserac continuó allí inmóvil. Estaba pensando en el muchacho que se había ido… ya que para Jeserac, Alvin siempre sería un chiquillo, el único llegado a Diaspar desde que el ciclo del nacimiento y la muerte se habían roto, tanto tiempo atrás en el pasado. Alvin nunca crecería; para él, la totalidad del universo era una cosa para jugar con ella, un rompecabezas a resolver para su propia distracción y entretenimiento. En aquel juego, había encontrado el último y más terrible juguete que podía hundir lo que quedaba de la civilización humana… pero ocurriese lo que ocurriese, para él siempre seguiría siendo un juego.
El sol ya estaba muy bajo en el horizonte y un viento frío soplaba procedente del desierto. Pero Jeserac aguardó todavía dominando sus temores, hasta que de pronto, y por primera vez en su vida, vio las estrellas…